Bartolomé, a la COP 22: "¿A costa de qué vamos a renunciar a la supervivencia de la Creación de Dios?"
Sobre el cambio climático, el Patriarca Ecuménico denuncia que "veintidós años es un retraso vergonzoso para que los gobiernos sigan apáticamente con las mismas políticas"
"Después de veintidós años, ya es hora de que todos discernamos los rostros humanos impactados por nuestros pecados ecológicos"
Tras una semana de ausencia (¡mil disculpas en este sentido!), vuelvo hoy a mi blog para ofrecer a mis lectores mi traducción del mensaje que Bartolomé, el Patriarca Ecuménico, mandó hace ya una semana a los delegados a la COP 22, la Cumbre de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en Marrakech, reunidos desde el 7 hasta el 18 de este mes.
A mí me parece toda una denuncia profética de la inacción de los gobiernos en esta cuestión, en la que lo que está en juego es nada menos que nuestra supervivencia como especie. El Papa Francisco dijo hace muy poco que había aprendido mucho de su "hermano Andres" acerca del cuidado de la Creación de Dios que es el deber de todo cristiano. Con sentimientos como los aquí expresados, no resulta difícil ver el por qué de su afirmación.
Mensaje de Su Santidad el Patriarca Bartolomé a la Sesión COP 22 de la CMNUCC en Marrakech, Marruecos, Noviembre 7-18, 2016
En cierto sentido, la 22ª sesión de la Conferencia de las Naciones Unidas de las Partes sobre el Cambio Climático es una ocasión para celebrar que las naciones del mundo respondieran a la llamada urgente de París de abordar de forma colaborativa en la agenda urgente que tenemos enfrente y de ponernos de acuerdo sobre ella.
Sin embargo, la COP 22 es también un recordatorio doloroso que las 197 Partes han ratificado una convención impuesta tras la Cumbre de la Tierra de Río de 1992. Desde entonces, una serie de protocolos y acuerdos han resultado en negociaciones numerosas y decisiones a lo largo de veintidós sesiones internacionales de convenciones de las NNUU. De alguna forma, por lo tanto, hemos progresado mucho. Pero de otra, hemos avanzado poco. Desde luego no hemos hecho que nuestras naciones rindan cuentas acerca de las resoluciones alcanzadas o por las violaciones incurridas.
Durante veintidós años, por lo tanto, las autoridades principales y políticos del mundo han estado de acuerdo en mayor parte sobre los problemas del cambio climático global y han celebrado interminables consultas y conversaciones de alto nivel sobre algo que requiere medidas prácticas y actuaciones tangibles.
Veintidós años, sin embargo, es un periodo inaceptablemente largo como para responder a la crisis medioambiental, sobre todo cuando somos conscientes de sus conexiones íntimas e inseparables a la pobreza global, la migración y el malestar.
Es más, veintidós años es un periodo injustificadamente interminable para atajar la expansión de los combustibles fósiles, cuando los científicos nos informan que tenemos menos de dos décadas no solo para reducir su uso sino, más bien, para reemplazarlos con la energía renovable.
Veintidós años es, en efecto, un retraso vergonzoso para que los gobiernos sigan apáticamente con las mismas políticas, para que las corporaciones “laven la cara” a estas políticas, y para que la gente continúe con las mismas prácticas de siempre.
Después de veintidós años, ya es hora -ya viene con retraso- de que todos discernamos los rostros humanos impactados por nuestros pecados ecológicos. No se trata simplemente de quién es el culpable o quién debe compensarlo. No es cuestión de si o por qué debemos cambiar. Y ciertamente no se trata de asegurar que algunos puedan seguir sacando rentabilidad o que cambiemos lo mínimo posible.
Somos los seres humanos -todos, pero especialmente los más pobres y los más vulnerables y marginalizados entre nosotros- los que estamos afectados e impactados irreversiblemente. ¿De qué forma, entonces, puede una nación justificar el sufrimiento de su pueblo? ¿Cómo puede una industria defender la explotación de sus consumidores? Salvo que percibamos tanto en nuestras actitudes y acciones como en nuestras deliberaciones y decisiones los rostros de nuestros hijos -en la generación actual y en las que están por venir- continuaremos aplazando y procrastinando el desarrollo de una solución, y persistiremos en obstruir y restringir la implementación de ésta.
¿Qué precio estamos dispuestos a pagar por la rentabilidad? ¿Cuántas vidas queremos sacrificar por las ganancias materiales y financieras? ¿A costa de qué vamos a renunciar a, o retardar, la supervivencia de la Creación de Dios? Es nuestra oración -humilde, pero firme- que las Partes en la COP 22 reconozcan y respondan a todo lo que está en juego en el cambio climático. Una forma de hacerlo sería implementar el acuerdo de la COP 21 de París sin más demora.
