"Debemos abandonar un tipo de Vaticano actual y debemos hacerlo por amor"" Domingo de Ramos: Muerte y resurrección de la iglesia

Domingo de Ramos 2022
Domingo de Ramos 2022

En la línea de las tres “postales” anteriores  con su documento  de reforma de la Curia Vaticana (Anunciad el evangelio), el Papa Francisco  está proclamando y anticipando de hecho  la “muerte y resurrección” de la iglesia.

-  Unos pueden decir y dicen que esa muerte es una buena noticia: Lo mejor que le puede suceder a un tipo de iglesia actal es que se derrumbe y termine, como el templo de Jerusalén, para que, en su lugar, pueda surgir una iglesia verdadera, sin poder sacral, sin imposiciones de conciencias, sin negocios de dinero. Sólo entonces, cuando caiga este "templo", se podrá hablar de una iglesia liberada para la fraternidad del evangelio.

- Otros pueden decir y dicen que este Papa Francisco, quizá sin saber bien lo que hace, está dinamitando manera nefasta equivocada la Iglesia Católica, de forma que no no es Vicario de Cristo, sino del Anticristo. Por eso hay que esperar que sus reformas pasen, pues los papas también mueren, para que venga un verdadero Pontífice, que ponga de nuevo poner las cosas en su sitio.

            No puedo entrar en esa temática concreta. Muchos de mis lectores saben lo que pienso. Sólo qiero seguir pensando y caminando en la línea de Jesús  y  para ello ofrezco un pequeño comentario del evangelio del Domingo de Ramos, con el anuncio de la "ruina" del Templo de Jerusalén con la auténtica pascua de Cristo. Buen comienzo de Semana Santa a todos.

Evangelio: Entrada de Jesús en Jerusalén, anuncio de la destrucción del templo (Mc 11)

Mc 11: Llegaron a Jerusalén y 7  le trajeron un pollino, echaron encima sus mantos y se sentó sobre él.8 Muchos extendieron sus mantos por el camino; otros, follaje cortado de los campos. 9 Los que iban delante y los que le seguían, gritaban: «= ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! 10 ¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David! = ¡Hosanna = en las alturas!»…

y entrando en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y a los que compraban en el Templo; volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas 16 y no permitía que nadie transportase cosas por el Templo.17 Y les enseñaba, diciéndoles: «¿No está escrito: = Mi Casa será llamada Casa de oración para todas las gentes? = ¡Pero vosotros la tenéis hecha una = cueva de bandidos! . (Por eso caerá y no quedará de ella piedra sobre piedra….).18 Se enteraron de esto los sumos sacerdotes y los escribas y buscaban cómo podrían matarle; porque le tenían miedo, pues toda la gente estaba asombrada de su doctrina.

Caída del templo, caída de un tipo de Vaticano.

 Conforme a este lectura, resulta conveniente (inevitable) que caiga o se abandone un tipo de templo eclesiástico, como el sepulcro de Jesús, que estaba vacía, pero no para elevar en su lugar otro semejante (que todo cambie, para que siga siempre igual), sino para tomar el «carro de vida de Dios» (profeta Ezequiel) , para que puedan subirse en ellos expulsados y negados de la historia actual,  para recorrer con ellos los caminos de Dios.

Expulsión de los mercaderes del Templo - Wikipedia, la enciclopedia libre

Muchas piensan  dificultades actuales no se solucionan con unos pequeños cambios de estructura: con un Papa más o menos liberal, con más o menos autonomía de las comunidades; con la supresión del celibato ministerio o la ordenación de las mujeres, como quieren los teólogos más «liberales», empeñados en lograr que la iglesia se ajuste a la moderna democracia.

Sin duda, esos cambios son importantes (¡necesarios!), pero vienen en un segundo momento, conforme a la dinámica de las comunidades. Lo que importa es el radicalismo evangélico: compartir la vida, desde los más pobres, ofreciendo el testimonio de un amor que es infalible porque es presencia del Dios que da vida (es Vida) al entregarse por los otros.

Jesús anunció la destrucción del sistema sacerdotal del Templo de Jerusalén antes que cayera. Por eso expulsó a sus mercaderes y anunció la ruina de sus edificios (¡caerán como caen los bancos y jaulas de cambistas y comerciantes!), vinculados a un poder sagrado.

