La matanza de los pobres
La matanza de los pobres
Mataron a mi papá, no sólo de bala
Miles de huérfanos han dejado ya la guerra y la represión. Muchos de estos niños viven en refugios de la capital o de otras ciudades. Allí crecen. Allí recuerdan lo que ocurrió un día con sus padres. Y a veces saben contarlo, casi siempre con ojos tristes, revelando una cicatriz que nunca se va a cerrar. Este es el relato que Yanira hizo a los 12 años recordando lo que había pasado cuando tenía 10 y vivía en un cantón de Chalatenango.
Después de matar a monseñor, la cosa se puso muy fea donde estábamos. Mi papá y dos hermanas, la Esperanza y la Justina eran catequistas en el pueblo. Todos los sábados reunían a la gente, rezaban el rosario, leían la Biblia. Y cuando era que venía el padrecito ellas le atendían y traían a la casa. Por eso, cuando murió monseñor algunas gentes del pueblo les decían:
_Ya no tienen a su obispo. Ya se acabó de estar fregando, pues en la ermita. Pero mi papá nos decía:
_Si somos católicos tenemos que ser a la brava, sin miedo,
pos no tenemos mucho que perder.
Y el compadre Juan le decía:
_Mirá vos por tus hijos. Dejá de ir a la ermita, que don José dice que vos sos de los que ponen los papeles en la puerta...Pero mi papá le contestaba:
_Si el Señor Jesús me dió a mis hijos, él me los conservará hasta que su voluntad disponga.
Un día vinieron a avisar a mi papá que se gurdara, porque unos señores habían llegado a traer a don Chepe y a Chambita. Ahí sí él se apuró y mandó a la Esperanza y a la Justina a Santa Tecla, a casa de unos familiares. Les dijo:
_Anden ustedes. Váyanse pa' otro lado, donde su tía, que son jóvenes y tienen la vida por delante. Nosotros allá nos quedamos, mi mamá y mis cuatro hermanos con él. Pero él siempre le decía a mi mamá:
_¡Váyase también usted con los niños!
Pero ella le decía:
_Es por demás. Yo no le dejo. Pa' las buenas y pa' las malas estoy con usted. Y ellos son muy pequeños. Nada les harán.
Y allí nos quedamos.
Otro día por la mañana, vino un amigo de mi papá para decirle que en la plaza unos hombres con escopetas y con machetes y las caras cubiertas con pañuelos habían preguntado por él y que allá se venían. Entonces mi papá dijo a mi mamá que nos ocultara y cerrara la puerta, que él se iba a correr para el río. Nos dio un beso y se fue. Pero otro señor le vigiló y fueron a seguirle. Y allí lo mataron. No sólo de bala.
Dice Teresa que con un corvo le cortaron en el cuello y en el lomo. Por la noche un señor nos trajo a San Salvador. Nos llevaron a un refugio y luego nos trajeron a éste. Aquí mi mamá que venía enferma, nos dio otro hermanito, el chiquito, que se llama Juan como mi papá. El refugio es nuestra casa desde hace dos años. A saber cómo estará nuestra casa. Allí nos han bombardeado, dicen, y han quedado las cosas.
Pero primero Dios que vamos a regresar.
(Carta a las Iglesias, núm 32, noviembre 1982)
María López Vigil/Jon Sobrino, La matanza de los pobres
Ediciones HOAC 1988
Monseñor Romero previó su propio martirio:
He estado amenazado de muerte frecuentemente.
He de decirles que como cristiano no creo en la muerte sin resurrección: si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño.
Lo digo sin ninguna jactancia, con gran humildad.
Como pastor, estoy obligado, por mandato divino, a dar la vida por aquellos a quienes amo, que son todos los salvadoreños,incluso por aquellos que vayan a asesinarme.
Si llegasen a cumplirse las amenazas, desde ahora ofrezco a Dios mi sangre por la redención y por la resurrección de El Salvador.
El martirio es una gracia de Dios, que no creo merecerlo.
Pero si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea semilla de libertad y la señal de que la esperanza será pronto una realidad.
Mi muerte, si es aceptada por Dios, sea para la liberación de mi pueblo
y como un testimonio de esperanza en el futuro.
Puede decir usted, si llegan a matarme, que perdono y bendigo a aquellos que lo hagan.
De esta manera se convencerán que pierden su tiempo.
Un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, nunca perecerá.
