Apariciones de Jesús: Prueba histórica o signo de fe

En general, las apariciones se toman hoy como fenómenos raros y, por lo menos, ambiguos. En principio, si alguien nos viene hablando de apariciones, solemos dudar de su testimonio y, en general, de su misma normalidad psicológica. Las cosas serias no se prueban con “apariciones”... Pero, en el fondo de las llamadas apariciones de Jesús resucitado parece haber un testimonio fuerte de fe, el convencimiento de una presencia real de Cristo (pero en una dimensión que no es sin más la dimensión de los fenómenos físicos dentro de la historia)

Se suele decir que la iglesia cristiana ha querido probar la resurrección de Jesús con las apariciones... pero las cosas son más complejas, pues está en juego el sentido de la palabra "prueba" (que no es demostración) y está en juego el sentido de las apariciones, como hechos físicos o como experiencias de una fe que transforma la vida de los cristianos.


Se trata por tanto de saber cómo fueron esas apariciones. Si ellas fueron reales en sentido físico externo, si Jesús vino y se mostró de un modo físico… O si fueron más bien “visiones” (experiencias personales de las mujeres y de los apóstoles).

No tenemos duda alguna de que ellos tuvieron “visiones” (vieron, sintieron, quedaron cambiados…). Pero es más difícil probar que Jesús se les mostró “físicamente”. En este contexto quiero recordar unas palabras antiguas de A. T. Queiruga:

Nuestra fe en la resurrección no puede seguir fundamentándose en unos fenómenos rarísimos, en experiencias supra-naturales que habrían tenido los primeros apóstoles. Si realmente sucediesen así, harían que para ellos la resurrección dejase de ser objeto de fe, dado que se les presentaba como algo visible, tangible, mensurable, que había que aceptar como evidente. Pienso que lo que los apóstoles vivieron cuando descubrieron la resurrección de Jesús debió de ser lo más parecido a lo que hoy nos sucede a nosotros, cuando nos ponemos ante esta realidad. Para entenderlo así, tendremos que morir a muchas cosas que se nos han dicho, para poder entrar en una más verdadera y actual comprensión de la resurrección (ECLESALIA, 9 de mayo de 2003).


Pues bien, para iluminar el tema y para ayudar a pensar, he querido ofrecer un largo post (según mi estilo). Consta de tres partes: Tema básico; lista de apariciones-visiones del NT; presentación y sentido de las “apariciones principales”.

La parte final del post la he venido exponiendo en los días pasados, de formas distintas... Pero la dejo así, pues servirá para que algunos se hagan una idea de la "apariciones" de fondo que ofrece el NT, como testimonio de fe en Jesús (de presencia de Jesús), más que como demostración de un hecho físico. Dejo para los lectores las conclusiones… o las ofreceré yo mañana. Buen día a todos.

1. TEMA BÁSICO

Las apariciones pascuales están en el principio de la iglesia. En un sentido, ellas constituyen un fenómeno único, que sólo ha podido darse una vez en la historia, pues una vez sucedida se expande, como el descubrimiento de un continente nuevo de vida, como una mutación se va extendiendo. Pero, en otro sentido, ellas se actualizan en la iglesia, definiendo su tarea constante.

1. Las apariciones pascuales expresan o quieren expresar la presencia viva de un muerto. ¿Se puede aplicar esta experiencia a otras personas, que decimos que están vivas y que siguen influyendo en quienes las recuerdan, situando en ese fondo las afirmaciones que presentan a Jesús como el “primer resucitado”, el que abre a los demás el “continente” de la resurrección?.

2. Las apariciones de Jesús son experiencias teológicas y antropológicas. Han de entenderse como signo de la acción y presencia de Dios, pero están vinculadas también a la vida humana de Jesús. ¿Por qué han podido verle resucitado precisamente a él y no a otros? ¿Qué elementos de su vida anticipan y sitúan esta experiencia pascual? ¿Qué significa ver en este contexto? ¿Es lo mismo aparecerse que ver?

3. Situar las diversas experiencias pascuales en el contexto social y personal de los protagonistas. ¿Se pueden entender de un modo psicológico? ¿Qué tipo de sicología y vivencia espiritual está presente en esas experiencias? ¿Qué nueva forma de humanidad suponen?

4. ¿Cómo se funda la experiencia de las mujeres? ¿Desde su amor a Jesús y desde su propia sensibilidad ante la muerte? ¿Ha podido influir en ellas la transformación del llanto funerario, común en muchas culturas, en canto de victoria por el muerto? ¿De qué forma ha podido influido en ellas la ausencia de cadáver?

5. ¿De qué forma se entiende la experiencia de Pedro y de los Doce? ¿Cómo superación del rechazo anterior? ¿Como elaboración del recuerdo de Jesús? ¿Ha podido influir en ello, además del retorno a Galilea, la reflexión sobre algunos datos de la Escritura?

