Matrimonio, profecía de Dios (no imposición legal)

Pero he de señalar que la novedad de su (nuestro) matrimonio no está en un nivel de ley, sino de profecía, como indicaré esta tarde (resumiendo también unas páginas de mi Familia en la Biblia). Éste es un tema de amantes y poetas, de creyentes y profetas… de todos los hombres y mujeres que descubren a Dios al descubrirse unidos entre sí, sobre todo en matrimonio. Ésta es la novedad más alto (suprema) de la Biblia, su revelación más honda.
Aquí deberían volver y “beber” los Padres del Sínodo, según el deseo del Papa Francisco, que pedía hace un año que estudiáramos y acogiéramos la aportación de la Biblia. Pero (¡según la prensa, quizá poco fiable!) hay algunos (incluidos purpurados) que no parecen haberse enterado del todo, y que quieren seguir imponiendo leyes y más leyes sobre los hombros de los matrimonios, en vez de compartir con (como) ellos un camino de alianza en libertad (como sabe el centro profético del Antiguo Testamento).
Buen día y buen amor a los que se animen a seguir leyendo.
Introducción

La aportación mayor del Antiguo Testamento a la visión de Dios y la familia ha sido el descubrimiento de la relación entre monoteísmo (Dios es uno, amar a Dios con todo el corazón) y monogamia (amor único y definitivo entre dos personas, no para cerrarse entre ellas, sino para abrirse a otros). Israel no ha realizado este descubrimiento partiendo de un análisis de la familia para aplicarlo después a Dios, sino a partir de la experiencia profética de Dios, que puede y debe expresarse en la relación de matrimonio y el amor humano.
Estamos acostumbrados a estudiar primero el Pentateuco para pasar a los profetas, y en cierto sentido esa secuencia es lógica, pues el Pentateuco recoge muchas tradiciones antiguas. Pero históricamente, en el principio y base de la nueva experiencia israelita han estado los profetas, que son anteriores a la mayor parte de las normas del Pentateuco, especialmente en la línea del Deuteronomio; ellos han sido los descubridores de la relación entre monoteísmo y monogamia.
Cuatro profetas han marcado especialmente este descubrimiento: 1. Oseas: Me casaré contigo para siempre. 2. Jeremías: Recuerdo tu amor de novia. 3. Ezequiel, una alegoría de familia. 4. Tercer Isaías (con Malaquías): Como se alegra el marido con su esposa… Hay otros profetas importantes que han evocado también el tema de la familia, desde una perspectiva de justicia social (Amós) o nacimiento mesiánico (Is 7-12).
Pues bien, entre ellos, he querido escoger a Oseas, que puede ser modelo nuestro por muchas razones (de monogamia y perdón, de matrimonio recreado…, no en línea de ley, sino de gozo compartido, en la línea de Dios.
Oseas ejerció su función profética en el Norte de Israel (reino de Samaria), entre el 740 y el 722 a.C. y se opuso a la religión de las “asheras” donde lo divino aparecía como dualidad sexual, para insistir en la experiencia del único Dios (Yahvé) que, siendo trascendente, se vincula con Israel como su esposa, en la línea de la teología de la alianza.
1 Familia de Dios, familia humana.
Oseas ha presentado a Dios, al mismo tiempo, como esposo y padre, pidiendo a sus hijos (=israelitas) que rechacen a su madre (Israel) como adúltera, para recapacitar después y rogarles que se dejen amar por Yahvé, el auténtico esposo:
Pleitead contra vuestra madre, pleitead, porque ella no es mi mujer, ni yo soy su marido: Que quite de su cara sus fornicaciones, y sus adulterios de los pechos. Se ha prostituido su madre (=Israel), se ha deshonrado... Ella decía: Iré tras mis amantes, que me dan mi pan y mi agua, mi lana y mi lino, mi aceite y mi vino... Ella no comprendía que era yo quien la daba pan, vino y aceite…
Pero, mira, voy a seducirla, la llevaré al desierto, hablaré a su corazón, le entregaré allí sus viñedos y el valle de Desgracia será puerta de Esperanza. Me responderá como en su juventud, como el día en que subió de Egipto... Aquel día, oráculo de Yahvé, escucharé a los cielos y estos responderán a la tierra, y la tierra responderá con el trigo, el vino y el aceite... Me casaré contigo para siempre, me casaré contigo en justicia y derecho, en misericordia y compasión, me casaré contigo... (cf. Os 2, 4-23).
