Una infalibilidad falsable, y por eso verdadera Hans Küng ha muerto, pero el "tema" sigue: Diez propuestas sobre la infalibilidad
Hace unos años, H. Küng pidió al Papa Francisco que revisará el tema de la infalibilidad, no para negarlo, sino para mostrar mejor su sentido y sus implicaciones, retomando el diálogo ecuménico, entre las iglesias y las religiones, que elevan también pretensiones de verdad, esto es, de infalibilidad.
Así lo mostré implícitamente en la “postal” de ayer, diciendo que H.Küng había publicado en el año 1970 un libro titulado ¿Infalible?, una pregunta, pero que el papa Juan Pablo II, unos años después (año 1979), en vez de responder, le retiró la licencia eclesiástica para enseñar como teólogo católico
Juan Pablo II no tuvo “cintura” (¿capacidad hermenéutica?) para replantear el tema desde la raíz del evangelio y, en contra del estilo del Vaticano II, cerró el problema en falso, con un golpe de mano en la mesa, en una línea asumida después por Benedicto XVI. De esa forma impuso en este campo (¡no en todos!) un Anti-Vaticano II (no un Post-Vaticano).
Hace seis años, H.Küng pidió a Papa Francisco, que revisara el caso: “Comprenderá que, llegado al final de mis días y movido por una profunda simpatía hacia usted, quiera, ahora que todavía estoy a tiempo, hacerle llegar mi ruego de que se proceda a una discusión libre y seria sobre la infalibilidad”.
Parece que Francisco aceptó en principio la petición, pero no procedió en consecuencia, quizá por una sombra “adversa” en planea sobre su pontificado (cf. Atrio 2016), lo mismo que parece haber pasado ahora en el momento de la muerte de H. Küng, un momento en que resulta necesario volver a los tema de fondo, como muestran las reflexiones que siguen
Juan Pablo II no tuvo “cintura” (¿capacidad hermenéutica?) para replantear el tema desde la raíz del evangelio y, en contra del estilo del Vaticano II, cerró el problema en falso, con un golpe de mano en la mesa, en una línea asumida después por Benedicto XVI. De esa forma impuso en este campo (¡no en todos!) un Anti-Vaticano II (no un Post-Vaticano).
Hace seis años, H.Küng pidió a Papa Francisco, que revisara el caso: “Comprenderá que, llegado al final de mis días y movido por una profunda simpatía hacia usted, quiera, ahora que todavía estoy a tiempo, hacerle llegar mi ruego de que se proceda a una discusión libre y seria sobre la infalibilidad”.
Parece que Francisco aceptó en principio la petición, pero no procedió en consecuencia, quizá por una sombra “adversa” en planea sobre su pontificado (cf. Atrio 2016), lo mismo que parece haber pasado ahora en el momento de la muerte de H. Küng, un momento en que resulta necesario volver a los tema de fondo, como muestran las reflexiones que siguen
Parece que Francisco aceptó en principio la petición, pero no procedió en consecuencia, quizá por una sombra “adversa” en planea sobre su pontificado (cf. Atrio 2016), lo mismo que parece haber pasado ahora en el momento de la muerte de H. Küng, un momento en que resulta necesario volver a los tema de fondo, como muestran las reflexiones que siguen
El tema es antiguo: Una petición de 50 “teólogos” de España
El mismo año de la condena (1979) un grupo de teólogos firmamos una carta en la que pedíamos que se revisara esa condena y se estudiara el tema de un modo más profundo desde una clave evangélica y ecuménica. Decíamos, entre otras cosas:
- Una respetuosa, pero enérgica, protesta por el método empleado por la autoridad eclesiástica romana… Creemos que al profesor Küng debería habérsele ofrecido una última posibilidad de reconsiderar su postura en los puntos controvertidos.
- Aunque reconocemos los valores de la obra teológica de Küng, no excluimos que puedan encontrarse algunos puntos susceptibles de ulterior matización. Pero pensamos que el lugar natural para ello es el foro de la investigación teológica.
- Tememos que, al proceder contra H. Küng... se atente también contra el espíritu y desarrollo lógico de ese mismo concilio.