De esa forma asumió el mensaje de Jer 7 (caída del templo) y de Ez 10 (el "carro de Dios" se aleja del lugar sagrado) y lógicamente suscitó la reacción no sólo de los sacerdotes de Jerusalén, sino de los jerarcas de Roma, pues tenían miedo de un Reino que fuera casa de oración y acogida para todos los pueblos, empezando por los pobres. En ese fondo situamos la destrucción del papado actual.

Muchos cristianos protestarán diciendo que la imagen del viejo templo no puede aplicarse hoy al Papa. Ciertamente, el Vaticano no parece cueva de bandidos (como Jesús dijo del templo), sino espacio de apertura, una plaza, una casa donde pueden reunirse muchos hombres, obispos en concilio, fieles en romería creyente, la mayor parte de ellos intachables y fieles... Pero tampoco Caifás era perverso, sino un hábil político, diestro en equilibrios al servicio de la paz. Tampoco el Sanedrín era un tribunal corrupto, sino un lugar honrado de discusiones sociales y religiosas, a partir de unas clases dominantes (sacerdotes, presbíteros, escribas). Pero Jesús quiso que aquel templo cayera, a pesar del dolor que eso implicaba para muchos (cf. Lc 19, 41-44; 21, 20-24), y nosotros queremos que caiga el templo vaticano, por amor a los hombres.

Templo de Jerusalén - Wikipedia, la enciclopedia libre

Lo que importa no es la caída, sino la resurrección. No dictamos así una propuesta de condena general de la historia, sino la afirmación de que el tiempo de suplencia papal ha terminado (como terminó la del templo de Jerusalén). La iglesia no es sistema de poder, sino fraternidad gratuita de pobres (de crucificados y expulsados), experiencia concreta de amor que va creando vida, esperanza de resurrección. Ella sólo puede decir y proclamar la Vida mesiánica de Dios   con su propia existencia, en el nivel de las relaciones personales, sin discursos elevados que se vuelven pronto ideología. Para que viniera la nueva humanidad y los hombres y mujeres pudieran perdonarse directamente, sin controles sagrados, tuvieron que caer los poderes del templo. Por amor de Dios y para bien de los pobres, enfermos y niños, representantes y portadores del poder de Dios (Mc 11, 12-26  par), debe caer un tipo de papado. 

Pero más  que la ruina externa del templo de Jerusalén, proclamó su ruina interna,

 la ruina de ese templo de Dios que hemos levantado en nuestros corazones.  Jesús dijo a los judíos de aquel tiempo «Vuestra casa quedará vacía» (Mt 23, 38). Lo mismo puede suceder ahora el “sistema” vaticano: muchos piensan que a la sombra de sus grandes hojas no existe ya fruto (cf. Mc 11, 13-21), de manera que es preciso abandonarlo, dejando que surja, por gracia de Dios, el nuevo pueblo que produzca frutos (cf. Mt 21, 43).

Por eso, la caída de un tipo de papado nos debe alegrar, pues queremos uno diferente, que no sabemos aún cómo será, pero que tiene que ser de los pobres, enfermos y niños a quienes Jesús anunció el Reino de Dios (y a quienes introdujo como autoridad en el templo: cf. Mt 21, 14-17). La historia nos ha situado en una encrucijada y debemos tomar una decisión, pues dejar las cosas como están, manteniendo este modelo de iglesia, significa condenarla (¡y quizá condenarnos!) a una muerte sin resurrección.

El payaso del Circo en llamas (Narración parabólica de Kierkegaard) -  Adelante la Fe

No se trata de derribar con violencia los muros, pues tampoco Jesús destruyó físicamente el viejo templo (lo saquearon y quemaron más tarde, de formas diversas, los celotas y legionarios, que luchaban entre sí por el control del sistema). Pero Jesús y la mayoría de los grupos cristianos lo habían abandonado ya (como supone el evangelio de Marcos, lo mismo que  Mt 23, 37-39), antes de que ardiera en las llamas de la guerra, pues habían descubierto y edificado otra casa de fraternidad (la iglesia), en el campo extenso de la vida, sin necesidad de instituciones legales y sacrales.

