Teología de J. Ortega y Gasset. Evolución del Cristianismo




Capítulo Tercero
De un cristianismo mítico
a otro racional



Natural-sobrenatural del cristianismo medieval

La crisis existencial, a que aludíamos en el análisis anterior, es origen de desesperación, que conduce a una primera etapa de exasperación y fenómenos extremos, como el alcoholismo y otros, con los que el hombre medieval procura evadirse de los problemas. Después viene la calma: se acepta y se reconoce que no hay esperanza, que esperar algo de sí mismo es desconocer la propia realidad.

El hombre descubre que es esencial nulidad. En lugar de creer que el hombre natural se sostiene a sí mismo, descubre que es pura dependencia, que su realidad y verdad no están en él, sino fuera de su naturaleza. Lo más importante para él, su vida, no es un asunto natural, no está en la tierra; comer, pasar hambre, sufrir o gozar y ni siquiera pensar tienen sentido.

Eso no es más que un antifaz del verdadero asunto vital, su vida sobrenatural, su cuestión con Dios. Los asuntos intramundanos son anécdotas previas a esta cuestión fundamental. La vida presente no hace más que ocultarnos la auténtica realidad, la que tenemos en lo absoluto, en Dios. De modo que lo que parecía real, la naturaleza y nosotros como parte de ella, es ahora irreal, pura fantasía, y lo que parecía irreal, la preocupación por lo absoluto o Dios es ahora la verdadera realidad.

Esta gran paradoja, esta inversión de perspectiva es la base del cristianismo medieval. Los problemas de la vida presente no tienen solución: "vivir, estar en el mundo, es constitutiva e irremediable perdición. El hombre tiene que ser salvado por lo sobrenatural. Esta vida no se cura sino con la otra. Lo único que el hombre puede hacer con sus propias fuerzas es negativo, negarse y negar el mundo, retraer de sí y de las cosas su atención y así, aligerado del peso de las cosas, ser sorbido por Dios" (En el tránsito del cristinismo al racionalismo.

La tendencia a desentenderse del mundo presente es algo que arraiga en el cristianismo medieval y que, paradógicamente, revive hoy en pleno siglo XXI dominado por la ciencia y la técnica, en ciertos movimientos espiritualistas o fideístas, que se recibieron hace unos años como "primavera de la Iglesia".

Sus promotores han sido personas conservadoras, que temerosas de las reformas que el Vaticano II pide para la adaptación de la Iglesia al mundo actual, han mediado con una espiritualidad explosiva, evanescente, que ha hecho crecer el cisma ya existente entre la Iglesia y el pueblo, que el Concilio Vaticano II quiso reparar. Estos movimientos involucionistas con la etiqueta de nueva espiritualidad, se creen en posesión absoluta de la verdad y nos muestran hoy la cara medieval del cristianismo.

Lamentablemente es así, pero lo preocupante es que la jerarquía haya preferido la espiritualidad de unos iluminados a la doctrina conciliar de Gaudium et spes, que es la que realmente se ha propuesto y es capaz de entrar en contacto con el hombre y mundo contemporáneos. Como se ha dicho, es un error permanente de la Iglesia no saber simplificar el pasado, para convertirlo en herramienta del futuro.

Conocedor ya de todo esto escribió el teólogo Karl Rahner: El Vaticano II ha sido un gran concilio que ha inaugurado una nueva época de la Iglesia. Pero no se puede tener prisa, no se puede pretender que los documentos conciliares tengan que producir efectos notables en unos pocos años. El concilio de Trento necesitó cien años para lograr afirmarse. Hoy tal vez se pueda avanzar con más rapidez, en todo caso "el concilio Vaticano II ha sido un concilio que no tiene marcha atrás para la Iglesia".

También Ortega, al definir ciertos fenómenos de la sociedad contemporánea en La rebelión de las masas, hace notar lo siguiente: se observan ciertos grupos de hombres en el horizonte europeo, que no quieren guiarse por la razón. Y se pregunta ¿se trata de fenómenos superficiales y transitorios o se inicia un nuevo tipo de hombre y de vida que está dispuesto a vivir sin la razón? (La verdad como coincidencia del hombre consigo mismo V, 89).

La paradoja cristiana, a que se refiere frecuentemente Ortega, nos acompaña una vez más, pero nos quedamos con la interpretación del cristianismo que ha hecho en la descripción de la catedral románica de Guadalajara o del cuadro de Murillo. Es decir, el cristianismo no huye del mundo, al contrario, su verdadero dinamismo le lleva a encarnarse más en él y a servirle.

Así lo hizo Cristo en la encarnación, entregando su vida a hacer un mundo nuevo, en el que fuera fácil reconocer el amor de Dios a los hombres-mujeres, porque ellos son el lugar preferido de su manifestación. Huir del mundo es huir del encuentro con Dios y condenar al mundo es no saber apreciar su obra ni conocerle a él, que nos dice: amadle, amadle, santificadas sean todas las cosas.

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