Lucas 6 /Camino y catequesis de pascua (Emaús) para fugitivos de Jerusalén (Lc 24)

Termino con esta catequesis para fugitivos de Emaús el pequeño curso de Lucas, que he venido impartiendo durante toda esta semana desde la escuela bíblica IBICLA (Cursos Bíblicos - Instituto Bíblico Claretiano de las Américas (IBICLA)) que ofrece una diplomatura de Biblia para oyentes y estudiantes de lengua española

Este último día presento   una visión de conjunto de la experiencia pascual según Lc 24, centrándome en los fugitivos de Jerusalén, de un modo sapiencial más que histórico/literario.

Insisto en la pascua cristiana como interpretación de conjunto de la historia bíblica, como un recorrido de conjunto por la Biblia (Ley, profetas, escritos) de la mano de Jesús, como un camino de ida y vuelta entre Jerusalén y Emáús.Quiero que el mismo lector se asome de manera personal al texto, deduciendo sus propias consecuencias, tanto en plano literario (bíblico como eclesial)[1]. 

Podcast - Instituto Bíblico Claretiano de las Américas (IBICLA)

  1. Principio. Experiencia y fe de las mujeres 24, 1-12

 A diferencia de Marcos y Mateo, Lucas sitúa, la experiencia pascual según Lucas se ha desarrollado en el entorno de Jerusalén, reasumiendo de esa forma y culminando el camino de la historia judía, centrada en la ciudad del templo.

 [Monumento]       El primer día de la semana, muy de mañana, fueron al monumento (=mnêma), llevando los aromas que habían preparado. Pero encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro, y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Y no sabiendo qué pensar, se presentaron ante ellas dos hombres con vestidos resplandecientes. Como ellas temiesen e inclinasen el rostro a tierra, les dijeron:

[Mensaje)     – ¿Por qué buscáis entre los muertos al Viviente? No está aquí, sino que ha resucitado. Recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, y al tercer día resucite”.

[Recuerdo]     Y ellas (=emnêsthesan) recordaron sus palabras.

[Mensaje]  Regresando del monumento (=mnêmeiou), anunciaron todas estas cosas a los Once y a todos los otros. Las que decían estas cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las otras que estaban con ellas.

[Infidelidad]    Pero todas estas palabras les parecían como desatinos y no les creían. Pedro se levantó y corrió al monumento (=mnêmeiou). Se inclinó, pero sólo vio las vendas y se volvió a su casa, asombrado por lo sucedido (Lc 24, 1-12).

Llenas del recuerdo pascual, las mujeres vuelven hacia el resto de los hermanos (los Once y los otros: 24, 9), convirtiéndose en testigos humanos de la pascua: ya no son necesarios los hombres celestes (ángeles). Ellas, María Magdalena, Juana y María la de Santiago, desde el centro de un grupo más extenso (con las otras: 24:10) emergen así como las primeras cristianas. Pero los discípulos (que reciben el nombre oficial de apóstoles o enviados) no les creen.  Las mujeres son portadoras del mensaje de pascua; pero los Once varones no les escuchan.  

 – Las mujeres y sepulcro (Lc 24, 1-3; cf. Mc 16, 1-2). Lucas mantiene la tradición antigua del sepulcro vacío, tal como ha sido descubierto por unas mujeres que, pasado el descanso sabático, en la mañana del primer día de la semana (actual domingo) quieren ungir el cadáver de Jesús. Ellas constituyen el lazo de unión entre la historia de Jesús y la experiencia de pascua, entendida como superación del sepulcro o monumento funerario. Para un judío era esencial el recuerdo del sepulcro, “descansar” en la tierra, con los padres, recibiendo el homenaje de los familiares y amigos. Ellas, las mujeres, empiezan representando esa continuidad de la memoria amistosa por encima de la muerte.

 – Dos hombres celestes (Lc 24, 4-5a). El joven vestido de blanco (¿signo de Cristo?) de Mc 16, 5, que Mt 28, 2-3 había presentado como Ángel de Yahvé (es decir, como signo y presencia del mismo Dios, autor y testigo de la pascua), se convierte aquí en dos hombres (ándres, varones). Posiblemente son dos y son varones para que, conforme a la ley judía (cf. Núm 35, 30; Dt 17, 6), puedan servir de testigos en un juicio (Lc 24, 4). Vienen, sin duda, del cielo: son testigos de la vida de Dios, frente a las mujeres que buscan al Viviente entre los muertos.

 – Mensaje pascual (Lc 24, 5b-6a). Empieza en forma de pregunta catequética: ¿Por qué buscáis al Viviente entre los muertos? Se expande en forma de afirmación deíctica (¡No está aquí¡!) y proclamación creyente: ¡Ha resucitado! (Lc 24, 5). De esa forma, el lugar de los muertos (sepulcro) se vuelve principio de vida, escenario y señal de nuevo nacimiento. Las mujeres saben que la historia humana culmina en una tumba: todo acaba en ella, todo se termina, de manera que el último recuerdo humano es recuerdo de muerte, como sabe la tradición religiosa del gran parte de los pueblos. Pues bien, ese mismo monumento de muerte (mnêma, mnêmeion) se vuelve principio de vida. Así lo dice la palabra fundante de pascua, el mensaje que los testigos de Jesús han de extender por todo el mundo, como iremos viendo en lo que sigue.

 – Catequesis pascual (Lc 24, 6b-7). En contra de los testimonios paralelos de Mc 16, 7 y Mt, 28, 7, estos Testigos celestes ya no dicen a las mujeres que vayan, que reúnan a los discípulos y salgan hacia Galilea, para ver allí al Señor resucitado. Para ellos, Galilea no empiezaa ya la tierra futura donde empieza el camino de pascua, sino más bien la tierra del pasado: el lugar donde Jesús anunció su camino de muerte y de pascua. Por eso, las mujeres (y todos los cristianos posteriores) tienen que volver a Galilea, pero sólo en un proceso de memoria: para recordar lo que allí dijo Jesús, en catequesis de evangelio (recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, y al tercer día resucite).

Ellas, las mujeres de la pascua, han escuchado a Jesús en Galilea, han recibido su palabra. Ahora tienen que recordarle y recrearla, desde una perspectiva de pascua. La historia de Jesús en Galilea, con el anuncio de la pasión y la promesa de la resurrección, forma parte del pasado, ha concluido ya, se ha clausurado con su muerte. Por eso, los varones pascuales ofrecen a las mujeres asustadas de la tumba vacía la primera catequesis de la historia cristiana, pero no para enviarlas de nuevo a Galilea, sino para iniciar con ellas un camino que se inicia en Jerusalén y culminará en todos los pueblos de la tierra.

 – Mujeres creyentes (Lc 24, 8). La experiencia pascual aparece así como recuerdo que recrea y da un sentido nuevo (verdadero) a la vida de Jesús. Pues bien, de manera sorprendente, las mujeres de la tumba aceptan la catequesis pascual de los varones celestes y recuerdan (=asumen, creen) las palabra que Jesúsles había dicho (Lc 24, 8). Ellas no han sido simples servidoras materiales de Jesús y sus discípulos, como podía suponerse partiendo de una lectura apresurada de 8, 1-3, sino que son como María (cf. 10, 38-42), capaces de escuchar y acoger la auténtica palabra de Jesús, tal como culmina en la pascua. No necesitan una experiencia externa y distinta de Jesús resucitado, como sucederá a los restantes personajes de la trama.  De esa forma, desde el borde de un sepulcro vacío, ellas creen, reconstruyendo así lo que Jesús había venido diciendo a lo largo de su vida sobre el Hijo del Hombre que debe ser entregado, que será crucificado y que al tercer día resucitará (cf. Lc 24, 7)[2]. 

Mensaje de las mujeres (24, 9-10).Ellas no han recibido ninguna misión expresa, de tipo externo, como la que recibirá más tarde el conjunto de los discípulos (cf. Lc 24, 48; Hech 1, 8). Los varones pascuales no les han transmitido ningún mandato, diciéndoles que vayan, pero, en contra de lo que sucede en Mc 16, 8, ellas se ponen en camino y van, ofreciendo a los llamados “apóstoles” el testimonio del mensaje recibido. Han descubierto la nueva y antigua verdad, han conocido el misterio de la resurrección y quieren comunicárselo a los representantes oficiales de la iglesia que va a nacer (está naciendo a través de ellas). De esta forma, Lucas ha colocado en el principio de la iglesia el testimonio de estas mujeres, conforme a una visión que ha sido compartida de algún modo por los restantes evangelio: por el final canónico de Mc 16, 10, por el relato de fondo de Mt 28, 9ss y por Jn 20,14-18. Como dirá la tradición eclesial, ellas han sido apóstoles de los apóstoles. 

Incredulidad de los Doce apóstoles galileos (prepascualaes: 24, 11-12). Las mujeres no han necesitado una experiencia pascual directa, una visión del Cristo viviente en cuanto tal; les ha bastado la palabra de los varones celestes, el recuerdo de la vida y mensaje de Jesús. Pues bien, los apóstoles piensan que eso resulta no sólo insuficiente, sino también contradictorio: un simple desatino, una locura sin sentido. Esto es la pascua en un primer momento: esto es la palabra de Jesús a los ojos de la lógica del mundo: ilusión enfermiza, falta de sentido (Lc 24, 11). Como hemos dicho ya, una glosa posiblemente posterior (paralela a Jn 20, 1-10) añade que Pedro ha corrido al sepulcro, encontrándolo vacío y ordenado, para no creer tampoco (Lc 24, 12). Es evidente que la tumba vacía en cuanto tal no es prueba suficiente de la pascua.

   Lucas ha transformado significativamente la escena de Mc 16, 1-8 (y de Mt 28, 1-8). Ha conservado el tema de la tumba vacía, con la experiencia fundante de las mujeres, pero ha cambiado su orientación, tanto en referencia al sentido de la fe (que es recuerdo de Jesús), como en referencia al lugar y despliegue posterior de la pascua (que se centrará en Jerusalén).

Las mujeres de Mc 16, 1-8 van llenas de miedo y “no dicen nada”, de manera que puede suponerse (según la redacción del propio Mc) que no han cumplido aún su misión, que siguen en camino, dentro de una iglesia que no ha llegado a encontrar su principio pascual. Por su parte, las mujeres de Mt 28, 8-10, encuentran a Jesús, yendo de camino hacia los apóstoles; así culmina y se expresa en ellas la experiencia pascual.

