Una llamada especial al obispo de Cádiz y Ceuta Niños de Ceuta: pecado contra Dios (Umma y Perijóresis)
"En sentido extenso, Umma significa en árabe humanidad, y más en concreto comunidad de los creyentes (abierta a todos los hombres y mujeres de la tierra)"
"Por su parte, Perijóresis significa en griego “caminar o habitar” en torno”, ir unos hacia otros, encontrarse, danzar o bailar en corro, vivir así implicados todos, en el círculo divino, con los niños en el centro".
"Esta en el fondo de esta reflexión la Umma musulmana, pero, desde mi perspectiva cristiana, insistiré más en la Perijóresis, aplicada a Dios, que es comunión-danza de amor, y a los hombres y mujeres de la tierra, especialmente a los niños, a quienes queremos y debemos introducir en la danza buena de la vida de hijos de Dios"
"Somos seres humanos y personas en la medida en que venimos y vamos unos de otros y hacia otros, para encontrarnos y compartir la vida, en comunión"
"Quería haber propuesto ese tema al final de Pascua, celebrandola fiesta de Pentecostés. Pero no he podido, por pudor y por vergüenza, propia y ajena por los niños de Ceuta, engañados, arrojados, abandonados..."
"El hecho de que ellos, los niños, hayan sido y sean una moneda de cambio para para otros poderes, sea del tipo que fueren, es una negación de Dios y de la religión, tanto musulmana como cristiana, es un pecado grave (no de ellos, de los niños, sino de la de aquellos que debíamos, debemos, ponernos a su lado)"
"Esta en el fondo de esta reflexión la Umma musulmana, pero, desde mi perspectiva cristiana, insistiré más en la Perijóresis, aplicada a Dios, que es comunión-danza de amor, y a los hombres y mujeres de la tierra, especialmente a los niños, a quienes queremos y debemos introducir en la danza buena de la vida de hijos de Dios"
"Somos seres humanos y personas en la medida en que venimos y vamos unos de otros y hacia otros, para encontrarnos y compartir la vida, en comunión"
"Quería haber propuesto ese tema al final de Pascua, celebrandola fiesta de Pentecostés. Pero no he podido, por pudor y por vergüenza, propia y ajena por los niños de Ceuta, engañados, arrojados, abandonados..."
"El hecho de que ellos, los niños, hayan sido y sean una moneda de cambio para para otros poderes, sea del tipo que fueren, es una negación de Dios y de la religión, tanto musulmana como cristiana, es un pecado grave (no de ellos, de los niños, sino de la de aquellos que debíamos, debemos, ponernos a su lado)"
"Quería haber propuesto ese tema al final de Pascua, celebrandola fiesta de Pentecostés. Pero no he podido, por pudor y por vergüenza, propia y ajena por los niños de Ceuta, engañados, arrojados, abandonados..."
"El hecho de que ellos, los niños, hayan sido y sean una moneda de cambio para para otros poderes, sea del tipo que fueren, es una negación de Dios y de la religión, tanto musulmana como cristiana, es un pecado grave (no de ellos, de los niños, sino de la de aquellos que debíamos, debemos, ponernos a su lado)"
Muchos hemos sentido un escalofrío de cólera seca, la utilización de los niños convertidos en moneda de cambio o chantaje. La responsabilidad es sobre todo de algunos gobernantes, que no hace falta citar. Pero es también de todos los que hacemos o permitimos que se haga este mundo como es, grandes estados, estrategias político-militares, intereses económicos... mientras los niños pierden la esperanza o son abandonados, un tema del que no es ajena mi iglesia.
He sentido furia por muchas cosas, pero especialmente por ella. El pecado es más extenso, va más allá de Islam y cristianismo, pero yo lo siento especialmente ligado con nuestras religiones, y en especial con la cristiana. Ciertamente, hay casos admirables de ayuda y acogida, pero me hubiera gustado ver a mi obispo del lugar caminando descalzo y mojado por la playa, para recoger a los niños y acogerlos en su inmensa catedral, ofreciéndoles todos los medios y recursos de su diócesis para que puedan sentirse incluidos en la “la danza gozosa de la vida de Dios”.
