Manifiesto ecológico 2. Convivir con el Gran Riesgo
Somos el riesgo, como supo ya el autor del Génesis (cf. Gen 2, 17) cuando dijo que "el día en que comáis del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal"..., el día en que rompáis el equilibrio de la vida moriréis, pero no solamente vosotros, sino que mataréis también la vida del mundo.
Dicen algunos que todo se puede hacer por dinero... No sé si eso es cierto, pero lo cierto es que el mundo se puede matar por dinero, por aquello que Mt 6, 24 llama Mamón, un tipo de capital absolutizado... Por tener más capital, por hacerse dueños del mundo (del bien y del mal), los hombres pueden destruir la vida del planeta, como muchos dicen estamos (=están) empezando a hacer ya los grandes "poderes" fácticos, empezando por el "famoso" presidente USA.
Por eso es necesario aprender a vivir ante el gran riesgo, y de eso tratan las reflexiones que siguen, que retoman el trabajo cuya primera parte presenté hace dos días. Buen domingo a todos. Me gustaría ofrecerles mejores noticias, manjares más suaves. Pero esto es lo que hay. De nuevo buen día.
Imagen: Esta gran bomba lleva el nombre de Moab, el gran enemigo de Israel (que es para muchos en USA el símbolo del "enemigo" musulmán que pone bombas en USA, Francia o Barcelona...). Esta bomba quiere matar a los malos terroristas "islámicos", y de paso puede matarnos a todos, para así defendernos de futuros ataques).
2. Ecología social y justicia bíblica.
La mayor novedad del movimiento ecológico es su vinculación con la justicia social. No podemos ser justos con el mundo si no lo somos con nosotros mismo (en el plano personal, en la relación de lo masculino-femenino) y si no lo somos, de un modo especial, en las relaciones sociales. En este campo ha sido básica (en occidente) la experiencia y mensaje de la Biblia, como han mostrado Marx y otros pensadores. Dios es trascendente a la unidad y multiplicidad de las personas (y de las cosas), pero no desde fuera, sino desde dentro ellas.
Esto significa que se sitúa más allá de todos, estando al mismo tiempo en cada uno de los hombres, en especial en aquellos que parecen menos importantes. Este ha sido y sigue siendo un elemento clave de la tradición bíblica, cuando habla de la presencia de Dios en los pobres, es decir, del valor infinito (divino) de aquellos que parecen expulsados del sistema cósmico o social.
‒ El sistema mira a Dios (y así lo falsifica) como garante de su propio poder, vinculándole de un modo especial con el Rey y el Estado, con el orden y estructura del mismo sistema. Por eso, los perdedores (especies extinguidas, pueblos e individuos marginados...) parecen quedar fuera del cuidado de Dios. Ellos serían el "precio" que debe pagar el progreso, como un residuo necesario que se expulsa, para que el conjunto esté limpio. En esta línea se establecería una ecología de los triunfadores.
‒ Las tradiciones bíblicas (con otras religiones) tienden a identificar a Dios con los expulsados del sistema. Así afirman que Dios se revela en los huérfanos-viudas-extranjeros (Israel), en los hambrientos-exilados-enfermos-encarcelados (cristianismo), en los descastados de la trama social (budismo). Como seguiremos viendo, desde este contexto, la ecología resulta inseparable de la solidaridad humana y la valoración de los marginados).
En esta última línea, que hemos llamado de justicia bíblica, no se puede hablar de una ecología de la tierra (conservación del hábitat) sin salud (salvación) de sus habitantes, especialmente de los menos privilegiados. Una tierra externamente bella, pero que sólo algunos privilegiados pueden disfrutar, a costa de los pobres, no es casa humana, no es lugar de ecología. También en este plano, como en los dos anteriores, nos hallamos en el centro de un cambio (de eso que Kant llamaba el giro copernicano), que nos lleva de un mundo donde parecía que las relaciones sociales venían fijadas de antemano por Dios a un mundo en el que somos nosotros, los hombres, los que creamos esas relaciones. Será bueno que tracemos las diferencias de un modo concreto:
‒ La sociedad antigua (Ancienne Régime) suponía que Dios mismo había dado el poder directo a los reyes y la nobleza a los nobles, de manera que las divisiones sociales, con las estructuras de poder correspondientes, eran sagradas. El rey era signo de Dios. Reyes y nobles, con los jerarcas de la iglesia, cuidaban el orden social, como representantes coronados o mitrados de Dios.
‒ La nueva sociedad, iniciada simbólicamente por la Revolución Francesa (fin del siglo XVIII), ha descubierto que las estructuras sociales dependen de la creatividad de los hombres, que pueden crear estructuras de solidaridad. En este contexto, la ecología (cuidado del mundo) se vincula de un modo esencial con la creación de unos espacios justos de convivencia humana.
Entendida así, la preocupación ecológica forma parte de la solidaridad humana. El sistema económico-social de nuestro tiempo tiende a poner el mundo al servicio del sistema de poder y de sus privilegiados, dejando que las grandes mayorías no puedan disfrutar del mundo. El Antiguo Régimen era muy desigual y duro, pero podía tener sus correctivos, pues creía actuar como representante de un Dios que en occidente aparecía también como garante de la vida de los pobres. El Nuevo Régimen, que sólo cree en el triunfo del propio sistema, puede divinizarse de un modo implacable, sin otro freno ni norma que su poder, tendiendo a crear formas de diversión artificiales, al servicio del propio sistema, convirtiendo la naturaleza en objeto de mercado televisivo: para muchos hombres y mujeres, el mundo de los medios de comunicación resulta más importante que la naturaleza en cuanto tal.
3. Desafío ecológico. Nuevo diluvio, el riesgo de las cinco bombas
Señalábamos al principio que el primer problema de la ecología era el respeto por la naturaleza, interpretada antaño como divina y luego puesta al servicio de los hombres, para que ellos pudieran convivir y realizarse humanamente en ella. Pues bien, avanzando en esa línea de manipulación cósmica, a lo largo del proceso creador de la modernidad, desde mediados del siglo XX hemos llegado a una situación extrema: aquellos medios de conocimiento cósmico que podían servir para mejorar nuestra forma de vida en el mundo han venido a convertirse en un arma destructora; somos capaces de conocer muchos mecanismos interiores de esa naturaleza, de manera que podemos ayudarla y embellecerla, pero al mismo tiempo los podemos emplear por medio de la bomba o explosión atómica, de manera que podemos destruir por entero la misma naturaleza.