Más que el argumento entero de este gran relato de “controversia esponsal” quiero destacar la imagen de fondo, el matrimonio de Dios con el pueblo, en forma de alianza personal definitiva. Conforme a la visión de Oseas, Israel es la esposa elegida de Yahvé, y ambos deben guardarse fidelidad matrimonial, en una historia abierta de enriquecimiento mutuo. Pero Israel se ha pervertido, convirtiéndose en esposa infiel, abandonando a su esposa y adulterando, uniéndose con dioses o amantes falsos. Pues bien, ante esa situación de infidelidad o adulterio, Dios responde ofreciendo mayor fidelidad.
Oseas concibe la relación del pueblo con Dios en forma de matrimonio, en el que uno y otro han de guardarse fidelidad, a pesar de su diferencia. El Dios esposo ha sido fiel, y quiere seguir siéndolo, a pesar del “adulterio” de su esposa, manteniendo de esa forma el “matrimonio”. Por eso dice “me casaré contigo para siempre”, suponiendo así que puede haber un amor definitivo entre dos personas, un hombre y una mujer. La novedad del testimonio de Oseas está en que ha descubierto en su misma situación matrimonial el alcance, sentido y exigencia de esta fidelidad de Dios.
También él (Oseas) se ha casado con una mujer a la que quiere mantener fidelidad, a pesar de que ella le ha sido infiel, haciéndose adúltera. Pues bien, en vez de rechazarla o condenarla, Oseas le ofrece perdón y quiere mantener el matrimonio, ratificando así su amor monogámico. El profeta descubre así que su historia se encuentra vinculada a la de Dios de un modo radical, de manera que puede trazar una comparación entre su “matrimonio” y el de Dios, a quien descubre y presenta como garante de fidelidad perpetua.
Conforme a las costumbres de aquel tiempo, tanto Dios como Oseas deberían castigar a la esposa y repudiarla. Pero Oseas descubre que Dios perdona y desea iniciar otra vez el matrimonio con su esposa Israel, superando así su infidelidad. En esa línea, de un modo consecuente, Dios pide también a Oseas que ame a su mujer de nuevo, que la acoja y la perdone.
2. Dios, la verdad del matrimonio
‒ Dios, un camino de fidelidad. En un primer momento, respondiendo al pecado del pueblo, como un marido celoso, Dios había decidido convertir el paraíso (tierra) de la esposa infiel en un desierto. Pero, aunque sufre mucho por su infidelidad, él la perdona y le ofrece amor de nuevo. En ese contexto afirma Oseas que Israel, esposa de Yahvé, madre de los israelitas, se ha prostituido (Os 2, 7): Ha buscado otros “amantes” que le ofrezcan y aseguren los dones vitales (pan y agua, lana y lino, aceite y vino), poniéndose de esa forma en manos de Baal/Ashera (vida cósmica, proceso de la vegetación) y dejando a un lado para ello el más hondo amor, la fidelidad personal, el compromiso de la unión radical con Yahvé. Pues bien, a pesar de su infidelidad, Dios le ha perdonado, ofreciéndole su nuevo y más acto pacto de amor.
‒ Una experiencia de matrimonio. Oseas descubre y recrea de esa forma el sentido de su matrimonio desde la visión del Dios que mantiene su fidelidad a pesar del pecado de Israel. Más allá de la necesidad cósmica, representada en aquel tiempo por los dioses de la tierra (Baal y Ashera), Oseas ha descubierto el amor personal de Dios, que se vincula con los hombres desde una fidelidad más alta, en línea de perdón y diálogo nuevo. El mito de la vida (de la vegetación) encierra a los hombres y mujeres en el plano de los bienes de la tierra, como si el amor fuera un simple poder del cosmos (un impulso sexual sagrado). En contra de eso, Oseas sabe y proclama que los hombres y mujeres son seres personales, autónomos y de esa forma, unidos como pueblo, ellos pueden presentarse como “esposa” del único Dios, que les da sólo no sólo el pan, vino y aceite, sino otros dones más altos de fidelidad ética y, sobre todo, de comunión personal, haciendo posible el perdón y un nuevo comienzo de amor.