Pero he visto solo silencio, quizá desinterés, mientras gobiernos, multinacionales, estados… se ocupan de sus problemas de territorio, de seguridad “nacional”, de dinero, con mentiras retóricas y engaños, mientras los niños son utilizados, chantajeados, a un tiro de piedra, en las playas y mares de Ceuta. No le pido mucho al Estado de Marruecos, ni al de España, la UE o USA… Pero se lo quería pedir a mi iglesia, con el obispo de Ceuta.
Ya sé, el obispo no puede resolver por sí mismo las cosas; para eso están los estados "legales", las “fuerzas del orden”, los voluntarios, pero él podía y debía haber comenzado, pues se dice representante de Jesús, que decía: Los niños son los primeros en la Iglesia, de los niños es el reino de los Cielos, quien acoge a uno de esos niños a mí me acoge, quien destruye a uno de esos niños… sería mejor que se atara una piedra de molino al cuello y se echara a lo más hondo en las escolleras del mar de Ceuta (todo eso está en Mc 9-10, no hace falta citarlos.
Evidentemente, el obispo del lugar me puede replicar : “Y tú ¿Qué haces?”. Y tiene razón, quizá no hago, no hacemos, cada uno a sus negocios, como en la parábola de Mt 22: He comprado unos bueyes, tengo que labrar unos campos, he de cuidar de mi familia...
He pasado estos días comentando salmos antiguos y recogiendo notas y glosas de trabajos anteriores, pero no he tenido fuerzas para escribir sobre este tema. Sólo ahora, pasada ya la fiesta de Pentecostés, quiero hacerlo, desarrollando el argumento en dos momentos. El lector menos interesado en teología puede leer sólo el primero. El más interesado puede pasar hasta el segundo.
Primer argumento: Dios es perijóresis, “baile o danza de amor”: Cada persona camina hacia la otra, comparte la vida con otra, en comunión de amor. Sin ese camino de amor no hay Dios cristiano, Dios Trinidad. Los musulmanes no creen en la Trinidad pero creen que Dios es comunicación de vida, es solidaridad, es en el fondo “umma”… Por eso, ellos deben desarrollar desde su tradición monoteísta este motivo, partiendo en especial de los niños, de quienes se ocupaba en especial Muhammad.
Segundo argumento: La humanidad es perijóresis… No es lucha mutua, sino comunión de vida, es camino de encuentro, comunicación, que empieza por los niños, los ancianos, los desamparados, los excluidos… Sin esa comunicación de vida no hay Dios Musulmán, por mucho que se le dediquen falsamente mezquitas. Sin esa comunicación, sin acogida de los niños, no hay Dios cristiano, por muchos que existan catedrales en Ceuta los presidentes de USA juren por Dios y su Biblis
Relato más breve. Unas nociones sobre perijóresis
El término perijóresis, fijado por primera vez en la iglesia antigua por los Padres Capadocios (Basilio el Grande, Gregorio de Nisa y Gregorio Nacianceno y después por Juan Damasceno), está construido con dos palabras: una es peri (alrededor) y otra chôreô (danzar) y significar “intercambiar lugares”, “danzar en torno”. Eso indica que Dios no es sólo diá-logo o comunicación verbal (palabra compartida), sino que es comunión y comunicación vital, pues cada “persona” existe en la medida camina (avanza) hacia la otra y danza con ella, ocupando su lugar y habitando en ella.
Camino y danza son símbolos hermosos para hablar de Dios, son imágenes empleadas de maneras diversas, desde el Tao de China y las representaciones hindúes, donde Dios, los dioses, danzan y existen danzando, en gozo de amor que es principio de todas las cosas, hasta la experiencia israelita del camino de Dios que acompaña a los hombres, del Dios que se hace camino y encuentro de amor en Jesús de Nazaret.
‒ Perijôresis (περiχωρεsis) con omega (o larga) viene de jora (χωρa), que significa tierra o país, y tiene el sentido de “ir hacia adelante”, de avanzar, como si Dios fuera un despliegue lineal, como un tiempo y camino que se extiende hacia el futuro, en una línea más judía de búsqueda siempre nueva que nos dirige hacia aquello que sigue estando por delante.
