Evangelio de Mateo, "instrumento" principal para el sínodo

El pasado 11 de julio, con motivo de la publicación del "instrumentum" laboris (instrumento de trabajo) para el sínodo Octubre 2024, publiqué en RD y FB una reflexión diciendo que ese "instrumento" era bueno y que debía utilizarse, pero que tenía más doctrina clerical que evangelio (quizá en contra del deseo del Papa Francisco).

El tema se ha venido discutiendo y yo mismo he publicado reflexiones posterior, de forma   que varios  colegas y lectores, me han pedido que ponga yo evangelio donde a mi entender hay poco evangelio.

Así he querido hacerlo hoy, pasado un mes, empezando por  Mateo, primer evangelio de la iglesia que, a mi juicio, ofrece el mejor "instrumento de trabajo" de la iglesia para el sínodo.

   No todas las cosas" que dice Mateo han de tomarse externamente al pie de la letra, pero todas son fundamentales, como podrá ver quien siga leyendo. Más evangelio quiero para el sínodo,  y así lo digo aquí, en la línea de mi Comentario de Mateo. Buen fin de semana a todos mis amigos y lectores.

Formación de calidad sobre el evangelio de Mateo con Xabier Pikaza ...

MATEO,EVANGELIO PARA EL SINODO[1]

             Mateo (Mt) ha reelaborado el relato de Marcos, y ampliándolo con textos de la fuente de los Logia (=Q). Su texto, que es más tardío (de los años 80 dC), ha sido escrito probablemente en Siria (¿Antioquía?) y quiere recoger y superar  en la línea del sermón de la montaña, algunas tradiciones judeo-cristianas antiguas, vinculadas a la iglesia de Jerusalén (quizá a Santiago) y reelaboradas desde la memoria de Pedro, que aparece como garante de la autenticidad sinodal del evangelio.

Ésta es una de las grandes novedades  del evangelio de Mateo,  muy apropiada para el momento actual de la iglesia católica: En contra de lo que muchos piensan, es precisamente Pedro, la fidelidad a Pedro, al lado de Pablo, la que tiene que impulsar  el camino sinodal del momento de la Iglesia.

Desde ese fondo ha querido recrear la vida de Jesús, insertando en la narración de Mc elementos propios de la tradición del Q, con pasajes más particularistas (en línea judía) y otros mas universalistas, dejando que el mismo despliegue del evangelio, que responde a la historia de su iglesia, vaya resolviendo las tensiones, de un modo más práctico que teórico.  

Autoridades cristianas, servicio sinodal

             La iglesia de origen judío (galileo, jerosolomitano, sirio), que desemboca en Mateo, ha pasado por diversas crisis, pues se han enfrentado en ella grupos más nomistas (defensores de la ley israelita) y otros más antinomistas (partidarios de abrogar un tipo de ley judía). Mateo escribe su evangelio precisamente en el momento en que algunos seguidores de Jesús, que se habían mantenido al interior de sinagogas nacionales (como movimiento intra-judío), han empezado a distanciarse de ellas, abriendo su comunidad a las naciones.

Ha sido un proceso doloroso y Mateo quiere interpretarlo y avalarlo, partiendo de las tradiciones de Marcos y y d Q y de su propia experiencia de Jesús, reuniendo textos de diversa procedencia, para mostrar que la iglesia ha de ser fiel a la ley de Israel), siendo, al mismo tiempo, portadora de la libertad universal del evangelio. Ciertamente, en su principio siguen estando los Doce, como expresión escatológica del triunfo o plenitud de Israel (cf. Mt 19, 28). Pero en el momento en que se inicia la expansión del evangelio pascual desde Galilea quedan once, entre los que destaca Simón, llamado Pedro:

Muchos judeo-cristianos seguían vinculados a Santiago, hermano del Señor. Frente a ellos, muchos pagano-cristianos miraban a Pablo como apóstol de la misión universal (cartas de la Cautividad). Desde su propia perspectiva, manteniendo la tensión entre Santiago y Pablo,

Mateo ha presentado a Pedro como intérprete de la ley judía (en continuidad con Israel) y como Roca (eso significa su nombre) de una iglesia abierta en la línea de Pablo a todos los pueblos. En el momento más solemne de su libro (=Biblos, cf. Mt 1, 1) al comienzo del sermón de la montaña, Mt había dado la palabra a los judeo-cristianos que decían, en nombre de Jesús: "no he venido a abolir la Ley y los Profetas, sino a cumplirla. En verdad os digo, no caerá una tilde o jota de la Ley, hasta que se cumpla" (Mt 5, 17-18).

            Pero poco después, en el mismo Sermón de la Montaña (Mt 5-7), Mateo defiende unas propuestas de Jesús que están más cerca del evangelio universal de Pablo que de una relectura particular del judaísmo. En un primer momento parecía que la iglesia de Jesús debía ser una continuidad del de  legalismo nacional judío. Pero, como "escriba" de la buena Ley (cf. 13, 52), Mateo ha introducido en su evangelio la confesión-negación de Pedro en. Mc 8, 27-33), asumiéndola íntegramente en su texto (cf. Mt 16, 13-16.21-28), añadiendo a ella unas palabras de promesa y fundación eclesial, que convierten a Simón en garante de una apertura universal del evangelio que parece más paulina que  intrajudía. A dice Jesús:

 Bienaventurado tú, Simón, hijo de Juan, porque no te lo ha revelado carne y sangre, sino mi Padre de los cielos.

  1. Y yo te digo: tú eres Pedro (petros, piedra), y sobre esta Roca (petra) edificaré mi Iglesia; y las puertas del Hades no podrán vencerla.
  2. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos: y lo que ates en la tierra, será atado en los cielos; y lo que desates en la tierra, será desatado en los cielos (Mt 16, 17-19).

Revelación. Simón, iluminado por el Padre, es garante de la fe pascual de la iglesia. Fundación. Jesús hace que Simón, siendo Petros-Piedra-Pedro, pueda convertirse por su fe en Roca (Petra) de la iglesia escatológica. Escriba del reino. Pedro ha tenido la autoridad de atar y desatar, es decir, de interpretar y ratificar el mensaje de Jesús, fundando la Iglesia para siempre

Este pasaje pascual recoge elementos de la historia fundacional de Simón (que de hecho fue Roca-cimiento de la iglesia, verdadero Pedro) desde una perspectiva de Jesús (que fue quizá quien había dado a Simón el nombre de Roca o Pedro. De todas maneras, tall como aparece en nuestro pasaje, esta palabra retoma la experiencia pascual de la iglesia de Jerusalén, abierta a todos los pueblos de la tierra, desde Galilea (Mt 28, 16-20).

Las palabras de esta “inserción petrina” sólo han podido proclamarse como declaración institucional tras la muerte de Pedro, en los años 60-80 dC, cuando Simón (llamado Petros-piedra) había no sólo iniciado, sino culminado, la “conversión” universal de la Iglesia, en una línea muy cercana a la que aparece en los Efesios, pero vinculada a Pablo, no a Pedro Este hecho constituye un elemento esencial del sinodalismo católico de la iglesia, que puede y debe apoyarse  en el testimonio de Pedro y de Pablo,  a quienes hemos visto ya unidos en el entorno del Sínodo de Jerusalén y de la misión cristiana desde Antioquía, un sinodalismo que en Pablo más vinculado con la misión desde Antioquía y que en Pedro parece más vinculado con Galilea.