Antes no podíamos, no sabíamos, no teníamos la posibilidad de realizar un suicidio cósmico. Ahora la tenemos. Hemos penetrado en eso que algunos han llamado el “pensamiento de Dios”, pero no para decir “hágase” y crear la belleza y potencia de los diversos elementos de la tierra (como hemos visto en Gen 1), sino para suscitar un tipo de dominio social y material que puede conducirnos a la destrucción. No sabemos si podría haber un “día después”, no sabemos si la vida podría empezar de nuevo su ciclo, hasta llegar al pensamiento (en este planeta o en otros). Pero nuestra historia concreta habría terminado.
a. Riesgo militar. Bomba atómica. Este es el problema supremo de la ecología, el límite de muerte desde el que debemos plantear todas nuestras formas de entender el mundo y de actuar en él. Aquí se entiende de una forma muy concreta la palabra de Gen 2-4: “El día en que comas del fruto del árbol del conocimiento del bien-mal, ese día, morirás”. El día en que intentemos explorar las posibilidades de nuestro conocimiento, aplicándolos a la estructura atómica de la realidad, ese día, pereceremos.
En este plano debemos añadir que la misma supervivencia de la vida sobre el planeta está vinculada a las formas de relación social, pues son muchas las naciones y grupos que pueden (y que podrán) tener armas atómicas, de manera que si quieren luchar entre sí empleándolas de un modo consecuente podrán destruirse. Pero, en ciertos casos, esa supervivencia está vinculada también a las formas de madurez personal de algunos políticos o militares especialmente poderosos, que tienen el poder de apretar los botones atómicos. Vivimos, sin duda, en un mundo amenazado. La sabiduría de la naturaleza nos ha mantenido hasta el momento actual. No sabemos la sabiduría de nuestra cultura podrá mantenernos en el futuro, a no ser que cambiemos de un modo cualitativo.
b. Riesgo antropológico. Bomba biológica. Hasta ahora, el proceso de la evolución biológica se había venido desplegando por sí mismo, como si una fuerza interior (que podemos llamar divina) fuera guiando las mutaciones genéticas, externamente expresadas a través de unos procesos de azar y necesidad. De esa forma, la vida ha funcionado, se ha extendido y diversificado, hemos surgido los hombres como seres especiales y nos hemos propagado. Pues bien, ahora hemos descubierto que podemos penetrar con nuestra ciencia en el interior de esos procesos, suscitando mutaciones, seleccionando cambios genéticos e influyendo no sólo en el despliegue de la vida vegetal y animal (creando transgénicos y clonando animales), sino de la vida humana. Sin duda, esa capacidad de influjo genético es buena; pero allí donde unos hombres manipulan los genes (especialmente los humanos) para servicio egoísta de algunos o del propio sistema puede estallar esa bomba genética, llevando en sí la destrucción de nuestro ser humano.
El aspecto positivo de esta bomba viene dado por el hecho de que se puede planificar de un modo coherente el proceso generativo, dentro de la línea de eso que suele llamarse la paternidad o maternidad responsable. Entendida rectamente, la liberación sexual constituye una de las mayores conquistas de la modernidad, no sólo para las mujeres, sino también para los varones. Unos y otros pueden descubrirse responsables de sus relaciones afectivas sin que ellas impliquen necesariamente un compromiso inmediato de tener hijos). Unos y otros deben saberse responsables de los hijos que quieran tener, con la ayuda de las técnicas médicas de tipo biológico. Puede llegar un tiempo en que los niños nazcan "del espíritu de Dios" (como Jesús, el hijo de María); es decir, del gozo de la vida y de a esperanza de futuro.
Pero la bomba genética puede tener un aspecto negativo, allí donde se quiera manipular la generación de nuevos seres humanos que no sean ya “fines en sí”, seres autónomos, sino que se gesten con una finalidad distinta, como medios para otro fin (económico, social o militar). En este contexto podríamos hablar de una perversión suprema del “deseo de Eva (de los seres humanos como engendradores”, que quiere poseer las llaves del bien y del mal para engendrar un tipo de vida a su medida, conforme a sus necesidades o apetencias, sin verdadera autonomía. Si esto fuera así, los niños ya no nacerían del Espíritu de Dios, a través del gozo y de la donación humana, sino del puro cálculo económico, como si fueran máquinas programadas para el consumo. Si fuera así, conseguiríamos máquinas eficaces, pero habríamos destruido para siempre al hombre.
c. Riesgo social, el gran enfrentamiento. El tercer tema ecológico estaba vinculado con la justicia social, es decir, con las grandes relaciones económicas y laborales, políticas y administrativas. En esta línea, junto al terror atómico y el control genético, viene a elevarse el terror social que puede estallar y estalla cuando existen unas condiciones especialmente duras de injusticia o e falta de trasparencia entre los grupos humanos. Como hemos dicho, en otro tiempo solían darse sólo condiciones locales y particulares para el surgimiento de ese terror. Pero ahora pueden surgir y están surgiendo unas condiciones generales o universales, que son capaces de hacer que estalle un tipo de guerra social sobre el conjunto del planeta.
Los privilegiados del sistema se defienden diciendo que el terror sólo se puede atajar con métodos de fuerza: más policías, más cárceles, mas seguridades exteriores. Pero de ese modo no se resuelve el problema, sino que se ensancha y profundiza. La humanidad sólo puede surgir y mantenerse en condiciones de libertad. Si el control del sistema se hiciera absoluto cesaría el terrorismo de los marginales, pero acabaría con ello la libertad y vida humana: estaríamos condenados a movernos entre el riesgo del terror indiscriminado (con la destrucción del ser humano) o la creación de sistemas de seguridad cada vez más poderosos (que acaban destruyendo también a la humanidad). Optar por la vida implica optar por formas de vida en libertad y gratuidad, superando los riesgos de terror del sistema y de sus contrarios.
d. Riesgo ecológico. Matar la vida el Planeta. Ésta es la bomba propiamente ecológica. Hasta ahora la tierra ha subido en el nivel de la vida hasta llegar a la conciencia y libertad humana. Una fuerza inmensa que algunos pensamos que viene de Dios, viniendo de la misma raíz del cosmos, nos ha hecho crecer, asumir la libertad, vivir en un nivel de conciencia. Pero con la vida humana ha crecido el poder y la violencia mutua, el egoísmo de utilizar para nuestro capricho los dones de la tierra, hasta llegar a destruirlos, a través de la bomba que llamamos ecológica. Éstos son algunos de los signos de la destrucción ecológica, que ha sido evocados en el relato del diluvio, del que he tratado hace dos días (Gen 6-8) pero también, y de un modo más intenso, en el Apocalipsis. Hoy podemos encender (quizá estamos encendiendo la mecha de esa bomba):
-- Aumenta la chatarra volante de la atmósfera, dando vueltas a la tierra a velocidades inmensas... Si seguimos engrosando ese gran basurero de la "nube de deshechos" de “planetas artificiales errantes” podrá llegar un día (algunos dicen que será el 2056) en que se producirá un gran estallido mortal en la alta atmósfera, un daño irremediable para la vida del mundo.
