Ciencia y fe
El nacimiento de un niño de Sevilla mediante la selección de embriones, para evitar que contraiga una grave enfermedad familiar y curar con su cordón umbilical a un hermano que ya la ha contraído, es un avance de la ciencia al que todo ser humano bien nacido debe aplaudir. La humanidad de Jesucristo eso es lo que pide, más allá de los límites morales y jurídicos a los que se aferra la Conferencia Espiscopal.
El "bebé-esperanza" es vida,
no matanza (J. Masiá RD)
La razón que aducen los obispos de que no se puede matar a una persona para salvar a otra, refiriéndose a los embriones descartados, desde el punto de vista científico no tiene consistencia. Un huevo no es una gallina y no es lo mismo romper un huevo que matar a una gallina, dice el sentido común.
Con esta postura ultraconservadora el episcopado español se cierra una vez más a la Constitución Pastoral sobre de Iglesia en el mundo actual del Concilio Vaticano II, que lamenta la oposición de la Iglesia a la ciencia. Literalmente deplora ciertas actitudes que por no comprender la legítima autonomía de la ciencia indujeron a establecer oposición entre la ciencia y la fe(GS 36,2; ver también núm 33 y 44).
El gran cardenal del Renacimiento Nicolás de Cusa llama al científico ”dios de ocasión”. En sus manos depositó Dios sus proyectos referidos a la creación para que la hiciera evolucionar. La involución, el oponerse a los avances de la ciencia es un pecado contra el Creador. Los hallazgos que obtiene el hombre mediante la ciencia no ofenden a Dios, al contrario, debe sentirse halagado, al verse reflejado con mayor perfección en el hombre que crea.
El científico es depositario de
los proyectos del Creador, quien
al terminar su obra la depositó
en manos del hombre sabio
para que la hiciera evolucionar
Hoy la ciencia obra milagros, pero tras ella se oculta quien le infundió ese germen en la creación. ¿Por qué oponerse en su nombre a que el científico haga brotar vida en el leño seco? El mismo prodigio en sí es indicio claro de que ahí late un proyecto divino. ¡Bendito el empeño de que todo florezca en la creación!
Que florezcan la vida, la justicia social y la libertad en los pueblos para que todos los niños puedan vivir con dignidad. Y que callen de una vez las armas que nos llevan sin remisión al infierno. El proyecto de Dios es un canto a la vida plena y a la creación entera. Que cesen los lloros de los que en su razón-sinrazón encuentran motivos para que la ciencia no avance.
Lamentamos que haya hombres y mujeres involucionistas enemigos declarados de los planes de Dios sobre la creación, que han tratado de abortarlos en todo momento. Esta casta fue acusada ya en su día por Jesús de Nazaret de querer mantener al hombre con los ojos tapados para ver por él a su antojo. Eso, parece decir el Nazareno, es un pecado contra el Espíritu Santo, porque pretende que hombres y mujeres permanezcan siempre como animales en el paraíso.
Es muy significativo el gesto reiterativo de Cristo en el Evangelio abriendo los ojos a los ciegos. Leídos estos textos de manera dinámica, como debe leerse siempre la Escritura, se detecta en ellos fácilmente un afán de abrirles la inteligencia, más allá de la curación de la vista. En estos gestos parece vislumbrarse asimismo su deseo de interpretar el mito del paraíso, porque fue a través de la serpiente que incitó al hombre a comer del fruto prohibido, abriéndosele a éste la inteligencia, como vino la libertad al mundo.
La Iglesia antigua así lo reconoció y cantó agradecida en la noche de Pascua ¡Feliz culpa que mereció tal Redentor! Hoy nuestra Iglesia debería cantar también ante los avances de la ciencia que tantas vidas salvan. Le bastaría con saber escrutar los signos de los tiempos, como pide el Vaticano II (GS 4, 1), para dar respuesta así a los interrogantes de la humanidad.
El "bebé-esperanza" es vida,
no matanza (J. Masiá RD)
La razón que aducen los obispos de que no se puede matar a una persona para salvar a otra, refiriéndose a los embriones descartados, desde el punto de vista científico no tiene consistencia. Un huevo no es una gallina y no es lo mismo romper un huevo que matar a una gallina, dice el sentido común.
Con esta postura ultraconservadora el episcopado español se cierra una vez más a la Constitución Pastoral sobre de Iglesia en el mundo actual del Concilio Vaticano II, que lamenta la oposición de la Iglesia a la ciencia. Literalmente deplora ciertas actitudes que por no comprender la legítima autonomía de la ciencia indujeron a establecer oposición entre la ciencia y la fe(GS 36,2; ver también núm 33 y 44).
El gran cardenal del Renacimiento Nicolás de Cusa llama al científico ”dios de ocasión”. En sus manos depositó Dios sus proyectos referidos a la creación para que la hiciera evolucionar. La involución, el oponerse a los avances de la ciencia es un pecado contra el Creador. Los hallazgos que obtiene el hombre mediante la ciencia no ofenden a Dios, al contrario, debe sentirse halagado, al verse reflejado con mayor perfección en el hombre que crea.
El científico es depositario de
los proyectos del Creador, quien
al terminar su obra la depositó
en manos del hombre sabio
para que la hiciera evolucionar
Hoy la ciencia obra milagros, pero tras ella se oculta quien le infundió ese germen en la creación. ¿Por qué oponerse en su nombre a que el científico haga brotar vida en el leño seco? El mismo prodigio en sí es indicio claro de que ahí late un proyecto divino. ¡Bendito el empeño de que todo florezca en la creación!
Que florezcan la vida, la justicia social y la libertad en los pueblos para que todos los niños puedan vivir con dignidad. Y que callen de una vez las armas que nos llevan sin remisión al infierno. El proyecto de Dios es un canto a la vida plena y a la creación entera. Que cesen los lloros de los que en su razón-sinrazón encuentran motivos para que la ciencia no avance.
Lamentamos que haya hombres y mujeres involucionistas enemigos declarados de los planes de Dios sobre la creación, que han tratado de abortarlos en todo momento. Esta casta fue acusada ya en su día por Jesús de Nazaret de querer mantener al hombre con los ojos tapados para ver por él a su antojo. Eso, parece decir el Nazareno, es un pecado contra el Espíritu Santo, porque pretende que hombres y mujeres permanezcan siempre como animales en el paraíso.
Es muy significativo el gesto reiterativo de Cristo en el Evangelio abriendo los ojos a los ciegos. Leídos estos textos de manera dinámica, como debe leerse siempre la Escritura, se detecta en ellos fácilmente un afán de abrirles la inteligencia, más allá de la curación de la vista. En estos gestos parece vislumbrarse asimismo su deseo de interpretar el mito del paraíso, porque fue a través de la serpiente que incitó al hombre a comer del fruto prohibido, abriéndosele a éste la inteligencia, como vino la libertad al mundo.
La Iglesia antigua así lo reconoció y cantó agradecida en la noche de Pascua ¡Feliz culpa que mereció tal Redentor! Hoy nuestra Iglesia debería cantar también ante los avances de la ciencia que tantas vidas salvan. Le bastaría con saber escrutar los signos de los tiempos, como pide el Vaticano II (GS 4, 1), para dar respuesta así a los interrogantes de la humanidad.