La Iglesia y las herejías.
El diccionario de la Real Academia Española de la lengua define "herejía" del siguiente modo: "En relación con una doctrina religiosa, error sostenido con pertinacia."
El nº 2089 del Catecismo de la Iglesia Católica lo define así: "Se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma".
La Iglesia, desde sus orígenes, ha tenido que enfrentarse al influjo de las herejías. Nos lo narra de forma resumida el propio catecismo:
465 Las primeras herejías negaron menos la divinidad de Jesucristo que su humanidad verdadera (docetismo gnóstico). Desde la época apostólica la fe cristiana insistió en la verdadera encarnación del Hijo de Dios, "venido en la carne" (cf. 1 Jn 4, 2-3; 2 Jn 7). Pero desde el siglo III, la Iglesia tuvo que afirmar frente a Pablo de Samosata, en un Concilio reunido en Antioquía, que Jesucristo es Hijo de Dios por naturaleza y no por adopción. El primer Concilio Ecuménico de Nicea, en el año 325, confesó en su Credo que el Hijo de Dios es «engendrado, no creado, "de la misma substancia" [en griego homousion] que el Padre» y condenó a Arrio que afirmaba que "el Hijo de Dios salió de la nada" (Concilio de Nicea I: DS 130) y que sería "de una substancia distinta de la del Padre" (Ibíd., 126).
466 La herejía nestoriana veía en Cristo una persona humana junto a la persona divina del Hijo de Dios. Frente a ella san Cirilo de Alejandría y el tercer Concilio Ecuménico reunido en Éfeso, en el año 431, confesaron que "el Verbo, al unirse en su persona a una carne animada por un alma racional, se hizo hombre" (Concilio de Éfeso: DS, 250). La humanidad de Cristo no tiene más sujeto que la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido y hecho suya desde su concepción. Por eso el concilio de Éfeso proclamó en el año 431 que María llegó a ser con toda verdad Madre de Dios mediante la concepción humana del Hijo de Dios en su seno: "Madre de Dios, no porque el Verbo de Dios haya tomado de ella su naturaleza divina, sino porque es de ella, de quien tiene el cuerpo sagrado dotado de un alma racional [...] unido a la persona del Verbo, de quien se dice que el Verbo nació según la carne" (DS 251).
467 Los monofisitas afirmaban que la naturaleza humana había dejado de existir como tal en Cristo al ser asumida por su persona divina de Hijo de Dios. Enfrentado a esta herejía, el cuarto Concilio Ecuménico, en Calcedonia, confesó en el año 451:
«Siguiendo, pues, a los Santos Padres, enseñamos unánimemente que hay que confesar a un solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad, y perfecto en la humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente hombre compuesto de alma racional y cuerpo; consubstancial con el Padre según la divinidad, y consubstancial con nosotros según la humanidad, "en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado" (Hb 4, 15); nacido del Padre antes de todos los siglos según la divinidad; y por nosotros y por nuestra salvación, nacido en los últimos tiempos de la Virgen María, la Madre de Dios, según la humanidad.
Se ha de reconocer a un solo y mismo Cristo Señor, Hijo único en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación. La diferencia de naturalezas de ningún modo queda suprimida por su unión, sino que quedan a salvo las propiedades de cada una de las naturalezas y confluyen en un solo sujeto y en una sola persona» (Concilio de Calcedonia; DS, 301-302).
468 Después del Concilio de Calcedonia, algunos concibieron la naturaleza humana de Cristo como una especie de sujeto personal. Contra éstos, el quinto Concilio Ecuménico, en Constantinopla, el año 553 confesó a propósito de Cristo: "No hay más que una sola hipóstasis [o persona] [...] que es nuestro Señor Jesucristo, uno de la Trinidad" (Concilio de Constantinopla II: DS, 424). Por tanto, todo en la humanidad de Jesucristo debe ser atribuido a su persona divina como a su propio sujeto (cf. ya Concilio de Éfeso: DS, 255), no solamente los milagros sino también los sufrimientos (cf. Concilio de Constantinopla II: DS, 424) y la misma muerte: "El que ha sido crucificado en la carne, nuestro Señor Jesucristo, es verdadero Dios, Señor de la gloria y uno de la Santísima Trinidad" (ibíd., 432).
469 La Iglesia confiesa así que Jesús es inseparablemente verdadero Dios y verdadero Hombre. Él es verdaderamente el Hijo de Dios que se ha hecho hombre, nuestro hermano, y eso sin dejar de ser Dios, nuestro Señor:
Id quod fuit remansit et quod non fuit assumpsit ("Sin dejar de ser lo que era ha asumido lo que no era"), canta la liturgia romana (Solemnidad de la Santísima Virgen María, Madre de Dios, Antífona al «Benedictus»; cf. san León Magno, Sermones 21, 2-3: PL 54, 192). Y la liturgia de san Juan Crisóstomo proclama y canta: "¡Oh Hijo unigénito y Verbo de Dios! Tú que eres inmortal, te dignaste, para salvarnos, tomar carne de la santa Madre de Dios y siempre Virgen María. Tú, Cristo Dios, sin sufrir cambio te hiciste hombre y, en al cruz, con tu muerte venciste la muerte. Tú, Uno de la Santísima Trinidad, glorificado con el Padre y el Santo Espíritu, ¡sálvanos! (Oficio Bizantino de las Horas, Himno O' Monogenés".