Por el contrario, las mujeres de Lucas han culminado su camino de fe en el mismo borde del sepulcro vacío: ellas recuerdan y creen, creen y van. Son las primeras y más hondas transmisoras de la experiencia pascual, en el principio de la iglesia. En principio, ellas Lc 24 no necesitan una nueva aparición de Jesús: les basta su recuerdo, actualizado al borde de la tumba vacía, a la luz de los varones celestes. Más que una posible vivencia extática del Señor resucitado, que presenta ante los discípulos su nueva corporalidad (como después veremos en 24, 36-49), importa aquí la memoria viva de aquello que Jesús había dicho y realizado en el camino de su vida en Galilea. Antes que milagro externo, la pascua significa un re-descubrimiento del pasado de Jesús, una vuelta al evangelio. Una aparición pascual que nos desvinculara de la historia de Jesús y su mensaje sería fantasía.

Desde aquí recibe su sentido la alusión a Galilea. Tanto en Mc como en Mt, siendo expresión de un pasado (recoge la historia anterior de Jesús), Galilea es el signo pascual de futuro: es la tierra donde los discípulos volverán a encontrar a Jesús resucitado, para retomar la inspiración del evangelio e iniciar desde allí el camino misionero. Lucas, en cambio, ha supuesto que la misión del Jesús pascual comienza en Jerusalén, asumiendo de esa forma la experiencia sacral israelita, la tradición de la ciudad santa, como lugar de presencia de Dios, principio de renovación del mundo. Según eso, Galilea se ha convertido exclusivamente en expresión de una fidelidad al pasado (¡recordar lo que Jesús dijo en Galilea!); el futuro comienza en Jerusalén.

 Como veremos después, en contraste con los testimonios de Mc y Mt, conforme a Lucas, la experiencia pascual ha de centrarse en Jerusalén, para abrirse desde allí hacia las naciones de la tierra. Las mujeres de Lc 24, 1-11 son las cristianas perfectas pues han creído sin ver a Jesús. Han creído por el testimonio de los dos varones pascuales, recordando la vida precedente de Jesús, descubriendo el sentido radical de su palabra sobre el Hijo del Hombre que debe padecer. Ellas creen sin haber visto a Jesús y además anuncian a los apóstoles aquello que han visto y creído (la tumba vacía, el testimonio pascual), aunque ellos no lo aceptan. Todo el desarrollo que ahora sigue puede interpretarse como una expansión de los temas aquí esbozados. 

  1. Fugitivos de Jerusalén. El fracaso de la historia mesiánica (Lc 24, 13-21).

  Ellos no van con las mujeres al sepulcro, para ungir al cuerpo muerte, ni quedan en Jerusalén, como los otros, sino que escapan. Es como si tuvieran más dolor; como si la aventura de Jesús hubiera aparecido ante sus ojos como un bello y duro engaño. Cuanto antes pudieran olvidarla sería mejor: parecen suponer que vida no se puede edificar sobre recuerdos vacíos, sobre palabras vanas, como las de las mujeres del sepulcro (cf 24, 11-22).

Escapan por los caminos del olvido imposible, y para que Cristo les haga retornar a su mensaje y vida necesitan más razones que la catequesis pascual de las mujeres: a ellas les bastaba el recuerdo de aquello que Jesús había dicho, al borde de su tumba vacía: les hará falta toda la palabra de Escritura y la fracción del pan; tendrán que ver a Jesús para creer, aunque aún no necesitan fijarse de un modo detallado en sus manos y pies (como lo hará la iglesia reunida de la pascua, en 24, 40). De esa manera, su misma gran incredulidad se hará motivo de una más honda y larga catequesis pascual. Son muchos los motivos que podemos destacar en esa catequesis, convertida en principio de la más intensa teología de la pascua.

 –Pascua, proceso hermenéutico: comprensión de la Biblia. El mismo texto puede entenderse como proceso hermenéutico: es decir, como camino personal, comprometido, que nos lleva a una nueva comprensión de la Escritura, a partir del Cristo muerto (y a una verdadera comprensión de Cristo a partir de la Escritura). Los judíos tanaítas (rabínicos) interpretarán la misma Biblia de Israel a partir de su nueva experiencia de la Ley y de la unidad del pueblo, desde el fondo de las tradiciones nacionales. De esa forma, todo su nuevo texto legal (la Misná), el conjunto de su vida, será una hermenéutica bíblica. Los cristianos, en cambio, han interpretado la Ley y los Profetas a partir de la pascua del Cristo.

 – Revelación de Dios. La pascua cristiana es más que interpretación de un libro, es descubrimiento de Dios que se manifiesta por medio de Jesús como, vencedor sobre la muerte. Este era el tema clave, esta la tarea del judaísmo: querían reconocer la presencia de Dios, verle del todo. Pues bien, los cristianos afirman que lo han hecho: han visto al mismo Dios de Israel en el camino de Jesús crucificado. Por eso, la pascua es una experiencia de iluminación transformadora, de forma que los antiguos fugitivos descubren que su vida cambia al contacto con Jesús resucitado.

Experiencia de conversión personal. La pascua puede y debe interpretarse como experiencia de nuevo nacimiento, de transformación humana. En contra de una tendencia normal del judaísmo legalista (y de gran parte de la práctica normal de los cristianos en la iglesia), la conversión no es punto de partida o presupuesto para el encuentro con Dios, sino al contrario: el mismo encuentro con Dios, que se revela en Jesús, suscita el cambio; es el mismo Jesús resucitado el que convierte a los fugitivos de Emaús, haciéndoles volver a la comunidad. Según eso, la pascua es nuevo nacimiento de lo humano.

             Estos tres momentos se vinculan en el camino de ida (salida de Jerusalén) y de vuelta… Hay que salir de un tipo de Jerusalén, de una biblia e iglesia cerrada en el pasado para encontrar a Jesús en el camino, en la casa de Emaús y de vuelta a la nueva Jerusalén, nueva Biblia . El texto ofrece un buen ejemplo de teología narrativa: la verdad no se argumenta ni demuestra a base de razones; la verdad viene a expresarse en forma de relato; sólo convence quien sepa contar una historia de forma que su verdad (su mensaje) vuelva a hacerse presenta allí donde se cuenta.

  1. Y he aquí que dos de ellos (de  los  Once y los otros: cf. 24, 9),
  2. en aquel mismo día caminaban hacia una aldea llamada Emaús,
  3. que distaba como una sesenta estadios de Jerusalén.
  4. Y ellos dialogaban entre sí sobre todas estas cosas que habían acontecido.
  5. Y sucedió que mientras dialogaban y hablaban
  6. el mismo Jesús se acercó y caminaba con ellos.
  7. Y sus ojos estaban cerrados, para no reconocerle. Y él les dijo:
  8. ¿Qué son esas palabras que os decís entre vosotros, mientras camináis?
  9. Y ellos se pararon, quedando tristes. Y uno, llamado Cleofás, respondiéndole le dijo:
  10. - ¿Eres tú el único habitante de Jerusalén que ignoras
  11. las cosas que han pasado en ella en estos días?
  12. Y les preguntó: ¿Cuáles? Y ellos le dijeron:
  13. - Las referentes a Jesús de Nazaret, que fue varón profeta,
  14. poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo,
  15. cómo le entregaron nuestros sacerdotes y jefes, en juicio de muerte y le crucificaron.
  16. Nosotros esperábamos que él fuera quien debía redimir a Israel,
  17. pero con todas estas cosas, han pasado ya tres días desde que esto ha sucedido.
  18. Ciertamente, algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado,
  19. pues han ido muy temprano al monumento y, no encontrando su cuerpo,
  20. han venido diciendo que han visto una visión de ángeles, que les han dicho que está vivo.
  21. Pero algunos de los nuestros han ido al monumento y han encontrado
  22. que es cierto lo que decían las mujeres,pero a él no le han visto (24, 13-21).

            Estos fugitivos de Jerusalén (huyen de la ciudad santa, que les parecía ciudad del Cristo, buscan un refugio en Emaús) son signo de todos los han hecho camino con Jesús, pero después se han decepcionado. Éstos son los vencidos de la historia israelita, que no han podido resistir la experiencia de fracaso de Jesús; son los antiguos y nuevos perdedores de la tierra. No es relato de vencedores, sino de perdedores mesiánicos, hombres (¿un hombre y una mujer?) que van de retirada, envueltos en tristeza. Desde aquí se entienden las dos palabras principales de su discurso:

 – ¡Pensábamos que tenía que redimir a Israel! Se han situado ante Jesús, han visto su vida, han oído sus palabras, han recibido el impacto de sus signos. Por eso, le definen como varón profeta, poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo. Han sido muchos los hombres que, en aquel duro tiempo de dolores y esperanzas, actuaron como profetas de Dios, ofreciendo al pueblo un mensaje de salvacióna. Conforme a la terminología del tiempo, redimir a Israel significa liberar al pueblo del yugo de los enemigos, estableciendo en Jerusalén un reino mesiánico de paz y de concordia universal. Las perspectivas de ese reino podían varias, según los textos proféticos (Isaías, Ezequiel) y apocalípticos (Daniel, 1 Henoc etc). Es evidente que Jesús ha suscitado una esperanza mesiánica de tipo nacional, israelita, como lo han entendido no sólo aquellos que le han condenado a muerte (sacerdotes de Jerusalén, procurador romano), sino sus mismos discípulos.  

 – Cómo le entregaron nuestros sacerdotes y jefes, en juicio de muerte, y le (los romanos) crucificaron. Todo judío del tiempo sabía que el mesianismo era objeto de disputas y recelos entre los diversos grupos del pueblo, especialmente entre las autoridades. Algunos esenios, especialmente los de Qumrán, habían tenido que establecerse en el desierto para mantener su propio mesianismo, opuesto al de los sacerdotes de Jerusalén; también Juan Bautista, que anunciaba el juicio de Dios había sido asesinado por Herodes, rey semi-judío de Galilea y Perea. Otros pretendientes mesiánicos habían sido también asesinados, según cuenta el historiador del tiempo (Flavio Josefo). Por eso, en algún sentido, la muerte de Jesús forma parte de las disputas mesiánicas judías de aquel tiempo; los sacerdotes y jefes de Jerusalén, defensores del orden sacral establecido, pensaron que era necesario entregarlo a los romanos, para bien del pueblo. Los romanos le crucificaron. Hasta aquí todo es duro pero, de alguna forma, cabe dentro de las expectativas judías del tiempo, al menos según nuestro pasaje. Estos fugitivos de Jerusalén contaban con la posibilidad de la muerte del Mesías, pero esperaban su vuelta inmediata.