- En vista de lo anteriormente expuesto, rogamos a la Congregación para la Doctrina de la Fe reconsidere el «caso Küng». Nos unimos a la propuesta, formulada por el mismo Küng, de que se nombre una comisión internacional de teólogos que estudien su caso-
Esa carta no tuvo respuesta, aunque muchos se sintieron dolidos por ella, entre ellos el Card. Suquía, arzobispo de Madrid quien, a principios del 1980, en una reunión de la Pontificia de Salamanca, me arguyó diciendo “queréis, pero no podéis, queréis pero podéis”, como si se tratara de una disputa de poder.
La actitud de Suquía (a quien consideraba “amigo” por vínculos extra-teológicos) me pareció reveladora y prometí no firmar más cartas colectivas, pues mi evangelio es una dialéctica de poder, y así me he mantenido hasta el día de hoy (2021).
Ha muerto Hans Küng, pero su llamada (protesta y propuesta) de estudio de la infalibilidad del papa (esto es, de la Iglesia, de las religiones del mundo, de la humanidad…) sigue abierta y debe ser retomada con inmenso respeto, temor y gozo, pues de lo contrario ponemos en riesgo no sólo la forma de ser actual de la Iglesia Católica, sino de la misma vida del hombre en el mundo, como ha puesto de relieve Francisdo (Laudato sí, 2015).
Teniendo esto en cuenta, y partiendo de un trabajo más extenso sobre el tema (ElPapa, una roca sobre el caos) me atrevo a ofrecer diez propuesta, retomando el libro de Hans Küng, a partir del Concilio Vaticano I,
Punto de partida: La declaración del Vaticano I (1870)
La infalibilidad del Papa, tomada al pie de la letra, parece un dogma extraño, a contrapelo de la modernidad, que había levantado un monumento a la «razón», convirtiéndola en fuente infalible de verdad, como supone el programa de las ideas claras y distintas de Descartes.
Pues bien, en ese contexto, oponiéndose a un tipo de Ilustración, que puede volverse impositiva, después de haber afirmado que la razón «natural» está abierta a Dios, el Concilio Vaticano II añadió que sólo el Papa (=la Iglesia), escuchando a Cristo y amando gratuitamente a los pobres, puede ser y es infalible:
El Romano Pontífice, cuando habla ex cátedra -esto es, cuando cumpliendo su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos, define por su suprema autoridad apostólica que una doctrina sobre la fe y costumbres debe ser sostenida por la Iglesia universal-, por la asistencia divina que le fue prometida en la persona del bienaventurado Pedro, goza de aquella infalibilidad de que el Redentor divino quiso que estuviera provista su Iglesia en la definición sobre la fe y las costumbres; y, por tanto, las definiciones del Romano Pontífice son irreformables por sí mismas y no por el consentimiento de la Iglesia (Denz-H., 3074).
La declaración conciliar quiere defender la verdad (la capacidad que el hombre tiene para hallar la verdad), encontrando un punto de apoyo que nos permita descubrir aquello en que podemos confiar y alejarnos de aquello que nos puede destruir.
La búsqueda de la verdad había estado presente en el pensamiento de la modernidad (Ilustración), como elemento básico de la razón, pero los obispos del Vaticano I buscaban otra base, más allá de los límites y riesgos de la pura Ilustración (que, siendo positiva, puede convertirse en principio impositivo, en línea de poder), y así apelaron a la infalibilidad de Jesús, es decir, del evangelio, no para oponerse a la razón (que ellos defendían), sino para fundar la verdad racional sobre la gracia.
Por eso buscaron al mismo tiempo dos «dogmas» o principios, que se encuentran implicados: Razón humana y revelación religiosa. A partir de aquí, desde la nueva “base” del Vaticano II, leído en clave de Evangelio, a los 42 años de la “condena” de H. Küng, quiero ofrecer Diez propuestas de estudio y de formulación de la Infalibilidad “papal” de la Iglesia:
1. Razón y revelación religiosa
Los obispos del Vaticano I afirmaron que el hombre está abierto por su misma realidad hacia la Vida y Verdad originaria, que le fundamenta y sobrepasa: «Si alguno dijere que el Dios vivo y verdadero, creador y señor nuestro, no puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana, por medio de las cosas que han sido hechas, sea anatema» (Denz.-H. 3026). Eso significa que el hombre puede dirigirse a la verdad y acogerla por «la luz natural de la razón» (Ibid. 3004).
