“Años 50-90 d. C. Consolidación de los primeros cristianismos”

(9-07-2021; 1184)

Pedro

Escribe Antonio Piñero

Foto: Pedro apóstol

Es esta la penúltima parte del estupendo prólogo de X. Pikaza al libro de Étienne Trocmé “La infancia del cristianismo” de Editorial Trotta, que comento porque tiene su importancia para la adecuada comprensión del libro.

La sección 4. se ocupa de los años 50-90. Creo que el mejor sistema para este comentario, que no destripe el contenido del libro es formular una serie de leves anotaciones a las propuestas de intelección que hace Pikaza para esta época.

Así, en el segundo párrafo de esta sección, p. 21, afirma Pikaza que en el cristianismo primitivo de estos cuarenta años hubo tres grandes tendencias simbólicamente relacionadas con Santiago, Pedro y Pablo. Yo diría aquí que observo en el Nuevo Testamento cómo quedan bastante claras dos tendencias, las de Pablo y Santiago, pero que no acabo de ver que el Nuevo Testamento presente a Pedro como jefe o estandarte de una iglesia con una “función mediadora”.

“Mediadora” podría ejercerla una verdadera autoridad cristiana. Pero la cita de 1 Cor 1,12 (“Digo esto ahora, porque cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolo; y yo de Cefas; y yo de Cristo”) pone a Pedro a la misma altura que Apolo, de quien –que sepamos a partir de los datos del Nuevo Testamento– podemos afirmar que apenas tiene influencia alguna en la formación de la teología de este corpus.

Las noticias escuetas de 1 Cor 16,12 y Tito 3,13, no dicen nada de él. El que Apolo tuviera éxito en Corinto es interesante, ya que estos cristianos debían de ser en su mayoría seguidores de corrientes protognósticas o adeptos de algún modo de las concepciones de la salvación de las religiones de misterio. Si es así, Apolo y Pedro, judeocristiano puro aunque más liberal que Santiago, debían de tener poco en común.

Respecto a Pedro igualmente no acabo de entender qué función “mediadora” puede tener este personaje en el Evangelio de Mateo, ya que este escrito representa a Pedro nada menos que como jefe de la iglesia judeocristiana universal por encima de cualquier otra facción, incluida la de Santiago y la de las iglesias paulinas. Hay, pues, rivalidad neta. No resulta clara en qué afecta a los demás cristianismos la exigencia del Jesús mateano que demanda la observancia de la ley de Moisés completa a todo judeocristiano que desee salvarse.

Podría ser perfectamente paulina la idea de que esa observancia completa de la ley mosaica afectara solo a los judíos, hijos naturales de la Alianza, y no a los paganos conversos a la fe en Jesús como mesías, que no tenían por qué observarla, ya que no se hacían judíos (1 Cor 7,17-21). Pero esa distinción neta que sí aparece en Pablo no la encontramos precisada claramente en el Evangelio de Mateo.

Tampoco aparece claramente en Mateo la figura de un Jesús universalista, por mucho que algunos se empeñen en verla, por ejemplo, en Mt 5,3-10, o en la historia de la hija de la mujer sirofenicia (Mt 15,21-28). El cambio de perspectiva, hacia el universalismo, en Mt 28,19, en el Mesías resucitado, lo veo más bien como una aceptación de la idea paulina de que la verdadera figura y misión de Jesús solo debe contemplarse en su muerte y especialmente en su resurrección. Puede ser que el autor de Mateo de 28,19 (si es que es el mismo que el del resto del Evangelio; por ejemplo el autor de Mt 1-2 es otro personaje distinto del Mateo de los capítulos 3-28) haya pensado que la mente del Jesús judío tras la resurrección se hubiese mudado hacia una misión universal. De cualquier modo es poco comprensible.

Sí veo posible una función “mediadora”, en sentido muy amplio, en la aceptación por parte del evangelista “Mateo” de la idea paulina de que el Mesías, tiene autoridad en su época, el tiempo mesiánico, de “cambiar” la Ley, lo que significa que el Mesías “autoriza” que los gentiles conversos puedan salvarse sin cumplir a ley de Moisés completa, como exigía la facción de Santiago. En realidad el Mesías del Sermón de la Montaña no cambia la Ley, sino que la explica, la profundiza y en un cierto sentido la hace más racional y comprensible.

Por tanto, no acabo de ver por ninguna parte en el Evangelio de Mateo ninguna función mediadora entre las posiciones de Santiago y Pablo salvo en la intelección implícita de que la Ley que de cumplirse hasta la última iota o ápice se solos por parte de los seguidores judíos del Mesías, no los gentiles. Aquí veo más una aceptación del paulinismo que el de una función mediadora.

Lu función mediadora de Pedro en el Nuevo Testamento solo puede comprenderse si se acepta la existencia de una gran iglesia petrina entre la paulina y la de Jerusalén, cosa que no parece que existió nunca ni en la zona del norte de Israel y de Fenicia, donde –según Hechos– ejerció su apostolado Pedro, ni tampoco en Roma, en donde las tradiciones sobre Pedro en la ciudad eterna son muy tardías, de bien entrado el siglo II.

En síntesis, personalmente y quizás debido a una cierta ceguera por mi parte, no acabo de ver esa “función mediadora” de la iglesia petrina y me encantaría que alguien me la explicase clara y convincentemente.

Saludos cordiales de Antonio Piñero

www.antoniopinero.com

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