Beata Mariana (1564-1624). Una santa en burro por las calles de Madrid

Se clausura estos  días  (abril 2025) el tercer centenario de su muerte, con fiestas religiosas y exposiciones de pintura.

Fue una mujer de importancia, hija de un funcionario de la corte, del círculo de Lope de Vega), pero dejó todo y optó por vivir como pobre, dedicada a la oración y al servicio a los pobres; pasaba por todas las calles de Madrid sobre un asno con grandes alforjas de limosnas, comida y ropa para pobres, mendigos y cautivos liberados, porque profesó en la Orden Tercera de los Mercedarios de cautivos.

Tras su muerte, pusieron su estatua en la puerta  de Madrid. Su cuerpo está incorrupto en la iglesia de D. Juan de Alarcón,  era devota de Isidro Labrador y forma con él la pareja de patronos de Madrid.

A continuación presento una semblanza de su vida y un programa de la exposición que el "comisario" M. Alonso ha preparado sobre ella en Madrid.

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Así conocí de niño su historia. Me la contó Antonio Ibarrondo, Provincial de Mercedarios en Madrid. Me trajo aquel  año (el 49 o 50) unos papeles de revista o quizá un librito de su amigo Elías Gómez,  capellán de la iglesia de las monjas de la beata Mariana, al comienzo del barrio Chueca de Madrid.

Sólo recuerdo una imagen, no sé si del libro o folleto, o si de una estampa donde la beata Mariana iba montada sobre un pobre burro de grandes alforjas de limosnas, con hábito la parte superior, con calzonas por abajo, llevando  comida  y ropa para pobres, mendigos y cautivos de Madrid, porque era mercedaria, de la redención de pobres y cautivos, me decía mi tío.

-¿Cómo tenía dinero para dar tantas limosnas?

Porque había sido de familia rica, con amigos en la corte de Madrid, cardenales, obispos y frailes, y le daban mucho, para que ella diera muchas limosnas, y consolara a los pobres de Madrid, enseñándoles a rezar y vivir contentos y quererse unos a otros.

-¿No te parece un poco aburrido eso de andar en burro con limosnas?

Fray Mario Alonso, comisario de ‘Estrella y Corona de Madrid. Huellas de una mujer’: «Con esta exposición el pueblo de Madrid quiere honrar la memoria de su copatrona, la beata María Ana de Jesús»

-Nada de eso. Era muy alegre, conocía a todo el mundo en Madrid, y además de joven había sido amiga del grupo de los comediantes de Lope de Vega y el mismo Lope le quería mucho.

¿Y qué hacía además de andar en burro con limosnas? ¿No podía ir a pie?

-No, porque estaba enferma… Pasaba el resto del día rezando, en un portal del convento de los Remedios donde vivía, y además venían muchos a su portal,  gente para hablar con ella, de Dios y de sus cosas, obispos, cortesanos, cardenales y sobre todo gente de la calle, pícaros de aquellos había en Madrid, aguadores, cocheros, frailes, chicas sin fortuna soldados sin trabajo, jubilados, barrenderos y oficiales de corte, sin oficio mi beneficio…

Así me contaba, mi tío Antonio, que había venido de la guerra y sabía de esas cosas… pero en mi mente sólo quedaba, y sigue quedando hasta hoy, pasados más de 70 años, la imagen de una monja sentada en un asno, con alforjas llenas de amor y oración para todos y de comida y ropa para pobres.

 oooo

Fui más tarde amigo del P. Elías Gómez, autor del folleto, libro o estampa de la Beata Mariana con burro, soy muy amigo Ernesto G. Castro, que ha estudiado el “iter” de su beatificación de Mariana (Estudios Mercedarios, Madrid 1970)… y he querido que alguno  de mis alumnos de historia y Teología escribiera una tesis doctoral su vida y me explicará sobre todo el tema del asno, pero no lo he logrado.

Sólo sé que mi discípulo y amigo Mario Alonso,  organizador y comisario de la exposición de la B. Mariana que estos días se cierra Madrid ha estudiado con toda precisión el arte de los cuadros barrocos que existen sobre la vida de Mariana.