Prácticamente la totalidad de los Concilios que han tenido lugar en la Iglesia han sido de carácter apologético, menos el Concilio Vaticano II que no fue convocado para responder a ninguna herejía cuanto con el interés de un conveniente "aggiornamento" (actualización)para entrar en diálogo con la realidad del mundo contemporáneo.
Hoy en día probablemente no asistimos a grandes herejías como en siglos pasados pero, sin duda, la Iglesia sigue custodiando el depósito de la fe recibida con celo y fidelidad. En nuestros días nos encontramos con un grave peligro que de manera sutil y silenciosa resulta también una amenaza para la unidad de la Iglesia y para la defensa de una única fe universal. Se trata del RELATIVISMO.
El relativismo que ya domina en la cultura secular de nuestros días va entrando por las rendijas de la iglesia de forma decidida y constante... los cristianos que vivimos en este mundo y somos hijos de nuestras épocas también nos vemos influenciados por las corrientes de pensamiento que imperan en las sociedades.
La RAE define el "relativismo" como la "Teoría que niega el carácter absoluto del conocimiento, al hacerlo depender del sujeto que conoce". Dicho popularmente nada es verdad ni mentira, todo depende del color con que se mira. Esto llevado a la fe se convierte en las temibles termitas que asolan una madera... poco a poco van acabando con ella.
Ante esta seria amenaza creo conveniente recordar varias cosas:
1º/ Los cristianos no vivimos nuestra fe de forma individualista y aislada. Somos miembros de un cuerpo, de una familia, de una comunidad que permanece unida en torno a una única fe.
2º/ Por el bautismo se nos regaló la fe de la Iglesia y a los padres y padrinos se encomendó acrecentar esa fe para que el niño crezca amando a Dios y a la Iglesia. No es una fe "personal" sino comunitaria. Aunque es la persona que se adhiere, se suma a la fe de la comunidad.
3º/ La dictadura del relativismo deforma la realidad imponiéndose la idea de que no existen verdades absolutas y que todo depende la opinión personal y subjetiva. La fe católica es una verdad revelada y absoluta, la Iglesia la recibe (tradición), la custodia (doctrina) y la transmite fielmente (magisterio).
Estemos alerta y valoremos la formación continua bebiendo de las enseñanzas hermosas que nos ofrece la Iglesia como el hijo solícito que escucha con atención y amor los consejos de su madre
El nº 2089 del Catecismo de la Iglesia Católica lo define así: "Se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma".
La Iglesia, desde sus orígenes, ha tenido que enfrentarse al influjo de las herejías. Nos lo narra de forma resumida el propio catecismo:
465 Las primeras herejías negaron menos la divinidad de Jesucristo que su humanidad verdadera (docetismo gnóstico). Desde la época apostólica la fe cristiana insistió en la verdadera encarnación del Hijo de Dios, "venido en la carne" (cf. 1 Jn 4, 2-3; 2 Jn 7). Pero desde el siglo III, la Iglesia tuvo que afirmar frente a Pablo de Samosata, en un Concilio reunido en Antioquía, que Jesucristo es Hijo de Dios por naturaleza y no por adopción. El primer Concilio Ecuménico de Nicea, en el año 325, confesó en su Credo que el Hijo de Dios es «engendrado, no creado, "de la misma substancia" [en griego homousion] que el Padre» y condenó a Arrio que afirmaba que "el Hijo de Dios salió de la nada" (Concilio de Nicea I: DS 130) y que sería "de una substancia distinta de la del Padre" (Ibíd., 126).
466 La herejía nestoriana veía en Cristo una persona humana junto a la persona divina del Hijo de Dios. Frente a ella san Cirilo de Alejandría y el tercer Concilio Ecuménico reunido en Éfeso, en el año 431, confesaron que "el Verbo, al unirse en su persona a una carne animada por un alma racional, se hizo hombre" (Concilio de Éfeso: DS, 250). La humanidad de Cristo no tiene más sujeto que la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido y hecho suya desde su concepción. Por eso el concilio de Éfeso proclamó en el año 431 que María llegó a ser con toda verdad Madre de Dios mediante la concepción humana del Hijo de Dios en su seno: "Madre de Dios, no porque el Verbo de Dios haya tomado de ella su naturaleza divina, sino porque es de ella, de quien tiene el cuerpo sagrado dotado de un alma racional [...] unido a la persona del Verbo, de quien se dice que el Verbo nació según la carne" (DS 251).
