Virtudes públicas en J. Ortega y Gasset

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Virtudes públicas o laicas
en José Ortega y Gasset


Capítulo X
El socialismo


El sueño de un hombre socializado

Este es el sueño de Ortega y de otros muchos pensadores frente al liberalismo rampante de antaño y el neoliberalismo salvaje y globalizado de hoy. Hacia 1930 observa con estupor y entusiasmo, a la vez, un despertar en Europa hacia la vida pública. La vida oculta y cerrada se va debilitando.

Ya el que quiera meditar y gozar de intimidad ha de acostumbrarse a hacerlo dentro del estruendo colectivo y bullanguero que ha invadido todo, incluso el recinto sagrado de la familia antes fortaleza inexpugnable. Se hace materialmente imposible estar uno a solas consigo mismo. La fortaleza inexpugnable de la familia se va abriendo, porque cuanto más avanza un país menos importancia se concede a la familia.

Ortega hace otra observación curiosa al respecto. Siempre se había reconocido que el corazón de la familia era el hogar, pero esto ha sido sólo una interpretación romántica. El verdadero sostén de la familia no era el dios Lar ni el pater familias, sino el criado. Tan pronto como empezó a escasear el servicio doméstico, los lares, la paternidad, el altar familiar comenzó a evaporarse.

Hoy queda de vida familiar en el estilo clásico tanto cuanto queda de servidumbre. Sin criados ha tenido que simplificarse la existencia doméstica y al simplificarla se ha hecho incómoda. Hasta ese momento predominaba en Europa la educación y el fomento de la individualidad. Se había convenido que la vida tomase un carácter individual, que cada cual al vivir se sintiera único; eso es lo que significa individuo.

Pero esto ya ha cambiado de dirección. Desde hace dos generaciones, dice en el momento en que escribe (1930), el europeo tiende a desendividualizarse. No se sabe si esto será un cambio transitorio o será irreversible, lo cierto es que muchos europeos sienten necesidad de dejar de ser individuos y disolverse en lo colectivo. Es más, estos hombres consideran una delicia sentirse masa y no tener un destino exclusivo.

En una palabra, el europeo se socializa, a pesar de que tal socialización es una operación que no se contenta con exigirme que lo mío sea para los demás, sino que me obliga a que lo de los demás sea mío. Es decir, me obliga a que yo adopte las ideas y gustos de los demás. Prohibida toda exclusividad, incluso las convicciones de cada uno.

La divinidad abstracta de lo colectivo ejerce su tiranía y causa graves estragos en Europa. La prensa no respeta nuestra vida privada y hasta se cree con derecho a juzgarla, el Poder público nos pide entregar mayor parte de nuestra vida a la sociedad y las masas protestan contra cualquier tipo de exclusividad.

Esto no es nuevo en la historia humana, argumenta Ortega, ha sido lo normal, lo raro era el afán de ser individuo, único. Lo que sucede hoy no es más que retrotraernos a los tiempos de Grecia y Roma, en que no se concedía a la persona libertad para vivir por sí y para sí. El Estado tenía derecho sobre toda su existencia. Posiblemente esta furia antiindividual se debe a que las masas, en el fondo, se sienten débiles ante el destino.

A este propósito Ortega cita una página de Nietzsche que refiere cómo para las sociedades primitivas, débiles ante las dificultades de su vida, todo acto individual era considerado un crimen y el hombre que intentaba serlo era tenido como un malechor. Había que comportarse siempre y en todo conforme al uso común.

Conclusión
La obra toda de Ortega es de suma actualidad, porque la vida, que es su eje central, es una operación que se hace hacia adelante rebotados del pasado, pero sin olvidarse de éste en aras siempre del futuro. De ahí que sea actual en todos los campos: en el filosófico y teológico, así como en el cientítifco, cultural y político-social.

Centrándonos en el tema que ha sido objeto de nuestro estudio, el Dios laico y virtudes públicas, he de decir que despierta interés entre los teólogos más abiertos a los signos de los tiempos, porque la laicidad o secularidad es un valor en alza tanto en los estudios bíblicos como en la sociedad. Ha sido un error, en cambio, que la teología escolástica haya olvidado largo tiempo que el Dios bíblico y cristiano es un Dios que está en unión permanente con el pueblo (laos) y por tanto es un Dios laico o popular (laicos). Basta con abrir la Biblia para convencerse de ello.

Afortunadamente hoy los biblistas y la teología surgida del Vaticano II han redescubierto esta faceta inherente al mensaje bíblico y al cristianismo como un valor que beneficia a ambos y a sus destinatarios. Ha sido también un acierto la aportación de Ortega al respecto. Los orígenes del cristianismo son seculares, laicos hasta tal punto que se llegó a tachar a los primeros cristianos de ateos. Después, sobre todo en tiempos de la burguesía, el mensaje cristiano se desvió hacia el culto del templo como casi único lugar de encuentro con Dios. Hoy volvemos a las raíces originarias del cristianismo; según ellas, Dios se revela en el mundo que viven los hombres y mujeres en todo momento, con preferencia a otros lugares.

Como se puede constatar, la situación histórica en que está inserta hoy la fe cristiana pasa por un momento crítico debido a que se ha producido el tránsito de un mundo divinizado a un mundo hominizado. También en el hombre y la mujer se ha observado un cambio notable en sus relaciones con el mundo, porque se sienten sujetos o arquitectos de un mundo que está a su servicio y depende cada vez más de ellos. El mundo ya no se organiza según las leyes divinas o de la Iglesia, sino por las leyes que dictan los hombres. "El ser humano plenamente consciente de su dignidad y grandeza se ha vuelto sobre sí mismo para pensar y comprenderlo todo desde sí mismo". Así lo ve la teología del Vaticano II, un gran concilio que ha abierto una nueva época en la Iglesia que no tiene marcha atrás, a pesar de las reticencias de algunos sectores de la jerarquía eclesiástica.

Por otra parte, el hombre y mundo laicos de hoy están demandando asimismo unas virtudes laicas, para inyectar vitalidad y ética a la sociedad. Así la ciencia, la cultura, la política o el socialismo son las virtudes propias de este mundo nuestro que tenemos que transformar y humanizar. Para Ortega, la virtud no puede permanecer oculta más tiempo en las profundidades del alma de manera intimista, porque se desperdicia. Tiene que aflorar en un compromiso decidido en favor de la sociedad y del mundo complejo que vivimos. En ese camino precisamente se hace hoy encontradizo el Dios laico cristiano.


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