Misa sobre el Mundo (Teilhard de Chardin)

El fuego en el Mundo
(continuación)

Ahora, Señor, por medio de la Consagración del Mundo, el resplandor y el perfume, que flotan en el Universo, adquiere para mí, cuerpo y rostro en Tí. Eso que entreveía mi pensamiento indeciso, eso que reclamaba mi corazón en aras de un deseo inverosímil, me lo das Tú magníficamente: que las criaturas sean no sólo de tal modo solidarias entre sí que ninguna pueda existir sin todas las demás para rodearla, sino que estén de tal forma suspendidas en un mismo centro real que una verdadera Vida, sufrida en común, les proporcione su consistencia y su unión.

¡Haz, Dios mío, que estalle, forzada por la audacia de tu Revelación, la timidez de un pensamiento pueril que no tiene arrestos para concebir nada más vasto ni más vivo en el mundo que la miserable perfección de nuestro organismo humano! En el camino hacia una compresión más atrevida del Universo, los hijos del siglo superen todos los días a los maestro de Israel.

Tú, Señor Jesús, "en quien todas las cosas encuentran su consistencia", revélate al fin a quienes te aman como el Alma superior y el Foco físico de la Creación. No va en ello la vida: ¿no lo ves Tú así? Si yo no pudiera creer que tu Presencia real anima, templa, enardece la más insignificante de las energías que me penetran o que me rozan ligeramente, ¿no resultaría, transido hasta la médula de mi ser, me moriría de frío?.

¡Gracias, Dios mío, por haber dirigido mi mirada de mil maneras hasta hacerle descubrir la inmensa sencillez de las Cosas! Poco a poco, en virtud del desarrollo irresistible de las aspiraciones que Tú has depositado en mí aun cuando era un niño, bajo la influencia de amigos excepcionales que se han cruzado en momentos determinados en mi camino para ilustrar y fortificar mi espíritu con el despertar de iniciaciones terribles y dulces, cuyos círculos Tú me has hecho franquear sucesivamente, he llegado no poder ya ver nada ni respirar fuera del Medio en el que todo no es más que uno.

En este momento en que tu Vida acaba de pasar, con un aumento de fortaleza, al Sacramento del Mundo, gustaré, con una conciencia acrecentada, la fuerte y tranquila embriaguez de una visión cuya coherencia y armonía no logro agotar.

Presencia de Dios en el Mundo

Jesús, centro hacia el que todo se mueve, dignate disponernos, a todos, si es posible, un lugar entre las mónadas elegidas y santas que, desprendidas una a una del caos actual por su gran solicitud, se suman lentamente a Tí en unidad de la Tierra nueva.

Las Prodigiosas Duraciones que precedn a la primera Navidad no están vacías de Cristo, sino penetradas de su influjo poderoso. El bullir de su su concepción es el que remueve las masas cósmicas y dirige las primeras corrientes de la biosfera. La preparación de su alumbramiento es la que acelera los progresos del instinto y de la eclosión del pensamiento sobre la Tierra.

No nos ecandelicemos tontamente de las esperas interminables que nos ha impuesto el Mesías. Eran necesarios nada menos que los trabajos tremendos y anónimos del Hombre primitivo, y la larga hermosura egipcia, y la espera inquieta de Israel, y el perfume lentamente destilado de las místicas orientales, y la sabiduría cien veces refinada de los griegos para que sobre el árbol de Jesé y de la Humanidad pudiera brotal la Flor.

Todas estas preparaciones eran cósmicamente, biológicamente, necesarios para que Cristo hiciera su entrada en la escena humana. Y todo este trabajo estaba maduro por el despertar activo y creador de su alma en cuanto este alma humana había sido elegida para animar el Universo. Cuando Cristo apareció en los brazos de María, acababa de revolucionar el Mundo.






















El Fuego en el Mundo

Lo que yo experimento, frente y fuera del Mundo asimilado por tu Carne, convertido en tu Carne, Dios mío, no es ni la absorción del monista ávido de fundirse en la unidad de las cosas, ni la emoción del pagano prosternado a los pies de una divinidad tangible, ni el abandono pasivo del quietismo que se mueve a merced de las energías místicas.

Aprovechando algo de la fuerza de estas diversas corrientes, sin lanzarme contra ningún escollo, la actitud en que me sitúa tu Presencia universal es una admirable síntesis en que se mezclan, corrigiéndose, tres de las más formidables pasiones que pueden jamás soplar sobre un corazón humano.

Lo mismo que el monista, me sumerjo en la Unidad total; mas la Unidad que me recibe es tan perfecta que sé encontrar en ella, perdiéndome, el perfeccionamiento último de mi individualidad.

Lo mismo que el pagano, yo adoro a un Dios palpable. Llego incluso a tocar a ese Dios en toda la superficie y la profundidad del Mundo de la Materia en que me encuentro cogido. Mas para asirlo como yo quisiera (para seguir sencillamente tocándole) necesito ir más lejos, a través y más allá de toda limitación, sin poder jamás descansar en nada, empujando en cada momento por las criaturas y superándolas en todo momento, en un continuo acoger y en continuo desprendimiento.

Lo mismo que el quietista, me dejo mecer deliciosamente por la divina Fantasia. Mas, al mismo tiempo, sé que la Voluntad divina no me será revelada en cada momento más que dentro de los límites de mi esfuerzo. No palparé a Dios en la Materia, como Job, más que cuando haya sido vencido por él.

Así, por habérseme aparecido el Objeto definitivo, total, en el que se ha insertado mi naturaleza, las potencias de mi ser comienzan a vibrar espontáneamente al unísono con una Nota Unica, increíblemente rica, en la que yo distingo, asociadas sin esfuerzo, las más opuestas tendencias: la exaltación de obrar y la alegría de padecer; la voluptuosidad de poseer y la fiebre de suoerar el orgullo de crecer y la felicidad de desaparecer en alguien mayor que uno mismo...


Presencia de Dios en el Mundo

SEMEJANTE A UN RíO que se empobrece gradualmente y luego desaparece en un cenagal,
cuando se llega a su origen, el ser se atenúa, luego se desvanece, mientras intentamos
divisarlo cada vez más minuciosamente en el espacio o lo que es lo mismo, hundirlo
cada vez más en el tiempo. La magnitud del río se comprende en su estuario, no en su
hontanar.

El secreto del Hombre, análogamente, no se halla en los estadios ya superados de su
vida embrionaria (ontogénica o filogénica); está en la naturaleza espiritual del alma.
Ahora bien, este alma, toda síntesis en su actividad, escapa a la Ciencia, que tiene
por esencia analizar las cosas en sus elementos y en sus antecedentes materiales.
Sólo pueden distinguierlo los sentidos íntimos y la reflexión filosófica.

Se engañan por completo quienes imaginan materializar al Hombre al hallarle raíces,
cada vez más numerosas y profundas, hundidas en la Tierra. Lejos de suprimier el
espíritu, lo mezclan al mundo como un fermento. No hagamos el juego a estas gentes,
creyendo, como ellos, que para que un ser venga del cielo sea necesario que ignoremos
las condiciones temporales de su origen.
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