 – Pero con todas estas cosas, han pasado ya tres días desde que esto ha sucedido. Tres días son el tiempo de la culminación, signo de la plenitud escatológica. Estos discípulos no han marchado al ver la cruz alzada en el Calvario, tampoco en el momento del entierro, ni en el día siguiente..., ni siquiera al comienzo del tercero. Han resistido tres días en Jerusalén, aunque al final les ha entrado el desencanto. Parece que el gran milagro tenía que haber sucedido al comienzo de este tercer día, cuando las mujeres fueron al sepulcro, queriendo ungir el cuerpo. Pero no ha pasado nada: simples visiones, fantasías de mujeres, en torno a un monumento vacío. Pero ¿qué es eso? Los hombres han ido y han chocado ante el vacío del monumento, hecho para recordar a Jesús y que ya no sirve absolutamente para nada, ni siquiera para recordarlo. Eso es lo que queda de Jesús: ¡Una tumba falsa! Evidentemente, estos dos hombres razonables, sin esperar que acabe el tercer día, día de la plenitud, escapan.

No les hemos llamado fugitivos de Emaús, sino de Jerusalén, pues de Jerusalén escapan. Da la impresión de que escapan de todo lo que significa Jerusalén: huyen, sin duda, de los sacerdotes que han matado a Jesús y del templo, que no ha podido garantiza su vida; escapan de las visiones de las mujeres, que parecen empeñadas en tejer una red de fantasías en torno al pretendiente mesiánico asesinado. Evidentemente, escapan sin escaparse, como indica su mismo lenguaje: por eso siguen hablando de unas mujeres de nuestro grupo (que han visto visiones y nos han sobresaltado) y de unos hombres de los nuestros (que no han visto nada...).

Escapan, pero se sienten vinculados a la historia de Jesús. Huyen de Jerusalén, pero (al menos en el recuerdo y cariño) siguen formando parte del grupo que Jesús ha reunido, en torno a su mensaje y su persona. Ciertamente, la muerte de Jesús ha sido una gran crisis, momento fuerte de ruptura y desaliento. Pues bien, miradas las cosas desde fuera (desde la hondura de la pascua) parece que esa muerte ha sido necesaria, pues sólo ella ha permitido que cada personaje de la trama (cada sección del grupo mesiánico de Jesús) se plantee lo que se halla al fondo de su camino.

– El texto supone que sigue habiendo “mujeres creyentes” (cf. Lc 24, 1-8), personas que toman en serio el recuerdo y palabra de Jesús; ellas mantienen viva la fe de la iglesia. Es evidente que con ellas se han venido uniendo grupos de cristianos varones bien despiertos; ellos, mujeres y varones, son capaces de “sobresaltar” a los prudentes “apóstoles” oficiales de la iglesia.

Lucas supone también que los jerarcas (apóstoles) están en Jerusalén, conforme a todo el relato posterior de Hechos. Ellos parecen indecisos (van al sepulcro en busca de confirmaciones exteriores, son incapaces de escuchar la auténtica palabra). Ellos eran (¿siguen siendo?) incapaces de asumir un verdadero liderazgo creador dentro de la comunidad cristiana; ellos se quedan, no huyen de Jerusalén, pero tampoco pueden llevar adelante la iglesia pos sí mismos.

Están, finalmente, los fugitivos, que parecen formar parte del grupo dirigente. Como fracasados escapan, huyendo de su propia historia, del pasado de su encuentro con Jesús. Escapan y sin embargo siguen hablando de Jesús, como si tuvieran necesidad de recrear su recuerdo, de recuperar su figura. Uno se llama Cleofás (24, 18). El otro, que puede ser varón o mujer (quizá mejor mujer) permanece innominado. Ambos parecen desconocidos para la tradición ulterior de la iglesia: no forman parte de los Once. Podemos suponer que pertenecen al grupo más extenso de los sesenta y dos discípulos que el mismo Jesús había enviado durante el tiempo de su vida (cf Lc 10, 1-12). 

  1. El desconocido del camino: Ley, profetas y escrito, pascua (Lc 24, 25-27).

               Los dos fugitivos hablan entre si, con su tristeza, pero no pueden culminar la conversación. Ellos son los más interesados en el tema: escapan de Jesús y, sin embargo, le necesitan. Han iniciado la conversación, no pueden culminarla.

Pues bien, Jesús toma la palabra, para iluminar con su vida la Escritura de Israel, y para dejar que la Escritura ofrezca un transfondo en el que pueda entenderse su vida.. Ha empezado preguntando: se interesa por el dolor de los fugitivos y permite que ellos hablen y digan lo que esperaban (liberación de Israel) y ahora sufren (fracaso de Jesús). Como buen conversador, Jesús ha dejado que ellos hablen, no sólo para aprender lo que dicen sino también (y sobre todo) para dejar que se expresen y con ello manifiesten su verdad, su intimidad más honda.

            El Jesús pascual empieza y se despliega allí donde un desconocido pide lugar y palabra en la conversación de dos decepcionados. Precisamente al fondo de su decepción, ellos conservan (y expresan) un rescoldo de fe; en ella penetra el caminante, invitándose a decir, a recordar otra vez, quizá en nueva perspectiva, aquello que ha sido su deseo, aquello que ahora es su decepción. La experiencia pascual viene a expresarse a través de un diálogo que, de manera casi lógica, termina por centrarse en los grandes argumentos de la historia: el sentido del dolor y la fuerza creadora de la comunión humana. ¿No sabéis que el Cristo debía padecer? Así sigue el texto:

  •  Y él (=Jesús) les dijo: ¡Oh faltos de mente y duros de corazón
  •  para creer todas las cosas que dijeron los profetas!
  •  ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas y entrara así en su gloria?
  1. Y comenzando por Moisés y por todos los profetas
  • les fue interpretando en todas las Escrituras
  •  todas las cosas que se referían a él (24, 25-27).

            Estas no son palabras de un discurso teórico sobre el dolor y el fracaso de la vida, sino respuesta fuerte de un caminante que se introduce en la conversación de los fugitivos. Digo que es fuerte, porque el caminante se atreve a llamar a los caminantes faltos de mente y duros de corazón, asumiendo así un motivo clásico de la tradición profética y legal del Antiguo Testamento, que describe a los israelitas como duros de cerviz e incircuncisos de corazón. A partir la historia y tradición deuteronomista (siglo VI a. de C.), hasta llegar a los tiempos de Jesús y de la redacción de la Misná (siglo II d. de C.), los mismos textos judíos han acusado a los israelitas de no aceptar a los profetas, incluso de asesinarnos.

Estamos, según eso, en el centro de una fuerte disputa, que cristianos y judíos rabínicos resolverán de formas diferentes, pero a partir de una misma exigencia de fidelidad (difícil) a los profetas. Lo que está en juego es el mensaje de los profetas: es decir, la historia de la salvación israelita. La pascua no puede interpretarse así como simple ruptura o condena de todo lo anterior, sino como verdadero cumplimiento de la promesa israelita. Ahora podemos volver hacia atrás y comparar la catequesis de las mujeres primeras con esta de los fugitivos:

 – Catequesis de las mujeres: recuerdo de Jesús (24, 6-7). Los dos varones de la tumba vacía pidieron a las mujeres que recordaran lo que Jesús había dicho: ¡el Hijo del humano debe padecer...! En el fondo, bastaba con apelar a la historia de Jesús, pues en ella se contiene y promete el futuro de la pascua. Es evidente que la referencia al Hijo del humano no es invento de Jesús, sino que debe entenderse en el transfondo profético y apocalíptico judío. Pero en el fondo, para las mujeres, la pascua es el despliegue y cumplimiento del camino de Jesús. 

Catequesis de los fugitivos: cumplimiento de la Escritura (24, 25-25). Jesús no apela a lo que él mismo dijo en el tiempo de su vida, sino a lo que ha sido fijado en el conjunto de las Escrituras: empezando por Moisés y siguiendo por todos los profetas... Ellas dan testimonio de la “pasión del Cristo”. Significativamente, en contra de lo que sucederá en el judaísmo misnáico, la ley y los profetas se interpretan ahora desde la profecía. En el fondo, toda la Escritura viene a desvelarse, desde la pascua de Jesús, como palabra profética.

             Como hemos visto ya, los fugitivos no entendieron  esta muerte de Jesús, el pretendiente mesiánico. Ellos esperaban que su historia culminara de un modo glorioso y que él viniera, como mesías triunfador, para imponerse con la fuerza de su gloria (con las armas, si ello fuera necesario) sobre los enemigos del pueblo. Pero ha muerto fracasado, en una cruz de infamia, y no ha vuelto a restaurar el reino. Ciertamente, en un sentido, la pasión de Jesús ha sido un momento pasajero (=ha muerto para entrar en su gloria). Pero, en otro sentido, entendida desde la perspectiva del mundo, esa ha sido una muerte perdurable: externamente, a los ojos de todos los testigos “neutrales”, las cosas del mundo (la situación del pueblo) siguen como estaban. Con la muerte de Jesús no ha cambiado externamente nada: el mensaje de la resurrección es simple “habladuría” de mujeres, pues la historia sigue dominada por la violencia de la muerte.

Sobre la derrota de Jesús sólo resultan posibles las habladurías fantasmales de mujeres que dicen ver al ángel de Dios ante un sepulcro misteriosamente vacío (cf. 24, 22). Esta ha sido y sigue siendo principal dificultad de judíos y musulmanes (y de casi todos los no cristianos) ante el enigma de la muerte de Jesús: Dios no puede avalar como Mesías a un crucificado. Pues bien, hablando a través del desconocido caminante, Jesús responde a estos judíos fugitivos, ofreciéndoles una hermenéutica o interpretación más honda de las antiguas Escrituras. Lucas se resiste a dejar la Escritura (nuestro Antiguo Testamento) en manos de aquellos que no creen en Jesús; a su juicio, la más honda verdad de la Escritura israelita se condensa en la muerte gloriosa, salvadora, del mesías.

El caminante pascual nos sitúa, según eso, ante el problema principal de la hermenéutica bíblica. Aquí se distinguen y separan (desde una basa común) los judíos mesiánicos (cristianos) y los judíos rabínicos (de la Misná); aquí se juntan y separan cristianos y musulmanes... Conforme a la visión pascual, la verdad de la Escritura se condensa en este argumento de pasión y victoria del Mesías de Dios. No se trata de buscar simplemente unos textos y aplicarlos a Jesús. En el fondo, toda la historia del pueblo de Dios y las palabras de la revelación culminan en la muerte de Jesús.