En esa línea se ha venido interpretando la esperanza de futuro, el más allá siempre nuevo de la historia de Dios y de la vida de los hombres, tal como se expresa en el pensamiento bíblico (judío y cristiana), al entender la historia de Dios y de los hombres como apuesta de futuro (tiempo lineal o escatológico). Así lo ha puesto de relieve O. Cullmann (Cristo y el tiempo, Cristiandad, Madrid 2008; original de 1946).
‒ Perijoresis (περιχoρεô) con omicron (o breve o pequeña) viene de joros (χoρos), que es danza. No se trata de avanza, de cruzar un país y de ir hacia adelante, sino de moverse alrededor, esto es, de danzar, cambiando de lugar, pero manteniéndose siempre en el mismo espacio. En esta línea viene a interpretarse la visión más griega del tiempo como “eterno retorno”, una danza donde todo viene a ser siempre lo mismo, como han puesto de relieve las religiones del oriente, y como han destacado algunos estudiosos modernos de las religiones. Así lo ha puesto de relieve M. Eliade, El mito del Eterno Retorno, Alianza, Madrid 1999.
Estas palabras se aplican en teología a Dios, pero, al mismo tiempo, han de aplicarse a la vida humana. Somos personas y seres humanos en la medida en que venimos unos de los otros, y vamos unos a los otros, y nos aceptamos y amamos, y compartimos el camino de la vida. Allí donde nos enfrentamos por un tipo de riquezas egoístas, allí donde abandonamos y “vendemos” por dinero o país, por ideología o territorio, por capitalismo y otra cosa a unos niños como los de Ceuta estamos destruyendo nuestra humanidad.
Interpretación latina: cincumincessio y circuminsessio (caminar, asentarse).
Junto a esos dos matices griegos de la perijoresis (avanzar y danzar) podemos y debemos poner de relieve los dos momentos principales de la interpretación latina (occidental) del tema en la teología en la Edad Media. Ellos que recogen e interpretan de un modo muy preciso el sentido y los momentos básicos de la perijóresis trinitaria, intepretada como clave de la vida (de la relación) interhumana, en clave de camino y de cumplimiento:
‒ Cincumincessio (=caminar o avanzar en torno, cada uno hacia el otro), quizá en línea de danza, pero también en forma de itinerario. Cada persona existe en la medida en que "camina" (incedere) hacia la otra en proceso circular (circum) y en avance (local y personal). De esa forma, lo que solemos representar como triángulo trinitario (tres personas vinculadas desde sus ángulos respectivos, en la unidad del triangulo divino) puede y debe representarse como itinerario completo, siempre realizado. Dios es un camino (un baile incesante) en el que cada persona se dirige sin cesar a la otra, en donación completa.
Eso significa que en Dios hay un itinerario (circumicessio), que lleva del Padre al Hijo por el Espíritu y viceversa: Dios aparece así como camino bueno (logrado), que no se pierde en el vacío, ni se tiene que repetir en una especie de eterno retorno, siempre igual, nunca completo, sino que es un itinerario culminado. Por eso, los cristianos (en contra de otros que no se atreven a penetrar en el misterio de Dios) podemos decir y decimos que en Cristo hemos podido conocer el ser del Padre en cuanto Padre: hemos penetrado en su mismo itinerario de amor, que le lleva al Hijo y al Espíritu.
Esto es lo que debe suceder también en los seres humanos; así viene a expresarse el camino supremo: el que va de una persona a otra persona, de un ser humano a otro humano, hombre o mujer… Sólo existimos caminando unos hacia los otros. Es más fácil escalar el Himalaya que conocer de verdad de un hermano, llegando en respeto y amor al interior de su persona y dejando que ella pueda caminar a mi interior.
‒ Circuminsessio (=asentarse en torno, uno en otro). No caminamos para pasar (incedere), sino para quedarnos cada uno en el otro y con el otro (de sedere, sentarse uno en el otro, tener cada uno su centro y asiento en el otro). Cada persona sólo puede aposentarse y descansar (habitar) en otra persona, como diría San Juan de la Cruz: “Dejéme y olvideme, cesó todo y quedéme…”. Cada ser humano sólo puede “dejarse” y descansar (quedar para siempre) en otro ser humano. Esto es lo que pasa en la Trinidad. Cada persona no solo camina hacia otra, sino que habita en ella.