6. Estudiar de un modo personal los textos de la experiencia pascual de Pablo. Comparar para ello los relatos de Hechos y el testimonio de las cartas (1 Cor, Gal). La experiencia pascual aparece como un modo nuevo de ver a Jesús, de entenderle y descubrir su presencia en la vida de los cristianos y de todos los hombres.

2. LISTA GENERAL DE APARICIONES

Las tradiciones pascuales del origen de la Iglesia no se pueden armonizar de manera historicista, colocándolas una tras otra, en una tabla cronológica, pues ellas se sitúan en perspectivas distintas y responden a diversas preguntas e intereses. De todas formas, la tradición exegética antigua ha tendido a “crear” un esquema (armonía) de apariciones, creando así una especie de imaginario pascual y eclesial, que conviene presentar aquí, pues hay lectores que mantienen interés por ese tema. Éstas podrían ser algunas de las que definen y marcan el origen de la iglesia:

a. Sepulcro vacío. Aparición de mujeres:

1. Tres mujeres van al sepulcro (Mt 28, 1-3; Mc 16,1-3; Lc 24,1;
Jn 20,1): motivo común, una constante en el origen de la Iglesia

2.El ángel de Dios abre el sepulcro: ese tema de fondo aparece en Mt 28,2-4, pero ha sido desarrollado por Ev. apócrifo de Pedro.

3.Las tres mujeres llegan al sepulcro, descubren que está abierto y ven dentro a un joven (ángel) que les dice que ha resucitado, mandándoles que vayan y lo anuncien a los discípulos y a Pedro (cf. Mc 16,4-7; Lc 24,2; Jn 20,1-2). Ese motivo se complica después, pues Mc sigue diciendo que las mujeres no fueron (16, 8), mientras los demás evangelios afirman, de un modo u otro, que fueron y cumplieron el encargo.

4. Varias mujeres ven a Jesús resucitado. Cf. Mt 28, 8-10, en contra de Mc 16, 7-8.

5. Pedro y el Discípulo amado, avisados por María Magdalena, llegan al sepulcro, lo ven abierto, con las vendas y sudario que cubrían el cuerpo de Jesús en el suelo; el Discípulo Amado cree que Jesús ha resucitado, sin necesidad de verle (Jn 20, 3-10).

6. María Magdalena vuelve al huerto del sepulcro, ve primero a un ángel y luego a Jesús (Jn 20, 11-16; Mc 16,9).
7. Las mujeres cuentan sus experiencias a los discípulos pero ellos no les creen (Mc 16,10-11; Lc 24,9-11).

b. Apariciones a discípulos:

1. Aparición a los dos de Emaús; ellos regresan a Jerusalén (Lc 24, 13-35; Mc 16, 13-35).

2. Aparición a simón, llamado Cefas/Pedro (Lc 24,34; 1 Cor 15, 5; cf. Jn 20, 8).

3.Aparición a la iglesia primera, reunida en Jerusalén (Lc 24, 36-49)

4. Aparición a todos los discípulos sin Tomás (Jn 20, 19-25; cf. Mc 16,14; Lc 24,36-43).

5. Aparición a todos los discípulos con Tomás (Jn 20, 24-29)

6. Aparición a los Doce como tales, que podría haber sucedido aún en Jerusalén (1 Cor 15, 6)

7. Aparición a quinientos hermanos, que pudo ser en Jerusalén o en Galilea (1 Cor 15, 6)

8. Aparición a Santiago, el hermano del Señor, dirigente de la Iglesia de Jerusalén (1 Cor 15, 7)

9. Aparición a todos los apóstoles, que son aquí los misioneros helenistas (1 Cor 15, 7)

10. Apariciones durante cuarenta días, hasta Ascensión, según Lucas (Hch 1, 1-5)

c. Apariciones finales (desde la perspectiva de cada evangelista):

1. Aparición final en Monte de Olivos, a unos 120 hermanos, con Ascensión y promesa de Pentecostés (Lc 24, 50-52; Hch 1, 6-15)

2. Aparición final en Galilea a los Once (Doce sin Marcos), con envío a todo el mundo, sin Ascensión o marcha de Jesús ( Mt 28, 16-20)

3. Aparición final a los Siete en el lago Galilea, con pesca milagrosa y especial mención del Discípulo Amado y de Pedro (Jn 21)

4. Aparición a Pablo, pasado ya un tiempo, como a un aborto, a los dos o tres años de la muerte de Jesús (1 Cor 15, 8).

d. Pentecostés.