 Jesús no es alguien que ha brotado de la nada; su experiencia pascual no es un acontecimiento totalmente distinto, sino la verdad de aquello que los hombres y mujeres de Israel han ido tanteando y aprendiendo en su Escritura. La pascua cristiana es, según eso, la clave y centro que permite comprender las Escrituras, el misterio de la vida humana. Por eso, paradójicamente, el Jesús pascual empieza enseñando a sus discípulos la gloria y valor del sufrimiento, a partir de la misma Escritura israelita.

Ellos buscaban la redención de Israel, el reino externo. Jesús, en cambio, les hace comprender la hondura del fracaso, vivido en amor, como camino salvador, conforme a las palabras recogidas en los Cantos del Siervo de Yahvé (Isaías 40-55). En esta misma línea se sitúan los Salmos que hablan de un justo que sufre. Lo mismo se nos dice en los pasajes posteriores de la literatura helenista israelita, como el libro de la Sabiduría (cf. Sab 2).

Esos testimonios, evocados por Jesús como palabra de Dios y profecía, nos muestran que la historia no se salva a base de poder y por las armas, con la ley de la venganza, en espiral de lucha y victoria. Al contrario, sólo quien ama hasta el final, dejándose matar, sufriendo por los otros, sin vengarse ni emplear violencia, puede ser mesías verdadero. El pecado es la violencia de aquellos que triunfan, imponiendo su fuerza sobre los demás, conforme a la ley del chivo emisario, es decir, sacralizando en el fondo la misma violencia. Por el contrario, la gracia de Dios se identifica con el amor que se deja matar, para extender amor sobre la tierra.

Según eso, se podrían distinguir dos pascuas. Por un lado, estaría la pascua de los violentos, es decir, la expresión y triunfo de la verdad que se impone a través de su propia violencia, derrotando a los contrarios; no sería pascua del verdadero Dios, sino del Diablo. Por otro lado hallamos la pascua de Jesús, que se ha dejado matar precisamente por amor, por no responder al odio con odio, a la violencia con venganza... Sólo así, en ese gesto de Jesús se puede hablar de revelación de Dios, de gloria verdadera. Quizá pudiéramos distinguir esas pascuas de un modo gráfico:

 – Los fugitivos de Emaús habrían aceptado la pascua de la mañana del tercer día, mañana de victoria sobre los enemigos. Ciertamente, Jesús murió, pero eso fue sólo un momento: Dios ha invertido la lógica de su derrota; ha esperado por un tiempo, ha dejado que maten a su Cristo, pero luego ha querido vengarse y se ha vengado de sus verdugos, imponiendo su victoria sobre el mundo. En el fondo, la pasión habría sido una verdad de poco tiempo; era ya tiempo de que se manifestara la vedad de siempre, es decir, el triunfo del Dios grande, la derrota de sus enemigos.

 – Pero Jesús les revela la pascua del camino, como auténtica interpretación de los profetas, a la caída de la tarde. La pasión de Jesús no es verdad para un momento, sino para siempre. Por otra parte, Jesús no resucita para negar la pasión, sino para ratificarla y culminarla. Por eso, no se aparece en gloria externa, imponiendo su poder sobre los contrarios, sino en rasgos y gestos de caminante, como alguien que acompaña en las jornadas de dolor a los fracasados de la vida, para ofrecerles una experiencia más alto de gratuidad. En otras palabras, la pascua no niega la gratuidad y fracaso del mesianismo de Jesús, sino que los avala, ratificando el valor de la muerte.

Solemos buscar la verdad y gracia impositva, es decir, violenta: que alguien o algo nos sorprenda y se imponga sobre nosotros, en forma victoriosa. Más aún, queremos la derrota de los demás; que aparezcan sometidos, teniendo que reconocer su propio error. Pues bien, en contra de eso, el Jesús de la pascua del camino viene a dialogar con nosotros, mientras vamos de retirada, a la caída de la tarde. No llega para imponer, sino para despertar la mente y el corazón (¡tardos de mente, duros de corazón!), para que podamos entender la Escritura de Dios, el camino de la vida. Es evidente que en el fondo de la pascua hay una experiencia nueva de Jesús; pero, según Lucas, esa experiencia debe intepretarse y valorarse a partir del propio mensaje de Jesús y de la profecía de la Escritura.

Dentro de la pascua, así entendida, recibe su sentido el dolor de los pobres y excluidos del mundo (dolor asumido en el sufrimiento del mesías). Entendido así, como expresión de amor supremo, el sufrimiento no es objeción sino prueba de la mesianidad: Jesús no es mesías de Dios a pesar de que ha sufrido, sino precisamente porque ha sabido sufrir sin vengarse, amando a los demás hasta la muerte. No resucita a pesar de haber muerto, sino precisamente porque ha muerto dando su vida por los otros. Sólo allí donde el sufrimiento por amor se comprende como gesto salvador (superando la venganza) puede hablarse de la pascua de Jesús, el Cristo. Esto es algo nuevo, pero al mismo tiempo es la verdad antigua de toda la Escritura. Por eso, el descubrimiento pascual viene unido a la más honda y verdadera comprensión de la Palabra de Dios.

Estas afirmaciones del desconocido del camino nos han llevado hasta el centro de la catequesis de la pascua; ellas constituyen eso que pudiéramos llamar la liturgia de la palabra.. No es que Jesús haya resucitado a pesar de la más honda tendencia de su vida, en contra de la esperanza israelita, sino que lo ha hecho conforme al mensaje de su vida, según las Escritura (cf. 1Cor 15, 4). No es que la Ley y los Profetas ofrezcan una demostración objetiva de la mesianidad de Jesús, ni que las viejas palabras se cumplieran de manera externa y unívoca en la muerte y pascua de Cristo; pero Jesús, hecho caminante pascual, ha presentado su vida, muerte y pascua como sentido más profundo y hermenéutica total (radical y final) de la Escritura israelita.

 – Los judíos de tipo rabínico interpretan el tema de otra forma: siguen creyendo que su Biblia (Ley, Profetas, Escritos: nuestro Antiguo Testamento) ha de comprenderse por sí misma, o en concordancia con las tradiciones que irán a fijarse en la Misná. Según ellos, Jesús no es necesario para llegar al sentido más profundo de la Escritura israelita. Más aún, a su entender, no es bueno andar diciendo que toda la Escritura encuentre su final y plenitud en el sufrimiento de un crucificado, cuya vida se abre en forma universal (pascual) a todos los pueblos de la tierra. Ellos, los rabinos, no necesitan a Jesús para entender su Ley Escrita, pues afirman que ella culmina y se explica de manera más perfecta en los libros y documentos de su tradición oral, recogida en la Misná y el Talmud. Por eso han rechazado a nuestro Cristo.

Por el contrario, los cristianos podemos y debemos afirmar que el argumento más profundo de la Biblia hebrea (que nosotros llamamos, de manera parcial y quizá injusta, Antiguo Testamento) culmina y se comprende en la nueva perspectiva de la pasión y pascua del Cristo. Por eso, decimos que la fe cristiana es la forma definitiva de entender la Ley y los Profetas. El Jesús caminante pascual, que le lleva a la casa de la celebración (eucaristía), es para los cristianos el intérprete más hondo de la Biblia, aquel que desvela y despliega su sentido. Quizá podamos decir que para los judíos la Escritura acaba haciéndose Ley nacional; por el contrario, para los cristianos ella viene a culminar y a comprenderse en la persona de Jesús.   

  1. La pascua del pan compartido partido (Lc 24, 28-35)

             En la línea anterior, podemos definir la escena de Emaús en forma de catequesis eucarística completa. Situémonos en un contexto litúrgico. Hemos celebrado ya la liturgia de la palabra: Jesús ha ofrecido su catequesis bíblica, y los caminantes han aceptado su argumento, pues como dirán después su corazón estaba ardiendo mientras le escuchaban (cf. Lc 24, 32); pero todavía no le reconocen ni aceptan como Cristo, para eso necesitan llegar a la liturgia sacramental propiamente dicha, a la mesa del par compartido.

Estos discípulos no le entienden plenamente, pero le aman ya y le invitan a quedarse a cenar en su casa, pues es de noche (24, 28-29). No creen todavía, pero quieren que se quede con ellos, que les acompañe en la cena y el descanso. Quizá pudiéramos decir en este contexto que Jesús resucitado se revela allí donde alguien sabe invitar al caminante, ofreciéndole su hogar y compañía. Pero el texto quiere que avancemos hasta el lugar de la manifestación definitiva del Cristo. Ellos le ofrecen de comer y él, actuando como padre de familia y señor de la casa, les ofrece el pan. Entonces le descubren:                                             

  • Al acercarse a la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante.
  • Pero ellos le instaron diciéndole:
  • ”Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado” .
  • Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, al sentarse con ellos en la mesa,
  •                                 tomando el pan, bendijo; y partiéndole se lo dio.
  • Entonces se abrieron sus ojos y le reconocieron, per él se volvió invisible para ellos
  • Se dijeron uno a otro: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros
  • cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?”
  • Y levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén
  • y encontraron reunidos a los Once y a los otros, que decían:
  • “¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!”
  •                                                Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino
  • y cómo le habían conocido en la fracción del pan (Lc 24, 28-35).

            Ellos le invitan. Eso significa que asumen de algún modo su argumento, su manera de entender las Escrituras. Han empezado un camino que va a culminar. Han abandonado Jerusalén, pero encontrarán a Jesús en la casa de la mesa compartida, situada en Emaús. Jesús acepta la invitación, que incluye, evidentemente una cena, a la caída de la tarde. Todos los detalles del relato son significativos.  

 – Toma el pan, que es el signo central de la mesa. Es evidente que los ojos de los caminantes están fijos en la escena. Jesús no pide permiso, no pregunta, no se deja rogar. Ha llegado el momento de su gesto y, con total seguridad toma el pan, como identificándolo consigo mismo.

 – Bendijo... (eulogêsen).Suele suponerse que bendijo a Dios, pero esta suposición es del todo apresurada. Conforme a la costumbre judía, es mucho más probable que Jesús bendiga a Dios, teniendo el pan en la mano. De esa forma asume los gestos de su vida pública, definida por sus comidas con los discípulos y los pecadores.

 – Y partiéndolo... Se parte el pan para poder distribuirlo, en gesto que la tradición eucarística ha interpretado en la línea de la donación y entrega de Jesús. Es evidente que las palabras anteriores sobre el sufrimiento y muerte de Jesús han de entenderse desde este fondo del pan que se parte.

 – Se lo dio... Antes, Jesús les ha llamado “necios y duros de corazón”, interpretándoles la Escritura. Ahora les ofrece el pan, de un modo gratuito, sin condiciones... Se trata posiblemente del pan que los caminantes han comprado o que han hecho con el trigo que ellos mismos han cultivado en sus campos, antes de seguir a Jesús. El caso es que ahora Jesús viene a mostrarse ante ellos como el hombre del pan.