2013: Benedicto XVI renuncia al Pontificado – Prensa Libre

También nosotros debemos abandonar un tipo de Vaticano actual y debemos hacerlo por amor, sin agresividad, sin lucha externa, con ternura y gratitud, con gran pena, por lo que ha sido. Debemos abandonarlo precisamente ahora, cuando parece que se eleva triunfante, con grande hojas, como la higuera de Israel (Mc 11, 13), para situar las tiendas de campaña de la iglesia de Jesús (cf. Jn 1, 14) en el ancho camino de la vida, buscando con otros hombres y mujeres el surgimiento de un servicio de unidad distinto, que represente a los pobres de Dios. Entonces podremos apelar de nuevo a las llaves de Pedro, como signo de potestad e infalibilidad evangélica.

No buscamos incendios ni guerra, ni que la Basílica de San Pedro de vaticano arda y acabe, con archivos y museos, con documentos de curia y curiales, con su banco y su pequeña guardia de suizos, sus cardenales, obispos y monseñores y/o funcionarios de segundo grado. Pero queremos que pierda su función (que se disuelva), mientras la iglesia verdadera emerge y crece en otro espacio, donde comienzan ya a juntarse los discípulos de Jesús.

Algunos, sienten mucha prisa: les gustaría que llegaran nuevos romanos (como el año 70 d. C.), quemando el Vaticano, de manera que sólo quedara una “zona cero” de ruinas con la memoria de Pedro.

Otros, más escépticos, sostienen que debe acabar no sólo el Vaticano, sino también la iglesia, pues todo en ella es folklore y sistema de dominación... Nosotros queremos que el Vaticano se mantenga como testimonio de una historia pasada, pero que la iglesia realice de un modo diferente su tarea de evangelio al servicio del conjunto de la humanidad.

 En esa línea, queremos sacar a la iglesia fuera del sistema de los trece poderes del Vaticano que hemos visto en la postal anterior, no porque ellos sean perversos, ni sus portadores inmorales (¡que no lo son!), sino porque expresan un poder sagrado y no responden ya a la autoridad del evangelio, en la línea de Pedro. Esos trece poderes son lógicos y han sido quizá necesarios, en una línea de unificación sagrada de la religión. Más aún, ellos constituyen un monumento admirable de sabiduría jurídica, en perspectiva romana y helenista, pero han cumplido su función, ya no responden a la novedad del evangelio ni a los problemas actuales de la humanidad.

Es posible (quizá conveniente) que algunas de las estructuras del Vaticano actual continúen existiendo por un tiempo. Más aún, queremos que la reconstrucción eclesial (y papal) se realice sin invasiones y guerras o rupturas interiores, como solía suceder en el pasado, sino en diálogo de amor. Pero es evidente que habrá tensiones, como indicarán los apartados que siguen, pues el anuncio de evangelio, que las mujeres han de trasmitir a Pedro (cf. Mc 16, 1-8), resulta inseparable de una fuerte denuncia, dirigida contra aquellos que parecen monopolizar la herencia cristiana.  

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 Suponemos que las críticas de Jesús en Mt 23 van dirigidas en contra un tipo de cristianos, no contra judíos que se hallaban fuera de la iglesia. Las grandes «novelas papales» de hace un siglo (V. Soloviev,  El relato del Anticristo [1899], Scire, Barcelona 1999 y R. H. Benson, El amo del mundo [1906], Gili, Barcelona 1956) anunciaban para este tiempo (comienzo del tercer milenio)  un choque violentísimo entra el Papa (Vicario de Cristo) y los representantes del Anticristo, con un tipo de fin del mundo. En contra de eso, a pesar de la dureza extrema del tiempo en que vivimos, estamos convencidos de que el mundo seguirá y de que el papado se reformará en línea de evangelio, sin catástrofes ni guerras finales de la historia.

Nueva Iglesia, nuevo papado

Al ponerse en camino hacia Roma (hacia el año 62/63 d.C.),  después de haber “animado” las iglesias Jerusalén y de Antioquía, Pedro buscaba dos cosas: el centro del poder muncial y el gran suburbio o periferia de los pobres, con quienes de hecho convivió, hasta que los poderes del sistema romano le mataron.