Los obispos defienden así la razón humana (es decir, la Ilustración), como camino de búsqueda, y suponen que el evangelio no es irracional, ni puede imponerse de manera fundamentalista sobre creyentes antiguos o modernos. Ninguno de los ilustrados había dicho más que el Vaticano I: hombres y mujeres son capaces de conocer la realidad, conociendo incluso lo divino.
Eso significa que el cristiano puede y debe dialogar con la cultura y que la iglesia acepta el proceso de racionalidad, a pesar de los riesgos que ha implicado en occidente, con la búsqueda filosófica y científica de la modernidad. En otras palabras, el hombre es capaz de Dios, capaz de trascenderse (capaz de buscar racionalmente la verdad).
2. Infalibilidad cristiana.
El Vaticano I añade que la búsqueda anterior (racional) de la verdad se encuentra fundada (y abierta) por una experiencia de fe, es decir, por el don de Dios que se revela porque él quiere, libremente. En este plano, desde una perspectiva cristiana, el Concilio afirma que, al acoger y expresar el don de Dios (la gracia de su revelación), el Papa es infalible, en materia de fe y costumbres (de experiencia y vida), cuando habla «ex cathedra», en nombre de Jesús (de la iglesia y de la humanidad), en línea de evangelio.
Este dogma puede resultar y resulta escandaloso si se entiende de un modo literal o se relaciona con pequeñas declaraciones que el mismo papado ha venido ofreciendo en los últimos tres siglos, sobre temas de política o cultura, de ciencia o vida social. Pero, tomado en sentido profundo, éste es un dogma esencial, porque permite que los cristianos sean conscientes de la firmeza que tiene conocimiento por fe, es decir, su experiencia religiosa compartida, en forma de comunión de gratuidad, desde el evangelio.
Ambos «dogmas» (conocimiento racional e infalibilidad creyente) son inseparables y se aplican a todos los hombres, quienes aparecen, así como capaces de buscar por razón la verdad y de escuchar o acoger por fe (por gracia de amor, por experiencia de vida) la Vida «infalible» de la revelación de Dios. En esa línea, el segundo dogma dice que sólo es infalible Cristo o, mejor dicho, una vida como la de Cristo, en amor abierto al conjunto de la iglesia (de la humanidad), partiendo de los pobres.
3. Imfalibilidad de la Iglesia (esto es, de la comunidad humana)
Un lugar “fuerte” donde se expresa y cultiva esa infalibilidad ha de ser la comunión de los seguidores del evangelio, representados de un modo especial, no exclusivo, por el Papa, cuando asume, según Cristo, la vida del conjunto de la Iglesia, al servicio de los pobres. Así se vinculan ambas líneas: la búsqueda de la verdad (la apertura divina del hombre) y la afirmación de que sólo es infalible (en sentido cristiano) la comunidad de los fieles, precisamente allí donde ellos renuncian a todo poder y a toda verdad impositiva, buscando el bien de los demás.
Esas dos declaraciones (búsqueda y experiencia originaria de la verdad) no son exclusivas de los cristianos, no se apliquen sólo al Papa (¡él sería infalible, mientras todos los demás son falibles!), ni a la iglesia católica tomada de un modo cerrado (¡sólo ella sería verdadera, las demás son falsas!), sino que expresan un convencimiento humano, de tipo racional (podemos conocer la verdad), y una experiencia de fe gratuita, según la cual sólo conocemos la Verdad de Dios en la medida en que, renunciando a imponerla de un modo dictatorial (por encima de los otros), afirmamos que ella se expresa como amor gratuito, allí donde acogemos el don de la vida, con Cristo, amando a los más pobres.
La Iglesia católica es infalible en la medida en que renuncia a serlo de un modo impositivo, dejando de situarse por encima de otras confesiones cristianas o de otras religiones y, sobre todo, por encima de los pobres. Ella es infalible en la medida en que recibe el don de amor de Dios y lo comparte en actitud dialogal (Hech 15, 28), en gesto de servicio a los pobres, sin condenar a nadie, pero rechazando toda imposición violenta, toda superioridad racionalista, legalista o política. Sólo es infalible si mantiene la experiencia y mensaje de Jesús: si evangeliza a los pobres y ofrece esperanza a los excluidos del sistema, en gratuidad, no por fuerza.