 Este gesto de Jesús con el pan traza la relación más profunda entre su vida y su pascua... Los fugitivos le han re-conocido al partir el pan. Esto significa que ya le conocían, que sabían que su vida se hallaba vinculada a ese gesto del pan compartido... Es evidente que, dentro del evangelio de Lc, esta referencia a la fracción del pan como signo de Jesús puede aludir a la última cena (Lc 22,14-23). Pero, por todo lo antes dicho, ella debe referirse y referirnos al conjunto de la vida de Jesús (cf. Lc 9, 10-17). Este es su gesto más significativo, su signo más profundo: es como la contraseña que permite interpretar y aceptar su figura.

Sólo de esta forma culmina la catequesis: ¡Jesús se revela plenamente, ellos le descubren como Cristo resucitado! No ha sido suficiente su palabra de interpretación de las Escrituras, ni su exégesis sobre el sufrimiento y muerte en favor de los demás. Ese camino debe culminar y ha culminado en la fracción del pan, como dirán las palabras finales del texto; en el pan partido y compartido se hace presente el mismo Jesús muerto y resucitado, en su totalidad (Lc 24, 35).

Se ha dicho a veces que Jesús resucita en el kerigma, es decir, en la palabra proclamada. Puede añadirse también que ha resucitado en la tarea de la entrega gozosa de la vida en favor de los demás. Pues bien, ahora debemos avanzar en esa línea y afirmar que Jesús resucitado se encuentra presente en la fracción del pan, es decir, allí donde sus discípulos se reúnen, le recuerdan, compartiendo en su honor el pan. La pascua no es una verdad interior, un sentimiento hermoso sobre el valor de la vida, una idea más honda sobre el misterio. Al contrario, ella es un misterio que se materializa y expresa en el pan compartido, en la fraternidad celebrada en forma de comida.

Este pan compartido es recuerdo de la vida de Jesús, como hemos dicho: era su signo, comía con los pecadores, comía con sus discípulos, celebrando de esa forma la fiesta de la vida. Pero, al mismo tiempo, este pan es anticipo del banquete escatológico, como sabe el mismo Lucas: ¡Bienaventurado quien coma el pan en el Reino de Dios! (Lc 14, 15). Por eso, estos caminantes, sentados en la mesa de la casa (¿de la iglesia?) con Jesús, pueden pensar que han llegado al final del camino: Descubren a Jesús, le ven, celebran su presencia... Es evidente que este ha sido para ellos un anticipo de cielo.

 Para encontrar a Jesús resucitado hay que avanzar en su camino, acercándose a la mesa común al pan que se parte, a la comunidad donde los fieles (creyentes) celebran con gozo la Eucaristía y expanden hacia todos los humanos la experiencia del banquete escatológico, que un día podrán compartir todos los humanos. El camino de Emaús ha sido el camino de la vida entera y, de algún modo, ha podido culminar en pascua eterna. Pues bien, allí donde el fin ya ha llegado, anticipado en el signo del pan compartido, va a empezar la vida verdadera: los discípulos tendrán que volver a Jerusalén, para asumir de verdad la tarea de la vida.

Se les muestra Jesús un momento, le ven y le conoce, conociendo en él la hondura y verdad del misterio de su entrega por los otros, de su muerte pascual. Pero, tan pronto como le miran y descubren, Jesús desaparece. La experiencia externa ha sido suficiente; desaparece Jesús como persona separada (cesa su visión), pero quedan sus signos: La palabra de la profecía, el pan compartido. Al presentarse de esta forma, la pascua deja de ser una experiencia del pasado, propia de algunos privilegiados del principio, para convertirse en don y tarea de todos los creyentes.

Este es el lugar donde la pascua cobra densidad cristiana. Los dos fugitivos han hecho su camino: han recorrido el itinerario de la resurrección, han llegado hasta el final. Ahora saben que Jesús vive, que ha triunfado, que está presente en la palabra y la fracción del pan. Es evidente que esta pareja de Emaús ha podido hacer un camino especial, allá al principio de la iglesia. Pero su ejemplo se abre y de alguna forma se extiende a todos los cristianos, que pueden asumir y realizar el mismo gesto, en el camino que conduce por las Escrituras a la celebración de la Eucaristía.

            Así descubren a Jesús precisamente cuando su forma de presencia externa desaparece. Nosotros, herederos de una tradición racionalista y, al mismo tiempo, mágica queremos fundar muchas veces nuestra fe en argumentos científicos y en apariciones. Pero al final de este recorrido no encontramos argumentos de ciencia ni tampoco apariciones: sólo hallamos una palabra sobre el valor de la entrega de la vida (del sufrimiento del mesías) y un signo (el pan compartido). En esa palabra y ese signo se hace presente el Cristo pascual, como llamada a la fidelidad y gozo de la vida, como principio de comunicación más alta, anticipo de la gloria.

Los discípulos fugitivos ya no necesitan más. Llevaban consigo aquello que buscaban. Querían escapar de Jesús, pero Jesús estaba con ellos. Evidentemente son dos (al menos dos), pues la reflexión sobre la palabra y la fracción del pan exige compañía: tienen en las manos el pan de Jesús; lo comparten y saben que el Señor ha resucitado. Están reclinados, se preparan para disfrutar del sueño de la noche, tras la conversación y la cena. Pero la visión de Jesús les despierta y, por eso, dejándolo todo, dejando su casa, con el pan sobre la mesa, vuelven hacia Jerusalén, para compartir esta experiencia con el resto de los discípulos. Allí encuentran a los discípulos que ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón! (24, 35). Pero con eso entramos en la temática siguiente. 

  1. Pascua total (24, 36-52). Los primeros creyentes (Lc 24, 36-49)

  Conforme a Hech 1, 12-13, el grupo fundante de la iglesia (reunido tras la Ascensión) está formado por los Once (citados por su nombre), por las mujeres y los parientes de Jesús, con María, su madre. Podemos fijarnos un momento en los Doce (=Once). Normalmente, este grupo debería haberse destruido tras la muerte de Jesús, como sabe Gamaliel (cf. Hech 5, 33-42): volvería cada uno a casa, tornaría a sus labores y familia, olvidando así el proyecto de Jesús como ilusión fracasada.

Pues bien, la tradición evangélica sabe que el recuerdo Jesús (su pascua) ha reunido a sus discípulos, de manera que ellos aparecen como testigos de aquello que él mismo ha realizado a lo largo de su vida, desde el momento en que empezó a pregonar su mensaje hasta su muerte; de un modo especial serán testigos de su pascua (cf. Hech 1, 22). En ese trasfondo ha de entenderse eso que pudiéramos llamar la paradoja de los Doce, que situamos en contexto de misión pascual.

 – Por un lado, los Doce parecen esenciales en el principio de la iglesia, como signo de la misión de Jesús al conjunto de las tribus de Israel. Sin embargo, si exceptuamos 1Cor 15, 5 (se apareció a los Doce) y el texto citado de Hech 1, 15-26 (Pedro restablece el grupo en cuanto tal), el NT nunca los presenta como testigos colegiados de la resurrección de Jesús, a no ser en perspectiva escatológica (Mt 19, 28 par).

 – Por otro lado, la tradición (tanto Mc 16, 7-8, como Mc 28, 16-20 y Lc 24) supone que los Doce en cuanto tales han desaparecido o han sido superados. En su lugar quedan, como veremos, los Once y los otros (cf. Lc 24, 9.33). Ciertamente, la tradición sabe que Pedro ha cumplido una función importante en el grupo de los primeros discípulos (cf. Lc 22, 32: rogaré por ti y tu, cuando te conviertas, fortalece a hermanos; cf. también 1 Cor 15, 5; Mc 16, 6). Pero de la función de los Doce en cuanto tales no se dice nada en los textos más antiguos (a no ser el citado de 1 Cor 15).

Este dato debe precisarse, para interpretar mejor la función de los personajes esenciales de Lc 24, ahora que vamos a evocar el texto de la gran experiencia eclesial (24, 36-52), que sigue siendo base de toda la fe cristianos posterior. Para ellos realizaremos un breve recorrido a través de algunos textos convergentes del Nuevo Testamento, culminando en el nuestro.

Este recorrido nos permitirá valorar las diversas formulaciones pascuales de la iglesia. Nos separamos un instante de Lc 24, pero lo hacemos para poder interpretar mejor su texto, en ejercicio de comparación textual que nos permite comprender quizá mejor el relato de Lucas. Prescindimos de 1 Cor 15, donde son importantes Pedro y los Doce, en clave testimonial y jurídica (como garantía básica de la iglesia), para centrarnos en la tradición de los evangelios.

 – Marcos. El joven de la pascua encarga a las mujeres que vayan y comuniquen su palabra a los discípulos de Jesús y a Pedro (16,7). No les envía a los Doce en cuanto tales. El final canónico tardío de Mc dice que Jesús se apareció a los Once (16,14), confiándose el encargo de la misión universal. Parece suponerse que el grupo de los Doce se ha roto con la pérdida de Judas y no ha vuelto a restablecerse: ya no es necesario tras la pascua. En su lugar están los Once que no pueden presentarse como signo de Israel sino como expresión concreta de una iglesia abierta en forma misionera a todo el cosmos (Mc 16, 15).

 – Mateo. Mantiene la línea de Mc: el Ángel del Señor pide a las mujeres de la tumba para que vayan y convoquen a los discípulos de Jesús en Galilea (28, 7). Ellas lo hacen, pero en la montaña del envío universal ya no aparecen Doce sino Once (28,16). Es evidente que el grupo de Doce (simbólicamente valioso dentro de un esquema israelita) ha quedado superado. Los Once de la nueva y definitiva Montaña de Galilea ya no son representantes de las tribus de Israel, sino enviados de la pascua cristiana para todas las naciones. No tan tampoco expresión de una posible jerarquía separada del resto de los creyentes, sino como signo y compendio de todos los discípulos; por eso tienen la función de extender el discipulado, esto es, de reunir a todos los pueblos de la tierra desde la palabra y presencia del Señor resucitado.

