Se nos ha ido un hombre maravilloso En honor a D. Luis Gil Fernández
En honor a Luis Gil Fernández
Queridos amigos:
Aunque lo parezca menos por el simple título, mi comunicación de hoy tiene igualmente que ver con la filología y la historia general y de las ideas en torno al Nuevo Testamento, a Jesús y al cristianismo primitivo, pero desde otro punto de vista: mi intenso y profundo agradecimiento hacia una persona que murió ayer y a quien debo todo (y “todo es todo” como se diría en el ámbito político de cierto eximio doctor) en ese campo en el que trabajo desde hace más de cincuenta años: el catedrático emérito de Filología griega, primero de la Universidad de Salamanca y después de la Complutense de Madrid y doctor honoris causa, D. Luis Gil Fernández.
Luis Gil fue un hombre verdaderamente extraordinario, un humanista del Renacimiento, que se carteaba de joven con su hermano Juan (de la Real Academia Española) en latín ciceroniano. Yo creo que en el campo de la Filología griega lo sabía sencillamente todo. Pedagogo eximio, con un gracejo y una ironía fuera de lo normal, extraordinario y divertido, que utilizaba un español castizo con una propiedad asombrosa.
Recuerdo que tras acabar yo mi segunda licenciatura en la Universidad de Salamanca, tuve ofertas de varios profesores salmantinos –quizás porque me dieron el premio extraordinario de fin de carrera– para hacer con ellos la tesis doctoral, pero me incliné por D. Luis Gil, porque además de lingüista tenía una vertiente de estudios sobre el humanismo que me interesaban. Y en charla con él me convenció de que no me dedicara a la lingüística, sino al conjunto del cristianismo primitivo –expresado todo él en griego– pero desde una perspectiva filológica e histórica. Me habló de que continuara el filón, o tema, de un libro suyo, “Los antiguos y la inspiración poética” (Guadarrama/Cristiandad, Madrid 1968). En él sugería Luis Gil que el modo de la inspiración poética y profética en el mundo grecorromano era similar al de algunos de los profetas judíos, lo que de algún modo había puesto de relieve ya Filón de Alejandría: la divinidad penetraba en las entrañas del ser humano, lo desposeía de la razón, lo inspiraba/divinizaba de alguna forma, y lo utilizaba por medio de sus órganos fonadores para emitir poesías u oráculos divinos. Y ahí empezó todo para mí…. Hasta hoy mismo.
Don Luis (todos los discípulos seguíamos llamándolo así, aunque algunos fuéramos ya octogenarios) fue premiado en su vida…, pero creo que no lo suficiente, dada su inmensa valía. Fue Premio Internacional Menéndez Pelayo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas; Nacional de Traducción; Premio Nacional de Historia… Sí, de historia, aunque fuera un filólogo, por haber descubierto (no lo sé exactamente, al menos la sacó del total olvido) en el Archivo Nacional de Simancas la correspondencia de Felipe II, ¡en griego!, con la Persia safávida para intentar formar una pinza estratégico/política contra el Imperio otomano. Don Luis no necesitó de ningún modo desparecer de la tierra para ser alabado unánimemente por todos los colegas en España y fuera de ella, aparte de los premios explícitos.
La obra de Luis Gil Fernández es muy numerosa, como puede verse fácilmente en Internet, tanto en la traducción y comentarios de notables autores de la Grecia clásica, (Platón, Lisias, Sófocles, Luciano o Aristófanes), como en el ámbito del humanismo español. En el primer campo destacaría algunas obras sencillamente maravillosas: “Censura en el mundo antiguo”, “Introducción a Homero”, “Transmisión mítica” y de modo especial “Therapeia: la medicina popular en el mundo clásico”.
Y en el terreno del humanismo y la historia españolas, para algunos menos conocido, destacaría “La cultura española en la Edad Moderna”, “Panorama social del humanismo español” y “Campomanes, un helenista en el poder”.
Se nos ha ido un hombre maravilloso. Con lágrimas en los ojos y con una emoción intensísima sirvan estas líneas como expresión de mi profundo agradecimiento a la persona a quien he debido todo en el ámbito académico…, Don Luis.
Saludos cordiales de Antonio Piñero