4. Paradoja universal: Quien se haga infalible en clave de poder se equivoca siempre.
Quien pretendiera «yo soy infalible, tú no lo eres» es soberbio y no cristiano. Quien diga «mi iglesia es infalible, las demás falibles» es un dictador o un enfermo.
En contra de eso, la infalibilidad del Papa (de cada uno de los cristianos y los hombres que se mantienen en gesto de escucha y comunicación amorosa) sólo puede entenderse en perspectiva de pobreza agradecida, allí donde los hombres y mujeres se descubren amados por Dios y descubren que pueden responder amando (amándose entre sí, al servicio de la vida), en un diálogo en que pueden ponerse de acuerdo porque el mismo Dios Padre lo anima y fundamenta (cf. Mt 18, 19).
Ésta es la verdad de la luz amorosa, que el evangelio ha expresado de forma lapidaria: «Gracias te doy Padre… porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños…» (Mt 11, 25-27). Esta es la infalibilidad de la pobreza y de la pequeñez del hombre, abierto al don del Padre, la infalibilidad del Dios de Jesús que ha creado a los hombres para la vida y que no puede permitir que se destruyan para siempre.
Siguiendo en esa línea podemos añadir que sólo quien renuncia a tener razón y a dominar sobre los otros por razones «superiores» puede en verdad ayudarles. De esta forma descubrimos que hay algo más poderoso que el poder: el amor creador. Hay algo más verdadero que la razón demostradora: la verdad de la gracia, que puede expresarse en una iglesia concreta donde los cristianos (y de un modo concreto su Papa) renuncian a mantener su razón particular e impositiva, para buscar con los demás el reino de Dios.
5. Paradoja “falso-católica”. Un tipo de papado poco racional y muy falible.
El Concilio Vaticano I decía que el Papa de la Iglesia Católica es infalible, y en un sentido estrechó tenía razón, pero hay pocas instituciones importantes que se hayan opuesto a la razón más que el papado, en su magisterio normal, en línea de política y cultura, en los últimos siglos (del 1600 al 2000). Casi hasta mediados del siglo XX, los Papas han rechazado la libertad religiosa, se han opuesto a la democracia, han condenado el liberalismo y el progreso, han negado los derechos humanos, han criticado la autonomía de la prensa etc. etc.
Además, el Papado promovió en otro tiempo las guerras de religión, instituyó inquisiciones, quiso convertir a los «infieles» con la ayuda de la espada de los «reinos católicos» (España y Portugal), persiguió a los herejes… En esa línea, siempre que ha tomado la verdad como objeto de posesión y de poder sagrado, ha sido muy falible en temas concretos de fe y costumbres.
6. Infalibilidad católica, deseo de evangelio
A pesar de lo anterior, la Iglesia católicapuede llamarse infalible, pero con mucha humildad, sin decirlo muy alto, sin pensar que es mejor que otras iglesias o religiones, porque, a través de caminos tanteantes y de equivocaciones gordas, la iglesia papal ha venido expresando y concretando a lo largo de la historia el proyecto de Jesús, es decir, la llamada del Reino. Entendida así, la infalibilidad del Papa se identifica con la infalibilidad de la Iglesia (católica, protestante, ortodoxa…) y de toda la humanidad y en ese sentido ratifica un elemento esencial del evangelio, pues mantiene su esperanza y ofrece la garantía del sentido de la vida humana.
Sólo podemos ser cristianos si creemos, de un modo concreto, que la verdad de Dios se va expresando en la vida de los hombres, a pesar de que la historia (incluso la de la iglesia llamada católica) sea tortuosa y desalmada. Esa iglesia es infalible sólo en la medida en que se convierte sin cesar, volviendo a su origen que es Jesús, como signo y camino de comunión concreta de unos seguidores de Jesús, que se descubren vinculados a los crucificados y expulsados de la historia (a los que no pueden imponer su verdad) .
Así decimos que la Iglesia infalible e indefectible (que en el fondo es lo mismo) no es la del poder, simbolizada en edificios o proyectos elitistas, ni la que se expresa en una curia (=casas señoriales, del kurios), con organismos administrativos y jurídicos eficientes, sino aquella que renuncia a todo poder y a toda verdad exclusivita, para vivir y anunciar el don y fraternidad de Jesús, sin necesidad de instituciones impositivas, cajas fuertes, organizaciones decisorias (casi siempre dictatoriales), ni grandes documentos.