Por eso, desplegando el sentido de la perijóresis, decimos que Dios no es sólo un camino de unas personas a otras (circumincesio), sino que es encuentro de amor de unas a otras (circuminsessio), una especie de fiesta de gloria, pues cada persona descubre y posee (goza y despliega) su sentido y plenitud en la otra. El itinerario ha culminado: cada persona llega hasta la otra; se dan mutuamente, ambas comparten la vida, habitando una en la otra. Ésta es la verdad de nuestra vida humana: Si no vivimos en comunión de amor, si no bailamos en un corro en el que caben todos, los niños los primeros, si expulsamos en playas o mares a los niños y no los acogemos nos destruimos a nosotros mismos, por muy califas de Dios que nos creamos, muy obispos, muy cristianos o muy musulmanes.
Relato más extenso, teología y antropología de la perijóresis (X. Pikaza, Trinidad, Sígueme, Salamanca 2015, 460-466)
El tema trinitario de la perijóresis ha sido elaborado de un modo especial por Juan Damasceno (676-749)[1], el último de los grandes “padres” de la iglesia ortodoxa[2].
‒ La palabra “perijóresis” interpreta la relación trinitaria como una danza divina, de un modo filosófico, analógico y metafórico. En esta danza se mantiene la identidad de las personas (Padre, Hijo y Espíritu Santo), y las relaciones de cada una con las demás se caracterizan por un amor de in-habitación, que implica una reciprocidad e inter-penetración mutua, de carácter total, de manera que cada una es sólo en sí siendo en las otras (Jn 14, 10-11). El signo máximo de la Trinidad es esta danza divina de tres que se aman y se acogen de manera tan plena que cada una existe no sólo “con”, sino “en” las otras. La Trinidad aparece así como prototipo y modelo de comunión social perfecta.
‒ La perijóresis divina se abre por Jesús a los hombres, de manera que también ellos pueden formar y forman parte del baile/itinerario de amor de la Trinidad. Eso significa que formamos parte de proceso de Dios, encarnada en Jesús, en su vida y mensaje, en su muerte y su pascua, y en esa línea la “perijóresis” es la invitación que Dios ofrece a la humanidad, para que hombres y mujeres se sumen a su danza, en Jesús, por el Espíritu, vinculándonos unos a otros en amor, de manera que nos demos cuenta de la interconexión fundamental de todos. Ciertamente, Dios nos ha invitado a participar en esta danza divina, y nosotros debemos responderle, si queremos. Ése es el tema y tarea de la Iglesia: Invitar a los hombres y mujeres, para que formen parte de la danza Dios en Jesús (en la carne de la historia).
Vivimos según eso inmersos en el interior de la danza o movimiento de vida que Dios es en sí mismo y despliega en nosotros. Somos libres para decidir el grado de intimidad con el que queremos que Dios camine en (con) nosotros y el grado en que queremos que él dirija nuestro movimiento, en su doble sentido, circular y lineal. (a) Dios aparece así como amor-movimiento circular eterno, pero con tres personas (y no con dos signos circulares, como en Tao chino); en esa línea se pone de relieve el carácter eterno y litúrgico de la “danza” de Dios, tal como aparece en la “Trinidad angélica” de A. Roublev. (b) Pero, al mismo tiempo, esa “danza de Dios” se realiza en la historia, y se expresa en Jesús, de un modo que no es circular (pura eternidad), sino lineal, a lo largo del tiempo (creando así historia humana), por medio de Jesús.
La lectura de los textos de los últimos grandes Padres de la Iglesia oriental (Máximo el Confesor y Juan Damasceno) nos enseña a descubrir los pasos de esa danza de Dios, para que sepamos escuchar la música del Espíritu, de manera que, a medida que él va infundiendo su amor en nosotros, nuestras vidas puedan venir a convertirse en acontecimientos de gracia. Pero, al mismo tiempo, desde una lectura más honda del evangelio descubrimos que esa danza de Dios se realiza por Jesús en la historia y nosotros formamos parte de ella, en un movimiento que no es ya meramente circular, sino que se abre, en camino lineal, hacia la culminación escatológica del tiempo[3].