. Ciertamente, este pasaje (Mt 16, 17-20) presenta a Pedro como verdadero intérprete del evangelio de Jesús, en línea de universalidad vinculada a la de Pablo (a quien Efesios presentaba como auténtico fundador de la Iglesia universal).

Nuestro pasaje no dice lo que Simón ha de hacer en el futuro,  como Pedro-Piedra de la iglesia, sino lo que ha hecho en el principio de ella, pasando de la misión intrajudía de los Doce instaurados por Jesús como jueces de las tribus de Israel, a la misión de Simón, a quien el Jesús Pascual ha constituido como piedra de cimiento de la iglesia, pero no en oposición a Pablo, sino en comunión con Pablo, como he puesto de relieve en mi presentación del Sínodo de Jerusalén y de la  colaboración y distinción entre Pedro y Pablo, a quienes la iglesia venera unidos, vinculados a Roma.  

Docehan sido los primeros discípulos de Jesús, y así lo ha proclamado Jesús, al instituirles como jueces de las doce tribus de Israel (cf. Mt 19, 28). Pues bien, el evangelio de Mateo expone y define el camino que lleva de la promesa del reino para las Doce Tribus al envío misionero de los once  discípulos concretos de Jesus, con Pedro entre ellos, a todas las naciones, desde el monte de Galilea

Mateo y su comunidad se sienten seguros sobre el testimonio de Pedro en 18, 16-20 Pedro y así lo expresan en estas palabras de fe pascual y eclesial, que ratifican el carácter salvador de Jesús (es Hijo de Dios) y el sentido de la iglesia, como culminación universal del antiguo  judaísmo nacional y como portadora de salvación definitiva (victoria contra el Hades). La iglesia se define y fundamenta sobre la palabra partir de Jesús, que la proclama "suya", pero que la sostiene, al mismo tiempo, sobre la confesión de Pedro. En una línea convergente se habían situado Col y Ef, cuando presentaban a Pablo como fundador de la iglesia, iniciador de la misión a los gentiles. Pues bien, sin negar la posible aportación de Pablo, partiendo de la tradición judeo-cristiana, Mateo ha presentado a Pedro como Roca de una iglesia que se funda en Israel (cf. 5, 17-20; 10, 5-6), pero debe abrirse a todas las naciones (28, 16-20).

Esa iglesia ha estado en riesgo de perderse en la disputa entre judaizantes (=nomistas) y partidarios de una separación total respecto al judaísmo. Pero Simón, a quien Jesús  llama Pedro-Piedra, ha realizado la recta opción, ha hecho posible la buena travesía, que el Jesús pascual ha ratificado: "te daré (=te he dado) la llaves del reino, lo que atares, lo que desatares". Pedro aparece así como garante del buen camino sinodal de la iglesia, de manera  que su testimonio resulta inseparable del testimonio sinodal del conjunto de la iglesia.

            El tema ha de entenderse a la luz de lo que hemos dicho ya al comentar la relación del Pedro con Pablo y con el conjunto de la iglesia, a lo largo de un fuerte camino sinodal ratificado de manera convergentes po  Hech 15 y Gal 2. Ciertamente, Pablo y Pedro habían concordado en la visión fundamental del evangelio y de la iglesia. Pero Pablo se enfrentó y se distanció luego de Pedro, por juzgar que había cedido ante los "judaizantes", poniendo en riesgo la libertad del evangelio.

Pues bien, tras un largo proceso de creatividad eclesial, Mateo asume como propio y ratifica en nombre de Jesús el camino y función de Pedro, intérprete del evangelio,  que ha asumido en Antioquía la buena confesión y camino de Pablo, manteniendo y recorriendo ambos un camino de comunión fundamental para la iglesia que, tal como ha sabido siempre la iglesia católica, aunque ha veces ha podido  desentenderse del testimonio de Pablo. 

De esa forma, Mateo ha colocado el evangelio bajo el patrocinio del más significativo de los discípulos de Jesús. Ciertamente, la aportación de Pablo ha sido muy valiosa, pero sólo Pedro ha recorrido la travesía total de una iglesia que lleva desde el judaísmo (sin negarlo), por el discipulado histórico de Jesús, a la misión universal del evangelio, apareciendo así como signo de unidad para los cristianos, incluso para Pablo: ha sido Roca y sigue siendo iniciador (intérprete) de la ley del evangelio[2].

En Clave Sinodal: Comienzan las Asambleas Regionales del Sínodo 2024 en ...

Ministerio misionero: envío universal.

La iglesia de Mt conserva las heridas de la lucha entre mesianismo intra-judío (cf. Mt 5, 17-20) y misión universal (28, 16-20). Pero la segunda tendencia ha triunfado, apareciendo (desde Pedro) como interpretación auténtica del mensaje y pascua de Jesús, tal como ha sido proclamada por Pablo no sólo en el concilio de Jerusalén (49 d.C.), sino en todo el camino posterior de su misión a los gentiles. El evangelio de Mateo ha querido recrear y reformular la misión sinodal de Pablo abierta a todas las naciones. En ese sentido, las palabras finales d Mateo recogen y reformulan, desde la perspectiva de Pedro y los doce (sin Judas), desde Galilea, resituado en la montaña de Galilea, pero sin las limitaciones de Mt 10, 5-6: No vayan a tierra de gentiles, no vayan a tierra de samaritanos… Esas limitaciones han sido superadas, conforme a la buena interpretación de Pedro, lo mismo que el mandato expreso de 14 24. Sólo he sido enviado a las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mt 15).

Esa limitación israelita, propia del mensaje y camino antiguo de Jesús ha sido superada, en la línea de Pablo, con la autoridad de Pedro, de manera que ahora el Jesús pascual puede proclamar y proclama su mensaje de mensaje de camino (Sinodalidad) universal: 

Los once fueron a la Montaña... Jesús les dijo:1. Se me ha dado toda autoridad en cielo y tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones, (2) bautizándoles en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os mandé; (3) y he aquí que Yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del mundo (28, 18-20).

  1. Autoridad y envío: Id a todas las naciones. El poder cósmico de Cristo se expresa en el envío universal de la iglesia.
  2. Sacramento y Palabra. La presencia de Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo) funda la misión de Jesús.
  3. Presencia salvadora. Jesús es verdadero "Dios con nosotros" (en claves de pacto)

 Estos once son discípulos y hermanos de Jesús (28, 7.10), que se reúnen en la pascua con las mujeres de la tumba vacía, representantes de la iglesia misionera, que inicia su andadura universal, no desde el templo de Sion, ni desde la tumba vacía de Jerusalén desde la montaña universal de galilea. Tienen o, mejor dicho, son autoridad porque Jesús está presente en ellos (no se ha ido para enviarles el Espíritu, como en Lc 24 y Hech 1).  De esa forma, ellos, sus discípulos pueden y deben realizar su obra, ofreciendo a los pueblos el nuevo nacimiento y enseñanza trinitaria (no la ley de circuncisión judía)..

Estos once de la montaña de Galilea son ya todos los creyentes, no los Doce de la misión intra-israelita; cf. Mt 10, 2). Son la nueva humanidad, varones y mujeres, que se abren desde la montaña galilea (mensaje y vida de Jesús) a las naciones; son compendio de aquellos a quienes Jesús ha llamado (en vida y tras la pascua), ofreciéndoles la tarea de Reino,  que no consiste ya en sentarse sobre doce tronos, esperando que vengan y, juzgando a las doce tribus de Israel, sino en ponerse en marcha y salir por todos los caminos hacia todas las naciones (panta ta ethnê) de la tierra,  creando así la iglesia.

