El obispo Fidel García, reivindicado
Nombrado obispo de Calahorra y La Calzada en 1920, en 1953 se vio forzado a dimitir ante la amenaza de divulgar un documento falso que le acusaba de haber sido sorprendido, a sus 72 años, en un piso donde se practicaba la prostitución de menores, con sórdidos detalles.
Todo fue un sucio montaje de los servicios informativos del régimen, iniciado por un concejal falangista de Logroño y proseguido con la vergonzosa colaboración de alguna institución eclesiástica, para acallar una voz discordante dentro del complaciente episcopado de entonces.
Desde su inicial formación tradicional, había ido evolucionando hacia posiciones más abiertas y críticas. Cuando en marzo de 1937 Pío XI promulgó simultáneamente tres encíclicas, una contra el comunismo, otra contra el nazismo y una tercera sobre la situación de los cristianos en México, en la España de Franco se divulgó ampliamente la del comunismo, pero se impidió la difusión de la del nazismo.
El embajador alemán había dicho a Franco que esperaba que en España no se daría a conocer. Franco pidió al cardenal Gomá que así se hiciera, y éste dijo a los obispos que no era oportuno publicar aquella encíclica. El Vaticano, que estaba muy preocupado por el influjo nazi en la nueva España, quería que se diera a conocer. Sólo la publicaron la revista de los jesuitas Razón y Fe y el Boletín Oficial Eclesiástico de Calahorra y La Calzada.
Mons. García Fernández fue más dócil a Pío XI que a Gomá, Franco y Hitler. Pero el influjo nazi, a través sobre todo de Falange, persistía, y el prelado riojano publicó en 1942 una Instrucción pastoral sobre algunos errores modernos que repetía la condena del nazismo. La pastoral fue prohibida por el gobierno, pero por su tenor único, el documento tuvo fuerte resonancia, incluso internacional.
Mons. Fidel García siguió valientemente en la misma línea crítica, y ya no estaba solo. Ante el referéndum de 1947 sobre la Ley de Sucesión (que perpetuaba el poder de Franco), 27 obispos publicaron cartas pastorales sobre el deber de votar y sugiriendo, más o menos descaradamente, el voto afirmativo. Pero nueve prelados creyeron que aquello era una posición política, como tal discutible, y que la Iglesia debía abstenerse, y por eso no publicaron cartas pastorales al respecto. Fueron los arzobispos Muñiz Pablos, de Santiago, y Segura Sáenz, de Sevilla, y los obispos Pildain (Canarias), Quiroga Palacios (Mondoñedo), Rubio (Osma), Zarranz (Plasencia), Llorente (Segovia), Enrique y Tarancón (Solsona) y, destacadamente, García Martínez (Calahorra), quien, además, envió a Roma un informe crítico sobre aquel referéndum.
La venganza del régimen se maduró largamente, pero no se lo perdonaron. Es tal vez el caso más precoz y también más cruel del anticlericalismo de derechas que entonces se desencadenó: el nacionalcatolicismo colmaba de honores y favores a las autoridades eclesiásticas en tanto cuanto le eran adictas, pero cuando empezaron la voces disidentes, que simplemente no querían que la Iglesia se identificara con el régimen, las vejaciones y sanciones se multiplicaron. Recuerdo un chiste de Vida Nueva, de un cura que empezaba su homilía diciendo: “Carísimos hermanos. Y digo carísimos por la multa que me van a poner”. Mons. Fidel García fue el gran precursor de los curas críticos.
El libro que comento ha requerido de su autora bastantes años de trabajo. Su investigación ha sido exhaustiva. Ha examinado 18 archivos (públicos, eclesiásticos y privados), ha revuelto hemerotecas y la bibliografía sobre el contexto eclesiástico y político (no solo citada, sino realmente leída y oportunamente aducida) es exhaustiva Me ha llamado espacialmente la atención lo que cuenta de la actuación de nuestro prelado en el Vaticano II.
Había dimitido de la sede calagurritana, pero la Santa Sede le había concedido un obispado titular. Se había retirado a la Facultad jesuítica de Oña y en aquel retiro se aplicaba al trabajo intelectual, con varias publicaciones teológicas. En el concilio Vaticano II tuvo intervenciones importantes, que han merecido que algunos lo hayan conceptuado como el más destacado de los obispos españoles (que en general ejercieron un papel bastante gris). Por ello el P. Félix A. Morlion, O.P., rector de la Università Internazionale degli Studi Sociali de Roma, le invitó, con una carta muy expresiva, a visitar aquella universidad, “que fue fundada ya hace años para aplicar los principios que, ahora, han sido promulgados por el Concilio”. Y le aseguraba que sus oraciones personales y las de sus colaboradores le acompañarían, al término del concilio, en el cumplimiento de sus tareas, “ya sean las habituales ya sean nuevas”.
El P. Morlion, además de ser eclesialmente muy abierto, estaba muy bien relacionado e informado. Baste decir que él fue quien promovió la intervención de Juan XXIII para superar la crisis de los misiles de Cuba, que había estallado en 1962, apenas quince días después de la inauguración del Concilio. Por eso tengo la seguridad de que estaba al corriente del drama de nuestro obispo, y aquella invitación quería ser una rehabilitación.
Dice en el prólogo el prólogo el profesor Tamayo: “El propósito de la doctora San Felipe no es puramente biográfico de carácter positivista, menos aún hagiográfico. Lo que pretende es rehabilitar la dignidad que le quisieron negar a D. Fidel García Martínez las fuerzas más oscuras, vengativas e irracionales al servicio del sistema dictatorial. De lo que se trata es de hacer memoria de su disidencia política y religiosa a través de sus pronunciamientos públicos”.