‒ Esta danza o perijóresis de la Trinidad ha de entenderse como una exégesis de la vida y persona de Jesús, tanto en su vinculación a Dios (en su relación con el Padre) como en su apertura hacia los hombres: en su mensaje de libertad y en el don pascual que el Espíritu ofrece a los creyentes. El Dios cristiano es comunión de amor que se expresa como don fundante (Jesús brota de Dios) y entrega personal (Jesús pone su vida en manos de Dios), culminada en la comunión del mismo Dios, en el encuentro de amor del Padre y del Hijo, que es el Espíritu, y que se realiza en la misma historia, tal como se centra en la pascua de Jesús.
‒La Trinidad es la hondura de Dios, que despliega y regala su misterio, por medio Espíritu, en la Iglesia, culminando así su “baile” en forma de comunicación activa y comunión de libertad abierta a todos los seres humanos, por Jesús, abriendo así la historia de Dios en nuestra historia. Dios es vida eterna compartida, y sólo por fundarse en él la iglesia puede ser experiencia de vida compartida: encuentro de hermanos que regalan y reciben (comunican) la existencia. El Dios encarnado en Jesús se revela y despliega en la iglesia (sin dejar de ser divino) como proceso que está, al mismo tiempo, culminado (en el baile eterno de Dios) y que se va realizando en la historia (por medio de Jesús, Dios despliega y realiza su baile de vida en los hombres, en la línea abierta de la historia).
Eso significa que Dios es, al mismo tiempo, círculo eterno (triangulo siempre en movimiento), y línea abierta de historia, que se abre por la pascua de Jesús hacia la pascua escatológica. Desde ese fondo podemos retomar los tres momentos constitutivos de la realidad de Dios como ousia (esencia fundante, Padre) que se entrega a sí misma y sólo existe al entregarse, dynamis (que se expresa en el mundo en forma humana, en Jesús Hijo) y energía que actúa eternamente y se ratifica como entelejeia o perfección cumplida (Espíritu Santo).
Todo Dios es un despliegue de amor personal, y sólo existe y puede concebirse en la medida en que se entrega a sí mismo, en generosidad plena, haciéndose historia y ofreciendo así su “baile” divino de amor en la vida de los hombres, tal como aparece en Jesús; Dios aparece así como amor compartido, comunión de vida. En esa línea podemos afirmar que cada persona existe en sí misma existiendo en la otra, en gesto de inhabitación o perikhóresis, que la tradición latina posterior ha precisado utilizando dos palabras:
‒ Cincumincessio (=caminar y avanzar en torno).Cada persona existe en la medida en que "transita" (incedere) hacia la otra en proceso circular (circum), que se abre sin cesar hacia el novum de Dios. De esa forma, lo que en un plano es círculo o triángulo trinitario (tres personas vinculadas desde sus ángulos respectivos, en la unidad de vida de Dios) puede y debe representarse como itinerario, un camino (un baile incesante) en el que cada persona se dirige sin cesar a la otra, buscando la plenitud en ella, para tender así juntos hacia el futuro pleno de Dios.
Éste es un itinerario circular (circumincessio), que lleva del Padre al Hijo por el Espíritu y viceversa, que se ha revelado por Cristo, pero un itinerario que va avanzando, que no se reduce a volver sobre sí (eterno retorno), sino que tiende hacia la plenitud pascual y escatológica de Jesucristo, hacia la culminación de su Reino. Por eso, los cristianos (en contra de otros creyentes que no se atreven a penetrar en el misterio) podemos decir que conocemos al Padre, por el Hijo, en el Espíritu, compartiendo su mismo itinerario de vida, formando así parte de su mismo camino, abierto hacia el futuro del Espíritu de Dios, que es el nuestro. Éste es el camino supremo: el que va de una persona otra persona, de un humano a otro humano, hombre o mujer… Sólo existimos caminando unos hacia los otros, en el Dios que es círculo de amor haciéndose camino hacia el futuro de sí mismo, prometido en la pascua de Jesús.