Esta iglesia no es infalible por encima (en contra) de otras iglesias o religiones, sino con ellas, en gesto radical de pobreza (renuncia a todo poder), de gratuidad (renuncia a toda imposición), en diálogo de amor, desde los más pobres, que son en el fondo los únicos infalibles, porque les ama Dios en Cristo.
7. Infalibilidad de los “pobres”, es decir, de las víctimas
La infalibilidad de la iglesia es el amor gratuito, es decir, el poder del no-poder y la verdad del no-juicio. Eso significa que el Papa tiene la suprema potestad allí donde supera o abandona toda potestad. De esa forma puede definir la verdad infalible en la medida en que renuncia a cualquier infalibilidad propia que vendría a situarle, de forma impositiva, por encima de los otros.
El Papa no puede equivocarse si es que su palabra es la palabra de los pobres, de los expulsados del “sistema de poder”, de los crucificados de la historia, porque en ellos y con ellos ha descubierto Jesús la verdad más honda del Dios que resucita a los muertos. El Papa es (=ha de ser) signo de la infalibilidad de una iglesia edificado sobre los pobres e impotentes, amados por Dios. Ésa es la infalibilidad del amor que siempre permanece y nunca cesa, mientras acabarán las profecías, cesarán las lenguas y terminará el conocimiento de aquellos que se piensan sabios en el mundo (cf. 1 Cor 13, 8).
Sólo esa iglesia, que se identifica con los crucificados de la historia, buscando desde la periferia del poder el futuro de la humanidad, en amor concreto y entrega a los pobres, puede ser y es infalible. No lo es porque sabe más en plano de ciencia, ni porque puede más en línea de organización o autoridad dominadora, sino porque quiere transmitir el mensaje del reino a los pobres (¡ellos son los infalibles!) y porque quiere mantenerse en diálogo de amor concreto, a través de un gesto de perdón y no-juicio que lleva en sí la garantía de la vida perdurable, por pura gracia, sin imponer a nadie su imperio o su certeza.
Esta declaración de infalibilidad, que el Vaticano I ha centrado en el Papa, como signo de una iglesia que promueve el evangelio de los pobres, ha de entenderse como expresión gozosa de vida y esperanza, que se vincula al mensaje del Reino y a las bienaventuranzas. Ella nos dice que, siguiendo a Jesús, la humanidad no marcha a la deriva, sin conocer de dónde viene ni hacia dónde se dirige, sino que forma parte de un camino abierto por Dios hacia el futuro de Cristo, de manera que ella, la humanidad en la que habita Cristo, en medio de sus múltiples equivocaciones, no puede equivocarse, porque la Palabra, es decir, la presencia creadora de Dios permanece para siempre: «Cielo y tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mc 13, 31):
8. La infalibilidad de la iglesia de Dios.
Un Papa que hablara por si mismo y no en nombre de los pobres, llamados por Jesús al Reino (como si él tuviera la Palabra y los demás no la tuvieran), un Papa que organizara las cosas desde arriba e impusiera su dictadura espiritual sobre los creyentes, no sería infalible según Cristo sino todo lo contrario, un hombre no sólo falible sino equivocado, opuesto al evangelio, opresor de otros hombres.
Por eso, el Vaticano I afirma que el Papa tiene la misma infalibilidad de la iglesia universal (católica-protestante-ortodoxa), conforme a la verdad del evangelio, al servicio de los pobres y de la palabra compartida, en diálogo de libertad (de mesa común), como ha formulado Hech 15, 28, para garantizar la salvación de los gentiles, antes expulsados de la gracia mesiánica: «Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros». Entendida así, la infalibilidad no es más que la expresión de la presencia del Espíritu de Dios (de Cristo) en la experiencia de amor y en la esperanza de los pobres.
No es la verdad de un individuo separado que enseña desde arriba a los demás (porque tiene más conocimiento), sino la de todos los que aceptan el don de la vida, sean o no seguidores explícitos del Cristo, siempre que sean solidarios con los crucificados y expulsados del sistema. Precisamente ellos, los marginados de la humanidad (de los que habla Mt 25, 31-46), cristianos o paganos, hacen la iglesia infalible. Sólo allí donde regalan la vida y la comparten con los pobres, los hombres y mujeres son de verdad infalibles.