Sé que han estado en la exposición eclesiásticos y civiles de alto rango (entre ellos la hermana del Rey de Madrid), pero no me han explicado con más detalle lo del asno,  ni han encargado un cuadro nuevo con Mariana en asno por las calles y barrios bajos de Madrid, más necesitadas hoy de mujeres bragadas con asnos de Merced para ayuda y servicio de pobres, enfermos y cautivos de diverso tipo que hace tres siglos, cuando murió la beata, en tiempo de los “austrias y peleteros” de Madrid.

Sobre la vida de la Beata Mariana (del P. Elías Gómez, mi amigo q.e.p.d)

MARIANA DE JESÚS, BEATA: Gran Enciclopedia Rialp, 1991, 1032-1033.

el 17 en. 1565, en la calle y Parroquia de Santiago de la ciudad de Madrid. Se la llamará siempre Mariana, por haber nacido el día de S. Mariano, aunque en su partida de bautismo figura solamente el nombre de María. Sus padres fueron: Luis Navarro, peletero al servicio de la familia real española, y perteneciente a los famosos gremios madrileños, y Juana Romero. El padre quedó viudo y contrajo segundas nupcias. De ambas esposas tuvo numerosos hijos, de los cuales M. vino a ser como una segunda madre. De ahí que adquiera pronto madurez psicológica, que algunos entusiastas biógrafos quieren ver como casi milagrosa.

Tanto su niñez como su juventud fueron las de una reflexiva chica cristiana, normalmente piadosa y normalmente mundana. Tuvo relaciones serias, de noviazgo, con un hijodalgo y, en su despuntadora juventud, hay quien la atribuye juegos inocentes, y hasta galanteos incipientes, con su paisano y coetáneo Lope de Vega (v.).

Hacia los 22 años de edad toma la determinación de consagrarse totalmente a Dios. Suspende las relaciones con su prometido, de quien afirma el P. Salvador que, por ello, se volvió loco; se cortó el cabello y el P. Presentación asegura que se desfiguró la boca, para mejor apartarse del mundo. Desde entonces, lleva una vida piadosa y penitente. La ayudan y dirigen en el nuevo camino emprendido el franciscano Antonio del Espíritu Santo y, especialmente, fray Juan del Santísimo Sacramento. Este último, fraile de la Merced, fue el maestro de espíritu y el modelador de la espiritualidad de M. Por mandato suyo escribió M. su Biografía.

Excepto en los años (1601-06) en que la Corte española (a la que tuvo que seguir la familia de M.) vivió en Valladolid, M. residió siempre en Madrid, en donde fue magnífico ejemplo de virtudes heroicas. Tomó el hábito de Terciaria de la Merced, en 1613, y con él recorrió Madrid entero impartiendo caridades de todas clases, y con él murió en olor de santidad, en el convento de Santa Bárbara, el 17 abr. 1624. En vida y en muerte fue aclamada unánimemente como «la Santa».

El mismo año de su muerte se inicia el proceso de beatificación, en el que intervienen al unísono la nobleza, el pueblo llano y los reyes de España. Habían sido incontables los favores y milagros que M. prodigó con su pueblo: el beneficio de las lluvias, curaciones milagrosas, limosnas, ayudas económicas, etc. Ella había contribuido decisivamente a que S. Isidro (v.) fuese canonizado y proclamado patrón de la capital de España.

El Ayuntamiento de Madrid colocó su estatua en la Puerta de Alcalá, e hizo que presidiera las sesiones en el Salón del Municipio; intentó también acelerar lo posible la canonización de M. para declararla copatrona de la ciudad, juntamente con S. Isidro Labrador.

La beatificación tuvo lugar en 1783, por el papa Pío VI. Su cuerpo permanece incorrupto y se venera en la Iglesia de Madres Mercedarias (calle Valverde 15, Madrid). Ha sido inspeccionado repetidas veces, y en distintas épocas, por equipos de técnicos. La última inspección médica tuvo lugar en 1966. La calificación ha sido siempre la misma: inexplicable científicamente. La devoción a la beata M. de J. sigue ferviente entre el pueblo madrileño y se le siguen atribuyendo milagros.

Obras. M. no fue persona de letras. Se le atribuyeron muchos escritos. Los definitivamente confirmados por la Sagrada Congregación de Ritos son los siguientes: Autobiografía, escrita por mandato de su director espiritual y cuyo manuscrito se conserva y ha sido publicado e impreso juntamente con las biografías que de la autora escribieron Juan de la Presentación, J. Gilabert Castro y Elías Gómez (v. bibl.). Sentencias espirituales o Poema a las virtudes que, con los Tercetos a la humildad, son admirable doctrina espiritual que se viste de verso y que, como la Autobiografía fueron publicados por sus diversos biógrafos.