Lo que es imperfección israelita (once y no Doce) se convierte en perfección universal. Marcos 16, 1-8 sabía que para abrirse a las naciones hay que dejar Jerusalén y empezar en Galilea, pero no lo había dicho expresamente. Mateo, en cambio, lo dice. Esta es, quizá, la más honda  y creadora de sus afirmaciones: la función de Jerusalén ha terminado (cf. 21, 43; 22, 7; 23, 37-39). Ahora se abre desde Galilea (no desde Roma como supone Hech 28) la nueva misión universal cristiana. Por eso, los discípulos no tienen que reconstruir el número apostólico de Doce (en contra de Hech 1 donde Matías tiene que sustituir por suertes a Judas), pues los once de la montaña misionera son, sin más, discípulos (28, 16), que deben hacer discípulos (mathêteusate: 28, 19) a todas las naciones, sin distinción de raza, pueblo o sexo.

Jerusalén no ha podido vincular a los pueblos y así el camino de la Ley ha terminado. Pero, en la línea de Pedro se abre, desde la montaña de pascua, la salvación universal del evangelio, que Pablo y Bernabé habían proclamado desde Antioquia.. Aquí no hace falta citar ya expresamente a Pedro, pues él ha cumplido ya su función y aquí, al final del camino de Pascua él aparece integrado  en el conjunto de los once, es decir, en el conjunto de los misioneros, que van desde la montaña de Galilea a todas las naciones.  Pedro no aparece ya destacado: el mandato misionero (haced discípulos) se expande, a través de estos discípulos, a todos los hombres y mujeres de la tierra.

Esta experiencia de ruptura respecto a la Ley (Jerusalén) se inscribe en la tradición judía, como sabe Mt 25, 31-46, donde se dice que todas las naciones se acercan al Hijo del hombre, sin distinción o separación de rangos (pueblos, jerarquías o estamentos). Aquí, en Mt 28, 16-20  son los discípulos de Jesús los que van desde Galilea a todos los pueblo. Al final, en Mt 25, 31-46 serán todos los pueblos los que vendrán por todos los caminos y tiempos de la historia  para situarse ante el Hijo del Hombre que no viene a dominar sobre las naciones, sino que se manifiesta en todos los hambrientos, sedientos, desnudos y expulsados de la tierra, preguntando: "Tuve hambre ¿me disteis de comer? Estuve exilado ¿me acogisteis? Estuve enfermo o en la cárcel ¿vinisteis a mí?". De esa forma reformula Mateo la experiencia de la antigua ley, que habían descubierto y proclamado la presencia de Dios en los expulsados (huérfanos, viudas extranjeros) de la tierra.

Llevando hasta el final esa experiencia, la iglesia misionera no desciende de la montaña galilea como un pueblo mejor entre los otros, sino como germen de discipulado y vinculación universal, a partir de los más pobres (hambrientos, exilados, encarcelados) de la tierra. Esta iglesia petrina (16, 18-20), que comienza en Galilea (28, 16-20), no se entiende ya como un edificio diferente, más nuevo y firme que los otros (imagen de 16, 18-20), sino como principio y signo de humanidad universal.

En esa línea recupera Mt 25, 31-46, en perspectiva de juicio, la verdad humana (divina) del mensaje y vida de Jesús, a favor de los excluidos, que definen la identidad de la iglesia. Esta iglesia sinodal y caminante de Mateo, apoyada en el testimonio de Pedro  es iglesia verdadera y tiene valor en la medida en que pone todo y se pone al servicio de la humanidad necesitada. Este era un tema que hallábamos en Col y Ef: la iglesia no es "tercer" pueblo al lado de otros pueblos, de judíos y gentiles, sino signo de unidad y comunión, de amor mutuo, entre todos los pueblos de la tierra. 

Servidores en concreto: escribas, profetas y sabios.

 Como hemos dicho, los once enviados son fuente y sentido de todos los ministerios, que han surgido después en la línea de la propia dinámica sinagogal y mesiánica de la iglesia. El enfrentamiento de esa iglesia con el judaísmo nacional ha sido duro, la lucha fuerte. En ese contexto, en su último discurso, el Señor resucitado, asumiendo una palabra de la Sabiduría de Dios, puede afirmar:

Mirad: Yo os envío profetas, sabios y escribas: a unos mataréis y crucificaréis, a otros azotaréis en vuestras sinagogas y perseguiréis de ciudad en ciudad, de manera que caiga sobre vosotros toda sangre justa derramada sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías... (23, 34-35).

             Jesús empieza apareciendo como autoridad suprema: envía profetas, sabios y escribas, para que iluminen la Ley universal del Evangelio. Entre ellos no se encuentra Pedro y mucho menos los Doce (once) apóstoles antiguos (cf. 10,2), pues como institución simbólica fundante ya han pasado. Estos nuevos ministros, que Jesús envía tras la pascua son de tipo básicamente sinagogal y podemos compararlos a los que aparecían en la tradición de Pablo (1 Cor 12, 27-31; Rom 12, 5; Ef 5, 30).

La iglesia de Mt tenía, posiblemente, otros ministerios en línea más social (de acogida y servicio mutuo). Pero aquí destacan los de la palabra (profetas, sabios, escribas), centrados en el testimonio y despliegue del mensaje de Jesús. No son obispos o presbíteros, liturgos o pastores, en sentido posterior, sino mensajeros de un Jesús judío a quienes el judaísmo oficial ha rechazado: 

 --Servicios tradicionales. Esta iglesia no ha creado ministerios nuevos (pues profetas, sabios y escribas ya existían en Israel, como hemos visto), pero les ha dado un contenido nuevo, desde el Cristo.

 --Violencia frente a gratuidad. El mensaje de Jesús implica entrega a favor de los demás. El judaísmo nacional puede volverse sistema: se defiende persiguiendo (matando) a los mensajeros mesiánicos.

 --Poder y violencia. En este contexto recuerda Mt el origen y violencia del sistema, que comienza con un asesinato (Abel) y culmina en otro (Zacarías, quizá signo de Jesús; cf. Antropología 339-442).

             Frente al poder que se eleva matando a los otros (asesinato), ha elevado Mt (siguiendo en esto a Mc), la autoridad del amor gratuito, es decir, de Jesús y sus discípulos (tema central desde Mt 16, 21). Una vez que ha situado su autoridad en ese fondo, Mt no necesita detallar las estructuras ministeriales de la iglesia. Ciertamente, sabe que han existido (o existen) mensajeros itinerantes de la palabra y acción de Jesús (cf. 10, 6-15), pero ni ellos, ni los profetas-sabios-escribas ya citados pueden volverse estructura impositiva (cf. Mt 23, 8-10). Así lo muestra el siguiente pasaje que contrapone el poder de profetas y justos (que pueden pervertirse, buscándose a sí mismos) y la autoridad de los necesitados (los pequeños):

 Quien os recibe a vosotros, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe a quien me ha enviado

  1. Quien reciba a un profeta como profeta, recibirá recompensa de profeta; y quien reciba a un justo como justo, recibirá recompensa de justo.
  2. Y quien ofrezca un sólo vaso de agua fría a uno de estos pequeños, en calidad de discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa (Mt 10, 40-42).
  3. Jesús y sus enviados. Cada discípulo es apóstol o enviado de Jesús y tiene su misma autoridad.