Se puede sumar a las apariciones finales, a los cincuenta días de Pascua, que ya no es presencia directa de Jesús, sino del Espíritu Santo, enviado por Jesús (Hch 2)

3. EXPANSIÓN: APARICIONES DE JESÚS, REVELACIÓN DE DIOS

El recuerdo de Jesús no está vinculado a una tumba venerable, como la del Rey David, sepultado con honor y gloria en Jerusalén (cf. Hech 2, 29), ni a un espíritu-fantasma, que actúa a través de otros personajes, que reciben su poder y pueden realizar así prodigios (como piensa Herodes del Bautista, a quien había ajusticiado y que se le aparece por Jesús, llenándole de miedo; cf. Mc 6, 14-16). En contra de eso, el recuerdo de Jesús se identifica con la vida de sus discípulos, que la asumen y expanden, formando así un cuerpo mesiánico o iglesia. Así podemos hablar de una presencia pascual de Jesús, que constituye el argumento básico de la tradición cristiana, formulada de manera confesional por Pablo: los creyentes alaban a Dios porque ha resucitado a Jesús (Rom 4, 24-25; 8, 11; Gal 1, 1; Col 2, 12; Ef 1, 20; 1 Ped 1, 21; Hebr 13, 20), a quien miran como signo del Dios que actúa en su misma vida humana (cf. Rom 10, 9; 1 Cor 6, 14; 1 Tes 1, 9-10) .

Los sinópticos, reasumiendo antiguas tradiciones de la iglesia, han traducido ese misterio en forma de relato pascual, que puede vincularse con la tradición del sepulcro vacío: así cuentan y expanden el mandato y promesa de Mc 16, 1-8 (¡id a Galilea!) en textos de encuentro pascual con Jesús (Mt 28; Lc 24 y Jn 20-21), que pueden recibir formas distintas, con elementos teofánicos (Dios se manifiesta) y antropológicos (se aparece crucificado), en varias perspectivas simbólicas.

– Rapto divino. Se ha dicho a veces que los relatos pascuales transmiten la experiencia de Jesús raptado al cielo como algunos de los grandes personajes de la historia simbólica de la humanidad o de Israel (Henoc, Elías). Allí estaban, en el círculo de Dios, y de allí podrían descender esos personajes al final de los tiempos, para culminar su obra de revelación o purificación del pueblo. Por eso, la experiencia pascual de los creyentes constituye una especie de "rapto en segundo grado": también ellos han subido, en espíritu, a la altura de Dios, descubriendo allí a Jesús-raptado (elevado, exaltado), que volverá de nuevo, pronto, a culminar su obra. Pero, conforme al mito israelita, los héroes de la historia antigua no murieron; Jesús, en cambio, ha muerto y su pascua es creación escatológica más que retorno del pasado.

– Anticipación escatológica. Muchos creyentes han supuesto y suponen que la pascua de Jesús ha de entenderse como punto de partida personal (dentro la historia) de aquella resurrección universal (final) que la tradición israelita (sobre todo la apocalíptica) esperaba para el fin de los tiempos. El mensaje de Jesús había vinculado varias esperanzas: la llegada del Reino de Dios, la manifestación del Hijo de humano, la Resurrección de los muertos. Pues bien, todas ellas se condensan y han empezado a cumplirse de un modo personal en la resurrección de Jesús, que ratifica y anticipa el cumplimiento definitivo de su mensaje. Esta postura resulta muy atractiva, pero es también insuficiente: más que anticipación de algo que vendrá, la pascua cristiana es presencia actual de Jesús resucitado, nueva creación, experiencia antropológica.

– Experiencia visionaria. Teniendo un elemento de rapto celeste (como supone Pablo en 2 Cor 12, 1-10 y el autor de Ap 4, 1-11) y de anticipación de la venida apocalíptica del Hijo de hombre (cf. Mc 13, 26 y 14, 62 hasta Mt 25, 31), las experiencias pascuales son visiones de un fallecido. A lo largo de la historia, han sido muchos los que han visto a un difunto o al espíritu de un muerto que retorna, revelando secretos divinos o inspirando tareas sobre el mundo (como suponen los magistrados judíos de Hech 23, 9 y ratifican los espiritistas modernos de diverso tipo). Pues bien, es evidente que en la base de la novedad pascual de la iglesia han existido experiencias visionarias, que pueden inducir a engaño, como supone 1 Cor 12-14 y ratifican diversas escenas evangélicas (desde Lc 24, 39 y Jn 20, 19-28 hasta Mc 6, 49). Pero debemos indicar que los cristianos no han insistido en las visiones en sí (como experiencias carismáticas extrañas), sino en la nueva revelación de Dios y de Jesús que ellas suponen y trasmiten.

Desde este fondo se entiende un dato muy significativo: las visiones, en cuanto aisladas del conjunto de la experiencia de Jesús y de su envío mesiánico, no bastan para fundar la fe pascual. Por eso, Mt 28, 17 afirma que algunos vieron a Jesús en la montaña de la gloria y del envío y, sin embargo, dudaban. En contra de lo que se ha dicho con frecuencia, los primeros cristianos no eran más influenciables que nosotros, hombres del siglo XXI. Ciertamente, creían en un tipo de visiones, como la que testifica Jesús (he visto a Satanás caer como un astro del cielo: Lc 10, 18), pero, a su juicio, las visiones pascuales sólo tenían sentido como expresión de una nueva experiencia de Dios, que se revela y/o aparece por Jesús, ofreciéndoles un modo más profundo de entender su vida actual y de esperar la gloria. En este contexto han podido hablar de una aparición del mismo Jesús resucitado, como presencia y plenitud humana, como revelación de Dios.