-- Crece la polución, aumenta el calor. Los residuos tóxicos. No podemos romper a cañonazos la "bóveda" del cielo, que la Biblia interpretaba en forma de cubierta protectora, pero podemos calentarla y agujerearla con emisiones de gases que producen un efecto de cubierta de invernadero, que no sólo calientan la atmósfera, sino que la “polucionan”, de forma creciente, convirtiéndola en un espacio irrespirable, de manera que si seguimos así llegará el día en que no podamos respirar, de manera que la tierra se convertirá en un infierno...
-- Polución de la tierra. No podemos secar todas las aguas de los mares, pero podemos envenenarlos con residuos tóxicos de todo tipo, de manera que al fin será imposible la vida en el planeta... No podemos destruir la tierra, pero podemos convertirla en un desierto, si no mantenemos el equilibrio de las especies vegetales y animales.
e. Quinta bomba, el cansancio de la vida. ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su vida? (cf. Mt 16, 26). Ésta palabra ha de entenderse no sólo en un sentido religioso trascendente, sino en un sentido vital muy concreto. Podemos tener casi todo, y perder el gusto por la vida, no sólo por los valores afectivos, sino por los valores artísticos y vitales, por el agua, por el viento, por la naturaleza, en el sentido del Cántico de las Creaturas del Hermano Francisco. El riesgo mayor de este mundo es ya el cansancio de la vida, que se muestra en la necesidad de fármacos y drogas que se consumen, en la cantidad de suicidios que se cometen.
No se trata de dominar técnicamente sobre el mundo, sino de aprender a gozar de su belleza, reconociendo día a día el valor de la vida y bendiciendo a Dios por ella. Dios está presente y actúa en el despliegue y en la vida concreta de los hombres, que se mantienen no sólo por deseo biológico y por otras razones de tipo material o familiar, sino también porque ellos mismos optan, es decir, porque lo quieren, pues en realidad, en el momento actual (2016), ellos podrían negar la vida y matarse (en plano individual y social, por suicidio y destrucción de la especie).
Los hombres podríamos renunciar a vivir (suicidános) o a transmitir la vida (sin necesidad de renunciar al sexo), dejando que la especie humana desaparezca… Por eso, en realidad, si ellos siguen (si seguimos) transmitiendo vida y vivimos es porque queremos. El mismo hecho de que existan padres que regalan su vida (desde la Vida de Dios) y que engendran gratuitamente, sembrando y recibiendo nuevos seres humanos, en libertad generosa y arriesgada, muestra que, en el fondo, aunque no lo digan conscientemente, ellos confían (confiamos) en el Dios de la Vida que se expande y regala por gracia.
Pues bien, si eso cambio, si los hombres y mujeres pierden el gozo de vivir, y sólo se mantienen de un modo “artificial”, apegándose a cosas, queriendo sólo disfrutar con ellas, apoderarse de todo por la fuerza, terminarán perdiendo ese gozo de la vida y optando por la muerte (suicidándose). El Dios bíblico quiere la vida de los hombres. Pero, si nos empeñamos, por egoísmo y violencia, nosotros, los “poderosos” del mundo, por ansia de dominio y deseo de poder, podemos destruirla, matándonos a nosotros mismos, como sabía la Biblia.
4. Convivir con la bomba. El desafío de la vida
En este contexto se ha iniciado una etapa nueva dentro de la historia: por vez primera, la humanidad en su conjunto puede destruirse a sí misma (en el plano cósmico, personal y social) o puede optar por la vida, de un modo consciente. Eso significa que ya no son suficientes un tipo de respuestas antiguas. No podemos trazar unos caminos de futuro con ideas y técnicas sociales que habían servido en la modernidad, pero que nos han llevado a la situación actual. Con el tipo de ciencia y de política, con la forma de educación de los siglos anteriores, tal como ha culminado en el sistema capitalista, corremos el riesgo de destruirnos.
Por eso, son muchos los hombres y mujeres de este tiempo que han empezado a pensar que la humanidad no tiene futuro. Ella estaría situada ante unos retos que resulta incapaz de resolver con las formas de pensar y actuar que hasta ahora se han seguido. Eso significa que tenemos que poner en marcha formas modelos de renuncia y creatividad discursiva y social, con la ayuda de antiguas tradiciones religiosas.
‒ Renuncia, un principio de pobreza. La modernidad nos ha dicho "atrévete" (Kant) y nos hemos atrevido, hemos explorado, hemos creado formas nuevas de ciencia y de economía, que de hecho se han puesto al servicio de los triunfadores del sistema. Pero ahora descubrimos que no podemos explorar todas nuestras posibilidades desde una perspectiva racional, buscando siempre nuestro provecho particular, absolutizando nuestra forma de pensar. En el día en que queramos comer la “manzana del bien y del mal”, haciéndonos dueños de la realidad terminaremos matándonos todos. Ahora debemos añadir: Atrévete a renunciar, Si no renunciamos a un tipo de violencia atómica, de manipulación genética y de enfrentamiento social (vinculado al sistema capitalista y al imperio con las grandes naciones-estado que lo rodean) acabaremos matándonos todos.
‒ Fraternidad, el gozo del encuentro con los hombres. Hemos empleado hasta ahora un tipo de racionalidad dominadora e instrumental, convirtiendo las cosas en utensilios a nuestro servicio. Ahora descubrimos que esa actitud no basta y que es muy peligrosa... Si cada uno de nosotros, cada uno de los pueblos y grupos humanos, busca únicamente su triunfo y razón, el despliegue de su propia verdad particular, acabaremos matándonos todos. Necesitamos un tipo de sabiduría nueva, más allá de los juicios antiguos del bien y del mal, de los discursos absolutos; una sabiduría que no sea de dominio, de poder y violencia sobre los demás, sino de riqueza gozosa y de diálogo, de pluralidad y encuentro mutuo, en la línea de lo que ha sido el despliegue múltiple del mundo. Sólo así, en pobreza (renuncia personal) puede cultivarse el máximo don del encuentro con los demás, de manera que Dios (la vida) nos dará de nuevo hermanos, en vez de competidores y enemigos como ahora
‒ La ayuda de tradiciones religiosas. Pensamos que en esta búsqueda nueva nos pueden servir los modelos religiosos antiguos, pero no tomados al pie de la letra, sino desde su mensaje más profundo. Los hombres de las grandes tradiciones religiosas y culturales, no sólo en el contexto judeo-cristiano o muslmán, sino también en otros contextos, han explorado caminos de vida que resultan muy valiosos. Por eso, la humanidad actual se encuentra ante unos retos nuevos, pero no está totalmente desamparada o desprovista de recursos, pues las religiones, entre ellas de la Israel han descubierto y ofrecido proféticamente unas líneas de apertura y solución, que nos permitirán vivir sobre la tierra, si es que escuchamos su voz y la actualizamos.