3. Monogamia, una historia personal de fidelidad.
En ese contexto se puede hablar de un matrimonio duradero entre un hombre y una mujer, pues el esposo ha de ser fiel (y perdonar a la esposa) y así también, de un modo correspondiente, la esposa ha de ser fiel a su esposo. El matrimonio es, según eso, una historia monogámica de amor/vida, en la que se puede comenzar de nuevo allí donde parece que el amor se ha roto. La monogamia de Dios hace posible el descubrimiento y despliegue de la monogamia entre los hombres.
Hoy, pasados veintiocho siglos desde aquel enfrentamiento entre el esquema matrimonial de Baal-Ashera (en línea cósmico/vital) y el de Yahvé con su pueblo (en línea de alianza de personas), seguimos siendo muy sensibles a los viejos valores paganos de la tierra, representados por los dioses de la vida. Pero, al mismo tiempo, confesamos y agradecemos la experiencia israelita de la transcendencia de Yahvé y de su fidelidad personal, entendida en forma de matrimonio con su pueblo. Esta visión del matrimonio (familia) como alianza entre personas constituye una gran aportación de Israel, un elemento clave de la identidad bíblica y cristiana.
En ese contexto se entiende la promesa (tarea) de Dios que, como esposo engañado (igual que Oseas), opta por retomar el camino del amor, venciendo la infidelidad anterior de su esposa Israel, diciendo: «La llevaré al desierto...» para enamorarla de nuevo (Os 2,16-17). Los dioses de la vida mantienen al hombre (y a la mujer) en un contexto de identidad cósmica, dentro de un tipo de fatalismo donde es imposible el amor. Pues bien, en contra (por encima) de eso, el profeta ha descubierto y ha puesto de relieve la posibilidad de un matrimonio entendido en clave de encuentro de amor, como alianza que puede recuperarse (¡la llevaré al desierto..!) , superando el nivel cósmico de las puras necesidades de la vida.
La historia de Oseas implica una revelación más alta del amor, entendido como experiencia de vinculación personal, en libertad (por encima de las puras necesidades materiales o de los impulsos vitales), en fidelidad y perdón: Un hombre y una mujer, dos seres personales pueden amarse para siempre. Ciertamente, los dones “cósmicos” fondo (trigo, vino, aceite…), siguen estando en el fondo, como signo del poder fecundo de la sexualidad/maternidad. Pero el contenido básico del matrimonio se sitúa en un plano distinto de fidelidad personal, en diálogo de alianza, donde es posible (y necesario) el perdón.
De forma lógica, Dios aparece simbólicamente como esposo y padre al mismo tiempo; y por su parte la humanidad (Israel) como esposa e hija, pero en ambos casos (desde los dos simbolismos) el amor entre Dios y el pueblo se sitúa en perspectiva de alianza. Dios es Padre del pueblo, entendido como grupo de personas con las que dialoga; y es también Esposo, en gesto de fidelidad afectiva. Ambos signos (padre y esposo) se fecundan y enriquecen. Ciertamente, ellos tienen un trasfondo jerárquico de superioridad del padre-esposo sobre la esposa, a la que trata como hija menor... Pero pueden y deben entenderse también en clave de diálogo personal de amor en libertad y en perdón, de tal forma que se establece entre los dos una relación de alianza, sin imposición de uno sobre el otro.
4. Matrimonio, un fondo teológico.
La humanidad (o, mejor dicho, el pueblo de Israel) ocupa en Oseas el lugar que en el entorno (Canaán) tenía la “diosa”, pero de un modo distinto. Dios y Diosa eran símbolos cósmicos del proceso de la vida. Por el contrario, el Dios de Oseas es sujeto personal, que puede dialogar y dialoga con los hombres, que son también sujetos personales. Sin duda, esos “dioses” de la tierra han tenido un valor, pero quedan superados por el Dios israelita de la alianza.