467 Los monofisitas afirmaban que la naturaleza humana había dejado de existir como tal en Cristo al ser asumida por su persona divina de Hijo de Dios. Enfrentado a esta herejía, el cuarto Concilio Ecuménico, en Calcedonia, confesó en el año 451:
«Siguiendo, pues, a los Santos Padres, enseñamos unánimemente que hay que confesar a un solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad, y perfecto en la humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente hombre compuesto de alma racional y cuerpo; consubstancial con el Padre según la divinidad, y consubstancial con nosotros según la humanidad, "en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado" (Hb 4, 15); nacido del Padre antes de todos los siglos según la divinidad; y por nosotros y por nuestra salvación, nacido en los últimos tiempos de la Virgen María, la Madre de Dios, según la humanidad.
Se ha de reconocer a un solo y mismo Cristo Señor, Hijo único en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación. La diferencia de naturalezas de ningún modo queda suprimida por su unión, sino que quedan a salvo las propiedades de cada una de las naturalezas y confluyen en un solo sujeto y en una sola persona» (Concilio de Calcedonia; DS, 301-302).
468 Después del Concilio de Calcedonia, algunos concibieron la naturaleza humana de Cristo como una especie de sujeto personal. Contra éstos, el quinto Concilio Ecuménico, en Constantinopla, el año 553 confesó a propósito de Cristo: "No hay más que una sola hipóstasis [o persona] [...] que es nuestro Señor Jesucristo, uno de la Trinidad" (Concilio de Constantinopla II: DS, 424). Por tanto, todo en la humanidad de Jesucristo debe ser atribuido a su persona divina como a su propio sujeto (cf. ya Concilio de Éfeso: DS, 255), no solamente los milagros sino también los sufrimientos (cf. Concilio de Constantinopla II: DS, 424) y la misma muerte: "El que ha sido crucificado en la carne, nuestro Señor Jesucristo, es verdadero Dios, Señor de la gloria y uno de la Santísima Trinidad" (ibíd., 432).
469 La Iglesia confiesa así que Jesús es inseparablemente verdadero Dios y verdadero Hombre. Él es verdaderamente el Hijo de Dios que se ha hecho hombre, nuestro hermano, y eso sin dejar de ser Dios, nuestro Señor:
Id quod fuit remansit et quod non fuit assumpsit ("Sin dejar de ser lo que era ha asumido lo que no era"), canta la liturgia romana (Solemnidad de la Santísima Virgen María, Madre de Dios, Antífona al «Benedictus»; cf. san León Magno, Sermones 21, 2-3: PL 54, 192). Y la liturgia de san Juan Crisóstomo proclama y canta: "¡Oh Hijo unigénito y Verbo de Dios! Tú que eres inmortal, te dignaste, para salvarnos, tomar carne de la santa Madre de Dios y siempre Virgen María. Tú, Cristo Dios, sin sufrir cambio te hiciste hombre y, en al cruz, con tu muerte venciste la muerte. Tú, Uno de la Santísima Trinidad, glorificado con el Padre y el Santo Espíritu, ¡sálvanos! (Oficio Bizantino de las Horas, Himno O' Monogenés".
Prácticamente la totalidad de los Concilios que han tenido lugar en la Iglesia han sido de carácter apologético, menos el Concilio Vaticano II que no fue convocado para responder a ninguna herejía cuanto con el interés de un conveniente "aggiornamento" (actualización)para entrar en diálogo con la realidad del mundo contemporáneo.
Hoy en día probablemente no asistimos a grandes herejías como en siglos pasados pero, sin duda, la Iglesia sigue custodiando el depósito de la fe recibida con celo y fidelidad. En nuestros días nos encontramos con un grave peligro que de manera sutil y silenciosa resulta también una amenaza para la unidad de la Iglesia y para la defensa de una única fe universal. Se trata del RELATIVISMO.
El relativismo que ya domina en la cultura secular de nuestros días va entrando por las rendijas de la iglesia de forma decidida y constante... los cristianos que vivimos en este mundo y somos hijos de nuestras épocas también nos vemos influenciados por las corrientes de pensamiento que imperan en las sociedades.
La RAE define el "relativismo" como la "Teoría que niega el carácter absoluto del conocimiento, al hacerlo depender del sujeto que conoce". Dicho popularmente nada es verdad ni mentira, todo depende del color con que se mira. Esto llevado a la fe se convierte en las temibles termitas que asolan una madera... poco a poco van acabando con ella.
Ante esta seria amenaza creo conveniente recordar varias cosas:
1º/ Los cristianos no vivimos nuestra fe de forma individualista y aislada. Somos miembros de un cuerpo, de una familia, de una comunidad que permanece unida en torno a una única fe.
2º/ Por el bautismo se nos regaló la fe de la Iglesia y a los padres y padrinos se encomendó acrecentar esa fe para que el niño crezca amando a Dios y a la Iglesia. No es una fe "personal" sino comunitaria. Aunque es la persona que se adhiere, se suma a la fe de la comunidad.
3º/ La dictadura del relativismo deforma la realidad imponiéndose la idea de que no existen verdades absolutas y que todo depende la opinión personal y subjetiva. La fe católica es una verdad revelada y absoluta, la Iglesia la recibe (tradición), la custodia (doctrina) y la transmite fielmente (magisterio).
Estemos alerta y valoremos la formación continua bebiendo de las enseñanzas hermosas que nos ofrece la Iglesia como el hijo solícito que escucha con atención y amor los consejos de su madre