"No hubo palabras de condescendencia de Jesús ante el poder" Músicos de Herodes
Se creen Juan el Bautista, pero escasamente son los que le cargan los instrumentos a los músicos de Herodes.
Las posturas de Jesús de Nazaret ante el poder no fueron menos que controversiales, incluso rayando en la displicencia y el desprecio, especialmente hacia Herodes Antipas, quien gobernaba entonces Galilea, patria de Jesús y de sus amigos, a quien llamó sin titubeos “Zorro” y “Caña agitada por el viento”. También hacia el Sanedrín y la casta de los Sumos Sacerdotes, a quienes desafió con su acto profético en el templo y ante quienes no cedió su dignidad a la hora de ese corrupto juicio del que fue objeto. No hubo palabras de condescendencia de Jesús ante el poder. El episodio del pago de impuesto al César es de una independencia sublime “Devuélvanle al César lo suyo” apunta el texto griego, siempre matizado en las traducciones. Desobediencia civil le llaman hoy a semejante comportamiento. Claro, lo de Jesús era una apuesta no violenta, una existencia al margen de las reglas políticas y culturales del poder, nunca un incitamiento a la agresión, jamás una invitación al levantamiento por la fuerza, pero nunca sumisión, jamás una actitud de acatar sin más lo que se impone desde las élites.
Se acercó a personas “importantes”, claro, algunas lo buscaron, y encontraron siempre la bienvenida al reino, no sin antes tener claridad de que el precio a pagar era abandonar toda pretensión de una vida de privilegios. Para Jesús tocar al Padre en la piel de los pobres y los marginales era el único privilegio al que un auténtico hijo de Yahveh podría aspirar. Ejemplos hay y contundentes: Nicodemo, Zaqueo, el hombre (joven) rico, incluso el rebelde ejecutado a su lado, que concediendo razón a la causa de Jesús en esa última hora parece abandonar la suya y así se convierte en ciudadano ya del Reino. Es la bendita lógica del desprendimiento y la generosidad que hacen posible la comunidad cristiana: El reino cuesta todo lo que tienes, ni un poco más, y por eso es posible para todos; ni un poco menos y por eso es tan difícil para algunos.
En buena parte de los catolicismos de hoy (los hay juanpablosegundistas, remanentistas, tridentinistas, ratzingerianos y antifrancisco de los de frente y de los de espalda) no parece tener mucho eco aquella actitud de Jesús. Por las rendijas de las concesiones tardías de Pablo y de su tradición frente al Imperio, que no son ni medianamente centrales en sus escritos, se han ido colando posturas de defensa de las tiranías, las desigualdades, los modelos políticos, económicos y sociales que causan la miseria de millones, y por supuesto, la pedantería de tantos dirigentes megalomaniacos que con el pretexto de la defensa de unas vidas (nunca son todas) ganan adeptos y suman fanatismos a sus crecientes egos. Predicadores – de la orden y de los otros – paranoicos y causantes de paranoias, apologetas apocalípticos, teólogos, teófilos, cristófilos, presbíteros que llevan años “dialogando” sólo con ellos mismos, y otros que te la cuentan para que nadie te la cuente. Han desplegado una vergonzosa campaña de mitos alrededor de lo que sucede en el mundo, en donde el fin moralista justifica los medios doctrinales más inverosímiles. Mienten, en toda regla, saturando de interpretaciones acomodadas las enseñanzas de la iglesia, imponiendo el más reciente catecismo por encima del Concilio (no lo está), repitiendo toda palabra que salió de la boca de los anteriores tres Papas como ultimátums pero aclarando que nada de lo que dice Francisco es magisterio para ellos. Y todo eso, ¿para qué?
Para ponerse al servicio del poder que Jesús tanto criticó y denunció. Así de simple. Para intentar a toda costa mantener los privilegios de tiempos en los que la cristiandad era imposición y esa imposición garantizaba que las élites de la iglesia pudieran ir por la vida sin darle explicación a nadie por nada. Para poder dedicarse al “cuidado de las almas” desde una posición de absoluta comodidad para su propio cuerpo, porque según ellos la pobreza del evangelio es un asunto metafórico pero el infierno es literal. Sí, lo hacen para insistir en una batalla ideológica con el comunismo porque todos se creen víctimas de Stalin, y son capaces de torcer la historia contra toda prueba para decir que el nuevo orden mundial son las personas homosexuales reivindicando su derecho a existir o las mujeres que denuncian los feminicidios, y no las grandes corporaciones, magnates y gobiernos capitalistas que ponen y quitan presidentes. Los mismos que acuñaron esa expresión para salir de las grandes depresiones económicas y la posguerra. Como si Jesús tuviera cabida en esa dualidad de fracasos, como si el Reino no fuera la superación de todo modelo que provoque carencia y sufrimiento.
Gritan, vociferan, se lamentan, denuncian, dicen “verdades”, y se sienten moralmente superiores a todo lo que respira. Pero al hacerlo, le conceden razón a los gobiernos inoperantes ante la desigualdad, a los políticos excluyentes, a las leyes que amparan la xenofobia, a los discursos antisemitas, a los movimientos homofóbicos y discriminadores, a los economistas de “los pobres son pobres porque quieren” y a los que venden las piedras para lapidar a las mujeres a las que Jesús defiende, tengan el pañuelo del color que sea que lo tengan, porque a la hora de agredirlas, abusar de ellas o asesinarlas, para el criminal ese detalle no importa. Se han puesto al servicio del poder. Le sirven. Le hacen favores. Les han entregado su confianza a los políticos, con tal de que mantengan esa polarización que les da views y likes, esa que mantiene a buena parte del mundo sumido en un odio más nocivo que la pandemia. Pero se creen profetas.
Se creen Juan el Bautista, pero escasamente son los que le cargan los instrumentos a los músicos de Herodes.