Si los escritos de M. de J. carecen de un especial valor literario, aunque la doctrina sea admirable, no se puede decir lo mismo de la fisonomía espiritual y humana de ella. La beata M. de J. tuvo un relieve histórico, todavía no estudiado. En el aspecto social marcó una impronta y realizó una labor apostólica de excepción.

BIBL.:   GILABERT CASTRO, Vida de la Beata Mariana de Jesús, Madrid 1924; M. L. Ríos, Biografía de la Beata Mariana de Jesús, Santiago de Chile 1924; F. SORDINI-LANFRANCHI, Vita della María Anna Di Gesu, Roma 1934; F. C. SAINZ DE ROBLES, Beata Mariana de Jesús, La estrella de Madrid, Madrid 1947; E. Gómez Domínguez, La Madre Mariana. Aportaciones a la biografía de una madrileña, Madrid 1965;  M. Curros y Ares,  La Beata Mariana.

Mapa cultural ilustrado El Madrid de la Beata Mariana de Jesús

Beata  Mariana: Caridad y redención mercedaria (X. Pikaza, 2025)

 -- Quiso ser religiosa de convento, pero se lo impidieron sus familiares, y el año 1598 se retiró como penitente a la ermita de santa Bárbara, junto al convento de los mercedarios descalzos, donde pasó varios años dedicada a la oración y al servicio a los pobres-necesitados de la ciudad, con quienes compartió la vida y a quienes ayudó con su trabajo y servicio. -- El año 1613 tomó el hábito de terciaria mercedarias, y siguió dedicada a la oración y al servicio a los pobres.

Fue mujer de gran hondura mística, que ella vinculó con el servicio a los pobres, dentro de la tradición mercedaria. Murió el 17 de abril de 1624 en el convento mercedario de santa Bárbara, a los 59 años. . En la línea de Mt 25, 31-46, la oración redentora, representada por la Beata Mariana de Jesús, se funda en descubrimiento y servicio de Dios en los expulsados, enfermos y oprimidos de la tierra. Normalmente pasamos por la vida como ciegos, incapaces de ver lo que se esconde en la existencia de los otros, ocupados sólo en nuestras propias opiniones y problemas. Pues bien, la oración mercedaria comienza día descubrimos de la presencia de Cristo en el dolor y opresión concreta de los hombres y mujeres.

Este es el nuevo misticismo de los cristianos redentores que viven la oración como experiencia de Jesús en los enfermos-exiliados-cautivos. De esa forma, los místicos redentores, como Mariana Ana de Jesús, traducen su oración en exigencia activa, en compromiso de ayuda a los perdidos. Esto implica una actitud pasiva: el orante asume como propios de Jesús y propios de su mismo corazón los sufrimientos de los hombres, en gesto compasivo de contemplación y de acción concreta. Hay en esta «compasión» un elemento primordial de solidaridad humana y de vivencia del misterio de Dios que se ha encarnado para asumir nuestros dolores. La pasión del mundo viene a presentarse como una pasión de Dios, y así la descubrimos en hondura de plegaria. Lógicamente, el orante ha de asumir un gesto activo. Sabe que Jesús ha liberado a los hombres plenamente, pero sabe también que la palabra y gesto de Jesús debe expresarse en cada uno de los gestos de ayuda interhumana.

Por eso, el contemplativo se convierte en hombre activo. Vive el misterio de Jesús desde la entraña de la vida y sufrimiento de la tierra; asume como propios todos los aspectos de la ayuda a los que están necesitados; sufre donde sufren los enfermos y pequeños; les ofrece el gesto de su ayuda. De esa forma, la solidaridad orante se convierte en solidaridad y urgencia redentora. No basta con sentir que nuestra vida está pendiente de Jesús; ha de encontrarse pendiente de los pobres. Así podremos vibrar por los dolores de la historia. Éste fue el fundamento y sentido de la oración de la Beata Mariana de Jesús.