Oseas ha puesto así de relieve la experiencia más alta del Dios personal (Yahvé), que se hace presente y actúa haciendo a los hombres capaces de responderle también de un modo personal. Ciertamente, algunos de sus signos pueden hoy replantearse: El hecho de presentar a Dios como esposo/masculino y al pueblo como esposa/femenina, y la vinculación entre los dos signos masculinos (Padre y Esposo). Pero esa experiencia, expresada en claves de fidelidad personal, abre un capítulo nuevo en la historia y visión del matrimonio.
Ciertamente, esa experiencia no se aplica de un modo inmediato al matrimonio (y familia) entre dos seres humano, pero puede interpretarse en esa línea, pues abre un espacio y camino más alto de relación personal entre dos seres humanos. En ese contexto se puede retomar la afirmación originaria de Gen 1, 27 (hombre y mujer son imagen de Dios) y vincularla con la definición de Yahvé (¡soy el que soy, el que estoy presente! Ex 3, 14) y con el shema (¡amarás al Señor tu Dios! Dt 6, 5-6). Lo que se dice de Dios como “esposo” de su pueblo, puede y debe decirse del esposo humano, de manera que la fidelidad divina aparece como signo y modelo de la fidelidad humana. Sólo por eso ha podido presentar Oseas la historia del amor de Dios utilizando modenos de amor de un matrimonio:
Cuando Israel era niño, yo lo amé y desde Egipto yo llamé a mi Hijo... Yo enseñé a andar a Efraín, y lo llevé en mis brazos y ellos no advertían que yo los cuidaba. Con lazos de amor los atraía, con cuerdas de cariño… ¿Cómo podré dejarte, Efraín, entregarte a ti, Israel?... No cederé al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín, que soy Dios y no un hombre, el Santo en medio de ti y no enemigo devastador (Os 11, 1-4.8-9).
Este pasaje no es de tipo jurídico, sino simbólico. Por eso puede presentar a Dios, al mismo tiempo, como padre que lleva en brazos y acuna a su hijo, y como esposo que se vincula en amor con su esposa. Desde ese fondo, la novedad está en el hecho de que sitúa las relaciones afectivas en un plano de fidelidad y amor personal. Estrictamente hablando, trata sólo del amor de Dios hacia su pueblo (y de su pueblo hacia Dios). Pero al situar ese amor en un contexto familiar (matrimonio y paternidad) reformula y recrea el sentido de las relaciones personales, es decir, de la familia humana.
Dios no apela en su amor familiar a su grandeza/poder para imponerse sobre el hijo/esposa, ni utiliza palabras de castigo, sino que se presenta en debilidad, cediendo por amor y situando así el amor/matrimonio interhumano en un contexto personal de diálogo en libertad y de fidelidad en la que es posible perdón. Ciertamente, siguen estando en el fondo los elementos biológicos (vitales) de la paternidad y el matrimonio, pero pasan a primer plano los rasgos personales de libertad, de diálogo y perdón, que son los que pueden (deben) definir las nuevas relaciones personales.
Al presentar de esa manera a Dios (como padre/madre y como esposo), el profeta ha vinculado las dos experiencias del amor más profundas de la historia humana. En una perspectiva (que aparece sobre todo en Os 2) domina la visión de Dios como Esposo amante, que no es Señor patriarcalista que castiga a la mujer infiel, matándola por ley (cf. Lev 20, 10; Dt 22, 22-24), sino Amigo que puede perdonar perdona porque ama, iniciando de nuevo el camino de una vida compartida.
Uniendo las dos líneas, Dios aparece así como padre-esposo que es fuerte siendo débil, pues, en vez de castigar al hijo infiel le ama, ofreciéndole de nuevo un camino de realización. Desde ese fondo la relación familiar ha de entenderse como alianza de amor, que incluye un elemento ético (de obligación) y otro vital (de expansión de la vida), pero que los recrea desde una perspectiva de encuentro personal, en libertad. El Dios de estos pasajes no aparece como dualidad sexual (atracción cósmica y generación: Baal-Ashera), como suponían los cananeos, sino como alianza y comunión de amor, en línea de presencia mutua (como indicaba Ex 3, 14 ¡yo estoy con vosotros!).
