Dios hoy



Teología del Deus ludens: ¿Dios Jugador?

Son los científicos a partir de Einstein los que plantean una cuestión teológica que habrá que examinar detenidamente: la cuestión científico-teológica de si Dios juega a los dados o no juega. En el fondo, la cuestión es si Dios es un jugador o no puede serlo. Que el hombre está programado como jugador a ganar o perder toda suerte de juegos es la mina académica de la que sigo extrayendo materiales (siguiendo las huellas de Heráclito, Hegel, Darwin, Marx, Huizinga entre otros

El primer juego de hombre, que te concierne de lleno a tí, lector, y a mí, es el gran Tour de Francia vaginal en el que aproximadamente doscientos millones de espernios corren a por el Oscar, a la Casa Blanca, a por el maillot amarillo del único ovocito que, como la meta, está quietecito esperando a ver quién se lo lleva. Como en todo juego, hay cosas previsibles, reguladas, precisas y otras imprevisibles, caóticas, dejadas al azar.

Los jugadores están diseñados y fabricados en la fábrica de los testículos con precisión que supera a los mejores ingenieros de la Nasa del MIT, de los Einstein y de los Severoochoa. El terreno de juego está perfectamente diseñado: la ruta que va de los testículos a la vajina. Los controles de avituallamiento en los testículos y en la vagina superan en meticulosidad a los mejor organizados en los rellies o carreras. La sincronización de los mecanismos físicos, los bioquímicos y en los emocionales es para dejar boquiabierto al mejor ingeniero, físico o filósofo del mundo.

Lo que está previsto por quien diseñara todo este juego de la a carrera vaginal de espermios es la parte que se deja al azar, a los imprevistos y la parte que está rigurosamente planificada y controlada. No siempre gana el espermio más fitted, el mejor-adaptado (aquí Darwin puede excederse), ni el más inteligente. Puede ganar un espermio que nos dará un Einstein, un Bach o algún homo stultissimus. Esto es imprevisible. Esto ocurre en todos los juegos: puede ganar cualquier jugador o equipo.

Lo apasionante del juego es que no sabemos qué espermio ganará el ovocito, qué director ganará el Oscar, qué corredor ganará el Tour de Francia o qué estadounidense ganará la presidencial rase, la carrera de la Casa Blanca. Algunos juegos han sido concebidos y diseñados por el hombre: el mus, el ajedrez, el futbol, la guerra, el juego de la santidad, el juego de tener razón y tantos otros.

Pero, ¿y si Dios fuese el jugador por excelencia, el que ha diseñado el Universo como un juego en el que participan diversos jugadores: espermios, estrellas, galaxias, virus, bacterias, arañas contra moscas y gatos contra ratones, águilas contra serpientes, lobos contra lobos a por una poltrona política como en las partidas de los partidos. Hawking contra Einstein, equipos humanos contra equipos humanos, equipos humanos contra dragones como el cáncer, el sida...?

¿Hay algo más preciado y más apreciado que la libertad, incluyendo la libertad de ganar y perder? ¿Preferiríamos los seres humanos ser unos perfectos robots sin libertad alguna con el fin de que nunca cometiéramos errores (perder el juego de tener razón), con el fin de que no pudiésamos cometer pecados, injusticias? No.

Preferimos correr el riesgo diario de poder todo género de juegos, incluyendo poder la salud, el empleo, un familiar íntimo, un Oscar, la cabeza, la fe o la vida misma (ésta y la de "la otra vida", según las diversas creencias), con el fin de poder ser libres, de poder también muchas partidad, de poder incluso diseñar nosotros mismos nuevos juegos y de cambiar las reglas del juego.

Ver: José Antonio Jáuregui, Dios hoy
Ediciones NOBEL
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