Nosotros, hombres y mujeres que hemos pasado por el trance de la modernidad, sabemos ya una forma de razón que algunos han llamado cartesiana (de espíritu geométrico y dominio sobre el mundo), si le falta la finura del amor (Pascal), puede llevarnos a la destrucción en los tres planos indicados (cósmico, genético y social). Por eso debemos trascenderla, buscando un pensamiento más hondo y gozoso, que nos permita mantener la propia vida y desarrollarla con belleza y gratuidad, superando el nivel de la racionalidad posesiva, centrada en el poder y el disfrute de medios materiales. Nos situamos así ante la pregunta y reto de nuestra creatividad: ¿Seremos capaces de asumir nuestras potencialidades más hondas en línea afirmativa, para ofrecer un presente mejor a los pobres del mundo y un futuro mejor a todos los hombres y mujeres del futuro? Este no es un tema de política económica, sino de humanidad, de gozo vital y utopía.
5. Tarea ecológica: riesgo de muerte, opción de vida
Esta es la novedad: dentro del mundo ha surgido un viviente peculiar, capaz de asumir y dirigir su evolución, enfrentándose con la propia vida de su entorno, utilizando para ello palabra y culto, pensamiento y ciencia, economía y política etc. El hombre sigue siendo un ser cósmico, biológicamente frágil, inmerso en la gran trama de la evolución vital; pero, al mismo tiempo, viene a presentarse como creador, capaz de plasmar su propia identidad, en un nivel de conciencia, pensamiento y organización social, que ha desembocado en el sistema global de la actualidad, con sus posibilidades de vida (y de muerte), es decir, de destrucción ecológica no sólo de ellos, sino del mismo mundo.
Somos herederos de un largo proceso de vida, que hemos asumido de un modo consciente. Ahora somos nosotros los que avanzamos por ella (dentro de ella), como nómadas en busca de una «casa de la identidad», de un hogar donde podamos descubrir nuestra verdad y desplegarnos en plenitud, como signos de la gran Presencia, en comunicación de gratuidad. Esto es lo que afirma la tradición monoteísta al afirmar que navegamos (volamos, nos van conduciendo) hacia un puerto o ciudad escatológica, donde se cumpla la esperanza de lo humano, hacia una condición de vida que la Biblia y el Corán definen como paraíso o cielo (pura Presencia universal de vida). En esa línea podríamos evocar de nuevo el tema del Arca de Noé, que nos conduce al puerto de la vida en plenitud.
‒ ¿Somos vivientes engañosos? Algunos afirman que estamos condenados a seguir fatigosamente por unos caminos sin salida, que se cruzan y vuelven siempre hacia los mismos lugares anteriores engañosos, sin rumbo ni meta, hasta que un día acabemos, dejando ya de respirar por siempre. En esta perspectiva, algunos añaden simplemente que “estamos”: no vamos a ningún sitio, ni venimos de ninguna parte; nuestra vida es señal de una presencia indiferente (abierta quizá a los dioses inmortales, dominada quizá por la pura muerte), por encima de todo posible cambio, pues todos los caminos resultan al fin pura apariencia. Mirado en esta perspectiva, el tiempo no sería más que una mentira.
‒ ¿Somos vivientes abiertos a una presencia de Vida por encima de la muerte? Hemos nacido del mundo y podemos estropearlo, destruyendo muchas de sus especias, para morir también nosotros, después de haber matado. Pero, en otro sentido, podemos afirmar que somos unos vivientes que estamos abiertos a un tipo de presencia superior, a una vida más alta, como prometía de algún modo Gen 1-8 y como afirman muchas tradiciones religiosas y, de un modo especial, la cristiana. En ese sentido, como he dicho, el Arca de Noe puede llevarnos hacia un tipo de paraíso de humanidad reconciliada.
En este contexto definimos al hombre como ser natal y mortal, que puede esperar una Vida más alta: el único viviente que sabe que ha nacido y que sabe que muere. Mirada en perspectiva cósmica, la muerte biológica forma parte del despliegue biológico, pues en la cadena alimenticia (de la que hemos tratado en el apartado anterior) unos vivientes se sustentan de los otros y los nuevos individuos sólo pueden subsistir si van muriendo los antiguos. En ese aspecto, los fracasados y excluidos de la cadena alimenticia hacen un favor a los que triunfan: sólo a través del sacrificio de los individuos y grupos menos aptos ha podido expandirse la evolución biológica.
Mirada en ese fondo, la muerte forma parte del proceso de expansión y globalización de una vida donde los triunfadores subsisten y avanza a costa de los derrotados y “comidos”; pero, al fin, también los triunfadores perecen, en manos de una muerte "democrática" que se impone sobre todos. Eso lo han sabido las diversas religiones y lo han expresado de un modo simbólico, a través del rito de los sacrificios, en los que la muerte de una víctima sirve para el despliegue de la vida. En este contexto podemos distinguir tres niveles:
‒ Una visión antigua: En un mundo que parece eterno. Los vivientes prehumanos (plantas y animales) carecen de individualidad estricta: por eso, en un sentido radical, no pueden morir, porque no han nacido, sino que forman parte del continuo de la vida. No son ni natales ni mortales, pues no son Auto-Presencia, carecen de identidad estricta, de individualidad personal. Eso significa que la muerte de los individuos está al servicio del conjunto de la vida que sigue naciendo y avanzando (o rodando) sin saberse, aunque parece portadora de un Designio que ella misma ignora. En ese contexto se podía pensar que la vida misma es eterna, no se puede destruir en modo alguno.
‒ Vida humana: nacimiento y muerte. Los hombres han nacido a la vida individual, de tal forma que tienen un valor absoluto, cada uno por sí mismo (aunque dentro del conjunto), pues son Auto-Presencia en relación. Por eso, la muerte es para ellos un problema o, mejor dicho, un misterio, porque cada individuo (varón o mujer) es signo personal de la Presencia, una ventana nueva y única del Infinito. Eso significa que cada hombre es un absoluto y su muerte es destrucción estricta, a no ser que se vea como un camino abierto hacia un tipo de vida más alta, como afirman o postulan las diversas religiones. Pues bien, estos hombres, buscándose sólo a sí mismos, pueden destruir el equilibrio de la vida cósmica, que podía parecer eterno.