Eso significa que Dios no es esposo sexual de una diosa o del pueblo israelita (no es masculino/femenino), sino que es radicalmente persona y de esa forma puede vincularse en amor personal con los hombres (en este caso con el pueblo de Israel). Desde ese fondo se entiende la aportación más alta de Israel a la visión de la familia y matrimonio: Fundados en el amor de un Dios personal, los hombres y mujeres pueden amarse también de un modo personal, trazando un camino de fidelidad definitiva, traduciendo así el monoteísmo en forma de monogamia.
5. Dios, alianza personal de amor. El matrimonio una alianza
Dios, no actúa como “varón” en sentido biológico, pues está más allá de la dualidad varón-mujer. Tampoco se revela como padre en sentido generador, pues no es engendrado ni engendra. Pero él puede y quiere presentarse como padre-esposo en un nivel de encuentro personal; por eso, el pueblo aparece a su lado como esposa y como hijo, en línea de alianza, es decir, de fidelidad personal.
‒ Ésta es la novedad principal del Antiguo Testamento respecto a la familia. En otros pueblos del entorno, la historia y tarea de la familia es semejante a la que tiene en la Biblia, en un plano legal (en lo referente al divorcio, a la prostitución y poligamia etc.). Pero la Biblia ha podido aportar algo que es nuevo: La revelación del Dios personal que se vincula con los hombres en libertad (no por necesidad cósmica o vital) y el descubrimiento y sentido de la alianza en la vida (familia) de los hombres.
‒ Eso significa que el centro y sentido del matrimonio es la palabra (alianza) que se dan los esposos al casarse. Lo mismo sucede en la paternidad; ciertamente los padres engendran al hijo también de una manera biológica; pero la esencia y clave de la paternidad humana es la palabra de amor y educación que los padres ofrecen al hijo, al acogerle en el espacio de la palabra, no por obligación biológica, sino por compromiso personal de vida. Entendida así, la familia es una forma de comunicación intensa en la palabra.
6. Amor de Dios, amor a los hombres. Un único amor.
Esta visión de Dios, que se revela y define a sí mismo como aquel que acompaña a los hombres en gesto de fidelidad/compañía (estaré con vosotros, seré “vuestro” para siempre) ha de completarse con la respuesta ya evocada del hombre en el shema:
Escucha, Israel: Yahvé, nuestro Dios, es Yahvé Uno. Amarás a Yahvé, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6, 4-7).
De esa forma se completa y culmina el “arco de la alianza”, la experiencia del Dios que siendo totalmente distinto (desconocido, sin imagen) se vincula sin embargo de un modo personal con los hombres, pidiéndoles su respuesta de amor (fidelidad), abriendo así un espacio de comunión y convivencia que puede y debe expresarse en unas relaciones de matrimonio, amistad, paternidad… De esa forma, el monoteísmo (Yahvé es Uno) se expresa en forma de monogamia, es decir, de relación personal y fidelidad intensa. Pues bien, este Dios Uno (Yahvé Ehad) se vincula de un modo intenso con Israel (y en el fondo con toda la humanidad) como “su pueblo” o familia, a la que ofrece y pide amor intenso y fidelidad. Pues bien, en ese contexto, Dios viene a presentarse como “esposo único y trascendente” de Israel (que es signo de la humanidad).
Éste es el tema central del judaísmo: Tras haber “superado” la figura de la esposa divina en un plano cósmico/biológico, la Biblia ha puesto de relieve la importancia de la esposa humana (personal) de Yahvé, que es el pueblo israelita. Desde ese fondo se entiende la alianza, como institución básica, establecida en el Sinaí, a la salida de Egipto (Ex 19) y renovada tras su ruptura, en el mismo Sinaí (Ex 34). Éstos son sus elementos:
‒ Unidad y fidelidad de Dios. Otros pueblos mantenían varias figuras de dioses, for¬mando un "panteón" en el que ellos se integraban formando un todo sagrado, cuyo sentido se narraba a través de diversas historias religiosas. En contra de eso, los hebreos apelaron, más allá de las figuras divinas, al “único” Dios, y vincularon las diversas tradicio¬nes religiosas (teologales) en un relato único, diciendo que el mismo Dios que liberó a los esclavos de Egipto se mostró en el monte de la Alianza, después de prometer la tierra a los patriarcas. Así descubrieron a Dios como Yahvé, el que está presente en (con) ellos, en matrimonio definitivo de fidelidad perpetua (como he destacado al referirme a Dt 32, 8-9). Así se supieron pueblo querido de Dios (su familia) en medio de una humanidad más amplia a la que ellos debían ofrecer el mensaje de ese Dio.
