"Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo" 9 de Abril, por las Víctimas
No hay piedad, precepto ni culto que pueda suprimir de la fe el compromiso con quienes sobreviven todas las formas de injusticia o de violencia.
El país, así como el resto de la América Latina está atravesado por la religión cristiana, tanto en la enorme presencia del catolicismo y sus instituciones, como en la proliferación de congregaciones y denominaciones protestantes. Nuestros ritos, cultos, grupos y movimientos se mezclan todos los días con la cotidianidad de un pueblo que ve a sus muertos multiplicarse sin entender aún porqué. La guerra no ha parado en este rincón del planeta con todo y sus misas, sus servicios dominicales, sus pastores influencers o sus procesiones a santuarios. La guerra y sus estragos en cada corazón no suelen ser el motivo de conversación en las asambleas de oración ni en los grupos de conexión, en los que suele haber una mayor preocupación por la batalla entre los principados y las potestades que por la desaparición de los hermanos o los bombardeos a los inocentes. El país tiene la fortuna de contar con un presbítero jesuita al frente de la comisión de la verdad, un hombre que buena parte de su vida la ha dedicado al trabajo con víctimas del conflicto en medio del conflicto, sin embargo parece que se le hace más eco a otros presbíteros y otros líderes que atizan el fuego de la división y que deliran con trasladar los ejércitos celestiales a una seguridad privada que nos libre de tener que lidiar con esos olvidados que dios ha hecho su centro.
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Es la guerra la que provoca que viudas, huérfanos y forasteros sean una de las principales preocupaciones de la ética social del pueblo de la biblia. En época de imperios invasores y de pequeñas ciudades disputando territorios los varones van a batallar y no regresan, mientras que sus familias tienen que huir de su tierra y buscar espacios distantes y extraños en los que puedan instalarse y empezar de nuevo. Sin ancestros y sin tierra, en aquella cultura se considera que esas viudas, huérfanos y forasteros están condenados a la miseria y a una vida errante, sin pertenencia, sin raíces. Entonces, buena parte de la religión de Israel está organizada para que no sea así. Para que la comunidad se construya en torno a las víctimas, para que el afecto les cubra y les refugie, la solidaridad les garantice la vida y la salud, y la organización social y política del pueblo evite que nuevas opresiones y violencias sean causa de más pérdidas y más víctimas. A eso la biblia le llama Justicia, y Derecho, y todo el concepto de la Alianza tiene de fondo una preocupación de Yavé por las víctimas y una propuesta de que toda religión sea una expresión de esa preocupación por parte del pueblo.
Jesús de Nazaret asumió con mucha intensidad y con exigencias radicales esa centralidad de las víctimas en su vida y su propuesta. Su historia está atravesada por el contacto con la pobreza, la marginación, los afectados por la injusticia, la desigualdad, la violencia. Su particular manera de vivir la religión fue casi que una insistencia incisiva en que las víctimas son el eje de toda auténtica espiritualidad y que no hay piedad, precepto ni culto que pueda suprimir de la fe el compromiso con quienes sobreviven todas las formas de injusticia o de violencia. Su enseñanza erradicó de la religión cualquier forma de agresión, o de justificación para la agresión. Jesús hizo de los predilectos de Yavé sus predilectos, así, a la la viuda, el huérfano y el forastero se unieron el maldito, la rechazada, los condenados, y las olvidadas de su tiempo. Y fue tan central esa justicia en su mensaje que llegó a decir que la única posibilidad de entrar en comunión con dios es hacerse responsable del dolor y la necesidad de los pobres. Luego, él mismo fue víctima de la violencia cruel de un estado intolerante. Al que venció.
En estos días en los que se ha centrado la mirada a consagrar los territorios en guerra a corazones sin mancha, bien valdría que los creyentes cristianos de Colombia reconocieran lo sagrados que son los corazones de las víctimas, lo benditas que son todas sus formas de resistir, la historia de salvación que están escribiendo para todos nosotros, que de una vez por todas tengamos hacia ellas los mismos sentimientos que tuvo Cristo, y hagamos el paso a jamás intentar encontrar a dios fuera de ellas.
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