Profetas y justos. Parecen virtuosos de la religión: poseen un prestigio, como miembros importantes de la comunidad; pueden pervertirse. Pequeños. Jesús les eleva sobre profetas y sabios, como representantes de su evangelio. En ellos ha de fundarse la vida de la iglesia.

             La persecución era un riesgo externo grande; pero mayor es, como muestra Mt 18, 1-14, el riesgo interno de quienes organizan la iglesia como "buena sociedad" o sistema social dirigido (presidido) por profetas y justos (separados y perfectos) en la línea de los esenios de Qumrán y de otros grupos del tiempo. La iglesia se elevaría así como pirámide sagrada de poderes, no como servicio de evangelio. Pues bien, en contra de eso (siguiendo el esquema de Mc 9-10), ha elevado nuestro texto (con Mt 18, 3. 6. 10) la autoridad de los pequeños y niños. Ciertamente, los profetas son importantes, pero corren el riesgo volverse signo de mentira y prepotencia: una iglesia que se funda en ellos puede perder su identidad evangélica, como sabía Mc 13, 6. 22 y repite Mt 24, 10-14: se levantarán profetas falsos que seducirán a mucho.

Por el contrario, los pequeños en cuanto tales no pueden pervertirse; por eso, Mt sólo conoce y valora en la iglesia la autoridad de sus miembros más pequeños y de aquellos que (conociendo a Cristo o sin conocerle) ayudan a esos pequeños, aunque sólo sea con un vaso de agua (cf. Mt 25, 31-46). Desde ese fondo puede y debe entenderse su más fuerte palabra de condena contra los falsos carismáticos y profetas: 

  1. Cuidaos de los falsos profetas, que vienen vestidos de ovejas y dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis: ningún árbol bueno produce frutos malos, ni uno malo frutos buenos.
  2. No todo el que me dice: "Señor, Señor" entrará en el reino de los cielos, sino quien cumpla la voluntad de mi Padre de los cielos. Muchos me dirán aquel día: "Señor, Señor ¿no profetizamos en tu nombre…?Pero yo les diré: "jamás os conocí; apartaos de mi, obradores de iniquidad" (Mt 7, 15-23).
  3. Principio. El mayor riesgo de la iglesia es la falsa verdad de aquellos que se hacen pasar por profetas para mentir y engañar a otros
  4. Riesgo de Autoridad perversa, Sinodalidad opresora (23. 2-9). Puede haber en la iglesia personas que se hacen padres, rabinos e instructores para dominar a los demás. Son signo de inversión sagrada, religión hecha hipocresía: poder que no actúa o que lo hacer en forma mentirosa, al servicio de sí mismo. En contra de eso, la autoridad eclesial es "cumplir la voluntad de Dios", amando a los necesitados, en la línea de Mt 25, 31-46.

             Así ha condenado Mt el poder de profetas, exorcistas y carismáticos (sanadores) que ponen su autoridad al servicio de sus intereses, diciendo ¡Señor, Señor!, para oprimir a los demás, en una línea que recuerda la de Juan Zebedeo (cf. Mc 9, 38-40). Pero aquí no se trata de reconocer el valor de un exorcista ajeno, sino de condenar a los falsos exorcistas cristianos que dicen ¿no echamos demonios...? (7, 22), utilizando el Nombre de Jesús para elevarse sobre (contra) los demás[3]. La corrupción de lo bueno suele ser muy perversa: la autoridad cristiana, que debía ser liberadora (profecía, exorcismo, sanación) se vuelve así opresora, jerarquía orgullosa, poder eclesial de mentira, que se dice servidor-liberador y es destructor para los demás, al servicio del peor de todos los sistemas, el que domina a las conciencias[4].

En ese contexto podemos citar a los escribas (que están cerca de los sabios de Mt 23, 34). Normalmente, Mt les presenta de manera negativa: ellos rechazan a Jesús, le tientan y condenan (cf. 2, 4; 9, 3; 12, 38; 16, 21 etc.). Pero, fundado en su misma raíz y estructura judía, Mt les ha re-introducido en la iglesia, valorándolos positivamente, como instruidos en el reino: capaces de leer e interpretar la Ley antigua (Biblia, tradiciones) desde la luz de Jesús, pues: 

  1. Todo escriba instruido en el Reino de los cielos
  2. es como un dueño de casa que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas (Mt 13, 52).
  3. Escriba. Experto en interpretación bíblica cristiana.
  4. Dueño de casa. El esquema patriarcal sirve para iluminar la autoridad del intérprete cristiano.

             Esto significa que en la iglesia hay escribas instruidos en el Reino. No son escribas de ley, en la línea del judaísmo nacional, ni investigadores teóricos, sino personas que, teniendo una experiencia personal de Jesús, saben situarla a la luz de "las cosas viejas", es decir, de la tradición israelita. El buen escriba de Mt ha sido Pedro, como ya hemos señalado. También se ha podido decir que su evangelio es obra de una escuela de escribas, hombres y/o mujeres que han sabido leer y actualizar la Biblia israelita desde la nueva experiencia de Jesús, anticipando la autoridad de futuros teólogos dentro de la iglesia. Ciertamente, Mt no ha querido crear una casta de letrados: no ha entendido la iglesia a partir de un libro, sino desde Jesús y al servicio de los necesitados; pero ha sido "escriba" de talla, volviéndose por su libro autoridad perdurable en la iglesia[5].

Ministerios sinodales. La verdad del amor mutuo y del diálogo... (Mt 18, 15-20)

                 Mateo valora a los escribas-sabios, que interpretan la ley, en clave de evangelio, y también a los buenos profetas. Pero, como hemos visto, siente prevención contra aquellos carismáticos falsos, que ponen sus dotes y dones al servicio del propio egoísmo: lógicamente, en cuanto tales, no pueden dirigir la iglesia ¿Quién lo hará? ¡La comunidad reunida, el diálogo comunitario!

La iglesia de Mateo ha seguido así la mejor tradición del judaísmo, sin necesidad de crear en principio nuevos "ministerios", pues acepta y despliega, en forma cristiana, el ministerio del diálogo fraterno, que aparecía ya en el judaísmo. Precisando el tema, podemos afirmar que Mt 18, 15-20 aplica a la comunidad unas palabras que Mt 16, 17-19 atribuía a Pedro quien, como hemos visto, ha sido el buen escriba, fundamento o roca duradera de la iglesia. Pues bien, esa función de Pedro han de cumplirla luego, día a día, las iglesias particulares, resolviendo de manera dialogada sus posibles disensiones, conforme al principio de Hech 15, 28: "nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros".

Mt 18, 15-17. Pertenencia eclesial: los límites de la comunidad. Este refleja el comportamiento de la iglesia ante un miembro que peca (rompe la verdad/unidad eclesial). El tema y método seguido se parece al de otros grupos judíos del tiempo, como en Qumrán; pero en Qumrán decide una instancia jerárquica especial y bien organizada de sacerdotes miembros perfectos; en Mt, en cambio, decide la comunidad reunida: 

  1. 1. Y si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele a solas; si te escucha, has ganado a tu hermano.
  2. Si no te escucha, toma contigo a uno o a dos, pues todo problema se resuelva por dos o tres testigos.
  3. Y si no les escucha llama a la iglesia y si no la escucha, sea para ti como gentil y publicano (18, 15-17)[6].