Teniendo esto en cuenta podemos recoger de una manera esquemática algunos momentos de la confesión pascual. La referencia a una tumba abierta o vacía no basta, pues la fe cristiana implica una experiencia de encuentro personal con Jesús, que puede incluir rasgos visionarios (de rapto o anticipación escatológica), pero que se centra en unos elementos distintos, totalmente nuevos: descubrimiento de la verdad de Jesús y experiencia de su cercanía personal, revelación del sentido de su muerte y perdón de los pecados, esperanza escatológica y certeza de la salvación presente...


Muchos historiadores han supuesto y siguen suponiendo que sería bueno que pudiéramos organizar y narrar de un modo objetivo y unívoco el orden de los hechos que integran la experiencia de la pascua. Pues bien, en contra de eso, el Nuevo Testamento no ha querido (ni podido) transmitir un esquema pascual cerrado, pues no lo había, sino que ha ofrecido varios caminos convergentes, que se han vinculado para formar así la comunión eclesial. Esa diversidad de principios pascuales constituye para algunos un signo de fragilidad cristiana. Pero debe afirmarse todo lo contrario: el hecho de que la iglesia haya transmitido de formas distintas el recuerdo y presencia de la pascua de Jesús es una prueba de la fiabilidad de su testimonio. En contra de lo que ha intentado a veces el Magisterio y la teología posterior, los primeros cristianos no se han esforzado en armonizar los datos, no han construido una visión unitaria y uniforme de las “apariciones” de Jesús, sino que han dejado que los mismos acontecimientos hablen, desde diversas perspectivas, sabiendo que ellos se vinculan desde la gratuidad y comunión del evangelio .

1. María Magdalena y las mujeres.

Desde una perspectiva de testimonio jurídico oficial, Pablo comienza la lista de las apariciones con Cefas, es decir, con Pedro (1 Cor 15, 3), a quien da el nombre de Roca de la comunidad. Sin embargo, recogiendo una tradición sin duda antigua, el final canónico de Marcos afirma de un modo taxativo que Jesús se apareció primero a María Magdalena, de quien depende el primer testimonio de la pascua cristiana, es decir, de la vida de Jesús (Mc 16, 9). Esta noticia concuerda con la tradición de fondo de Mc 16, 1-8 (experiencia pascual de las mujeres), que Mt 28, 9-10 ha explicitado. También la ha explicitado Jn 20, 11-18, presentando a María como primer testigo y apóstol de la pascua cristiana (prescindiendo del Discípulo amado, con otro papel en el relato). Esta experiencia pascual de las mujeres ha tenido una importancia decisiva en el principio de la iglesia, como muestran las referencias citadas y otras, reprimidas luego en parte, por razones que veremos:

– Las mujeres aparecen vinculadas a la muerte y entierro de Jesús (cf. Mc 15, 40-47), es decir al proceso y destino de su vida. Sus nombres varían, pero entre ellas destaca María Magdalena y quizá la madre de Jesús (que aparece en Mc 15, 40.7 y 16, 1 como madre de Santiago y José). Se supone que han quedado en Jerusalén (no han huido a Galilea, como Pedro y los restantes discípulos) y precisamente allí, buscando en vano una tumba que no logran abrir (pues nadie puede entrar en la fosa de los ajusticiados o porque la piedra es demasiado grande), han descubierto y acogido su nueva presencia: el hombre al que ellas han amado y buscado está vivo, no pueden llorarle en una tumba, ni cerrar su recuerdo en el pasado, a través de unos ritos funerarios, que les permiten clausurar los hechos anteriores y pasar hacia nuevas experiencias (como suele suceder tras la muerte de un familiar o conocido). El llanto por Jesús no acaba, su rito funerario sigue para siempre, pero convertido en presencia gozosa y personal de Reino. Jesús sigue vivo, no sólo como idea o signo de un mensaje, sino como persona. Todo nos permite suponer que para ellas la experiencia de pascua se identifica con el descubrimiento del amor triunfante de Jesús, que supera la muerte y aparece, de manera original, como Viviente y como fuente de Vida para aquellos que lo aceptan.