– Juan: No está interesado en los Once (y menos el de los Doce), dentro del ámbito de pascua. Jesús se aparece a un grupo de discípulo, entre los cuales se incluyen sin duda mujeres (20, 19-23). Después se dice que Tomás, uno de los Doce, no estaba presente en el lugar de la aparición (20, 24), pero con ello no se quiere afirmar que estuvieran los Doce en cuanto tales, cosa excluida por la misma composición de la escena. El título uno de los Doce es tradicional, y alude a la historia pre-pascual de Tomás, igual que en el caso de Judas (cf Mc 14, 10.20.43; Lc 22, 3; Jn 6, 71). La experiencia pascual de Jn 20 está abierta al conjunto de la iglesia, no a los Doce u Once en cuanto tales. Por su parte, el nuevo fin de Jn (Jn 21, 1-14) convoca a siete discípulos de Jesús, no a los Doce. 

Desde ese fondo puede interpretarse mejor la gran aparición de Lc 24, 36-49 tiene como destinatarios a los Once y a todos los restantes (24,9), es decir, a los Once con aquellos que les acompañan (24,33), entre los cuales se incluyen de un modo especial las mujeres de la tumba vacía y los fugitivos de Emaús. Como hemos dicho ya, Hech 1, 13-14 incluirá en el grupo de la a las mujeres y parientes, con la madre de Jesús. Sólo más tarde, para expresar el sentido de la misión pascual intra-judía, Pedro restablecerá el grupo de Doce en (Hech 1, 15-26), en gesto de valor más simbólico que histórico, gesto que, dentro de la dinámica de Hechos, parece fracasado: los doce no han logrado su cometido (no han logrado convertir a los judíos, reunificando las tribus de Israel); el camino pascual de la iglesia se ha expandido y abierto hacia todas las naciones de la tierra en una línea diferente, a través de la acción de los siete helenistas (Hech 6-7) y Pablo, a quienes se unirán de algún modo el mismo Pedro

Como decimos, los Doce no han sido importantes para el desarrollo eclesial, según Hech, aunque Lucas ha debido recordar su re-institución pascual. Parece claro que, en un momento dado, los Doce han aparecido en la iglesia de Jerusalén como testigos colegiados de la pascua. Sólo si ha sido así ha podido recordarlos Pablo en 1 Cor, apelando a su testimonio eclesial. Pero en esta visión de Lc 24 ellos no juegan ningún papel. Lo destinatarios de la experiencia pascual plena son los diversos grupos de la iglesia más antigua [3].

            Las reflexiones anteriores sirven para encuadrar mejor la aparición fundante de Jesús en Lc 24, 36-49 (o a la escena completa de Lc 25, 36-52), que es paralela a la de Jn 20, 19-29 (y en otra perspectiva a la de Mt 28, 16-20). En este momento básico, no aparecen ya los Doce, como grupo que Jesús ha querido formar, simbolizando el triunfo del Israel escatológico. Ese grupo parece roto (no son Doce, sino Once) y por otra parte se ha expandido (en la comunidad hay mujeres y otros discípulos de Jesús con sus hermanos y su madre).

Por eso, la experiencia de Lc 24, 36-42 no puede quedar reducida a los Doce, en cuanto representantes de Israel o cabeza y jerárquico de la iglesia posterior, sino que ella se abre a toda la comunidad, es decir, al conjunto de los discípulos, entre los cuales se encuentran incluidos los Once. Eso significa que, en contra de lo que a veces se ha pensado, no existe una experiencia pascual de la “jerarquía” en cuanto tal, que recibe el poder de Jesús, para después ofrecerlo a los restantes discípulos, sino una pascua de toda la iglesia entera, expresada y resumida en el grupo de personas reunidas, que reciben a los fugitivos que vuelven de Emaús, diciendo gozosos: 

¡Ha resucitado el Señor de verdady se ha aparecido a Simón! (24, 34).

 En este grupo, donde los Once están acompañados por las mujeres de 24, 1-11 (a quienes al fin han creído), por los fugitivos de 24, 13-35 (a quienes escuchan su testimonio) y por los otros compañeros (Lc 24, 9.33), se realiza la experiencia completa de la pascua.

Presencia a la iglesia (Lc 24, 36-49). Ley, profetas y salmos

 Lucas ha querido exponer aquí la fiesta y nacimiento de todos los cristianos, introduciéndonos en el día de gozo donde se inicia todo el proceso posterior de la historia de la iglesia. Hemos fijado de un modo general sus componentes. Ahora podemos venir al texto, para leerlo cuidadosamente y para comentar después sus motivos principales.

  • [Un espíritu]          Estaban hablando de estas cosas, cuando él (=Jesús) se presentó entre ellos y les dijo:
  • La paz con vosotros.
  • Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero él les dijo:
  • ¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón?
  • Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu
  • no tiene carne y hueso como veis que yo tengo.
  • Y, diciendo esto, los mostró las manos y los pies.
  • [Comida]               Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo:
  • ¿Tenéis aquí algo de comer?
  •  Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos.
  • [Escritura]             Después les dijo:
  • – Estas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros:
  • Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito enla Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí.
  • [Misión]                 Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo:
  • Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día
  • y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados
  • a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas.
  • Mirad, y voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte
  • permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos del Poder desde lo alto (Lc 24, 36-49).

Esta aparición completa y culmina lo que hemos visto al tratar de las mujeres en la tumba y de los fugitivos de Emaús, entendiendo la pascua como experiencia del conjunto de la iglesia. Jesús viene a mostrarse ahora en el mismo centro de la iglesia inicial, ofreciendo el testimonio fundante de su vida. En contra de lo que parece suponer Hech 1,3 (¡Jesús se habría aparecido muchas veces!), nuestro pasaje supone que Jesús se ha mostrado sólo una vez y para siempre. Estos son los signos principales de su presencia, estos los elementos fundantes de la iglesia que se funda en ella:

 – Jesús parece un fantasma (24, 36-37). Viene y dice la paz sea con vosotros, conforme al saludo normal entre judíos, pero algunos que le miran sienten miedo, pensando que es un espíritu, es decir, un fantasma (cf 24, 37). Es muy posible que se trate de una acusación que los no creyentes del entorno elevarían contra  los cristianos: ¡ habéis visto un fantasma!. Así habían acusado los “sabios” discípulos a las mujeres de la tumba vacío (cf. 24, 11.23).

 La historia antigua y moderna se encuentra llena de visiones: son innumerables los que en otro tiempo y ahora dicen haber visto diversas figuras “celestes”: ovnis y vírgenes, rostro de carácter simbólico o fantástico. En sentido general, no podemos dudar de su veracidad, porque el ser humano tiene mucha capacidad de alucinación, de tal modo que muchos forman (dicen recibir) y descubren (miran) imágenes precisas (religiosas, mágicas, etc.) de realidades que les desbordan. Entre ese tipo de personas podrían encontrarse los primeros “testigos” de la pascua. Por eso, la acusación es lógica. Los mismos discípulos deben estar preparados para superarla.

 – ¿Por qué estáis turbados? Mirad mis manos y mis pies (24, 38-40). Fantasma es algo que se forma en la imaginación. Jesús en cambio viene de la misma historia antigua: es un hombre real y concreto que ha vivido y ha muerto. Por eso, en la resurrección conserva su corporalidad en el sentido fuerte del término. Según eso, la pascua no es una simple evasión, camino de fantasía que nos lleva y pierde entre ilusiones, sino que el encuentro con Jesús resucitado vuelve a llevarnos a la corporalidad de su vida y de su muerte, a las llagas de sus manos.

Contra todos los intentos de tipo gnóstico, que corren el riesgo de diluir la experiencia de Jesús en una forma de espiritualismo desencarnado, Lucas insiste en la identidad corporal, física, sensible, del Señor pascual: es el mismo Jesús de Galilea, profeta crucificado, hombre que vive. Como hemos visto y seguiremos viendo, el Jesús de la visión pascual posee verdadera corporalidad: es alguien a quien se puede tocar, de una forma humana. De ese modo tranquiliza a sus discípulos, identificándose ante ellos, puede sigue teniendo el mismo cuerpo que ha entregado hasta la muerte por la causa del reino.

Es evidente que la corporalidad de Jesús no puede entenderse en el sentido físico antiguo, en plano de biología intramundana. No es corporalidad que pueda mirarse por un microscopio o analizarse en un laboratorio... No es milagro que se pueda probar conforme a las leyes de la química mundana, sino todo lo contrario: Jesús posee y muestra un cuerpo para la fe, un cuerpo que se expresa y concretiza en la vida de los hombres y mujeres en la iglesia. Ellos (los mismos creyentes) son, conforme al símbolo eucarístico, el signo de la pascua.

 – ¿Tenéis algo de comer? Le dieron pescado y lo comió (24, 41-43). Hemos destacado ya, en la escena de Emaús, la relación que entre pascua de Jesús y comida compartida. Ahora volvemos a encontrarlo. Es evidente que los discípulos se han reunido para comer y comen juntos.... Jesús participa en la comida: ¿Tenéis algo de comer?. Ellos le dieron una porción de pez asado. Y tomándolo delante de ellos comió (Lc 24, 42). Un escéptico dirá enseguida que nos hallamos en el centro de una fuerte alucinación: los discípulos suponen que le han dado de comer y que Jesús se ha alimentado; quizá se trata de un contagio colectivo... También nosotros, cristianos postmodernos, solemos pensar de esa manera. Pero una vez dicho esto tenemos que mostrarnos cautos y buscar el sentido de la escena.

Lucas no ha querido convencer a los incrédulos, ofreciéndoles la prueba de que el Jesús pascual comía, sino mostrar a los creyentes el sentido (contenido, implicaciones) de la resurrección de Jesús. Algunos creyentes de aquel tiempo (y del nuestro) tendían a entender la pascua de manera espiritualista, como apertura del alma hacia un espacio de pura experiencia interior, dejando las restantes dimensiones de la vida como estaban, sin cambiarse. En contra de eso, nuestro texto quiere resaltar eso que pudiéramos llamar la materialidad profunda del Señor resucitado: Pascua es comer juntos, compartir el pan y el pez (el pez que está simbolizado por el Cristo) en gesto de fraternidad.

De esta forma recuperamos, al mismo tiempo, el sentido más profundo de la historia de Jesús y su esperanza escatológica: ha invitado a comer a los excluídos de la tierra (pecadores y proscritos), ofreciéndoles así el comienzo del banquete de felicidad que no acaba. Más aún, la comida compartida de Emaus (Cf. Lc 24, 30) ha sido signo de pascua para los discípulos fugitivos. Lo mismo pasa aquí: allí donde los hombres comen juntos, allí donde comparten en pez concreto de la fraternidad (como en la multiplicación de los panes y peces, como en Jn 21) podemos afirmar y afirmamos que Señor ha Resucitado y se encuentra presente entre nosotros.