                La comunidad reunida es instancia suprema: acepta en su seno a quienes creen en Jesús o rechaza a quienes rompen la unidad fraterna. Así establece Mt el "derecho" de la Iglesia para instituirse como grupo autónomo y visible. El orden seguido es judeo-cristiano, pues define a los de “fuera” en términos contrarios a los de Jesús, que acogió a los publicanos (y gentiles) como elegidos de Dios (cf. Mt 21, 31), tal como sabe el mismo Mateo al concluir su evangelio con una palabra de envío y llamada universal (cf. 28, 16-20). Pues bien, nuestro pasaje parece volver a un vocabulario sacral legalista, que Jesús había superado, de manera que gentiles y publicanos aparecen como excluidos de la sinagoga (iglesia): son extraños al pueblo (gentiles) o pecadores (publicanos)[7].

Mateo ha utilizado este lenguaje escandaloso, en línea de tradición judía, para expresar de manera paradójica una experiencia que resulta también esencial en la iglesia: Ella no puede mantenerse como instancia mesiánica ni realizar una misión universal, si no mantiene su identidad, si no se diferencia de aquellos que no aceptan su gracia, si no que la niegan, rechazando el perdón y gratuidad de Dios.

Esta es la primera declaración de ortodoxia práctica de la iglesia: son comunidad quienes perdonan y se dejan perdonar; pero quienes niegan el perdón se alejan de la iglesia Este es el límite del mesianismo: quienes excluyen a los otros (pobres y pequeños) se excluyen a sí mismos de la comunidad. Precisamente para abrirse a todos los humanos, la iglesia ha separarse de aquellos niegan su apertura, pretendiendo ser, a pesar de ello, cristianos. Esta paradoja estaba implícita en las reflexiones anteriores. Pero aquí ha sido formulada de manera estricta.

 - Mt 16, 18-19 (tú eres Pedro y sobre este piedra… presentaba a Pedro como "roca y rabino fundante" de la Iglesia (es decir, de la comunidad comunidad de Jesús  pues había interpretado (atado-desatado) los principios de la Ley judía desde el mensaje y vida de Jesús (cf. Mt 5, 19).

Por el contrario, Mt 18, 15-20 se sitúa en un plano posterior (de comunidad concreta, fundada) y define a cada iglesia como grupo autónomo, capaz de organizar su vida interna desde los principios del perdón. Por eso (tras un primer momento fallido de corrección personal o de pequeño grupo: dos o tres que avisan al “reincidente”), se reúnen los hermanos y deciden sobre la pertenencia eclesial de aquel que pecado en contra de sus hermanos en la comunidad.

.Para definir su identidad y resolver el problema de aquellos que rompen su comunión, la comunidad reunida no necesita una instancia externa (obispado, patriarcado, papa), ni dejan el problema en manos de una jerarquía interna (presbíteros, obispo), sino que es ella misma la instancia suprema. Más allá de la comunidad no hay nada. Ella misma es instancia suprema.

El texto comienza diciendo si peca contra ti tu hermano, es decir, un miembro de la comunidad. No se trata de un pecado puramente interior,  sino de una conducta que pone en riesgo la unidad y vida comunitaria, pues contra ti tiene aquí un carácter colectivo, como interpretan aquellos manuscritos que ponen quien contra nosotros o vosotros (cf. GNT y NTG). Por eso se instaura un proceso en regla, que permite distinguir a quienes forman parte de la comunidad de aquellos que la rompen.

El criterio de fondo sigue siendo el evangelio: gratuidad original, superación de un juicio exterior, impositivo (Mt 7, 1-3), salvación de los pobres y universalidad mesiánica. El método es el diálogo, según el orden descrito: (a) Diálogo individual, de uno en uno. (b) Intervención de un pequeño sector comunitario, con dos representantes del grupo. (c) Decisión de la comunidad entera.

El proceso de discernimiento y solución resulta veces doloroso, pero es necesario y no puede delegarse, dejándolo en manos de una instancia superior o externa, pues sería como si un matrimonio dejara en manos de extraños la superación de sus desamores.

La comunidad cristiana está formada por personas capaces de reunirse, estableciendo para ello instancias de dialogo (un camino sinodal) para  establecerse a modo de comunidad, resolviendo de esa forma sus problemas. Esa dinámica sinodal puede resultar a veces compleja, hecha de tanteos, de escucha y respuesta, a deberos planos, y por eso el evangelio de Mateo ha presentado ejemplos trazado diversos ejemplos que se iluminan entre sí. (1) Norma básica: el bien del otro. (2) Parénesis comunitaria. (3) Principio supremo   

(Norma básica, el bien del otro). Si llevas tu don al altar y recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja la ofrenda sobre el altar, reconcíliate con tu hermano y luego vuelve al altar y presenta tu ofrenda ante Dios... (Mt 5, 23-24; Mt 22, 37-40).

(Parénesis comunitaria, corrección fraterna). Si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele a solas: si te escucha, has ganado a tu hermano; si no te escucha, toma contigo a otro..., llama a la iglesia (18, 15).

(Principio supremo). Le dijo Pedro ¿Señor, cuantas veces puede pecar el hermano contra mí y debo perdonarle? Respondió Jesús ¡Setenta veces siete! (18, 21-22).

El punto de partida no es el bien del propio “yo”, sino el bien de los otros, esto es, el descubrimiento del “tú”, es decir, el amor a los demás, el cuidado de los otros, conforme al principio del amor al prójimo. Si no empiezo amaneo al otro no puedo ser cristiano 

Esta ley traza la identidad de la iglesia: sólo pueden formar parte de ella los que se corrigen mutuamente, ofrecen y acogen el perdón. Quien no lo hace se excluye a sí mismo. Pedro, intérprete de la ley cristiana, aparece aquí como responsable de un perdón que acoge siempre, según muestra la parábola que sigue (Mt 18, 23-35).

            Estos pasajes forman la trama de la gracia y vida de la iglesia. En punto de partidaestá el mensaje del de la montaña (Mt 5, 23-24): no basta perdonar a quien me ofende, hay que buscar la reconciliación de aquel que está ofendido, pues "tiene algo contra mí". Pensar en el otro, situarse en su lugar, ese es el presupuesto y motor del camino sinodal. En tercer lugar he puesto principio supremo, que es el  perdón de amor, no el castigo (18, 21-25), que es la gracia y amor de la vida, no el talión (ojo por ojo, diente por diente: Mt 5, 38-48) que pide a los cristianos que perdonen siempre, dentro de la iglesia. En el centro queda la parénesis comunitaria (18, 15-16), entendida como expresión de una comunidad de personas que ofrecen y reciben perdón.

Esta es la frontera de la comunidad, el límite de la gracia, de la ayuda mutua y el  perdón que la iglesia establece precisamente para hacer posible la comunión entre todos (cf. Mt 25, 31-45; 28, 16-20). Sólo una comunidad de personas que se perdonan entre sí al amarse pueden trazar un camino sinodal de evangelio. En ese sentido, paradójicamente, la frontera de la iglesia consiste en no poner fronteras, mostrando, al mismo tiempo, que aquellos que las ponen, los que excluyen a los otros y rompen su comunión con ellos, rompen el camino sinodal, que se centra en dialogar siempre en el camino

Razón teológica y cristológica (18, 18-20). Los participantes del gran del gran “sínodo del principio de la iglesia” habían dicho: nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros... (Hech 15, 28), descubriendo y afirmando que el Espíritu santo fundaba y ratificaba su consenso. El evangelio de Mateo ha formulado esa experiencia en lenguaje más rabínico, concediendo a cada iglesia aquella autoridad que había desplegado en el principio el gran rabino Pedro (cf. Mt 16, 19):

  • En verdad os digo: todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo;
  •   y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo (Mt 18,18)

Atar y desatar (deô y lyô) expresan en lenguaje tradicional judío aquello que ha de hacerse para establecer la iglesia. La iglesia acoge a todos los que quieran caminar unidos en diálogo de amor. Pero, a fin de hacerlo, ha de mostrar y decir que niega el amor en el camino destruyen su unidad comunitaria, rompen no sólo el amor, sino el camino.  