(Entrevista, marzo 1980).
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Mataron a mi papá, no sólo de bala
Miles de huérfanos han dejado ya la guerra y la represión. Muchos de estos niños viven en refugios de la capital o de otras ciudades. Allí crecen. Allí recuerdan lo que ocurrió un día con sus padres. Y a veces saben contarlo, casi siempre con ojos tristes, revelando una cicatriz que nunca se va a cerrar. Este es el relato que Yanira hizo a los 12 años recordando lo que había pasado cuando tenía 10 y vivía en un cantón de Chalatenango.
Después de matar a monseñor, la cosa se puso muy fea donde estábamos. Mi papá y dos hermanas, la Esperanza y la Justina eran catequistas en el pueblo. Todos los sábados reunían a la gente, rezaban el rosario, leían la Biblia. Y cuando era que venía el padrecito ellas le atendían y traían a la casa. Por eso, cuando murió monseñor algunas gentes del pueblo les decían:
_Ya no tienen a su obispo. Ya se acabó de estar fregando, pues en la ermita. Pero mi papá nos decía:
_Si somos católicos tenemos que ser a la brava, sin miedo,
pos no tenemos mucho que perder.
Y el compadre Juan le decía:
_Mirá vos por tus hijos. Dejá de ir a la ermita, que don José dice que vos sos de los que ponen los papeles en la puerta...Pero mi papá le contestaba:
_Si el Señor Jesús me dió a mis hijos, él me los conservará hasta que su voluntad disponga.
Un día vinieron a avisar a mi papá que se gurdara, porque unos señores habían llegado a traer a don Chepe y a Chambita. Ahí sí él se apuró y mandó a la Esperanza y a la Justina a Santa Tecla, a casa de unos familiares. Les dijo:
_Anden ustedes. Váyanse pa' otro lado, donde su tía, que son jóvenes y tienen la vida por delante. Nosotros allá nos quedamos, mi mamá y mis cuatro hermanos con él. Pero él siempre le decía a mi mamá:
_¡Váyase también usted con los niños!
Pero ella le decía:
_Es por demás. Yo no le dejo. Pa' las buenas y pa' las malas estoy con usted. Y ellos son muy pequeños. Nada les harán.
Y allí nos quedamos.
Otro día por la mañana, vino un amigo de mi papá para decirle que en la plaza unos hombres con escopetas y con machetes y las caras cubiertas con pañuelos habían preguntado por él y que allá se venían. Entonces mi papá dijo a mi mamá que nos ocultara y cerrara la puerta, que él se iba a correr para el río. Nos dio un beso y se fue. Pero otro señor le vigiló y fueron a seguirle. Y allí lo mataron. No sólo de bala.
Dice Teresa que con un corvo le cortaron en el cuello y en el lomo. Por la noche un señor nos trajo a San Salvador. Nos llevaron a un refugio y luego nos trajeron a éste. Aquí mi mamá que venía enferma, nos dio otro hermanito, el chiquito, que se llama Juan como mi papá. El refugio es nuestra casa desde hace dos años. A saber cómo estará nuestra casa. Allí nos han bombardeado, dicen, y han quedado las cosas.
Pero primero Dios que vamos a regresar.
(Carta a las Iglesias, núm 32, noviembre 1982)
María López Vigil/Jon Sobrino, La matanza de los pobres
Ediciones HOAC 1988
Monseñor Romero previó su propio martirio:
He estado amenazado de muerte frecuentemente.
He de decirles que como cristiano no creo en la muerte sin resurrección: si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño.
Lo digo sin ninguna jactancia, con gran humildad.
Como pastor, estoy obligado, por mandato divino, a dar la vida por aquellos a quienes amo, que son todos los salvadoreños,incluso por aquellos que vayan a asesinarme.
Si llegasen a cumplirse las amenazas, desde ahora ofrezco a Dios mi sangre por la redención y por la resurrección de El Salvador.
El martirio es una gracia de Dios, que no creo merecerlo.
Pero si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea semilla de libertad y la señal de que la esperanza será pronto una realidad.
Mi muerte, si es aceptada por Dios, sea para la liberación de mi pueblo
y como un testimonio de esperanza en el futuro.
Puede decir usted, si llegan a matarme, que perdono y bendigo a aquellos que lo hagan.
De esta manera se convencerán que pierden su tiempo.
Un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, nunca perecerá.
(Entrevista, marzo 1980).
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