 – Estas son las palabras que os decía estando con vosotros.... Y les abrió el corazón para comprender las Escrituras (24, 44-46). Hemos visto ya que los varones de la tumba vacía habían insistido en la verdad del recuerdo de Jesús (que había anunciado la muerte y pascua del Hijo del humano). Por su parte, el mismo Jesús había ofrecido a los discípulos fugitivos la lección más honda sobre la Escritura, haciéndoles capaces de entenderla. Pues bien, ahora se vinculan y cumples esos dos motivos.

En gesto de intensa catequesis, Jesús hace que sus discípulos comprendan el mensaje más profundo de Moisés, profetas y salmos, es decir, de las tres partes de que la Escritura Israelita (Tora, Nebiim y Ketubim: Ley, profetas y escritos). Como hemos dicho, la pascua es una experiencia hermenéutica, una forma de entender el conjunto de la Biblia, en perspectiva de entrega de la vida, de sufrimiento y gloria del Cristo. El rasgo que antes parecía más corporal (Jesús tiene carne y huesos, come el pez...) se ha venido a convertir en más espiritual: Pascua significa entender, descubrir el sentido oculto de la Escritura, integrándose así en el misterio de la vida. Pascua es ver en Cristo todo lo que existe, descubrir y gozar de un modo intenso el contenido de la historia, el misterio del universo.

 – Y se predicará en mi nombre la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, empezando por Jerusalén... (24, 47-48). La experiencia pascual se vuelve misión: habiéndose reunido en torno a Jesús, en el centro de Jerusalén, los discípulos del Cristo deben iniciar un camino misionero que va a llevarles hasta los confines de la tierra, en gesto de gozo expansivo, de palabra creadora. Antes, en el judaísmo del entorno, predominaba la ley, entendida como norma que debe cumplirse. Ciertamente, era posible el perdón, pero debía estar fundado en una conversión previa y en una obligación sacrificial. Pues bien, en contra de eso, los discípulos han descubierto no sólo que Jesús, a quien ellos habían rechazado, les perdona, sino que les constituye testigos y ministros del perdón en todos los lugares de la tierra Y se predicará en mi nombre la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, empezando por Jerusalén (Lc 24, 47-49).

La pascua de Cristo incluye otros aspectos: es triunfo del crucificado, revelación de Dios, gloria de la vida, anticipación de la parusía... Pues bien, todos ellos pasan a un segundo plano, para culminar y cumplirse en la experiencia y misión del perdón. Esta es la presencia de Dios, este el fin y cumplimiento de la historia: allí donde los humanos expanden y acogen, celebran y despliegan el perdón ha culminado la experiencia de la vida. Pues bien, desde la más honda comprensión del evangelio, Jesús envía a los discípulos al mundo, haciéndoles portadores de un mensaje de conversión (transformación) que se expresa en el perdón de los pecados.

– Mirad, y voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre (24, 49). Conforme a esta palabra y a los textos inmediatos que siguen en Lc 24, 50-53 y en Hech 1-2, la experiencia pascual culmina en la promesa de pentecostés. Los discípulos de Jesús deben permanecer en la ciudad, es decir, mantenerse en Jerusalén, hasta reciban al Poder que viene de lo alto, es decir, el Espíritu Santo. El Jesús pascual puede prometeles y les promete la presencia salvadora y transformante del Espíritu, entendido como principio de misión: creer en la pascua significa estar dispuesto a expandir el nombre de Jesús en todo el mundo.

Así culmina y se abre la experiencia pascual en Jerusalén. Culmina allí, pues los discípulos reciben y comprenden todo lo que es necesario, para asumir el camino de Jesús, precisamente en Jerusalén, lugar de las promesas. Allí culmina por Jesús la experiencia israelita; desde allí podrá expandirse a todos los pueblos de la tierra. Pero con esto evocamos ya y preparamos el tema siguiente.

             Esta ha sido para Lucas la experiencia culminada de la pascua de Jesús. En ella se contienen todos los aspectos y motivos de la pascua: Jesús expresa todo su misterio, se inicia el camino misionera de la iglesia. Por eso, se incluyen en ella los personajes y motivos de las dos experiencias anteriores (de las mujeres ante la tumba, de los fugitivos en Emaús). Desde nuestra perspectiva actual, hubiera sido hermoso que Lucas hubiera narrado la experiencia pascual de la madre y parientes de Jesús, para que pudiera entenderse mejor su presencia en la comunidad de Hech 1, 12-14. No lo ha hecho, quizá porque no le parecía fundamental, quizá porque no tenía tradiciones anteriores que le permitieran redactar el tema. Sea como fuere, desde una lectura de conjunto de Lc 24 y Hech 1-2, la madre y parientes de Jesús están incluidas en la experiencia fundante de pascua. Desde este fondo podemos evocar alguno rasgos básicos de la experiencia pascual según Lucas.

 – La pascua es experiencia de encuentro: Jesús resucitado ha ido reuniendo a sus discípulos ,para mostrarse presente en medio de ellos. Ahora podemos añadir que sólo existe verdaderamente allí donde un conjunto de fieles se abre a la experiencia de Jesús, escucha su palabra y recibe su encargo de anunciar el perdón a todos los pueblos de la tierra, con la fuerza del Espíritu Santo

 – La pascua es nueva comprensión del sufrimiento de Jesús y de los hombres (es decir, de la salvación por el fracaso) . Sólo existe pascua allí donde los hombres han aprendido a sufrir, descubriendo aquello que se encuentra al otro lado de la muerte: la presencia del Cristo real y verdadero (sangre y huesos, pescado compartido, comunión humana). Sólo ese Jesús resucitado ilumina y da sentido a la existencia dentro de este mundo: sin pascua no podría comprenderse la pasión; sin la gloria de Dios manifestada en la resurrección no habría luz para entender la muerte del Cristo y de los hombres.

 – La pascua es perdón de los pecados, es decir, conversión y transformación del ser humano. En esta línea ha de entenderse la fracción del pan (solidaridad, eucaristía), en gesto que se abre a todos los pueblos de la tierra. Jesús resucitado les ofrece conversión a través de sus discípulos: todos los hombres de la tierra pueden darse ya la mano, en gesto que se expresa en el pan y peces compartidos. Lucas parece suponer que sin pascua de Jesús resultaría imposible perdonarse: estaríamos hundidos en la lucha a muerte, en la violencia universal en medio de la tierra. Pues bien, el mismo Jesús que ha sido asesinado vuelve a presentarse sobre el mundo como fuente de perdón, haciendo así posible un camino de unión universal. Este es el mensaje de su pascua.

La pascua es finalmente promesa del Espíritu Santo. Conforme a la visión de Lc 24, 44-53 y Hech 1, 1-11, Jesús ha triunfado de la muerte para ofrecernos el Espíritu de Dios, que es fuerza de palabra misionera y perdón que se expande a todos los humanos. La misma pascua se abre de esa forma y viene a convertirse en fuente de un misterio que culmina en Pentecostés.

 Ese último tema nos introduce en la conclusión de Lucas (Lc 24, 50-53) y en el prólogo del libro de los Hechos (Hech 1, 1-11) que se encuentran vinculados, formando como una bisagra en torno a la cual puede girar la vida de Jesús y la historia de la iglesia.

Ascensión y Pentecostés (Lc 24, 50-53). Conclusiones

             El Nuevo Testamento ofrece formas y esquemas para hablar del triunfo final de Jesús. En este trabajo hemos desarrollado el de la resurrección, que es el más primitivo e importante y así lo ha mostrado Lc 24. Pero a su lado hallamos, por lo menos, otros dos modelos, distintos y convergentes (complementarios), que vienen a expresarse, al menos de un modo velado, en la escena final de Lucas y del  principio de Hechos:

– Elevación. Este modo supone que Jesús se había rebajado previamente, sometiéndose de un modo voluntario a un tipo de existencia dominada por la carne (corrupción, miseria). Pues bien, ahora ha culminado su camino y Dios le exalta, haciéndole Señor de todo lo que existe. Empleando este esquema (que veremos aplicado en la Ascensión) pueden entenderse textos como Flp 2, 6-11 y gran parte del evangelio de Juan.

– Rapto. Conforme a la tradición, algunos personajes de la historia antigua como Henoc y Elías (lo mismo que Melquisedec en otras tradiciones) fueron raptados por Dios. No murieron del todo, no fueron sepultados bajo tierra, esperando el fin del tiempo, sino que fueron escondidos en el cielo, donde se encuentran, contemplando los misterios de Dios y de la historia, para volver para realizar su juicio sobre la tierra. Parece que Lucas ha podido evocar también este esquema.

             El último esquema (rapto) resulta menos importante y por eso no podemos estudiarlo en un trabajo de tipo general como es el nuestro. El modo básico de afirmar el triunfo de Jesús ha sido la confesión pascual: Jesús ha resucitado. Pienso, sin embargo, que puede y debe completarse desde la perspectiva de la elevación, tal como ha venido a desembocar en el relato de la Ascensión que ofrece Lucas en Hech 1,1-11.

En algún sentido, siempre que hablamos de resurrección presuponemos que existe algún tipo de elevación o ascensión, al menos en sentido general: Jesús no ha vuelto a la vida anterior (como Lázaro) para ser lo que antes era; por su resurrección se ha “elevado” a un nivel de gloria y plenitud que previamente no tenía (que no existía); la pascua de Jesús ha suscitado un mundo nuevo, el misterio más alto de la plenitud humana que se expresa donde el Cristo ha culminado su camino. Jesús se ha entregado Jesús por los hombres, ha muerto por ellos; en respuesta de amor creador, Dios le ha elevado, por medio de la pascua, para constituirle Señor de todo lo que existe. Así lo suponen varios textos:

 – Flp 2, 6-11. Cristo se ha entregado hasta la muerte, por lo cual, Dios le ha exaltado, dándole un Nombre sobre todo Nombre... A la muerte de cruz sucede, como inversión creadora, el ascenso: Cristo ha sido entronizado como Señor de cielo y tierra. La resurrección se entiende así como ascensión. 

Tim 3, 16. Cristo es el misterio de piedad manifestado en la carne y elevado a la gloria... Tampoco este pasaje aluce presenta directamente la victoria de Jesús sobre la muerte en claves de resurrección. Habla más bien de una elevación del salvador, dentro de un esquema de descenso y Ascenso sagrado o Ascensión.

 – 1Ped 3, 18-22; 4, 6. Cristo ha muerto en la carne, pero ha sido vivificado por el Espíritu y, ascendiendo al cielo, está a la derecha de Dios.... Como en casos anteriores, el descenso o abajamiento de Cristo aparece vinculado a su Elevación gloriosa. Seguimos estando ante un esquema de bajada y Ascenso del salvador..