            Algunos judeocristianos sostenían que nadie puede desatar (lyô) los mandamientos de la ley (5, 19); pero Pedro había recibido las llaves del Reino, como primer escriba, intérprete de Jesús, y así pudo atar y desatar (deô y lyô) en el principio de la iglesia (cf. 16, 18-19), para iniciar de nuevo el camino de la vida desde el amor mutuo, esto es, desde la acogida y la entrega de la vida, como Cristo. Pues bien, lo que hizo Pedro (para el comienzo del camino) puede y debe hacerlo cada iglesia posterior, avalada por el mismo Cielo (=Dios) para establecer así un camino sinodal abierto a todos los pueblos de la tierra. Esto significa que la autoridad fundadora no reside en una persona aislada de las otras (superior a los demás), sino en la comunión de los hermanos.

            De esa manera, el mismo Jesús, en el principio del camino, no había enviado a unos individuos,  varones o mujeres superiores, por aislado,  sino que les había enviado de dos en dos (o de tres en tres) para que su mismo amor dialogal/sinodal fuera principio de iglesia (Mc 6, 7-13 par).

Signo y presencia de Dios es según eso y para siempre la misma comunidad: el diálogo de amor y comunión de los cristianos, que  instituye y define la iglesia. Por encima de toda jerarquía cerrada en sí, sobre todo poder particular que intenta imponerse a los demás, ha establecido Jesús el principio israelita de la comunión fraterna como revelación y signo de Dios sobre la tierra. Por eso, el Dios al que Jesús apela no es un “yo soy” por encima de los otros (conforme a una mala lectura e interpretación de Ex 3, 14), sino el “nosotros” del amor mutuo, que se expresa en forma de padre-hijo-espíritu Santo (Mt 28, 16-20), esto es, en comunión madres-hijos-hermanos, sin un padre-patriarcal por encima de ellos (cf. Mc 3, 31-35; 10, 29-30 par).

. Una comunidad que no es capaz de reunirse, expresando su perdón y trazando su futuro/camino en diálogo gratuito, no es cristiana. Allí donde alguien en particular  sabe cosas que otros ignoran o resuelve temas que otros no pueden, poniéndose sobre el diálogo eclesial, destruye el evangelio, pues, como dirá Jesús en Jn 15, 15: “No os llamo siervos, sino amigos; porque el siervo no sabe (no puede) lo que sabe su señor, y yo os he dicho todo lo que me ha comunicado mi padre”. Dios mismo es, según eso, un camino dialogal, y diálogo han de ser los que le aceptan y siguen en Cristo.

Un tipo de judaísmo rabínico (de grandes: Fariseos, esenios…) sabía que Dios está presente allí donde concuerdan los hermanos, pero corría el riesgo de reducir la comunidad en grupos de puros, centrados en la observancia de la Ley. El evangelio amplía desde Jesús esa experiencia: La comunión de los cristianos  no es una asamblea de puros separados ni de siervos sometidos, sino una agrupación voluntaria de caminantes,  en la que unos hermanos se reúnen para atar-desatar¸ esto es, para vincularse en amor, porque Dios mismo es suprema, verdad dialogal, sínodo abierto al futuro de la vida.

Esta es la experiencia clave de la iglesia, este su razonamiento y su dogma inicial, que no se expresa de manera abstracta (a través de un puro racionalismo crítico), sino como gracia ofrecida por Jesús, asumida y cultivada en las comunidades. Esa verdad sinodal de Jesús se identifica con el mismo diálogo comunitario y no puede delegarse en manos de ningún organismo o sistema. Esto significa que la comunidad eclesial no puede poner (=delegar) ningún tema básico de amor-acuerdo comunitario en manos de una persona superior (obispo o papa), pues al hacerlo se negaría a sí misma: dejaría de ser comunión personal y se volvería sociedad o sistema dirigido desde fuera. La esencia de la iglesia es el amor dialogal directo, la fraternidad de aquellos que son capaces de abrirse, acogerse y perdonarse unos a otros. Así continúa el texto:

 En verdad os digo: si dos de vosotros concuerdan, sobre cualquier cosa que pidan en la tierra, les será dado por mi Padre que está en los cielos.

  1. Porque donde se reúnen dos o tres en mi Nombre, allí estoy Yo en medio de ellos (18, 19-20).
  2. Plano teológico. El mismo amor mutuo, expresado en forma de concordia (=sinfonía), es oración que Dios Padre escucha.

Plano cristológico. El Nombre o Poder (=Espíritu) de Jesús se expresa en la comunidad.

 Así ha fijado Mateo la verdad y acción comunicativa, que se fundamenta en el Padre del cielo y se identifica con Jesús, que se define como Dios con nosotros (cf. Mt 1, 23; 28, 10), esto es, Dios en nuestra comunión de palabra y amor. Esa comunión sinodal en camino no brota de un esfuerzo exterior (no es resultado de obras, que pueden regularse por ley), ni se organiza en un sistema judicial autónomo en manos de jueces  delegados, sino que emerge y se cultiva en forma de comunión directa de diálogo, en forma de comunión interpersonal: es don del Padre, presencia compartida de Jesús.

La autoridad suprema de la iglesia es su misma vida en diálogo, la comunicación de palabra y amor comunitaria que se expresa allí donde concuerdan (symphônein, en syn-fonía) los hermanos/amigos, empezando por  o tres, pues el mismo Dios Padre avala su plegaria. Esta es una comunión orante y vital, presente y de futuro, en camino: los hermanos descubren y realizan de esa forma su verdad divina (es decir, humana) en el camino.

Esta es una sinodalidad expansiva, que se abre en forma de comunión de comuniones, hermanos/amigos, empezando por unidades de al menos dos o tres, según la tradición judía (Mt 18, 16.19. Cf. Dt 19, 15). En un primer momento, esas comuniones no intentan resolver problemas, disensiones o pecados, sino algo previo: Simplemente vivir y formar comunidad (=ser comunión ante Dios, en Dios), siendo iglesia, presencia compartida de Jesús, pues se reúnen en amor y gratuidad y les escucha (es en ellos) el mismo Dios, de forma que son (=reciben) lo que piden. Sólo por eso, a modo de consecuencia, en un segundo momento se puede poner de relieve el carácter vinculante de esta plegaria: lo que atéis será atado en el cielo”...(Mt 18,18): Lo que seáis en la tierra lo seréis en Dios, pues Dios es la verdad y sentido (hondura, realidad, promesa y resurrección)  de vuestro camino sinodal en la tierra..

