Cristianismo y Secularidad



Una teología práctica

4.1. Praxis social y credibilidad política del cristianismo

El dinamismo práctico liberador propio del cristianismo, se ha visto frenado deliberadamente, no pocas veces, con el argumento de utilidad social que se le atribuye. Este argumento, ya se refiera al cristianismo o a la religión en general, se utilizó mucho pasada la revolución francesa como fuerza espiritual estabilizadora de las relaciones sociales, para obstaculizar la concienciación de las clases obreras o empobrecidas.

La teología política se alza contra este tipo de alianzas que repugnan al cristianismo. Ella espera que el mensaje de la fe nunca más se alíe con fuerzas represoras y alienantes. Es desde esta perspectiva desde donde hay que plantear políticamente el problema clásico de la credibilidad del cristianismo.

Tampoco se puede hacer derivar la fe hacia la intimidad y privacidad, alejándola del campo social y político. Esto es un reduccionismo del mensaje evangélico, aparte de que la fijación de la fe en el ámbito privado refuerza los mecanismos económicos y sociales abusivos.

La teología política exige la interpretación política y pública de los enunciados cristianos, porque de esta manera se realiza la venida del reino escatológico, que hace realidad en la historia las promesas bíblicas de un orden nuevo en el mundo. No obstante, niega que de los predicados universales de este reino anunciado por Jesús se pueda deducir un contenido político concreto.

Niega asimismo todo proyecto de neopolitización confesante y una teología de lo político o de la política. Sin embargo, la fe ha de confirmarse siempre por medio de la praxis. Este es el mensaje de Gaudium et spes. En efecto, la Constitución pastoral del Vaticano II ha prestado mucha atención a la actividad política, dedicándole un capítulo especial al tema (GS 73 76), en el que se percibe que si no se presta más atención a la vertebración de la sociedad, no hay redención solidaria del hombre de nuestro tiempo.

La fe cristiana que es una fe histórica, no es ajena a las realidades temporales ni algo superpuesto a ellas. De modo que el cristiano ha de ser consciente de ello y no vivir su fe de espaldas a estas realidades, que están en la dinámica de la encarnación: En Jesucristo hombre se ha realizado el encuentro entre lo divino y lo humano, la gracia y la naturaleza, lo sagrado y lo profano, la fe y la historia. Por este motivo la política no debe ser un tabú para el teólogo ni para el cristiano, es "el nuevo nombre de la cultura".

Para Metz, toda teología que sirva para tender puentes entre el reino de Dios y la sociedad, es teología política La misma tesis sostiene el obispo Pedro Casaldáliga, para quien la fe cristiana es histórica o no es tal fe, le va en ello su ser o no ser a la fe. De manera que no ve posible la neutralidad política del cristiano ni del teólogo. En todo caso si quisieran situarse fuera de ella, su fe dejaría de ser histórica y cristiana .

Abundando en el tema José María Mardones insiste en que no se puede eludir la actividad política si se quier humanizar la sociedad. El cristiano que no es ajeno a nada humano, no puede eludir la actividad política. Esta apela a la responsabilidad de los cristianos con miras a que se refuerce la acción moral en ella. En tal sentido el Vaticano II dice en la constitución pastoral: La Iglesia alaba y estimula la labor de los que, al servicio del hombre, se consagran al bien de la vida pública y aceptan las cargas de este oficio (GS 75, 1).

Precisamente la comunidad política, ha dicho antes, nace para buscar el bien común, en el que encuentra su justificación plena, su sentido y legitimidad (GS 74). El resultado lógico de esta visión conciliar de la política es doble. En primer lugar, la vocación de los cristianos. En este sentido, el Concilio apela a su obligatoriedad y responsabilidad: los cristianos deben tomar conciencia de la vocación que tienen en la comunidad política; en virtud de esta vocación están obligados a dar ejemplo de responsabilidad y de servicio al bien común (GS 75, 5).

En segundo lugar, recomienda a los cristianos que se preparen para ello: quienes son o pueden llegar a ser capaces de ejercer ese arte tan difícil y tan noble que es la política han de prepararse para ello y ejercitarlo con olvido del propio interés (GS 75, 6).

El mensaje del evangelio, que es un mensaje de vida, no tiene por eso mismo espacios acotados, sino que se extiende a todo cuanto se refiere al hombre y a su espacio vital. Lo que Metz ha llamado "praxis de la fe en el seguimiento místico político". Por tanto, la comunidad cristiana no puede omitir este compromiso sin agravio al Crucificado y a la dimensión ilimitada de la redención que busca la emancipación del hombre.

También la voz de la Iglesia se está haciendo oir en este sentido desde hace unos años, como se pone de manifiesto en diversas publicaciones. No obstante, con frecuencia practica el viejo integrismo y estabiliza las políticas en curso, sin reparar en el sufrimiento y la opresión real de muchos pueblos

Pedro Casaldáliga la amonesta diciendo: La Iglesia no puede inhibirse políticamente bajo pretexto de no mancharse las manos con las vicisitudes de la tierra, porque el ejemplo de Cristo encarnado en ella como hombre histórico se lo impide. Evidentemente, el obispo no quiere decir que la Iglesia tenga que organizar partidos políticos:

La forma de hacer política de los eclesiásticos será desde la Palabra que ilumina y compromete, concienciando a sus comunidades con plena libertad profética. Por otra parte, ponerle etiqueta creyente a la política, por ejemplo, la democracia cristiana, no le parece oportuno, puesto que ella tiene validez propia.

Otro de los problemas que arrastra la Iglesia es su indecisión a asumir la libertad crítica frente al poder político y económico como parte de su función profética. De esto se hace eco también Metz en la teología escatológica que define como teología política, es decir, "como teología crítica de la sociedad". En ella la Iglesia aparece como la institución de esta crítica y su función se define como función crítico liberadora.

El impulso se lo proporciona el amor que despierta la esperanza y es capaz de mantenerse vivo frente al puro poder. Ahora bien, la credibilidad crítica de la Iglesia exige que ésta alcance incluso a ella misma, ya que por su condición histórica y cultural participa de la provisoriedad que acompaña a todo lo mundano e histórico. Crítica que tiene un gran alcance, porque repercute positivamente en las estructuras del mundo circundante .

Cristianos y no cristianos hemos de hacer caso omiso de los agoreros que hacen mala prensa de la politización de los cristianos, porque su intención es destituirnos como sujetos activos en la sociedad y convertirnos en meros objetos resignados en ella.

Ver: Francisco Garcia-Margallo Bazago
Cristianismo y Secularidad
Manual de Nueva Teología Política Europea
(Es parte de mi tesis doctoral)

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