– Ef 4, 7-10. El que bajó es el mismo que ha subido por encima de todos los cielos, para llenarlo todo... Este pasaje recoge el aspecto central de la teología de Efesios (y Colosenses). A través de su descenso salvador, Cristo ha vencido a todos los poderes adversarios; luego ha subido (Ascensión) a la gloria de Dios sobre la tierra.

             Casi todos estos pasajes pertenecen a la tradición de la escuela paulina, interesada en presentar el triunfo escatológico de Cristo como gran ascenso del mesías que, habiendo culminado su camino, nos hace capaces de seguirle, para superar de esa manera el mundo viejo y alcanzar la meta de la gloria. Esta misma tradición se encuentra en el fondo de Juan, cuyo evangelio aparece bien centrado en la experiencia del descenso y ascenso del Hijo de Dios que ha bajado al mundo para elevarnos a la gloria de Dios Padre.

Este es un esquema bonito, plástico. Tiene la ventaja de presentar la muerte y gloria de Jesús en términos comprensibles para la simbología religiosa y filosófica del tiempo. Desde ese fondo, Jesús puede aparecer como un ser divino que desciende para elevar a los hombres a través de su mismo gesto de solidaridad y muerte redentora. Quedan, quizá, en un segundo plano otros aspectos de la realidad humana concreta de Jesús: su compromiso con los pobres, las razones sociales de su muerte... Pero el esquema en cuanto tal resulta válido y es lógico que haya sido asumido y desarrollado por Lucas. Sólo Lucas, al final de su evangelio (Lc 24, 50-53) y al comienzo de Hechos (Hech 1,1-11) ha desarrollado de forma explícita ese esquema de Ascensión, para culminar de esa manera las apariciones de la pascua y señalar que el Cristo no actúa ya en la forma antigua sobre el mundo:

 – Mt 28, 16-20 había esbozado ya el tema de la elevación: el Señor se muestra en la Montaña, recibiendo en sí toda la gloria (poder) de cielo y tierra. Pero su elevación no culmina a modo de Ascensión: Jesús se encuentra arriba y queda arriba, presidiendo en la montaña de su pascua la historia de sus misioneros, no tiene que marcharse al cielo. Jesús no se va, queda por siempre con su iglesia. No sube para alejarse y enviar su Espíritu, sino queda él mismo, alentando desde la montaña central de la pascua a los humanos y siendo, al mismo tiempo, el fin o meta de todo lo que existe: ¡Y yo estoy con vosotros hasta el fin de los tiempos! (Mt 28, 20). Así ha culminado Mateo su teología, así podrían decir Juan o Pablo: ninguno de ellos necesita distinguir pascua como resurrección (triunfo de la vida) y pascua como ascensión (elevación celeste).

 – Lucas, en cambio, ha distinguido esos momentos, trazando así un desarrollo del triunfo de Jesús en tres tiempos: Pascua (triunfo personal de Jesús, su victoria sobre la muerte); Ascensión (elevación teológica: ha venido de Dios, a Dios retorna, en culminación escatológica y trinitaria); Pentecostés (como Señor escatológico e Hijo de Dios, Jesús ofrece a los hombres la gracia de su vida, el don de su Espíritu). Por situarse en esta perspectiva, Lucas ha tenido que pone un límite al período primero, de estado naciente de la pascua. En un primer momento no hacían falta unas fronteras entre tiempo pascual y tiempo tras la pascua al tiempo de la resurrección, centrándola en los cuarenta Dios de presencia pascual de Jesús (cf. Hech 1, 3).

 Los textos anteriores no habían puesto un límite a la pascua (cf. 1 Cor 15). Por eso, lo mismo que se había mostrado en el principio a las mujeres y a Pedro con los discípulos, Jesús podía seguirse revelando para mostrar nuevos caminos y experiencias dentro de la iglesia. Pero, en un determinado momento, una vez que los creyentes fueron tomando distancia en relación con los principios de la pascua, resultaba necesario precisar las fronteras del primer tiempo de pascua, para distinguirlo de las etapas posteriores. Eso es lo que ha hecho el autor de Lucas-Hechos de una forma canónica, ofreciendo el esquema de la liturgia posterior de la iglesia:

 – Hubo un tiempo de pascua, centrado en los cuarenta días de las apariciones de Jesús a los apóstoles. Aquellos fueron días de nacimiento: tiempo de la gran recreación y de enseñanza nueva para los discípulos antiguos. De esta forma se distinguen los primeros días de la iglesia y se separan de todos los que vienen luego: ellos fueron como un idilio de encuentro con Jesús, de vida transparente. Los que tuvieron la fortuna de vivir aquellos días participaron de un acontecimiento único que ya no volverá a repetirse nunca más dentro de la historia. Aquel era el momento de las apariciones pascuales con valor universal, para todos los tiempos del futuro de la iglesia (cf. Hech 1, 1-5).

 – Este tiempo ha culminado y terminado en la Ascensión. Jesús tiene que marcharse de este mundo: dejar su antigua forma de presencia. Así aparece claramente en el gesto solemne del ascenso al cielo, desde el Monte de los Olivos (Lc 24, 50-53; Hech 1, 6-11). De ahora en adelante los cristianos ya no pueden apelar a nuevas formas de revelación básica de Jesús. El tiempo de pascua ha terminado. Ya no pueden darse más apariciones normativas del Señor resucitado, porque el tiempo de ellas ha pasado.

 – A partir de la Ascensión empieza el tiempo de Pentecostés. Diez días más tarde, en la fecha solemne de la fiesta judía de las Semanas (a los Cincuenta Días de Pascua), los creyentes reunidos recibieron el don del Espíritu Santo. Jesús lo posee en plenitud, Jesús lo ofrece a sus creyentes, iniciando de esa forma el tiempo nuevo de la iglesia. Precisamente los testigos de la pascua (los apóstoles, mujeres y parientes que, unidos a la Madre de Jesús, hallamos en Hech 1, 13-14) son los receptores de la nueva experiencia del Espíritu. Ellos fueron testigos de la pascua; ellos empiezan a ser misioneros y enviados finales del Espíritu de Cristo (cf. Hech 2).

             Posiblemente, el autor de Lucas-Hechos ha reelaborado tradiciones anteriores que hablaban de una aparición de Jesús en la montaña, en la línea de Mt 28, 16-20. Pero él no ha situado esa montaña en Galilea (en un lugar desconocido), sino que la ha puesto al lado de Jerusalén, dándole un nombre bien concreto y famoso en la tradición israelita: es Monte de los Olivos, lugar donde vienen y paran todos los peregrinos para ver la Ciudad Santa. Jesús sube con sus discípulos a esa montaña, pero no para quedarse allí, sino para Ascender al misterio de Dios, a la plenitud de la gloria, para sentarse a la derecha de Dios Padre (cf Hech 2, 33).

De esa forma, la aparición en la montaña se convierte en última aparición, la visión pascual se vuelve experiencia de despedida. Lucas necesita mostrar un final, para decir que Jesús se ha ido: no puede convivir entre nosotros en la forma antigua, no puede aparecerse por doquier, en cualquier tiempo o circunstancia. Se ha ido, y es bueno que esté alejado de nosotros, a la derecha de Dios Padre, porque sólo así nos puede dejar en libertad y ofrecernos su Espíritu:

  •  Jesús les dirigió fuera (de la ciudad), hacia Betania
  • y levantando las manos les bendijo. Y sucedió que al bendecirles
  • se separó de ellos y se elevaba hacia el cielo (Lc 24, 50-51).
  • Ellos, reuniéndose, le rogaban:
  • - ¿Es este el tiempo en que vas a restaurar el reino para Israel?
  • Pero él les contestó:
  • - No os toca a vosotros conocer los tiempos y momentos
  • que el Padre ha reservado para su propio poder.
  • Pero recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros
  • y seréis mis testigos en Jerusalén
  • y en toda Judea y Samaria y hasta los confines de la tierra.
  • Y diciendo estas cosas, mientras ellos miraban fué arrebatado
  • y una nube le sustrajo a sus ojos;
  • y mientras miraban hacia el cielo, para ver cómo ascendía.
  • he aquí que se les mostraron dos varones vestidos de blanco y les dijeron:
  • - Hombres galileos ¿qué hacéis mirando al cielo?
  • Este mismo Jesús que os ha sido tomado para ir al cielo
  • volverá de la misma forma en que le habéis visto subir hacia el cielo (Hech 1, 6-11).

La Ascensión aparece de esa forma  como Despedida (fin del tiempo pascual), Elevación (Jesús queda acogido en el misterio de Dios) y Promesa (Jesús envía el Espíritu a los suyos y volverá al fin de los tiempos). Hablando de una forma simbólica muy honda, tenemos que decir Jesús ha subido hacia la altura de Dios, desbordando el plano de la historia y geografía de la tierra. Ha subido para terminar la historia de su vida, para cerrar el capítulo y libro de su evangelio (Lc). Pero ese mismo cierre y fin puede convertirse en principio de una experiencia nueva, comienzo del tiempo de la iglesia, por medio del Espíritu (libro de los Hechos).

 NOTAS

 [1] He desarrollado el tema en  Historia de Jesús,  VD, Estella 2027. Cf. J.D.G. Dunn, Jesús y el Espíritu Santo, Sec. Trinitario, Salamanca 1981, 161-256; F. X. Durrwell., La resurrección de Jesús, misterio de salvación, Herder, Barcelona, 1965; D. Fuller, Easter Faith and History, Tyndale, London 1968;   X. Léon-Dufour, Resurrección de Jesús y mensaje pascual, Sígueme, Salamanca 1973.

[2]Entendida así, la fe es el recuerdo de Jesús, en fórmula que puede enraizarse en toda la teología y experiencia del recuerdo de Dios y de Israel, que aparece en Lc 1, 55.72.

[3] La misión pascual en contexto israelita, en cuanto centrada en el número Doce, no ha logrado triunfar. De hecho, la comunidad de Jerusalén quedará centrada primero en torno a Pedro (Hech 1-6) y luego en torno a Santiago (cf Hech 15); la expansión universal de la iglesia se realiza a partir de los siete de Hech 6 y especialmente de Pablo. Como hemos dicho, sólo 1Cor 15, 5 ha destacado la aparición a los Doce en cuanto tales, con valor posiblemente simbólico (los Doce son signo de la misión judía). Las tradiciones de Mc y Mt no conservan ya ese recuerdo y hablan sólo de una aparición a los Once, en afirmación que parece polémica: el número de Doce se ha roto en el Calvario; el Cristo pascual no ha restablecido ese número sagrado de la misión y pretensión israelita

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