La segunda parte del texto aplica y explica esta experiencia en forma cristológica, diciendo, puesdonde estén dos o tres reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18, 20) El “yo” de Cristo (mesías) es el por tanto un yo compartido, sinodal de los dos o tres  reunidos en su nombre. El “yo” del Cristo es, por tanto, el yo de la comunidad pascual, el “yo sinodal” que no es éste ni aquel, uno ni otro, sino el yo/amor de la comunidad mesiánica.  Éste es el yo sinodal, como riqueza o autoridad pascual (Emmanuel, Dios con/en nosotros, en otras palabras Dios-nosotros Mt 1, 23), que está presente (=se revela)  allí donde sus discípulos extienden su discipulado hacia los pueblos de la tierra  dialogando entre sí (18, 20) y abriendo su diálogo como amor encarnado a todos los pueblos.

Eso significa que no existe autoridad separada, propia de unas personas aisladas (por encima o en contra de otras), sino autoridad compartida de comunión de personas. La autoridad se identifica, según eso, con la misma comunidad de palabra y vida de los creyentes (que creen en dios creyendo unos en otros, que aman a Dios amándose entre sí y esperando de esa forma la resurrección. Por eso, el re-presentante (=presencia) del Cristo-comunidad  no puede ser  no es un individuo, sino la misma comunidad reunida, en sinfonía de oración y acción fraterna.

Ciertamente, dentro de esa comunidad hay ministerios personales de doctores, profetas, escribas: como dice Mt 23, 34 (como desarrolla Pablo en 1 Cor 12-14), pero a este nivel no hace falta citarlos, pues vienen en segundo lugar, son posteriores;  la misma comunidad, reunida en oración y vida, en nombre de Jesús, es autoridad suprema.

Amor y oración no se pueden delegar, pues son esencia de la vida, verdad de los creyentes. Tampoco puede delegarse la fraternidad, dejándola en manos de instancias superiores, pues lo que surge surge un sistema sacral (una sociedad, una compañía militar) dirigida desde fuera, no la comunión personal de las iglesias.

Por eso, cada comunidad cristiana, en diálogo con otras, puede y debe organizarse a sí misma, pues los mismo hermanos reunidos en nombre de Jesús, desde  único Padre, en el Espíritu son autoridad suprema, capaz de recibir nuevos miembros, celebrar la eucaristía y declarar, si fuere necesario, la ruptura de aquellos que se excluyen a sí mismo, pues no quieren ser iglesia (no perdonan, no aceptan el perdón, no quieren ser comunión divina),  sino que quieren definirse por sí mismos, a costa o en contra de los otros.

La inmensa mayoría de unos temas o poderes que cierta iglesia posterior ha reservado para autoridades delegadas de gerentes o portadores de poder (al modo imperial antiguo o al nuevo modo empresarial moderno) son para Mt 18 objeto y contenido indelegable de una autoridad comunitaria, es decir, de la misma comunión de iglesias sinodales.

Cierta La iglesia posterior se ha vuelto sistema sacral muy eficaz, organizado de forma unitaria (jerárquica, a modo de imperio religioso, llamado cristiano), pero ha corrido el riesgo de perder la base y esencia fraterna y evangélica de las comunidades de vida cristiana que ha trazado con toda precisión Mt 18. 

 Ciertamente, esas comunidades (=iglesias particulares)  forman la única Iglesia de Jesús, fundada en la Roca de Pedro, es decir, en su reformulación/refundación de la iglesia universal de Jesús (cf. Mt 16, 18-19), abierta  desde Galilea a todas las naciones de la tierra (en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu (Mt 28, 16-20), pero cada una es campo de fraternidad completa, capaz de acoger nuevos miembros y vivir con ellos en gratuidad y comunión personal. No se trata de “devolver” generosamente  a cada iglesia su autoridad creadora, no se trata de “delegar” gratuitamente o de descentralizar para mejor administrar lo que hay o para obedecer a la moda actual de una determinada democracia. Esta reconstrucción sinodal de la iglesia en su conjunto, desde las iglesias particulares constituye un elemento esencial del proyecto eclesiológico del evangelio de Mateo, que es el evangelio de la Iglesia[8].

            Frente a esa experiencia sinodal de Mateo, cierta iglesia posterior ha desarrollado un tipo de lógica imperial clasista, vinculada al pensamiento jerárquico del pensamiento griego y de la administración jurídica romana, que regula desde arriba la vida de las comunidades. El evangelio, que debía ser lugar de gratuidad y espacio de comunicación personal para todos los creyentes, ha tendido a convertirse en un sistema religioso, dominado por expertos o jerarcas, de manera que el conjunto de los fieles dejan ya de ser agentes y se vuelven receptores pasivos de una pretendida gracia ofrecida desde fuera.

Pues bien, una comunidad externamente perfecta, administrada de forma impecable, pero desde una instancia superior (y no por sus propios miembros), se vuelve contraria al ideal de Jesús, deja de ser evangélica. La autoridad cristiana no deriva de una razón abstracta, que vale en general y se desliga del recuerdo de los oprimidos y excluidos (cf. Mt 23, 35), como quiere cierto racionalismo crítico moderno. Tampoco proviene de un talión, que perpetúa la venganza, ni suscita una jerarquía sistémica perfecta, que mantiene a los demás como aprendices (discentes), que escuchan y acogen algo que llega de fuera. En la base de la autoridad cristiana ha colocado el Sermón de la Montaña el perdón y la superación del juicio (cf. Mt 5, 43-48; 7, 1-3). En el centro pone Mt 18 la comunicación personal de los creyentes[9]. 

  1. Conclusión ¿Dirigentes eclesiales?

             En el principio de la iglesia de Mt están Pedro y los Doce, pero su función ha terminado, de manera que no actúan ya en la vida de las comunidades posteriores (quedan como signo de esperanza escatológica de Israel: 19, 28.). En el pasado están igualmente los profetas, sabios y escribas perseguidos de 23, 34-35, cuya sangre, unida a la del Cristo, es germen de esperanza para los creyentes. También hemos visto que hay profetas y justos, con autoridad que puede resultar ambigua (10, 41-42; cf. también 20, 20-28). Poco más podemos decir sobre los dirigentes concretos de una iglesia tan rica y conflictiva como esta de Mt, aunque es claro que existían y cumplían sus funciones.

Quizá debamos añadir que Mateo ha escrito en parte su evangelio como reacción frente a posibles abusos de unos "jerarcas" eclesiales que actúan en línea de poder, asumiendo las reservas críticas de Marcos e introduciendo las propias, condensadas en Mt 23, texto de durísima polémica, no anti-judía, sino intra-judía (hecha desde el interior de Israel) e intra-cristiana. Al condenar los riesgos de escribas y fariseos, Mateo está aludiendo en realidad a los peligros de imposición sacral que han empezado a crecer en su iglesia: "no os dejéis llamar Rabí (Maestro), porque uno es vuestro Maestro. No llaméis a nadie Padre... porque uno es vuestro Padre, el de los cielos. Ni dejéis que os llamen dirigentes, porque uno es vuestro Dirigente, Cristo" (23, 8-10).  

Este no es un asunto de pequeña moralidad para administradores eclesiales, sino un problema básico de institución cristiana. Del Dios Padre y del Cristo Rabino-Dirigente han querido recibir su poder las nuevas autoridades eclesiales para alzarse sobre los demás cristianos, como si Dios fuera autoridad de poder sobre los hombres, como si Cristo hubiera recibido todo poder y gloria sobre la naciones (cf. Dan 7, 27), en contra de la afirmación central del evangelio, según la cual el Cristo no ha venido para que le sirven, sino para servir y dar la vida por todos (cf. Mc 8, 31 par).