Pasados los siglos, los Papas siguen dislocados en Roma, entre el nuevo imperio, con el que parece que han pactado, y los pobres, que continúan estando en el suburbio. Las «llaves de Pedro» tuvieron la función de abrir la iglesia a los pobres (¡pues el Reino les pertenece: Mt 5, 3 par!): fueron llaves de Dios, al servicio del mesianismo de Jesús. Para cumplir hoy su función, el Papa tendrá que abandonar sus actuales poderes sagrados, ofreciendo  su evangelio de esperanza a los expulsados del sistema (cf. Mt 11, 2.6).

Así podría titularse nuestro lema: «Que el evangelio sea signo de unidad para todos los hombres y el papado represente nuevamente a los pobres». No se trata de adoctrinarles, pues ellos saben (aunque a veces «no saben que saben») y pueden escuchar el evangelio, sino de acompañarles, de manera que descubran su riqueza, que tomen conciencia de su voz (que es Palabra de Dios) y que la digan, expresándose a sí mismos.

Por eso quiero añadir que un Papa que se empeña en decir a los pobres desde arriba, con un poder más alto, aquello que son y lo que deben hacer no es cristiano, pues les roba lo mayor que tienen: su sabiduría y dignidad, su responsabilidad ante sí mismos y ante el evangelio. En contra de los pobres que «no saben que saben» puede haber papas y eclesiásticos que «piensan que saben sin saber», pues sólo han escuchado la propaganda del poder de turno; eso significa que deben empezar aprendiendo de los pobres y sólo así podrán tener las llaves de Dios y abrir con ellas la iglesia a todos los hombres.

Papa Francisco

 ((La referencia a los que «no saben que saben» y a los que «creen que saben y no saben» está tomada del proyecto educativo de P. Freire. Los papas parecen bogar como el Pedro de Jn 21 en una barca que se muestra inútil, en medio de la noche, sin saber dónde se encuentran los peces, sin reconocer a Jesús en la bruma del amanecer. Así vamos nosotros, muchos de nosotros, como el Discípulo amado de Jn 21, queriendo mantenernos en la barca de Pedro, para descubrir los problemas de los hombres y para ver el rostro de Jesús que nos puede guiar en la mañana)).

            Si quieren ser signo de Jesús, los papas tienen que salir de la gran casa organizada de una iglesia que tiende a pactar con el sistema, para situarse con Pedro en el caos del gran suburbio de la historia, donde están los perseguidos y expulsados de la sociedad, que son los portadores de las llaves de Dios.  

 Muchos piensan que el papado  actual navega impertérrito sobre el diluvio del mundo (cf. Gen 6), como si la barca de Pedro tuviera un lugar y respuesta preparada para todo, dentro de un gran orden sagrado. Pero otros contestan que la barca papal se mueve a la deriva, en medio de un caos o desorden de pobres que se extiende hasta el infinito (¡de pobres que se ahogan!), mientras la máquina imperial del dinero y de las armas impone su unidad  destructora, utilizando signos sagrados (como hacía Roma según el Apocalipsis).

Ciertamente, el orden económico y social funciona bastante bien (para algunos), pero es un orden de violencia, conforme a la eficacia del sistema que quiere resolverlo todo por la fuerza, apelando para ello a las armas y el dinero. Por eso, bajo la apariencia de ese orden (y en gran parte a consecuencia de su lógica de dominación), se ha extendido sobre el mundo la mayor pobreza, que no es algo natural, sino que nace de la opresión del sistema. Allí donde se ha absolutizado un tipo de sistema en línea nacional (nazismo), de imposición social (comunismo) o de organización capitalista (neoliberalismo), se multiplican los pobres (expulsados, perseguidos).

Esos pobres de los que está lleno nuestro mundo dan la impresión de que son puro caos, algo que sobra, de forma que se ha dicho que son como los «daños colaterales», necesarios para que el sistema funcione. Pero, en contra de eso, debemos afirmar que, según el evangelio (cf. Lc 6, 21-23), el caos de esos pobres es mucho más importante y creativo que el orden del sistema de donde ya no puede surgir nada que sea humanamente valioso.