‒ Nuevo paradigma. Un sistema biológico amenazado. Antes se pensaba que las especies eran eternas, que la vida es eterna. Hoy sabemos que el planeta tierra es limitado y que nuestro sistema vital puede destruirse… Hoy nos situamos ante el gran lema de Dt 30: “Pongo ante la vida y la muerte…”. Los hombres como tales pueden elegir la muerte, no sólo para ellos sino para la vida en el planeta. La vida “perdurable” es un don… La muerte de la vida puede ser y es un “pecado” de la humanidad.
De esa manera, el triunfo del sistema, con su dinámica productora y consumidora, conduce al sometimiento y muerte de los hombres concretos a quienes pone al servicio de una totalidad impersonal. En esa línea triunfa y se expande extendiendo por doquier su muerte, y destruyendo la naturaleza, impidiendo que los individuos puedan desarrollar una existencia valiosa, por sí misma. Entendido así, el sistema viene a presentarse como un ídolo, un Dios falso que sacrifica para su provecho no sólo a los individuos, sino el mismo entorno vital, poniéndolo al servicio de los intereses de los privilegiados, no del gozo y despliegue de todos. Ese tipo de sistema es capaz de utilizar para su provecho la bomba atómica, lo mismo que la biológica y la social: así vive extendiendo por doquier su terror.
3
UN CAMINO A TRAVÉS DEL RIESGO
ESPERANZA CREADORA
Vivimos inmersos, según eso, en un riesgo de muerte universal. Ciertamente, la falta de organización y planificación en un nivel económico-administrativo es mala, pues impide que los hombres desarrollen los recursos de la tierra, viviendo esclavizados de algún modo por ella. Pero el triunfo perfecto del sistema sería igualmente negativo, pues destruye (o devalúa) las fuentes de la vida personal, haciendo así imposible que los hombres puedan relacionarse en libertad, como individuos responsables, en amor afectivo, en gozo personal, en búsqueda de vida. Por eso, la ecología resulta inseparable del deseo y gozo de la vida, vinculado a la justicia.
1. Es fundamental que recuperemos el deseo vivir
Somos más que un puro proceso cósmico, pero llevamos por doquier sus huellas, hechas de enfrentamiento cósmico y de fragilidad vital. Como el budismo ha destacado, nacemos de manera dolorosa y en dolor morimos, sin saber por qué. Más aún, en el camino que va de nacimiento a muerte, la vida humana es inmensamente frágil: son millones los que nacen enfermos, amenazados por enfermedades, malformados, en la gran ruleta de un proceso vital que parece abandonarnos a la propia suerte. No es que la vida sea mala, como algunos han pretendido. Quizá es peor todavía: ella es indiferente ante los bienes y los males, como ha destacado el libro bíblico del Eclesiastés o Qohelet. Parece normal que muchos hombres y mujeres se declaren ateos y se sientan fracasados en la vida, de manera que prefieren rechazarla, exilándose interiormente y buscando un tipo de refugio superior (nirvana) más allá de los deseos (en la línea de un tipo de budismo). Pues bien, conforme a todos lo anterior, pensamos que sólo puede haber futuro para el hombre allí donde los hombres lo desean, deseando vivir y gozando al hacerlo.
1. Debemos trazar nuestro camino por encima de un tipo de sistema capitalista, que ha querido planificar la ciencia al servicio de sí mismo y de sus privilegiados, poniendo en riesgo el equilibrio de la vida de la tierra. Ciertamente, ese sistema ha conseguido resultados espectaculares, a los que no podemos ni debemos renunciar: es capaz de prevenir malformaciones infantiles y curar enfermedades; puede organizar la economía de tal forma que existan medios de consumo suficientes para todos, corrigiendo así muchas amenazas de la naturaleza (sequías, tormentas etc.); nos ofrece unos medios de comunicación rápidos y eficaces, que pueden facilitar en encuentro entre personas... Pero, ayudándonos en un sentido, el sistema corre el riesgo de encerrarnos en una red de relaciones impersonales, al servicio de sí mismo, consumiendo y destruyendo al mismo tiempo las fuentes y recursos naturales de la vida. Por eso, es necesario que mantengamos la humanidad por encima del sistema, creando unas condiciones de vida en gratuidad y diálogo que nos permitan desplegar de una manera gratuita la existencia, para compartirla con otros y ofrecerla así a las próximas generaciones. No queremos ni podemos negar en modo alguno la ciencia, ni rechazar las conquistas de la modernidad, pero debemos superar el riesgo que ellas han supuesto, poniendo ciencia y técnica al servicio de la vida, invirtiendo así los principios del sistema:
1. El sistema mata ya en vida a los excluidos, porque no le importan las personas en cuanto tales, sino sólo su propio despliegue y desarrollo. No tolera que existan a su lado individuos autónomos, ni que puedan desarrollarse las personas en cuanto tales. De esa forma mata (excluye) a los que son distintos. Ciertamente, puede tolerar a algunos disidentes, pero sólo en la medida en que ellos no ponen en peligro sus intereses. Por eso es injusto. Sólo superando esa injusticia del sistema actual tiene sentido la auténtica experiencia ecológica, la vida del hombre en el mundo.
2. El sistema oprime y/o devalúa a todos los perdedores, pero también a los triunfadores, pues les impide descubrir y cultivar los valores más hondo de la vida personal, vinculados a la gratuidad simbólica y al despliegue de un amor que está por encima de todas las leyes del mundo, expresándose en forma de comunicación personal. El sistema tiende a controlar todas las comunicaciones, impidiendo que los hombres puedan compartir en libertad su vida. Pues bien, s
in una más alta solidaridad entre los hombres la vida se destruye.
3. El sistema acaba destruyendo las fuentes de la vida del planeta, poniéndolas al servicio de sus propios intereses. Quiere construir una torre de Babel manipulando la vida, de tal forma que al fin acabará por destruirla, si es que no logramos parar su marcha loca, poniendo el progreso de la ciencia al servicio de la vida humana, como quiso el Dios del Génesis.
2. Debemos empezar limitando la violencia en todos los niveles.
A los liberados del primer diluvio, Dios les pidió "que no comieran sangre" (Gen 9, 4), es decir, que no vivieran de violencia. Ellos, hombres postdiluvianos, seguían deseosos de sangre, querían adueñarse de la vida de otros animales y vivientes (repitiendo así el gesto de Eva). Este sigue siendo en el fondo nuestro pecado. Para superarlo, la Biblia original quiere que recordemos nuestro origen vegetariano (Gen 1-2). Pero esa vuelta al origen es ya imposible, pues también unos animales viven de otros animales. Por eso, cuando cuenta la realidad del tiempo histórico, que empieza tras el diluvio, en Gen 8, la Biblia que no ha podido prohibir la carne (ni impedir de raíz nuestra violencia), pero quiere, al menos, limitarla, exigiendo que superemos la agresividad básica y "no comamos sangre".