Dado en el Patriarcado Ecuménico, el 3 de noviembre, 2016
+ Bartolomé
Arzobispo de Constantinopla – Nueva Roma y Patriarca Ecuménico
"Después de veintidós años, ya es hora de que todos discernamos los rostros humanos impactados por nuestros pecados ecológicos"
Tras una semana de ausencia (¡mil disculpas en este sentido!), vuelvo hoy a mi blog para ofrecer a mis lectores mi traducción del mensaje que Bartolomé, el Patriarca Ecuménico, mandó hace ya una semana a los delegados a la COP 22, la Cumbre de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en Marrakech, reunidos desde el 7 hasta el 18 de este mes.
A mí me parece toda una denuncia profética de la inacción de los gobiernos en esta cuestión, en la que lo que está en juego es nada menos que nuestra supervivencia como especie. El Papa Francisco dijo hace muy poco que había aprendido mucho de su "hermano Andres" acerca del cuidado de la Creación de Dios que es el deber de todo cristiano. Con sentimientos como los aquí expresados, no resulta difícil ver el por qué de su afirmación.
Mensaje de Su Santidad el Patriarca Bartolomé a la Sesión COP 22 de la CMNUCC en Marrakech, Marruecos, Noviembre 7-18, 2016
En cierto sentido, la 22ª sesión de la Conferencia de las Naciones Unidas de las Partes sobre el Cambio Climático es una ocasión para celebrar que las naciones del mundo respondieran a la llamada urgente de París de abordar de forma colaborativa en la agenda urgente que tenemos enfrente y de ponernos de acuerdo sobre ella.
Sin embargo, la COP 22 es también un recordatorio doloroso que las 197 Partes han ratificado una convención impuesta tras la Cumbre de la Tierra de Río de 1992. Desde entonces, una serie de protocolos y acuerdos han resultado en negociaciones numerosas y decisiones a lo largo de veintidós sesiones internacionales de convenciones de las NNUU. De alguna forma, por lo tanto, hemos progresado mucho. Pero de otra, hemos avanzado poco. Desde luego no hemos hecho que nuestras naciones rindan cuentas acerca de las resoluciones alcanzadas o por las violaciones incurridas.
Durante veintidós años, por lo tanto, las autoridades principales y políticos del mundo han estado de acuerdo en mayor parte sobre los problemas del cambio climático global y han celebrado interminables consultas y conversaciones de alto nivel sobre algo que requiere medidas prácticas y actuaciones tangibles.
Veintidós años, sin embargo, es un periodo inaceptablemente largo como para responder a la crisis medioambiental, sobre todo cuando somos conscientes de sus conexiones íntimas e inseparables a la pobreza global, la migración y el malestar.
Es más, veintidós años es un periodo injustificadamente interminable para atajar la expansión de los combustibles fósiles, cuando los científicos nos informan que tenemos menos de dos décadas no solo para reducir su uso sino, más bien, para reemplazarlos con la energía renovable.
Veintidós años es, en efecto, un retraso vergonzoso para que los gobiernos sigan apáticamente con las mismas políticas, para que las corporaciones “laven la cara” a estas políticas, y para que la gente continúe con las mismas prácticas de siempre.
Después de veintidós años, ya es hora -ya viene con retraso- de que todos discernamos los rostros humanos impactados por nuestros pecados ecológicos. No se trata simplemente de quién es el culpable o quién debe compensarlo. No es cuestión de si o por qué debemos cambiar. Y ciertamente no se trata de asegurar que algunos puedan seguir sacando rentabilidad o que cambiemos lo mínimo posible.
Somos los seres humanos -todos, pero especialmente los más pobres y los más vulnerables y marginalizados entre nosotros- los que estamos afectados e impactados irreversiblemente. ¿De qué forma, entonces, puede una nación justificar el sufrimiento de su pueblo? ¿Cómo puede una industria defender la explotación de sus consumidores? Salvo que percibamos tanto en nuestras actitudes y acciones como en nuestras deliberaciones y decisiones los rostros de nuestros hijos -en la generación actual y en las que están por venir- continuaremos aplazando y procrastinando el desarrollo de una solución, y persistiremos en obstruir y restringir la implementación de ésta.
¿Qué precio estamos dispuestos a pagar por la rentabilidad? ¿Cuántas vidas queremos sacrificar por las ganancias materiales y financieras? ¿A costa de qué vamos a renunciar a, o retardar, la supervivencia de la Creación de Dios? Es nuestra oración -humilde, pero firme- que las Partes en la COP 22 reconozcan y respondan a todo lo que está en juego en el cambio climático. Una forma de hacerlo sería implementar el acuerdo de la COP 21 de París sin más demora.
Dado en el Patriarcado Ecuménico, el 3 de noviembre, 2016
+ Bartolomé
Arzobispo de Constantinopla – Nueva Roma y Patriarca Ecuménico