Sumodo de asumir el sufrimiento de los otros no es un masoquismo enfermo, sino signo de más alta vivencia espiritual, de un humanismo más profundo. Muchas veces vamos destruyendo la vida unos a otros; no queremos escucharnos ni sufrir el sufrimiento ajeno. Sólo el día en que lo hagamos, sólo el día en que el dolor del oprimido nos impulse a caminar, comenzaremos a vivir y construir un mundo nuevo. Esta solidaridad se convierte en gesto de presencia. Los hombres nos hallamos solos, nos vamos hundiendo en la impotencia de nuestro activismo egoísta. Estamos muy aislados y no hay nadie que se ocupe de ir tendiendo puentes de acogida, escucha mutua. Pues bien, esta es la tarea para los orantes redentores: ellos convierten la oración en experiencia de encuentro profundo con los otros (con los pobres). No basta con sentir con los demás; es necesario acompañarles. No basta con saber lo que hay por dentro del que llora; es necesario ofrecerle una presencia de palabra, cariño y asistencia.

Por eso, orar implica aprender a convivir y en especial a compartir la vida de los necesitados, acompañándoles en el camino de la vida.

Se rompen las barreras de la vida individual, de los pequeños grupos que se enfrentan unos con los otros. De esa forma penetramos en la vida del que se halla a nuestro lado, comenzando una existencia compartida: lo mío es suyo, se lo ofrezco; su dolor es mío, se lo asumo. Normalmente, si el otro está necesitado, he de empezar a ofrecerle lo que tengo: acogeré su dolor, le ofreceré mi presencia; acogeré su pena, le daré mi cercanía. Lo haré de una manera respetuosa, sin buscar protagonismos, sin crear dependencias, sin trazar imposiciones.

Este camino es necesario en el proceso de eso que llamamos la contemplación redentora. El encuentro de amor con Jesús se ha de expresar en formas de encuentro con el otro, ante todo con el más necesitado. Ofrezco lo que soy y lo que tengo, en gratuidad, sin imponer mis convicciones, sin buscar formas ocultas de dominio sobre el otro. De ese modo irá surgiendo una existencia redimida, liberada. Sobre este fondo adquieren su sentido y se vuelven necesarias las acciones más concretas de liberación, aquellas formas de asistencia (acogida, ayuda material...) que expanden y explicitan la tarea de la vida compartida. Son formas que podrán variar y variarán con el transcurso de los tiempos y las mismas situaciones económicas, sociales, ideológicas del mundo. Pero a través de ellas procuramos expresar nuestra oración y así hallamos a Jesús en los que sufren; le ayudamos ayudando, redimiendo a los que están necesitados.

Así vino a mostrarlo, con el ejemplo de San Pedro Nolasco, la Beata Mariana de Jesús, de Madrid, ella aprendió a orar al descubrir al Cristo sufriente (crucificado, eucarístico) en el mismo dolor y opresión de los enfermos y abandonados de la ciudad. Elementos básicos

1. Misterio cristológico. Nosotros no debemos llamarnos redentores o liberadores. Redentor es Cristo, el Hijo de Dios que se ha entregado por los hombres, encarnando su misterio en nuestra misma historia humana. Pues bien, ese misterio de Cristo son los pobres, los hambrientos-exiliados-desnudos-enfermos-cautivos de Mt 25, 31-46: son ellos los que salvan nuestra historia; nos «evangelizan» ofreciéndonos al mismo Hijo de Dios en su dolor, en su miseria. Por eso, estrictamente hablando, no somos nosotros los que les libramos. Ellos, los oprimidos y enfermos, los expulsados, marginados y pobres, nos liberan de la lucha de la vida, de la idolatría del poder, del egoísmo del dinero; de esa forma son principio y garantía de nuestro cristianismo.

2. Asistencia concreta, ayuda a los necesitados. La misma oración implica una exigencia de compromiso activo, en la línea de Mt 25, 31-46: doy comida a unos hambrientos, curo a unos enfermos, visito a unos cautivos... pero sin cambiar a fondo la existencia. Ciertamente, esa postura asistencial se encuentra llena de sentido: lo que importa es ayudar muy en concreto a los que están necesitados. Pero si sólo hiciéramos así, ayudando a algunos pocos y dejando que el conjunto de las estructuras sigan como estaban, no seríamos ya fieles a Jesús y su evangelio. Jesús cuidó en concreto a algunos pobres (enfermos, leprosos, marginados...), anunciando, al mismo tiempo, y preparando el gran cambio estructural del reino.