En esa línea, tenemos que asumir y superar el talión, para centrarnos en la protección de la vida humana (Gen 9, 5). La ley posterior al diluvio permite matar a los animales con tal de respetar (no comer) su sangre (es decir, con tal de no adueñarnos de su vida, de aceptar a los animales como vivientes, signos de Dios). Esa misma ley protege en cambio la vida del hombre en cuanto tal, "porque Dios le hizo a su imagen (tselem)". Volvemos de esa forma al tema del principio (Gen 1, 26-27): el hombre es representante (presencia) de Dios sobre la tierra. Por eso es inviolable y Dios mismo defiende se vida como fuerte muralla protectora.
Parece que el deseo más fuerte del hombre es matar. Pues bien, contra ese deseo se eleva el mandato supremo: no matar. La ley añade "a quien derrame la sangre de un hombre (varón o mujer) otro hombre derramará la suya" (Gen 9, 6a). En este límite último de la vida, en este momento, el Dios bíblico ha establecido la ley del talión: de esa forma se eleva como fuente y signo de más alta violencia para defender la vida humana. Esta ley resulta necesaria en un momento, para reprimir el mal, pero al final acaba siendo insuficiente: sólo un amor y creatividad más alta puede superar la violencia de los hombres. Asumiendo el Sermón de la Montaña (y otros principios que ha desarrollado el mismo judaísmo) pensamos que la vida humana sólo podrá mantenerse en el futuro si es que ponemos de relieve un tipo de pensamiento de gratuidad y comunión de vida, por encima de los postulados del sistema.
2. Ecología, un camino abierto
Podríamos acabar esta conferencia con las conclusiones anteriores, sin ofrecer una verdadera conclusión, es decir, sin pronosticar el futuro de la vida en esta tierra, dejando que cada oyente asuma, como individuo y dentro de su propio grupo social, su propia tarea ecológica. El futuro está en manos de Dios (es decir, de los hombres), como sabía ya el Génesis: "de todos los árboles del huerto de la vida podéis comer, pero no comáis del árbol del bien y del mal, porque el día en que comiereis moriréis". De todas formas he querido evocar algunos niveles en los que se plantea con más fuerza el tema de la ecología:
1. La ecología es un tema de ciencia o, mejor, de un tipo de visión amplia y compleja de la realidad en la que influyen elementos científicos, sociales e incluso religiosos. Antes se estudiaban los vivientes de una forma separada. Ahora se ha visto la importancia del conjunto: todos los sistemas están entrelazados, constituyen un ecosistema superior o red de relaciones que se han ido tejiendo y expresando a lo largo del proceso genético de la tierra (dentro del cosmos. Sabemos que la vida es limitada y sólo puede sostenerse si se asumen, respetan y potencias los diversos equilibrios. Situada en ese plano, la misma ecología como ciencia nos enseña a ser humildes: no podemos hacer y deshacer a nuestro antojo los poderes de la vida; no podemos cambiar y destrozar a nuestro antojo los tejidos tramas del conjunto de la vida. Sencilla y progresivamente, cada vez con más hondura, la ciencia ecológica investiga y desvela las leyes del conjunto de la vida. Por eso, en un sentido, es necesario que la ciencia siga progresando y ofreciendo directrices en el plano del despliegue y conservación de la vida.
2. La ecología es un tema de acogida y producción, de uso y distribución de la energía o, quizá mejor, de las fuentes de la vida Es preciso que los hombres, en el amplio campo de la ética (que abarca aspectos políticos y económicos, sociales y personales), asuman una actitud positiva de respeto por la vida.
a. Hay un problema de degradación: el consumo egoísta de las energías y formas de vida del presente nos llama al riesgo de romper los desarrollos y posibilidades del futuro. Con nuestro gasto y nuestro modo de abusar del mundo podemos imponer la ruina sobre aquellos que vengan tras nosotros. Desde esta perspectiva cobran su hiriente actualidad algunos de los temas usuales de la propaganda ecologista: contaminación de la atmósfera, degradación de los mares, polución de las aguas. La humanidad despreocupada y codiciosa, dirigida por un capitalismo salvaje, puede convertirse en causa de un crimen irreversible contra la vida del planeta.
b. Hay un problema de distribución de la energía. En otro tiempo se habló de la necesidad de superar un tipo de propiedad privada. En línea ecológica hay que dar un paso más: debemos plantear el problema de la apropiación y utilización desigual de la energía de la tierra. La energía y vida del planeta es un bien común, no es propio de algunos, que forman una pequeña elite capitalista. Por eso, éticamente, la nueva revolución económico-social de la humanidad resulta inseparable de un nuevo planteamiento ecológico de comunicación y participación universal en los valores de la vida.
c. Hay un problema de orientación de la energía. Hasta ahora estábamos en manos de la sabiduría de la naturaleza, que nos parecía infinita y tendíamos a intervenir en ella de una forma depredadora. Ha llegado el momento en que el conjunto de los hombres invierta ese proceso y descubra que su vida, la vida de toda la humanidad, depende de la forma en que ella se sitúa ante el "jardín de la vida" o paraíso, para desplegar una vida que sigue siendo don de Dios.
3. Plano político. Entendida en estos dos niveles, la ecología nos sitúa en el nivel de la política de conjunto de la humanidad. Estamos ciertamente en contra de una dictadura del estado, que planea y elabora de forma egoísta las normas de conjunto de la vida. Pero somos igualmente contrarios a la simple política burguesa del capitalismo que poluciona el barrio bajo de su gran ciudad (el patio trasero del capitalismo) para que siga limpia (por un tiempo) el área residencial de los más ricos. Para que esto cambie tiene que cambiar de un modo radical la política de la humanidad. No basta la función y empeño de unos pequeños grupos verdes. Ha llegado el momento de que todos los hombres asuman de una forma universal los valores de la vida, por encima de las opciones ideológicas, de las formas distintas de organización cultural o religión. No se trata de un problema de ideales estéticos, de gustos o emociones, sino de simple y radical supervivencia. No tenemos más remedio que superar los esquemas de dominación burguesa, la ambición capitalita, el imperialismo del sistema. Como he dicho ya, o renunciamos todos al estilo de dominio, al ansia de poder y de consumo... o la llama de la vida que un día recibimos de la evolución cósmica (de Dios) terminará por apagarse en nuestras manos.