Sabemos por la experiencia más honda de la Biblia (de Daniel al Apocalipsis), que los imperios unificados en forma sistema se destruyen a sí mismos, mientras que los pobres pueden abrirse a la esperanza. El sistema no tiene futuro, sino que se cierra en sí mismo, como un todo fatídico de muerte. Por el contrario, el caos de los pobres puede germinar como semilla de Reino (cf. Mc 4), haciendo posible una nueva mutación (no imposición)  humana, en línea de libertad. Por eso, no podemos resolver los problemas del caos desde el orden del sistema, sino desde la misma pobreza rica de evangelio, sabiendo que ella tiene las llaves de Dios según Cristo.

Esta visión de la riqueza y comunión que brota de los pobres constituye un elemento esencial de la apocalíptica judía  tal como ha sido actualizada en el mensaje de Jesús, superando el sistema sagrado del templo, que cerraba a Dios en un orden sacrificial. Crucificado por el sistema, el Cristo de Jn 12, 32 afirma que atraerá y unirá a todos los hombres en amor, desde la impotencia y caos de la cruz.  

En ese fondo queremos recuperar la experiencia del mensaje de Jesús, sabiendo que la «lógica del Reino», que es la lógica de la roca sobre el caos, no está hecha de imposición (dinero y armas), sino de «comunión» gratuita, por comunicación de amor, no por sistema. Para ser cristiano, el Papa debe salir de la seguridad del sistema religioso, que le aísla del mundo real de los pobres, para volver a donde estuvo al principio, en el tiempo de Pedro, en eso que pudiéramos llamar el «caos de los pobres».

 El Papa ha de volver al lugar donde habitan y sufren los hombres y mujeres que han perdido la seguridad que concede este mundo para descubrirse totalmente desnudo y sin nada, con aquellos que no tienen nada. Sólo entonces podrá descubrir las llaves de Dios que pueden convertir el caos en puerta del Reino.   

En esa perspectiva se asienta la propuesta que ahora ofrezco sin apresuramiento, sin buscar soluciones rápidas, porque los ritmos de la historia de Dios no pueden forzarse. He de hacerlo volviendo a la raíz del evangelio, donde el principio de unidad es el mismo amor mutuo de los pobres (enfermos, pecadores, expulsados), que son capaces de descubrir y construir la nueva casa de Dios, es decir, la humanidad reconciliada. Para imponer un tipo unidad desde el poder no hacía falta evangelio, ni milagro de Dios, ni gracia de Cristo; bastaba una ontología de poder, como la que que sigue vigente en los dictados del sistema actual, que quiere vencer el caos del «terrorismo mundial» a base de más policía y más soldados, en pura línea de imperio, siempre desde arriba (apelando, si hace falta, al eros ontológico, es decir, al servicio a la humanidad).

 En contra de eso, la novedad de Jesús consiste en ofrecer y buscar la unidad a través del amor directo,  gratuito, sin imposiciones ni dictaduras, desde los pobres y los ciegos, lo cojos, mancos y expulsados del sistema. Se trata, por tanto, de volver al evangelio, a la buena nueva de la fraternidad  y del amor directo, inmediato, que se expresa en el mensaje de Jesús y en su forma de crear unidad de Reino desde los más pobres. 

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No hay recetas mágicas, no hay soluciones estratégicas, no hay fórmulas políticas, sino simplemente «creer en el evangelio y convertirse» (cf. Mc 1, 15), es decir, dejar que la buena nueva de la gracia de Dios, del ágape-logos nos trasforme, trasforme a los cristianos, de manera que puedan presentarse humildemente, sin superioridad, como signo de Reino. El camino de unidad de la iglesia se define, una vez más, como camino de evangelio, como un retorno al mensaje y a la vida de Jesús, desde el centro del Sermón de la Montaña, retomando la experiencia de la pascua. Jesús viene a presentarse de esa forma como aquel que vive «desde la muerte», es decir, como aquel que ha hecho el buen camino del amor gratuito, inmediato, creador de vida, en medio del caos de muerte de su entorno. Un tipo de papas han venido a parecerse más a los sumos sacerdotes de Jerusalén y a los gobernadores del imperio que condenaron legalmente a Jesús. Pues bien, frente a esa ley de sacerdotes y gobernadores, que representan el «eros» del sistema, queremos evocar nuevamente la figura del Papa, como representante de la unidad no jerárquica (no imperial) de la iglesia de Jesús, como si fuera un «milagro» viviente, en línea de evangelio.

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