– Principio reprimido. Pablo no cita en 1 Cor 15 3-9 a las mujeres de la tumba vacía y del primer encuentro con Jesús, pues su testimonio de pascua no encaja en su esquema oficial de iglesia (en la que, por otra parte, las mujeres son muy importantes). Mc 16, 1-8 las cita, pero no quiere reconocerles un valor independiente: por eso pide que vayan a Galilea, para descubrir allí a Jesús resucitado con Pedro y el resto de discípulos, aunque su texto acaba diciendo que no fueron ¿Se quedaron en Jerusalén por miedo? ¿Tenían una visión distinta de la iglesia? Es muy difícil contestar a esas preguntas. De todas formas, Mt 28, 9-10 supone que ellas han visto a Jesús, Jn 20, 11-18 confirma la importancia de María Magdalena y Hech 1, 12-14 ratifica la función de las mujeres en el principio de la iglesia, a cuyo origen pertenecen, junto con los Doce y los parientes de Jesús. Sin embargo, en conjunto, la iglesia oficial ha reprimido el testimonio de esas mujeres y no las confiesa fundadoras de su vida, como si le diera miedo afirmar que el movimiento cristiano surgió a partir de la visión que unas mujeres tuvieron del Jesús viviente-amigo y del testimonio que dieron.

– Principio revelado. Esta "decisión" de silenciar a las mujeres o de relegarlas a un segundo plano constituye uno de los acontecimientos fundamentales de la historia de la iglesia. Ciertamente, ellas están con María Magdalena y la Madre de Jesús en el comienzo de la comunidad que nace de la cruz de Jesús (cf. Jn 19, 25-27), pero no aparecen en la lista oficial de apariciones y fundadores de comunidades que ha sido fijada por 1 Cor 15, 3-9 ratificada en su conjunto por la tradición dominante posterior. Recuperar el testimonio de esa mujeres, revelar su aportación y traducirla en las nuevas situaciones sociales y culturales, religiosas y evangélicas, de nuestro tiempo constituye una de las tareas primordiales de la memoria eclesial, tanto en plano antropológico y pastoral como ecuménico..

Partiendo de ese fondo, reprimido y revelado, de la aportación de las mujeres he querido distinguir las trayectorias o tendencias principales, que se expresan en los grupos que Pablo ha evocado al referirse a las apariciones del resucitado en 1 Cor 15, 5-8. Ellas se vinculan, de un modo extenso, a tres perspectivas geográficas (Galilea, Jerusalén, misión helenista) y muestran grandes diferencias, pero sus portadores han dialogado entre sí, partiendo del mismo recuerdo y presencia de Jesús, a quien experimentan como resucitado y esperan como salvador escatológico. Lo sorprendente no es que existan diversas experiencias de Jesús resucitado y formas distintas de vivir e interpretar su resurrección, conforme a las varias iglesias, sino que muchas comunidades se hayan vinculado entre sí, dialogando y compartiendo sus recuerdos, constituyendo así la Gran Iglesia.

2. Comunidad de Galilea.

Ha conservado la experiencia del mensaje y obras del Jesús histórico y parece representada, en su origen, por Pedro, los Doce y los Quinientos hermanos de 1 Cor 15, 5-6. En ella se fundan los portadores de la tradición sinóptica y de otros grupos y tendencias posteriores de la Iglesia, desde el llamado documento Q hasta Marcos. Esta comunidad debió ser importante en su origen, aunque después quedó marginada y se diluyó después, quizá en gran parte a causa de la guerra del 67-70 d. C. No sabemos si el testimonio de las mujeres de la tumba “vacía” influyó como principio desencadenante en ella. Es probable que los dos movimientos (mujeres en Jerusalén, los Doce en Galilea) fueran al principio independientes, pero es claro que se vincularon pronto, en un "tercer día" que no ha de entenderse en sentido cronológico sino de plenitud escatológica.

Recordemos que los galileos habían escapado. No pudieron encontrar a Jesús como amigo en la tumba vacía (en la ausencia de cadáver), porque no fueron a la tumba, sino que le encontraron partiendo de los recuerdos de la misión y tarea anterior, que él había realizado con ellos en Galilea, y de tal forma le vieron que no necesitaron confirmar su experiencia con ninguna apelación a un sepulcro vacío. Habían vuelto a Galilea sin Jesús, que les había llevado a Jerusalén (y a quien ellos habían traicionado), para redescubrir allí, en la tierra de su mensaje y vida, lo que Jesús había sido y realizado para ellos, viendo que era verdad lo que habían compartido con él. Más aún, Dios les reveló que el mismo Jesús seguía vivo, pues su mensaje de Reino y su gracia, su acogida y enseñanza, había sido y era verdaderos. Así recuperaron la presencia y verdad de Jesús en Galilea, lugar donde había iniciado su misión de evangelio, descubriéndole vivo (Viviente), en un proceso desencadenante, de rápida expansión, en el que destacamos algunos nombres o momentos:

− Pedro. La experiencia pascual de las mujeres se situaba en Jerusalén, en el entorno de la sepultura de Jesús. La de Simón, a quien se llama Cefas-Petros-Piedra, recogida en los más antiguos testimonios (cf. 1 Cor 15, 5; Lc 14, 34), parece vinculada a Galilea donde le sitúan las tradiciones sinópticas (cf. Mc 14, 28; Lc 22, 31-32), a las que ha de unirse la confesión mesiánica, que tiene probablemente un origen pascual (cf. Mt 16, 13-20; Mc 8, 27-30). Se ha dicho a veces que esa experiencia está definida por el re-mordimiento tras la negación, por la vivencia de perdón tras el pecado (cf. Mc 14, 72). Ello es posible, pero parece más importante el recuerdo de Jesús, presente en la tierra donde había proclamado su mensaje: Simón Pedro y sus compañeros no han podido retornar a la Galilea de la pesca normal y de la vida antigua, sino a la tierra poblada de promesas y experiencias de Reino que habían compartido con Jesús. Precisamente allí, cuando ya no puede guiarles físicamente, le encuentran vivo. El mismo crucificado sale a su encuentro, desde el misterio de la Vida de Dios, superando la muerte, para vivir en ellos y confiarles la tarea de su Reino. Y ellos, comenzando por Simón, aceptan la tarea. Este es el comienzo oficial de la iglesia.

− Después se apareció a los Doce (1 Cor 15, 5). Pedro debió realizar su primera misión de evangelio en Galilea, retomando el mensaje y obra de Jesús; pero no lo hizo él sólo, sino que asumió y constituyó de nuevo el grupo de los Doce que tenían un origen prepascual y un sentido escatológico, como vimos en cap. 1º (cf. Mt 19, 28; Lc 22, 30). Suponemos así que reconstruyó el grupo de los Doce, pero no en Jerusalén (en contra de Hech 1), sino en la misma Galilea, pues es allí donde parece colocarlos la primera tradición sinóptica, que viene a culminar en Mc 16, 1-8 y Mt 28, 16-20. Pedro y los Doce asumen así la tarea de Jesús, cuyo “espíritu” les anima e impulsa. Pero más que en Jesús como tal, ellos centran el mensaje en su Reino, es decir, en la realización de su tarea. Sería importante conocer mejor las relaciones que mantienen con los discípulos de Jerusalén y con las mujeres de la tumba, pero es indudable que las hubo, pues Pablo encontró en Jerusalén a Pedro, a los pocos años de la muerte de Jesús (Gal 1, 18). De todas formas, los datos que tenemos no nos dejan establecer con más precisión las conexiones.

− Luego a más de quinientos hermanos... (1 Cor 15, 6). Parece que la fórmula primera de 1 Cor 15, 5 hablaba solo de Pedro y los Doce, como fundadores de la comunidad de Galilea. Pero en un momento dado, la tradición (o el mismo Pablo) han añadido esta referencia a un grupo más grande de hermanos, que a veces se ha vinculado a una experiencia de Pentecostés en Jerusalén, tal como la ha contado Hech 2. Por la misma dinámica del texto pensamos que resulta preferible relacionar esos hermanos con Galilea, donde la tradición sinóptica sitúa algunas experiencias de tipo pascual, introduciéndolas en la historia de Jesús (como pueden ser las multiplicaciones de Mc 6-8 par).

Esta comunidad de Galilea parece haber sido (con el grupo de mujeres de la tumba) el principio y base desencadenante de la experiencia cristiana posterior y de toda la vida de la iglesia. Pero, igual que ha desaparecido casi toda la memoria viva (oficial) de las mujeres, ha desaparecido también el recuerdo oficial de estas comunidades en cuanto tales. Pablo no las cita, pues le han parecido poco significativas (o poco concordes con su forma de entender el evangelio) y Hechos alude a ellas sólo de pasada (cf 9, 31; la referencia de 10, 37 tiene otro sentido). Ciertamente, ellas siguen siendo esenciales y aparecen como referencia fundante del conjunto de las iglesias para Mc 16, 1-8 y Mt 28, 16-20. Pero la historia posterior no las conoce, quizá porque no se constituyeron como Iglesia autónoma (desligada del judaísmo), quizá porque no pusieron en el centro de su mensaje la muerte y pascua de Jesús, sino sus milagros y enseñanza. Los Doce pierden pronto su función simbólica, pero quedan para siempre en la conciencia de la iglesia como signo de la pretensión israelita universal de Jesús y de los primeros cristianos. Por su parte, Pedro abandona galilea para unirse a un tipo de misión helenista. De esa forma, las primeras comunidades de seguidores galileos parecen caer en el olvidado, aunque la Iglesia conserve y siga transmitiendo su mensaje de Reino y su recuerdo de Jesús, a través del llamado documento Q, que insiste en la figura de Jesús Profeta Sabio, y a través de Mc que le presenta más como carismático .

3. Comunidad de Jerusalén.

Está representada por Santiago y los hermanos de Jesús. Ella ocupa, según Pablo, un lugar central entre las iglesias, a las que ofrece sus tradiciones cristológicas, acogidas y reelaboradas por diversos documentos del Nuevo Testamento (Mt y Jn, Sant y Ap). Ella ha debido insistir en el cumplimiento de la Ley israelita, interpretada desde Cristo, a quien espera como rey davídico (quizá como Hijo de hombre). También ha destacado la importancia de Jerusalén y de su templo, que, a pesar de la condena de Jesús, siguen apareciendo como lugar de su próxima revelación gloriosa. Está muy vinculada a Santiago y parece haber sido la primera iglesia mesiánica propiamente dicha, de manera que ha ejercido gran influjo en las restantes iglesia, a pesar de que algunas han rechazado su forma de entender el judaísmo (cf. Mc 3, 21-35). Ella ha desaparecido pronto o ha perdido su importancia, tras el 70 d. C., desembocando quizá en grupos judeocristianos y gnósticos que han quedado fuera de la Gran Iglesia, nacida de la misión helenistas.