‒ Fidelidad del pueblo. La unidad de Dios se proyecta también sobre el pueblo, haciendo posible que los hebreos antes oprimidos y desunidos, se integraran para formar una nación, constituida por gentes que ¬reconocen un pasado común (Éxodo), asumen un mismo compromiso (Alianza) y tienden hacia una esperanza común (Promesas). En esa línea, los israelitas podrán distinguirse de otros pueblos porque conocen el nombre de Dios (Yahvé: Ex 3, 14) y se comprometen a responderle en alianza (cf. Dt 6, 4-5). Otros pueblos no conocen todavía a Dios. Los israelitas le conocen, saben el secreto más hondo de la vida, en compromiso de fidelidad o alianza con Dios, en un gesto que se abre a todos los pueblos de la tierra (cf. Gn 12, 1-3).
Ésta es la “novedad” de Israel, su aportación suprema a la historia y tarea de la humanidad. Por encima de todos los restantes “poderes” que parecen regir la historia, Israel ha descubierto el valor radical de Dios, como Aquel que Es, y el valor radical de cada persona (cada israelita como alguien que es también), abriendo una experiencia que se extiende a todos los pueblos de la tierra. Quedan en segundo plano otros rasgos fundados en la “naturaleza”, los dioses del cosmos o la vida, que aparecen ahora como ídolos. Los israelitas descubren a Dios como persona, en sentido trascendente, y se comprometen a recorrer con él la marcha de la vida, siendo su familia. Éste es el mensaje que se encuentra en el fondo de la gran tradición profética, que después evocaremos.
7. Reflexión posterior. Monoteísmo y monogamia
Hay, pues, una relación entre el monoteísmo (sólo hay un Dios, que ama a su pueblo, sin divorcio) y la monogamia (hombres y mujeres pueden casarse también en matrimonio duradero, en amor único, sin divorcio). Ésta ha sido quizá la aportación máxima del Antiguo Testamento a la historia de amor de los hombres, aunque debe insistirse en la exigencia de justicia y en la apertura universal a todos los pueblos:
‒ El matrimonio está más vinculado a la profecía que a la ley. Ciertamente, tiene elementos de institución jurídica, pero su esencia más profunda sólo puede expresarse en una línea profética de fidelidad a Dios. Sólo allí donde el amor íntimo a Dios se expresa y despliega a través del amor humano puede hablarse de fidelidad matrimonial, entendida como revelación sagrada y apuesta de vida, en comunión personal.
‒ La Biblia ha vinculado desde antiguo el amor del matrimonio con la justicia profética, de manera que la fidelidad personal, en línea de intimidad, resulta inseparable de la fidelidad social, entendida en forma de justicia. Los mismos profetas del amor íntimo (fidelidad matrimonial) son profetas del amor comprometido al servicio de los pobres y excluidos de la sociedad.
‒ El descubrimiento y despliegue del amor matrimonial resulta inseparable del despliegue radical de la persona. Sólo allí donde la persona aparece como valor definitivo se puede hablar de un amor personal, expresado en forma de fidelidad definitiva. Eso significa que el matrimonio no algo ya hecho y resuelto para siempre, sino un proceso, profecía de amor.
‒ En este contexto, los hijos son importantes para el matrimonio, pero hay algo anterior, que es experiencia de fidelidad personal. Ciertamente, el tema de los hijos está en el fondo, pero no puede desligarse de la fidelidad personal, es decir, del camino de la historia y encuentro concreto que define el matrimonio.
Bibliografía (además de comentarios a profetas):
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Granados, C., El camino del hombre por la mujer. El matrimonio en el Antiguo Testamento, Verbo Divino, Estella 2012
Heschel, A. J., Los profetas I-III, Paidós, Buenos Aires 1973.
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