Por eso le mataron: porque su palabra y gesto iban quebrando la estructura de seguridades sociales, religiosas y económicas del mundo de su tiempo (judaísmo del templo, imperio romano). Lo mismo ha de pasarnos a nosotros, si queremos llamarnos redentores: realizamos unos gestos de carácter asistencial, pero, al mismo tiempo, promovemos un cambio estructural que abarca al hombre entero, en apertura al reino.

3. Liberación integral. Las actividades redentoras (de tipo asistencial), como las de la Beata Mariana de Jesús, deben encontrarse dirigidas hacia un ámbito más amplio de liberación integral, en que se incluye el mismo cambio de estructuras de la sociedad y de la historia. De esta forma, la oración se vuelve principio redentor, una exigencia de liberación completa que, partiendo de los pobres de la historia, implica un cambio intenso, profundo, de estructuras.

Aquí se sitúa el testimonio y exigencia de la Beata Mariana para la ciudad “cristiana” de Madrid y para la Iglesia, en este año 2018. No podemos trazar una visión  integral, pero debemos iniciar unos caminos, de manera que la misma praxis, alumbrada y dirigida desde Cristo, nos enseñe los pasos que después iremos probando en el camino. No hay teoría integral, pero puede haber análisis parciales que nos capaciten para enfocar mejor los temas. En este contexto la oración y acción cristiana ha de suscitar y abrir unos caminos de solidaridad y de acción intensa (eclesial, laboral…) al servicio de la transformación de la sociedad. En la línea de la Beata Marian, creemos que Jesús está encarnado en los pobres concretos, de Madrid y del mundo. Por eso, por encima de todas las estructuras sociales y políticas, de la Iglesia y del mundo, sabiendo Jesús que está encarnado en los pobres de la tierra, debemos encontrar caminos para estar a su lado, para dejarnos enseñar por ellos, para acompañarles y ayudarles.

Éste es un misterio de fe, de oración contemplativa,  como la de la Beata Mariana de Jesús: El descubrimiento del Cristo crucificado, pobre, humillado por los hombres. Pero ésta es una contemplación abierta a la acción liberadora, en forma social concreta, como está poniendo de relieve el Papa Francisco, en la línea de la tradición mercedaria. En ese sentido pueden y deben transformarse los modelos actuales de producción y participación económica, sabiendo que todo lo que se produce y tiene ha de estar al servicio de los hombres concretos, empezando por los cautivos y necesitados, de los enfermos y expulsados de la sociedad, como sabía la Beata Mariana de Jesús.

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Fray Mario Alonso, comisario de Estrella y Corona de Madrid. Huellas de una mujer | Turismo Madrid: «Con esta exposición el pueblo de Madrid quiere honrar la memoria de su copatrona, la beata María Ana de Jesús» 

Estrella y Corona de Madrid. Huellas de una mujer

El pueblo y el Ayuntamiento de Madrid rinden homenaje a su amada y aclamada copatrona, la Beata María Ana de Jesús (1565-1624), con la exposición Estrella y Corona de Madrid. Huellas de una mujer. Así lo explica Fray Mario Alonso, párroco de Santa María del Cervellón y comisario de la muestra, organizada con motivo del IV centenario de su fallecimiento.

La exposición, inaugurada ayer en la sala La Lonja del Centro Cultural Casa del Reloj, podrá visitarse hasta el próximo 24 de abril. Al acto asistieron, entre otros, la infanta Elena y la concejala del distrito de Arganzuela, Lola Navarro.

A lo largo de este año, Madrid celebra el IV centenario del tránsito de esta ilustre madrileña que, en palabras de Fray Mario Alonso, «nos ayudará a mantener viva su memoria en este Madrid nuestro, a veces tan desmemoriado como olvidadizo, y tan alejado de sus personajes ilustres, de sus raíces y de sus esencias más puras».

María Ana Navarro Romero —nombre de nacimiento de la beata— fue una mujer singular, independiente y, en muchos aspectos, adelantada a su tiempo. Laica de origen, ingresó en la Orden de la Merced, de carácter militar y dedicada desde sus inicios en la Edad Media a la redención de cautivos. Lo hizo como terciaria, es decir, como laica vinculada a la espiritualidad mercedaria.

