Teología de J. Ortega y Gasset. Evolución del cristianismo




Capítulo Tercero

De un cristianismo mítico
a otro racional


Vivir de cara al futuro desde el pasado

El pensamiento de Ortega, como venimos viendo, es eminentemente vital. Pues bien, la vida es una operación que se hace hacia adelante. "Vivimos originariamente hacia el futuro, disparados hacia él. Pero el futuro es lo esencialmente problemático: no podemos hacer pie en él, no tiene figura fija ni perfil decidido. ¿Cómo los va a tener si aún no es?" se pregunta Ortega.

El futuro es, además, siempre plural: "consiste en lo que puede acaecer. Y pueden acaecer muchas cosas diversas, incluso contradictorias". Esto explica la condición paradógica de la vida del hombre, que no tiene otro medio de orientarse al futuro que hacerse cargo de lo que fue el pasado, que permanece fijo e inmutable. Y como vivir es dispararse hacia el futuro, rebotamos en él como en un hermético acantilado y vamos a caer en el pasado, al que nos agarramos para volver de nuevo al futuro y realizarlo. Por paradógico que pueda parecer, es en el pasado donde encontramos los medios para realizar nuestro futuro.

Ahora bien, es patente en todo su discurso que si recordamos el pasado es en vista del futuro y porque esperamos su realización. Aquí sitúa Ortega el origen de la historia. "El hombre hace historia porque ante el futuro, que no está en su mano, se encuentra con que lo único que tiene y posee es su pasado. Sólo de él puede echar mano: es la navecilla en que se embarca hacia el inquieto porvenir. Y este rebote del futuro al pretérito acontece en el hombre a toda hora, lo mismo en lo grande que en lo trivial". (En el tránsito del cristianismo al racionalismo V, 93-94).

Así nace la conciencia de que vamos hacia un futuro problemático, porque es ir hacia una nueva forma de vida, y despierta nuestra mente y el interés para interesarnos por lo que fue la época moderna de nuestra historia, que comienza en 1600.

Pero este comienzo no lo entendemos, si no vemos primero cómo se vivía en la etapa inmediatamente anterior. Entonces nos damos cuenta de que esa etapa de donde emergió la modernidad fue una época de crisis como la nuestra. También entonces el hombre se vió obligado a salir del mundo medieval. Y no se trata de que antes de nuestro presente existiera una vida moderna y antes un Renacimiento y antes una existencia medieval.

"No se trata de una serie meramente sucesiva, sino que en ella cada estadio brota del anterior. Si hoy (el texto se sitúa en 1933) nos encontramos con el agrio aspecto de nuestra circunstancia no es por casualidad, sino porque la vida moderna fue como fue y ésta, a su vez, llevaba dentro de sí, como en su entraña el Renacimiento, que fue tal porque la Edad Media vivió como vivió, y así sucesivamente hacia atrás. Nuestra situación actual es el resultado de todo el pretérito humano..."(Ibid., 94-95).

Esta reflexión sobre la historia que abarca varios capítulos, aquí no damos más que un pequeño extracto, le sirve a Ortega para introducirnos en los estratos básicos del cristinaismo. La historia vivida por el cristianismo hunde sus raíces en el pueblo judío, en una época alejada que se suele situar en el siglo VIII a. C. Este pueblo ha vivido siempre a la espera del Mesías.

La gente vive fuera de sí, están en esta vida y en este mundo sin estar propiamente en ellos, como le sucede siempre a quien espera algo impaciente, que no está en sí, sino en el futuro que espera. ¡Ya viene, ya viene el Mesías, el instaurador del reino! El que "puede más que nosotros porque lo puede todo, que nos completa y nos salva. Y vuelve la súplica urgente que ha sostenido a este pueblo futurista: ¡marana za! ¡Señor nuestro, ven!".

Mientras que en las clases que gozan de mayor bienestar se fomenta la vanidad, el poder y el lujo, en las clases inferiores más numerosas comienza la fermentación liberadora. Por primera vez en el mundo antiguo, observa Ortega, se manifiestan las masas populares, aclamando a un salvador, al Mesías.

Estamos ahora en la época del Imperio romano, que domina sobre los judíos. Pues bien, cuando fracasa el intento de socialización del hombre que aquél emprendió, queda éste desprotegido y sin promesa de solución que dé sentido a su vida y le sirva de punto de apoyo. Y cuando todo en derredor nos falla caemos en la cuenta de que nada de eso era la auténtica realidad, lo decisivo e importante: la realidad que para cada cual queda bajo todas las apariencias es su vida individual.

Esta es la disposición del hombre que lleva a la solución cristiana, afirma categóricamente nuestro filósofo-teólogo: "No esto o lo otro es ya problema, sino la vida misma de la persona en su integridad. No es que tenga hambre, no es que padezca enfermedad o tiranía política. Ahora es el ser mismo del sujeto lo problemático. Y si la respuesta a aquellas deficiencias parciales se llama solución, la que hay que dar a este problema absoluto del ser personal se llama salvación, sotería" (Ib. 101-103).

Otros filósofos analistas del cristianismo al estilo de Ortega, se han fijado en el concepto de utopía, algo constitutivo del hombre, como ser incompleto que es. El ideal de la esencia humana, excribe Ernst Bloch, no ha llegado a ser aún en toda su realidad. El hombre tiende a la realización de sí mismo, hacia su plenitud situada en el futuro. Asimismo el mundo cósmico también está movido por un impulso hacia lo nuevo. En ambos existe este impulso que, que en el hombre como sujeto puede volverse esperanza.

El hombre vive en tanto en cuanto aspira y proyecta, es decir, en tanto en cuanto espera, en lo más profundo de sí mismo está llamado a realizarse en el futuro. Pero el primer paso para que la utopía se cumpla es saber leer la realidad del mundo y ser capaces de imaginar alternativas a la situación actual. En definitiva, imaginar un mundo mejor es condición ineludible para que se haga realidad la utopía del mundo nuevo contenida en la expresión bíblica Reino de Dios.

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