La Misa sobre el Mundo. Teilhard de Chardin
Comunión
Si el fuego ha descendido hasta el corazón del mundo ha sido, en última instancia, para arrebatarme y para absorberme. Desde ese momento no basta con que le contemple e intensifique continuamente su ardor mediante una fe sostenida. Es necesario que, tras haber cooperado con todas mis fuerzas a la Consagración que le hace brotar, yo consienta, al fin, en la comunión, que le proporcionará en mi persona, el alimento que, en fin de cuentas, ha venido a buscar.
Me prosterno, Dios mío, ante tu Presencia en el Universo, que se ha hecho ardiente y en los rasgos de todo lo que encuentre, y de todo lo que me suceda, y de todo lo que realice en el día de hoy, te deseo y te espero.
Es algo terrible haber nacido, es decir, encontrarse irrevocablemente arrastrado, sin haberlo querido, en un torrente de enegía formidable que parece querer destruir todo lo que lleva consigo.
Quiero, Dios mío, que en virtud de un trastueque de fuerzas, que sólo Tú puedes efectuar, el sobresalto que se adueña de mí ante las alteraciones sin número que están realizando la renovación de mi ser, se cambie en una alegría desbordante al ser tranformado en TÍ.
Comenzaré por alargar mi mano sin titubeos hacia el pan abrasa
dor que Tú me presentas. En ese pan, en el que Tú has encerrado el germen de todo desarrollo, reconozco el principio y el secreto del porvenir que me resrvas. Aceptarlo significa entregarme, lo sé perfectamente, a las potencias que arrancarán dolorosamente a mí mismo para lanzarme hacia el peligro, el trabajo, la continua renovación de las ideas, al desprendimiento austero en los efectos. Comerlo significa adquirir, respecto a lo que está totalmente por encima de todo, un gusto y una afinidad que en adelante me harán imposible las alegrías que daban calor a mi vida. Señor Jesús, acepto ser poseído por Tí, y conducido por la indefinible potencia del Cuerpo, al que me sentiré ligado, hacia las soledades a las que yo solo jamás me hubiera atrevido a acercarme.
Instintivamente como cualquier otro Hombre me gustará levantar aquí abajo mi tienda sobre una montaña elegida. Como todos mis hermanos, tengo tambien miedo del porvenir, demasiado misterioso y demasiado nuevo hacia el que me empuja la duración. Después me pregunto, tan ansioso como ellos, hacia donde va la vida.¡Ojala esta Comunión del pan con Cristo revestido con las potencias que dilatan el Mundo me libere de mi timidez y de mi negligencia!. Me arrojo, oh, Dios mío, fiado en tu palabra, en el torbellino de las luchas y de las energías entre las que se desarrollará mi poder de percibir y de experimentar tu Santa Presencia. A aquel que ame apasionadamente a Jesús oculto en las fuerzas que hacen crecer la Tierra, la Tierra, materialmente, le tomará en sus brazos gigantes y ella le hará contemplar el rostro de Dios.
Si tu Reino, Dios mío, fuese de este Mundo, me bastaría para poseerte confiarme a las potencias que nos hacen sufrir y morir
engrandeciéndonos palpablemente a nosotros o a aquello que nos es más querido que nosotros mismos.
Mas como el Término hacia el que se mueve la Tierra está del otro lado no sólo de cada cosa individual sino del conjunto de todas las cosas, como la labor del Mundo consiste no en engendrar en sí mismo una Realidad suprema, sino en consumarse por unión en un Ser preexistente, resulta que para llegar hasta el centro resplandeciente del Universo no le basta al Hombre vivir cada vez más para sí ni tampoco en convertir su vida en una causa terrestre, por muy grande que sea.
El Mundo no puede llegar hasta Tí, Señor, en último término, más que en virtud de una especie de inversión, de vuelta atrás, de excentración, en donde quede oculto durante algún tiempo no sólo el éxito de los individuos, sino la apariencia misma de todo logro humano.
Para que mi ser quede decididamente incorporado al tuyo es preciso que muera en mí no sólo la mónada, sino también el Mundo, es decir, que pase por la fase desgarradora de una disminución que no podrá ser compensada por ninguna cosa tangible. He ahí por qué, tras haber recogido en el cáliz la amargura de todas las separacioes, de todas las limitaciones, de todos los fracasos estériles, me lo tiendes. "Bebed todos de él".
CÓmo iba yo a rechazar este caliz, Señor, ahora que con el pan me has hecho gustar se ha inoculado en la médula de mi ser la inextinguible pasión de unirme a Tí, más allá de la vida, a través de la muerte. La Consagración del Mundo hubiera quedado sin terminar, desde luego, si no hubiéses animado con predilección, en favor de quienes iban a creer, las fuerzas que matan después de las fuerzas que vivifican.
Mi Comunión sería incompleta(no sería cristiana) si, juntamente con los aumentos que me trae este nuevo día, no recibiese, en mi nombre y en nombre del Mundo, como la más directa participación contigo, el trabajo oculto o manifiesto, de debilitamiento, de vejez y de muerte que mina continuamente el Universo para su salvación o condenación.
Me abandono irremisiblemente, oh, Dios mío, a las formidables acciones de disolución mediante las cuales la Divina Presencia sustituirá hoy, así quiero creerlo ciegamente, mi insignificante personalidad. A quien haya amado apasionadamente a Jesús oculto en las fuerzas que hacen morir a la Tierra la estrechará, cuando muera, entre sus brazos gigantes y se despertará con ella en el seno de Dios.
Acción Cultural Cristiana
Madrid 1997