1. Origen. Se ha venido suponiendo que los datos de Hech 1-15 son históricos: Pedro y los Doce se habrían establecido en Jerusalén, constituyendo allí la primera iglesia, animada por la esperanza de la vuelta de Jesús y la restauración de Israel; posteriormente habría surgido el grupo disidente de los helenistas y, en fin, tras la dispersión de esos helenistas, la disolución de los Doce y la salida de Pedro, se habría elevado Santiago, instaurando allí su iglesia de tipo judaizante. Pues bien, esa imagen responde a la concepción histórico-teológica de Lucas, más que a los datos histórico. Entre los primeros "creyentes" de Jerusalén parecen haber estado lar mujeres (galileas) de la tumba vacía y algunos parientes de Jesús, el más importante de los cuales fue Santiago. Posiblemente hubo allí, desde el principio, diversos grupos eclesiales: galileos que habían venido con Jesús, helenistas, parientes...(cf. Hech 6-7; 12, 6-17). Todo nos permite suponer que Pedro y algunos de su grupo (de los Doce), que tuvieron escaparon de Jerusalén durante el juicio de Jesús, mantuvieron después múltiples contacto con la iglesia de la capital, pero estrictamente hablando no formaron parte de su cuerpo dirigente, constituido en torno a Santiago.

2. Después se apareció a Santiago (1 Cor 15, 7). La iglesia propiamente dicha de Jerusalén nació con Santiago y el resto de los hermanos del Señor (cf. Gal 1, 19; 1 Cor 9, 5), que “vieron” allí a Jesús resucitado. Es posible que vinieran tras su muerte, para celebrar un luto "sin tumba", en la ciudad donde su hermano había sido ajusticiado. Pues bien, también ellos le han visto, precisamente allí, como mesías hijo de David, vinculado a la ciudad de las promesas, con la ley y el templo. Por eso instituyen su comunidad en Jerusalén, como un movimiento de transformación y esperanza israelita. Ciudad y templo eran esenciales para ellos, pues quieren actuar como fermento de conversión para el pueblo judío, que se abrirá después, tras la venida triunfante de Jesús resucitado, a todas las naciones. Esta, dirigida por Santiago y los demás hermanos del Señor, no vino a suplantar una anterior (de Pedro y los Doce), sino que surgió al mismo tiempo que la iglesia galilea y se elevó de alguna forma como lugar de referencia para los restantes grupos de cristianos. El mismo Pablo asume su valor cuando quiere hablar no sólo con Pedro, sino con Santiago (Gal 1, 18-19), a quien coloca después como representante de la comunidad de Jerusalén (cf. Gal 2, 9). En esa línea se sitúa Hech 15, cuando ofrece a Santiago la última palabra en el "concilio", lo mismo que la colecta de Pablo a favor de Jerusalén, a cuya iglesia reconoce un tipo de primado o dignidad, pues ella es, a su juicio, el punto de partida de todas las restantes, como supone también Hechos (cf. Rom 15, 25-26; 1 Cor 16, 1-5; 2 Cor 8-9).

Todo nos permite afirmar que Santiago y sus hermanos han "visto" al Jesús resucitado como mesías davídico, interpretando la pascua cristiana como cumplimiento de las promesas sacrales y sociales de Israel. De esa forma han creado la primera iglesia propiamente dicha, esto es, una comunidad mesiánica de salvación, a la espera del cumplimiento de las promesas, en el mismo centro del judaísmo, en Jerusalén, no en el desierto, contra los esenios de Qumrán. Ciertamente, veneran la presencia de Jesús, repiten sus palabras, esperan su retorno y, como pobres mesiánicos, preparan el triunfo de su Reino (cf. Rom 15, 26; Gal 2, 10). Muchos creyentes posteriores (como los redactores finales de Marcos, Mateo y Juan) han podido pensar que esa iglesia ha sido más judía que cristiana: no ha superado un tipo de exclusivismo israelita, no ha querido extender el mesianismo de Jesús a las naciones. Pero otros, como Pablo y Lucas, la han visto (quizá con poca exactitud histórica), como punto de partida y referencia del conjunto de la iglesia .

