La Misa sobre el Mundo. Teilhard de Chardin
VIII
OBSERVANDO DE UNA MANERA CORRECTA, aunque no fuera más que en un solo punto, un fenómeno tiene necesariamente, en virtud de la unidad fundamental del Mundo, un valor y unas raíces ubicuistas. ¿Hacia dónde nos conduce esta regla si la aplicamos al caso del "self-conocimiento" humano?
"La conciencia no aparece con conciencia total más que en el hombre -nos sentíamos tentados a exclamar_. y, por tanto, se trata de un caso aislado que no interesa a la Ciencia".
"La conciencia aparece con evidencia en el Hombre _debemos afirmar corrigiéndonos_, y, por tanto vista en este único relámpago, tiene una extensión cósmica y, como tal, se aureola de prolongaciones espaciales y temporales indefinidas".
Esta conclusión resulta grávida en consecuencia. Y, sin embargo me siento incapaz de ver cómo, en buena anología con todo el resto de la Ciencia, podríamos sustraernos a ella.
En el fondo de nosotros mismos,sin discusión posible, se nos presenta, a travé de una especie de desgarro, un interior mismo de los seres. Ello es suficiente para que en uno u otro grado, este "interior" se nos imponga como existente en todas partes y desde siempre en la Naturaleza. Dado que es un punto determinado de ella misma la Trama del Universo posee una cara interna, resulta indiscutible que es bifaz por estructura, es decir, en toda región del espacio y del tiempo, de la misma manera que es, por ejemplo granular: coextensivo a su Exterior, existe un interior de las Cosas.
IX
Ejercitémonos hasta la saciedad sobre esta verdad fundamental hasta que nos sea tan familiar como la percepción del relieve o la lectura de las palabras. Dios,
en lo que tiene de más viviente y más y más encarnado, no se halla lejos de nosotros, fuera de la esfera tangible, sino que nos espera en cada instante en la acción, en la obra del momento. En cierto modo, se halla en la punta de mi pluma, de mi pico, de mi pincel, de mi aguja; de mi corazón, de mi pensamiento. Llevando hasta su última terminación el rasgo, el golpe, el punto en que me ocupo, es cómo aprehenderé el Fin último a que tiende mi profunda voluntad. Como estas temibles energías físicas que el Hombre llega a disciplinar hasta lograr que realicen prodigios de delicadeza, de enorme poder del atractivo divino se aplica a nuestros frágiles deseos, a nuestros microscópicos objetos, sin romper su punta. Es exultante; por tanto, introduce en nuestra vida espiritual un pricipio superior de unidad, cuyo efecto específico es, con arreglo al punto de vista que se adopte, santificar el esfuerzo humano o humanizar la vida cristiana.
Ver: Teilhard de Chardin
La Misa sobre el Mundo
y otros escritos.