Tras el Concilio de Trento, la Orden de la Merced vivió una profunda reforma que dio lugar a la rama descalza o recoleta. Es precisamente en este contexto donde la figura de María Ana de Jesús cobra relevancia y protagonismo. Junto al Venerable Fray Juan Bautista del Santísimo Sacramento, fue uno de los pilares fundamentales de la descalcez mercedaria. María Ana se formó en el convento de los Remedios de Madrid, situado en la actual Plaza de Tirso de Molina. Allí bebió de las fuentes de la espiritualidad redentora mercedaria y fue dirigida espiritualmente por Fray Juan, fundador de los mercedarios descalzos y gran maestro de vida espiritual.

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«La santa de Madrid»

«María Ana fue una mujer decidida, de personalidad firme y segura, capaz de atraer a su alrededor a personas de toda condición: desde los más pobres y necesitados hasta destacados miembros de la nobleza y de la misma realeza española», afirma Fray Mario Alonso. Entre quienes se sintieron cautivados por su figura se encuentra la reina Isabel de Borbón, consorte de Felipe IV, quien la consideró una de sus amigas más cercanas y su confidente más fiel. Ya en su tiempo, el pueblo la conocía y veneraba como la santa de Madrid, un apelativo que da cuenta del cariño y la devoción que despertaba en la ciudad.

Resulta también significativo que su figura aparezca en un libro tan singular como Gatas, que recoge las biografías de veinte mujeres madrileñas de distintas épocas y perfiles. Entre nombres tan diversos como La Calderona, la Duquesa de Alba, Manuela Malasaña, Isabel II, María de las Mercedes de Orleans, Clara Campoamor o Blanca Fernández Ochoa, sorprende —y a la vez resulta más que merecido— encontrar a la Beata María Ana de Jesús.

«Es un personaje relevante que ha dejado a su paso una estela de donaire madrileño; una mujer que ha nacido, vivido y sentido la villa de Madrid como algo excepcional y decisivo en su vida», subraya el comisario de la exposición.

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«De Madrid al cielo»

«Madrid está en deuda, desde hace siglos, con esta beata mercedaria y madrileña que, según la tradición popular, acuñó junto a su amigo de infancia, Lope de Vega, la célebre expresión que aún resuena en la ciudad: “De Madrid al cielo”», señala Fray Mario Alonso.

El comisario de la exposición recuerda que el Madrid de María Ana fue aquel que la aclamó como patrona, el mismo que alzó su imagen en lugares tan emblemáticos como la primitiva Puerta de Alcalá, el Ayuntamiento o el antiguo Pósito. Fue también el Madrid que la veneró en numerosos templos, conventos y parroquias, donde surgieron incluso congregaciones de naturales de la villa en honor suyo. Hoy su nombre sigue presente en la ciudad: lo llevan un hospital, un colegio, una parroquia y una plaza, testigos de una memoria que se resiste a desaparecer.

Fray Mario Alonso destaca además que la beata mercedaria «es inseparable del casticismo madrileño y forma parte de la identidad cultural de esta ciudad; es parte de su ser y de su esencia». No en vano, el pueblo la conocía como “La Santita de Madrid”“La Azucena de Madrid”“La Estrella de Madrid” o “La Corona de Madrid”, títulos que dan cuenta del cariño y la devoción que siempre despertó.

Con esta exposición —explica— se pretende ofrecer un recorrido por su figura y su tiempo a través de esculturas, bustos, pinturas, grabados, piezas de orfebrería, cerámica y reliquias. «Queremos que el visitante se encuentre un poco más con el pasado de la ciudad y, al hacerlo, también con una parte de sí mismo», subraya. El recorrido por la muestra permite descubrir las huellas vitales de esta madrileña universal: sus devociones, sus querencias, su fuerte vinculación con Madrid y el madrileñismo, y su amor y devoción por San Isidro Labrador, con quien comparte el patronazgo de la ciudad.

El mundo del arte tampoco ha permanecido ajeno a la fuerza de su figura. Escultores, pintores, grabadores, bordadores, ceramistas, ebanistas y arquitectos han dejado su huella para que, hoy, «María Ana siga viva y su memoria haya llegado hasta los madrileños y madrileñas del siglo XXI», concluye Fray Mario Alonso.

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Exposición conmemorativa del IV Centenario del Tránsito de la copatrona de Madrid

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