4. Misión helenista.

Parece representada por los dos últimos grupos de 1 Cor 15, 3-9: todos los apóstoles y Pablo. Hech 6-7 la relaciona con algunos judíos de la diáspora que habían vuelto a Jerusalén, por motivos sin duda religiosos: para cultivar mejor su identidad judía. No venían de la diáspora oriental, hebreo-aramea (de Babilonia), como Hilel y otros creadores del judaísmo rabínico posterior, sino de la occidental o helenista. Eran libertos de Roma o llegaban de Cirene y Alejandría, de Cilicia o Asia (cuya capital era Éfeso). Posiblemente habían conocido y seguido la “cosa” de Jesús, la razón de su condena. Pues bien, por razones que hoy resultan difíciles de precisar, eran los mejor preparados para captar la nueva identidad mesiánica de Jesús, a quien descubren y veneran como Mesías crucificado, vinculando identidad judía y apertura helenista.

Más que el mensaje de Reino (galileos) y el mesianismo davídico (familiares), estos helenistas han visto y destacado en su experiencia pascual el carácter radicalmente humano y divino de Jesús, a quien descubren como Mesías sufriente y exaltado. Sienten así que la muerte de Jesús ha superado el orden sacral del templo de Jerusalén y las leyes de pureza nacional judía, de manera que, sobre el fundamento de la resurrección, su evangelio puede extenderse a los gentiles, es decir, a todos los hombres y mujeres, rompiendo las barreras sacrales anteriores. A través de ellos se completa y culmina la experiencia pascual y surge la iglesia propiamente dicha.

− Se apareció luego a todos los apóstoles (1 Cor 15, 7). Estos enviados no son ya los Doce de Galilea, sino los "helenistas de Jerusalén" con Esteban y Felipe (cf. Hech 6-7). También ellos han "visto" a Jesús, pero han interpretado su pascua (muerte y resurrección) como cumplimiento escatológico de la esperanza israelita y principio de la nueva humanidad: ha terminado en la cruz el tiempo viejo de opresión del mundo, dominado por la ley y división entre los pueblos; comienza el tiempo universal de gracia. La misma experiencia pascual les hace "apóstoles" en el sentido fundante del término: son los primeros que se sienten y saben enviados por Jesús para anunciar su salvación, superando las separaciones anteriores, que habían dominado el judaísmo.

− Por último se me apareció a mi (1 Cor 15, 7). Entre los helenistas se halla Pablo, cuya experiencia es la que mejor conocemos (cf. Gal 1-2; Flp 1; Hech 9, 22, 26). Pablo había comenzado persiguiendo a los cristianos helenistas que, a su juicio, destruían la identidad del judaísmo, al anunciar como Mesías a un condenado por la Ley nacional (cf. Gal 3, 13) y al incluir en la comunidad a los gentiles. Pero, en un momento dado, por transformación interior (=revelación divina), descubrió que Jesús tenía razón y le reconoció como Señor, Hijo de Dios. Esa experiencia pascual, que contiene elementos teológicos (Dios mismo se le muestra) y antropológicos (el hombre no es un ser que se halla sometido a los poderes de la Ley), le lleva a venerar al mismo Jesús crucificado como Hijo de Dios y Señor Universal.

5. Conclusión.

Con los helenistas y Pablo ha comenzado la historia cristiana propiamente dicha: culmina la pascua, nace la iglesia. En un aspecto, todo estaba ya presente desde la primera experiencia de las mujeres, que descubrieron la vida de Jesús (le descubrieron vivo) en el hueco de la tumba que no logran encontrar o que hallaron vacía: querían un cadáver, encuentran al Amigo. Muchos hombres y mujeres han visto fantasmas de muertos o aparecidos (espíritus), para refugiarse en ellos, en un nivel de imaginación. Estas mujeres no habían podido cobijarse en fantasías: al contrario, la visión de Jesús les hizo presencia de su vida y portadoras de su tarea de Reino, al servicio de aquellos por quienes el mismo Jesús había entregado su vida. Sobre ese comienzo universal de las mujeres hemos hallado tres experiencias que han sido casi contemporáneos.

1. Pedro, los Doce y los Quinientos han visto al Jesús de Galilea, que ha ratificado su mensaje y les ha confiado su tarea de Reino: que expandan sus mismas palabras y acciones salvadoras.
2. Santiago y los parientes le han visto como mesías nacional en Jerusalén, creando en su nombre una iglesia o comunidad judía escatológica, esperando su próxima presencia salvadora o parusía.
3. Los helenistas y Pablo le han visto como Hijo de Dios y Señor crucificado, iniciando a partir de Jesús una misión universal, que ha desbordado pronto las fronteras del judaísmo nacional.

Con este principio podían haberse edificado varias comunidades mesiánicas o iglesias distintas, pues eran muchos los impulsos que provenían de la vida y pascua de Jesús. Pero ha surgido y se ha expandido un único movimiento cristiano (al menos en los límites del Nuevo Testamento) y ello se debe a una única razón: en el fondo de esos impulsos, sobre las tendencias anteriores o los impulsos nuevos, cada vez con más fuerza, ha ido expresándose la figura viviente de Jesús de Nazaret crucificado, que vincula las tendencias eclesiales y sociales de las iglesias.
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