"El nazareno crucificado, levantado sobre el resto, será la medicina, el icono curativo de amor" Asombrosa paradoja

"No se trata de creer en él, sino de transformarnos desde él, sintonizar nuestra vida desde la Fuente de agua viva desde la que Jesús mismo bebé para ser el Cristo que estamos llamados a ser"
"Este tiempo que vislumbra ya la Semana de Pasión es siempre oportunidad para aligerar las cargas, para descubrir los extravíos, la dispersión y las ideas locas que modulan nuestra vida"
"Para sentir la pasión, la aventura del amor que no sólo no abandonó, sino que se entrega, hay que caer de nuestra arrogancia, ¡hay que bajarse del burro!"
"Para sentir la pasión, la aventura del amor que no sólo no abandonó, sino que se entrega, hay que caer de nuestra arrogancia, ¡hay que bajarse del burro!"
Pablo recuerda en la carta a los Romanos que “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (5,20) y hoy escuchamos a Moisés pidiéndole al pueblo que construyan una serpiente de bronce que poder mirar cuando las serpientes les piquen y así lidiar satisfactoriamente con el veneno. Como sucede con una vacuna, en el veneno se halla la sanación. En sendos casos, nos encontramos una extraña paradoja que Jesús desarrolla de forma asombrosa en y con su vida. El nazareno crucificado, levantado sobre el resto, será la medicina, el icono curativo de amor que haga añicos las pequeñas lógicas humanas desde las que vivimos.
Jesús anticipa hoy lo que sucederá dentro de unos días, pues quiere descubrir cuál es el plan curativo que Dios tiene para el mundo. Él se convertirá en la medicina definitiva que rompa el mecanismo del chivo expiatorio. Su entrega es digna de ser elevada y colocada para que pueda contemplarse más allá del tormento, más allá de su dureza, pues trasluce el sentido último y profundo del amor que no se queda encerrado en sí mismo, que no se excusa, que no busca estrategias para escapar de la realidad, que jamás usa al otro como objeto. Ese modo de actuar que es “de aquí abajo” en contraposición al “allá arriba” desde el que opera Jesús.
Él no comunica lo suyo, no viene a mostrar su realidad, sus logros ni inquietudes egocentradas, “no hace nada por su cuenta”, sino que es parábola de Dios; su existencia es desvelar la esencia del Padre, cómo es el Abbá al que reza y al que tiene su vida anclada. Todo lo que hace es lo que el Padre le ha enseñado, pues anda presente en su vida acompañándolo como aliento que inspira, alivia y anima.

Podríamos pensar que esta es su historia y que lo que nos queda es admirarla en su grandeza, pero esto sería empequeñecerla ya que él es lo Humano a lo que estamos llamados, es el símbolo que puede armonizar nuestra vida desde dentro y no desde la simple plegaria que lo distancie tanto de nosotros que haga imposible la verdadera fe. No se trata de creer en él, sino de transformarnos desde él, sintonizar nuestra vida desde la Fuente de agua viva desde la que Jesús mismo bebé para ser el Cristo que estamos llamados a ser. Hijos a través del Hijo, porque el Padre que nos llama es el mismo que siempre se alegra por todos.
Este tiempo que vislumbra ya la Semana de Pasión es siempre oportunidad para aligerar las cargas, para descubrir los extravíos, la dispersión y las ideas locas que modulan nuestra vida
Este tiempo que vislumbra ya la Semana de Pasión es siempre oportunidad para aligerar las cargas, para descubrir los extravíos, la dispersión y las ideas locas que modulan nuestra vida. Para sentir la pasión, la aventura del amor que no sólo no abandonó, sino que se entrega, hay que caer de nuestra arrogancia, ¡hay que bajarse del burro! Pero esta experiencia sólo puede darse si permitimos que Dios se diga en nuestra vida, si lo pedimos aun sin saber pedir… si lo oramos a pesar de no saber recibir el abrazo que se nos está dando a cada momento. Si mirando la vulnerabilidad que descubren las injusticias de todo tipo algo se quiebra en nuestro interior.
Hay un asombro sobrecogedor en la paradoja que Jesús nos descubre: el amor, el vínculo, jamás se pierde cuando se entrega lo más hermoso y preciado que se nos regaló. Ahí radica el Misterio que torna en Vida la pequeña vida, que deja al descubierto el origen del que brota el “yo soy” que cada uno es: el único y gran “Yo Soy”. Jesús señala el umbral y hoy nos da cuenta de ello.
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