Sólo porque los pobres son portadores de «verdad y futuro» podemos hablar de una infalibilidad de la iglesia, que no se expresa en unas proposiciones declaradas por la fuerza, en unos dogmas ya fijados de manera intemporal, sino en el valor definitivo del mensaje de Jesús, es decir, en el sentido de la obra creadora de Dios.
9. Una infalibilidad dialogada, en amor y búsqueda de Reino
Es la infalibilidad de camino mesiánico, tal como Jesús lo ha expresado, haciendo posible que unos hombres y mujeres (unidos a los pobres y expulsados) puedan vivir compartiendo la vida, con la certeza de que están abiertos al Reino de Dios. Unas proposiciones que pretendan ser verdaderas para siempre (sin cambio alguno), separadas de una comunidad que las comparte y proclama acaban siendo siempre falsas. Sólo en este contexto recibe su sentido la palabra ex cathedra, que alude al hecho de que el Papa no habla como un simple particular, sino en nombre de la iglesia «católica», desde un espacio de encuentro que se abre a todos los creyentes (a todos los que sufren y muere).
Jesús fue infalible en su entrega por el reino. Así pueden ser y son infalibles los creyentes, en unión con expulsados y enfermos, a quienes proclaman la buena noticia, conforme al mensaje de Jesús: «Bienaventurados vosotros, los pobres (cristianos o no) porque es vuestro el reino de los cielos». Una verdad humana que quisiera situarse fuera del camino de la historia no sería nunca verdadera.
La infalibilidad de Jesús y de los suyos no puede situarse más allá del tiempo, sino en el mismo proceso de un tiempo hecho de entrega a favor de los demás. Si alguien pretende tener la verdad para siempre, por encima de los otros, separándose así de su historia de sufrimiento y esperanza se convierte en dictador y mentiroso. Sólo puede ofrecer la verdad de Jesús quien asume el riesgo de la vida, la posibilidad de equivocarse, en un camino donde no existe más dogma que la gracia, ni más «costumbre cristiana» que la entrega de la vida a favor de los otros, desde la esperanza del Reino de Dios.
10. Conclusión abierta: Una infalibilidad falsable.
Como decía K. Popper (judío universal), sólo puede ser verdad una proposición siempre “falible” (=falsable), esto es, una proposición y un camino que puede ser criticado y discutido, superando unas propuestas anteriores, siempre “falsables”, por insuficientes, por poco matizadas, por contrarias a los más pobres.
En ese sentido, sólo puede ser infalible una iglesia que acepta su radical su falsabilidad siempre que se abra a la esperanza, desde los pobres y expulsados del sistema. No estará de más recordar que una visión inmovilista y doctrinaria de la infalibilidad no podría aplicarse a varias afirmaciones de Jesús (sobre la llegada inminente del Reino) que, en su sentido externo, no se cumplieron. Jesús fue infalible en el don del amor y en la entrega de la vida, pero insertándose dentro de la falibilidad de la historia. En esa misma línea decimos que es infalible la iglesia.
Si la Iglesia católica supone que su Papa es infalible en línea de poder e interpreta esa infalibilidad como un privilegio que le permite situarse sobre las restantes instituciones o movimientos religiosos, no sólo se opone a su historia, volviéndose peligrosamente orgullosa, sino que niega el evangelio, rechaza a los pobres y se alza contra Dios. La iglesia «católica» sólo puede hablar de infalibilidad cristiana allí donde, renunciando a ponerse por encima de las restantes iglesias, religiones o culturas, mantiene su anuncio de Reino a favor de los más pobres, compartiendo su vida con ellos (que son los infalibles).
La infalibilidad de la iglesia significa que la historia humana tiene un sentido, que la marcha del hombre no son sendas que se pierden en un bosque sin fin y sin salida, en algún rincón de un cosmos sin alma ni sentido. Eso significa que la iglesia tiene que decir al mundo, con su propia vida, que el mundo tiene un sentido y tiene que caminar así con las demás instituciones religiosas o sociales, no para imponerse sobre ellas o darles lecciones, sino para compartir gozosamente la vida con ellas, en diálogo y búsqueda común, porque sólo en el diálogo y búsqueda se expresa la verdad infalible del Dios que es vida compartida, en comunión con los más pobres.
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