4. Dando un paso más, la ecología nos sitúa ante una perspectiva religiosa, es decir, al cultivo de los grandes valores que conforman nuestra vida sobre el mundo. Pertenece al plano religioso el descubrimiento de la gratuidad, la aceptación de la vida como don, la oferta gratuita de uno mismo..., el gozo de la comunicación gratuita entre los hombres y mujeres de los diversos grupos, dentro del proceso de vida de este mundo. Dentro de occidente, y en el mundo entero, hemos corrido el riesgo de quedar en manos de una religión gnóstica, alejada de la tierra, de la vida concreta, ocupada sólo de una salvación intimista o sacramental (simbólica). Esa religión dividía el mundo en dos mitades: el cuerpo (el mundo) era para el césar, es decir, para la política y la ciencia de tipo competitivo; sólo el alma o espíritu era para Dios.
Se trata quizá de una forma de rechazo del paganismo anterior, de tipo cósmica, que identificaba a Dios con un tipo de mundo. Ciertamente, nosotros (cristianos y budistas, musulmanes e hindúes) hemos superado en general el paganismo y ya no podemos volver, sin más, a la veneración de la naturaleza. Pero tampoco podemos refugiarnos en una religión intimista (puramente religiosa), dejando el mundo y la economía en manos del egoísmo del sistema. No podemos separar a Dios del mundo, dejando el mundo en manos de las fuerzas del mercado económico del capitalismo, sino que debemos descubrirlo en nuestro mismo compromiso a favor de la vida, en la línea de la encarnación.
En ese contexto podemos decir que el hombre es un enigma y su vida en el mundo es un misterio que nadie puede manejar del todo, pues nadie, ni siquiera los ángeles de Dios, ni su propio Hijo encarnado (que es el hombre) conoce el día y modo de la culminación de la Vida, pues ello pertenece a Dios que es el Padre de la vida (cf. Mc 13, 2). No conocemos, es decir, no podemos manejar (pues no somos dueños del árbol del conocimiento del bien/mal), pero podemos y debemos ponernos al servicio de la Vida de Dios, entregando a favor de ella nuestra Vida, es decir, muriendo, como el Hijo del hombre, pues sólo aquel que pierde su vida (que la entrega por los otros) la gana y recupera en el mismo proceso de la Vida abierto a la resurrección.
Dios mismo asume nuestra camino y se vuelve peregrino en el camino de la vida, donde él ha querido introducirse, muriendo por y con los hombres, en camino de pascua, en gesto de amor y misterio que tiene para los cristianos un valor y sentido ecológico. En esa línea dice el Credo: "creo en la resurrección de los muertos", es decir, en la "eternidad de la Vida", entendida como entrega a favor de los demás, como muerte y resurrección Por encima de todas las bombas y de todas las crisis de muerte de la modernidad (o de la edad antigua), Dios nos sigue ofreciendo su vida, un futuro de vida, por el Cristo. Ese futuro no pertenece sólo al plano del "espíritu" desencarnado, sino a la vida entera de los hombres, como seres que brotan del mundo, en un camino en el que el mismo mundo se encuentra implicado.
3. Conclusión, una reflexión de fondo
1. Madre tierra, la casa de la vida. Debo acabar mi trabajo ocupándome de la tierra, entendida como proceso evolutivo de tipo alimenticio, en el que unas realidades provienen de otras, formando así cadenas de vida. De esa forma, mi reflexión quiere situarse ya en concreto sobre este planeta o globo que es la tierra, entendida como casa o lugar de surgimiento y despliegue de la vida que nosotros somos.
– La vida es multiplicidad. Dentro de la realidad cósmica, entre las casi infinitas galaxias, al interior de la Vía Láctea, como un planeta peculiar de nuestra estrella-sol, ha surgido y nos sostiene este globo del mundo, que llamamos tierra y que constituye nuestra casa (en griego oikos, de donde viene eco-logía, igual que eco-nomía etc). Por eso, más que de una globalización cósmica, en la que apenas somos capaces de influir (al menos por ahora), podemos y debemos hablar de una globalización ecológica, que se expresa en el cuidado por el “globo” tierra, madre de la que hemos nacido y casa en la que habitamos los humanos
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– El hombre, un riesgo para la vida. Actualmente, tras los grandes descubrimientos geográficos, culminados en el siglo XVI, sabemos por experiencia que nuestro mundo es limitado, un pequeño planeta habitable girando en un sistema mucho más extenso de soles y galaxias, donde quizá existen otros seres razonables, con los que por ventura algún día podremos comunicarnos, si superamos desde la perspectiva de la pascua, los riesgos de muerte del sistema. Pero el problema no son los posibles seres de otras galaxias o dimensiones; nosotros mismos somos el problema, pues podemos destruir la vida de este mundo, como suponían los textos del diluvio.
Esta tierra es nuestra casa. En ella hemos surgido, ella es nuestra base vital y subsistencia; por eso es normal que muchos pueblos la hayan tomado desde antiguo como una realidad viva, Diosa suprema y multiforme, en relación con otros “dioses” (como el sol, luna y estrellas). De esa tierra, situada en un lugar de las galaxias, seguiremos diciendo que está viva y habitada, defendiendo su pluralidad, queriendo mantener su vida, para que así ella nos mantenga, apareciendo como signo de la presencia de Dios, realidad de fondo religioso.
Sobre la tierra común podemos vincularnos de un modo especial los humanos, pues ella nos ha engendrado y nosotros la compartimos, en gesto de tolerancia universal (ella ofrece espacio de vida para todos) pero, sobre todo, de amor compartido, de donación mutua, es decir, de eucaristía. Pues bien, nosotros nos podemos volver intolerantes, de manera que nos enfrentemos por la vida, inmersos como estamos dentro de una misma cadena alimenticia, que nos lleva a luchar por el territorio y los bienes de consumo (agua y mineral, plantas y animales). Queremos que la Tierra siga siendo lugar de vida múltiple, espacio abierto y no lugar de un sistema que impone sobre muchos (y al final sobre todos) su muerte. Agradecer la vida de la tierra y mantenérsela será la primera de las tareas éticas o religiosas de los hombres. En este contexto queremos destacar el carácter materno y conflictito, pero hermoso, de la vida.