   En esa línea, el evangelio no admite en la iglesia más autoridad que la gracia de Cristo y el diálogo fraterno. Normalmente se piensa que el poder es signo de Dios y que Jesús habría venido a sancionarlo y sacralizarlo. Pues bien, Mateo sabe que la iglesia no tiene más signo divino que la fraternidad (todos hermanos) y el servicio gratuito a los expulsados del sistema (hambrientos, extranjeros, enfermos y encarcelados: Mt 25, 31-46).

Por eso, no hay en ella lugar para presbíteros o padres patriarcales, en la línea de aquellos que habían condenado a mueres Jesús (cf. 16, 21; 21, 23; 26, 3; 27, 1; 27, 12), pues sólo Dios es Padre verdadero (cf. 23, 8-10). Lógicamente, Mateo no acepta en la iglesia el poder y gloria de un tipo de rabinos (=grandes) judíos o judeo-cristianos que identifican la presencia de Dios con su poder sobre las comunidades. Por eso critica a ese tipo de escribas y fariseos (judíos o judeo-cristianos) que interpretan a Dios como poder sobre los otro 

  1. Hacen todo para ser vistos por los hombres: ensanchan sus filacterias y alargan los flecos
  2. buscan el puesto de honor en los banquetes: y los primeros asientos en las sinagogas, y los saludos respetuosos en las plazas y ser llamados por los hombres Rabí (Mt 23, 5-7)

Poder de la apariencia (ser vistos). Siendo expresión de la verdad (=emuna), un tipode religión corre el riesgo de volverse sistema de mentira.

Superioridad: en comida (banquetes), en culto religioso (sinagogas y plazas) y en poder social (en poderes honores). La religión se interpreta de esa forma como un modo de reconocimiento, una mentira establecida, una forma de dominio social

 Este pasaje (que precede al antes evocado: Mt 23, 8-10) alude en primer lugar a ciertos escribas y fariseos judíos, a quienes Jesús condena por su ostentación y prestigio (cf. 23, 1-3), expresado en vestidos, rangos y gestos externos, pero a través de ellos habla a la iglesia. No le importan los fariseos como tales, sino los cristianos dominadores, que están emergiendo ya y quieren sobresalir como grupo especial en busca de honores y poderes. Ciertamente, no condena el buen judaísmo de la honradez y devoción profunda, sino un mal cristianismo de gestos externos y formas, que pueden acabar dominando en la iglesia: el poder de los vestidos (con su magia sacral) ha tardado más en introducirse; el de la presidencia en banquetes y reuniones doctrinales (sinagogas) se ha impuesto pronto en ella.

Todo nos permite suponer que Mateo (y con él Marcos y Lucas) no habrían aceptado un tipo de mística de la jerarquía (es decir, de clericalismo) que se ha desarrollado después en algunas iglesias, una mística que busca los primeros asientos (prôtoklisiai) en algunas celebraciones y las primera cátedra (prôtokathedriai) en un tipo de enseñanza y magisterio . Para ocupar un lugar en el entorno cultural, la iglesia posterior ha tendido a invertir el evangelio. Posiblemente tenía razones para ello, pero el coste ha sido grande: ella ha dejado de ser iglesia comunión (federación de comunidades), para convertirse en sistema de poder, unificada y dirigida bajo el mando de administradores, que despliegan una autoridad más imperial o romano que cristiana[10].

 NOTAS

[1]He desarrollado el tema en Evangelio de Mateo, Verbo Divino, Estella 2015. Cf. también Hermanos de Jesús y servidores de los más pequeños. Mt 25, 31-46, Sígueme, Salamanca 1984; W. Trilling, El verdadero Israel, FAX, Madrid 1974; J. Zumstein, La condition du Croyant dans l'Évangile selon Matthieu, OBO 16, Göttingen 1977. 

[2]  Cf.  G. Bornkamm, "El poder de atar y desatar en la iglesia de Mateo", en Id., Estudios sobre el NT, Sígueme, Salamanca 1983, 279-294; J. D. Kingsbury, "The figure of Peter in Matthew's Gospel as a Theological Problem": JBL 98 (1979) 67-83; A. Nau, Peter in Matthew: Discipleship, Diplomacy and Dispraise, Liturgical, Collegeville MN 1992; Phe. Perkins, Peter: Apostle of a Whole Church, Univ. of South Carolina, Columbia 1994.

[3] Los fariseos condenaban a Jesús porque "expulsa demonios con el poder de Beelzebú" (Mt 9, 34 y 12, 24). Ahora es Jesús (que defendió sus buenos exorcismos como acción liberadora del Espíritu de Dios: Mt 12, 28) el que acusa a los falsos exorcistas cristianos, que pretenden expulsar demonios para elevarse a sí mismos sobre los demás.

[4]Los no creyentes pueden rechazar los signos liberadores de Jesús (cf. Mt 11, 21; cf. 13, 54; 14, 2). Pues bien, aquí aparecen falsos creyentes, que utilizan signos (señales y prodigios, capaces de engañas, si fuere posible, a los mismos elegidos: Mc 13, 22) para elevarse a sí mismos, convirtiendo el evangelio en medio de dominio sobre los demás.

[5] Sobre Mateo escriba cf. L. Cope, Matthew. A Scribe Trained for the Kingdom of Heaven, CBQ, Washington 1976; W. D. Davies, The Setting of the Sermon on the Mount, Cambridge UP 1966.

[6] Formulación hipotética (si…), no apodíctica) de perdón y exclusión comunitaria, con cita de Dt 19,   La iglesia o comunidad cristiana posee autonomía de vida, es del judaísmo legal. Fuera de ella quedan el gentil y publicano, es decir, aquellos que en terminología judía, no pueden participar en la vida del pueblo de Dios

[7] Cf. F. García, "La reprensión fraterna en Qumrán y en Mt 18, 15-17", en Id., Los hombres de Qumrán, Trotta, Madrid 1993, 257-272.

[8] Por situarse en el centro de Mt 18, nuestro pasaje (18, 15-20) sigue recordando que la autoridad de la comunidad resulta inseparable del valor de los pequeños-excluidos (18, 1-14) y del perdón universal (18, 21-35). Al servicio de aquellos que el sistema rechaza y como sacramento de gracia (no para imponerse sobre nadie) ofrece la iglesia su experiencia de fraternidad. Lógicamente, Mt se sitúa en un contexto judío, asumiendo y desarrollando, en clave mesiánica, un camino que está explorando la federación de sinagogas, como he puesto de relieve en Hermanos de Jesús, 394-422.

[9] La verdad del evangelio se identifica con la misma comunicación universal y transparente (gratuita) de los fieles, en gesto de apertura hacia los necesitados o excluidos del sistema. No hay autoridad extra-territorial, fuera del diálogo creyente, propia de personas especialmente delegadas para ello (obispos o presbíteros). Los ministros de la iglesia no tienen un saber o poder distinto, sino que expresan desde el Cristo, Palabra de Dios, la palabra del diálogo comunitario. Postular, pues, un poder fuera (por encima de ese diálogo) significa recaer en un paternalismo autoritario, quizá de tipo platónico o neo-platónico, pero exterior al evangelio mesiánico y trinitario, como indicaré en la parte final de este libro

[10]Cf. J. P. Meier, "Antioch", en Id.Antioch, 45-72; R. E. Brown, Las iglesias que los apóstoles nos dejaron, DDB, Bilbao 1986, 121-142.

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