2. Grandeza y riesgo del hombre: animal de gratuidad, animal depredador.La vida es hermosa, exuberante: ha suscitado una abundancia casi ilimitada de especies vegetales y animales que pueblan el planeta. Pero, al mismo tiempo, ella es elitista e intolerante: miles o millones de especies han desaparecida, porque no se han adaptado o han perdido su oportunidad en el combate de la evolución. En ese plano podemos y debemos afirmar que en un sentido la vida no tiene “moral”, ella se eleva por encima del bien y del mal, parece movida por una inmensa “voluntad de poder”, que le hace deslizarse de un modo incesante, sin cansarse jamás, sin cesar en su empeño de seguir existiendo
‒ Paradoja: hombre depredador, ser de comunión. El hombre no ha sido el primero en destruir especies vegetales y animales, pues lo han hecho primero (y lo siguen haciendo por necesidad) los mismos principios de la evolución de las especies; pero el hombre es capaz de destruir de un modo masivo y programado, que puede llevarnos a una gran ruptura ecológica, destruyendo del mismo equilibrio ecológico de la vida actual. Por otra pare, los vivientes anteriores son capaces de formas de vinculación y simbiosis, al servicio del conjunto, de manera que las diversas especies son interdependientes; pero sólo los hombres han podido desarrollar de manera programada, formas de convivencia superior, de altruismo y gozo, al servicio no solamente de propia especie, sino también del mismo entorno vegetal y animal.
‒ ¿Violencia necesaria? El hombre es, sin duda, un gran depredador, un viviente peligroso. Pero si hubiera quedado en un nivel puramente “animal”, como un viviente más entre los otros, habría perecido hace ya tiempo. La misma vida le ha dado inteligencia para buscar y conseguir un lugar especial sobre el planeta, poniendo de algún modo a su servicio el resto de los vivientes y de las realidades del mundo. El despliegue social de la humanidad ha introducido su gran apuesta sobre la vida del planeta: el hombre puede destruir la vida, destruyéndose a sí mismo; o puede elevar a su nivel de vida del conjunto de la tierra, introduciendo en el proceso de la evolución unos elementos nuevos de creatividad y libertad, de comunicación y gratuidad, que antes no existían.
Esta es la pregunta: ¿Ha sido el hombre un bien para la vida sobre el mundo? ¿Podemos decir que la realidad del planeta tierra es mejor porque han surgido y dominan en ella los humanos? ¿Hubiera sido mejor que los hombres no existieran? En otros tiempos parecía evidente la respuesta, en la línea de las palabras del salmista bíblico, que cantaba admirado: “¡Señor, Dios nuestro, que grande es tu nombre en toda la tierra! Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos...” (Sal 8). Pero muchos de los hombres y mujeres de este tiempo han perdido la admiración, han quedado con el miedo.
Esta es la novedad humana: dentro del mundo ha surgido un viviente peculiar, capaz de asumir y dirigir su propia evolución, enfrentándose con la propia vida de su entorno, utilizando para ello palabra y culto, pensamiento y ciencia, economía y política etc. El hombre sigue siendo un ser cósmico, biológicamente frágil, inmerso en la gran trama de la evolución vital; pero, al mismo tiempo, viene a presentarse como creador, capaz de plasmar su propia identidad, en un nivel de símbolo y organización social, que ha desembocado en el sistema global de la actualidad, con sus grandes posibilidades de vida (y de muerte), es decir, de destrucción ecológica no sólo su vida sino de la vida del entorno y del mismo mundo.
3. Hombre, nómada de la vida. Una lucha a muerte. Desde ese fondo podemos volver a plantear las grandes preguntas de nuestra existencia. Nos hallamos inmersos en una travesía de vida, somos un camino en el tiempo, como peregrinos de una Presencia que se expresa por nosotros, siempre desbordante. Pero podemos negar esa Presencia convertir nuestro camino en travesía de muerte:
1. ¿Nómadas del futuro? Somos herederos de un largo proceso de vida, que hemos asumido de un modo consciente. Ahora somos nosotros los que avanzamos por ella (dentro de ella). Somos nómadas, pero en busca de una «casa de la identidad», de un hogar donde podamos descubrir nuestra verdad y ser en plenitud, como signos de la gran Presencia, en comunicación de gratuidad. Esto es lo que afirma la tradición monoteísta al afirmar que navegamos (volamos, nos van conduciendo) hacia un puerto o ciudad escatológica, donde se cumpla la esperanza de lo humano, hacia una condición de vida que la Biblia y el Corán definen como paraíso o cielo (pura Presencia universal de vida).
2. ¿Caminos engañosos? Otros afirman que estamos condenados a seguir fatigosamente por unos caminos sin salida, que se cruzan y vuelven siempre hacia los mismos lugares anteriores engañosos, sin rumbo ni meta, hasta que un día acabemos, dejando ya de respirar por siempre. En esta perspectiva, algunos añaden simplemente que “estamos”: no vamos a ningún sitio, ni venimos de ninguna parte; nuestra vida es señal de una presencia indiferente (abierta quizá a los dioses inmortales, dominada quizá por la pura muerte), por encima de todo posible cambio, pues todos los caminos resultan al fin pura apariencia. Mirado en esta perspectiva, el tiempo no sería más que una mentira.
En este contexto definimos al hombre como ser natal y mortal: es el único viviente que sabe que ha nacido, el único que sabe que muere. Mirada en perspectiva cósmica, la muerte biológica forma parte del despliegue de la vida, pues en la cadena alimenticia (de la que hemos tratado en el apartado anterior) unos vivientes se sustentan de los otros y los nuevos individuos sólo pueden subsistir si van muriendo los antiguos. En ese aspecto, los fracasados y excluidos de esa cadena alimenticia hacen un favor a los que triunfan: sólo a través del sacrificio de los individuos y grupos menos aptos ha podido expandirse la evolución biológica.
Mirada en ese fondo, la muerte forma parte del proceso de expansión y globalización de una vida donde los triunfadores subsisten y avanza a costa de los derrotados y “comidos”; pero, al fin, también los triunfadores perecen, en manos de una muerte democrática que se impone sobre todos. Eso lo han sabido las diversas religiones y lo han expresado de un modo simbólico, a través del rito de los sacrificios, en los que la muerte de una víctima sirve para el despliegue de la vida. En esa línea puede situarse la eucaristía cristiana.
Pero el hombre muere de otra manera, pudiendo regalar la vida, y bendecir a Dios por la hermana muerte, como hace Francisco de Asís. Sólo allí donde el hombre bendice la muerte, es decir, acepta el dolor y la limitación, a favor de la comunión de todos puede existir verdadera ecología. Este descubrimiento está en el fondo del mensaje de Jesús de Nazaret: Sólo quien sabe dar la vida (perder) puede ganarla. Esta experiencia está en el fondo del mensaje ecológico supremo de Juan de la Cruz o, incluso, de Teilhard de Chardin, en su obra más alta, el Medio Divino. A partir de aquí podríamos comenzar. Pero ésta sería ya una nueva conferencia.
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