‒ Circuminsessio (=asentarse en torno, uno en otro).No caminamos para pasar, sino para quedarnos cada uno en y con otro (de sedere, sentarse). Una persona se asiente y descansa en otra persona, como supone Juan de la Cruz: “Dejéme y olvideme, cesó todo y quedéme…” (Noche Oscura 8). Un ser humano sólo puede “dejarse” y descansar (quedar para siempre) en otro ser humano. Esto es lo que sucede en la Trinidad. Cada persona no solo camina hacia otra persona, sino que habita en ella: existe en sí (tiene sentido, se realiza) en la medida en que sale fuera de sí, dando el ser a la otra, recibiendo el ser de ella. En otras palabras, cada persona "reina" (asienta su trono) al asentarse en otra persona, haciendo que la otra reine también con ella, avanzando, al mismo tiempo, juntos hacia el futuro pascual de Dios, revelado en Jesucristo.
Esta terminología de inhabitación dialogal (perijóresis) nos permite comprender el misterio de Diosy nos lleva a valorar mejor la comunión humana, entendida en forma de revelación trinitaria y de camino hacia la plenitud del Espíritu Santo, a través de la pascua de Cristo. En el principio y cumbre de todo lo que existe, Dios es un camino, un itinerario de entrega mutua, que culmina como encuentro de amor y vida compartida.
En esa línea, desplegando el sentido de la perijóresis, decimos que Dios no es sólo camino de unas personas a otras (circumincesio), sino itinerario y encuentro de amor de unas en otras (circuminsessio), una fiesta de gloria, pues cada persona descubre y posee (goza y despliega) su sentido y plenitud en otra persona, en la que se asienta, como en trono de vida, no para pararse sin para caminar juntos hacia el futuro de Dios.
Se trata de un itinerario en el que cada persona culmina su camino y descansa habitando en la otra. Según eso la Trinidad viene a presentarse para los cristianos como misterio de adoración comunitaria, experiencia de gloria, en el camino que lleva hacia la plenitud de Dios que se expresa en forma de plenitud de la historia humana. Ésta es una experiencia de fe, no una teoría que demostrarse. No es un enigma que deba resolverse con métodos de lógica o de ciencia, sino un misterio que hace pensar y cantar, en gozo inenarrable, de forma que camino de Dios sea nuestro camino.
Ésta es una experiencia de Dios, pero, al mismo tiempo, debemos afirmar que es una experiencia humana, pues el despliegue de la Trinidad se identifica con la misma pascua y plenitud de Cristo. No hay dos experiencias de Dios, una para sí, otra para los hombres. No existen dos leyes, una superior (propia de Dios) y otra inferior (de los hombres), sino una misma ley, una experiencia cristiana que debe entenderse desde la doble perspectiva:
‒ Todo lo que Jesús ha dicho y realizado es verdad para los hombres, pues él mismo es la vida hecha donación y entrega que se abre a la culminación de la comunidad divina (en el Espíritu). A ese nivel, la Trinidad es la hondura de conocimiento y experiencia que brota de la Cruz, de la vida interpretada como donación de sí, como regalo que se vuelve fuente de comunión para los hombres.
‒Al mismo tiempo, Jesús es la verdad de Dios, Logos fundante. Así le vemos como Hijo eterno del eterno Padre, Hijo que recibe la vida y que la entrega nuevamente, compartiéndola en el Espíritu. Es Hijo porque proviene del Padre en el Espíritu, naciendo de los humanos (misterio de la Navidad); es Hijo porque devuelve su propio ser al Padre en el Espíritu, dándolo a los hombres (misterio de Pascua).
No hay dos leyes una para Dios y otra para los humanos, no hay dos Trinidades, sino una sola verdad del evangelio (revelación de Dios) que es la verdad de la comunión divina, según la cual Dios se expresa en Cristo, haciéndose principio y espacio de realización/comunión para los hombres; Cristo se funda en Dios; ambos se unen, por siempre y para siempre, en la comunión del Espíritu. Según eso, la Trinidad es la expresión del gozo de Dios (no tiene obligación de crear ni encarnarse para ser divino) y la expresión del gozo humano: ya no tenemos que andar buscando nuestra identidad como "eternos errantes", como peregrinos siempre fracasados, sino que alcanzamos nuestra verdad y plenitud en el misterio trinitario. Allí donde Dios habita y comparte la vida allí encontramos nosotros nuestra verdad más honda[4].
Conclusión:
1.- En la perijóresis de Dios están incluidos de un modo especial los niños. Allí donde ellos dejan de ser el centro de la “danza universal” de Dios, de su proyecto de vida, se está la Umma musulmana, se está negando la Perijóresis cristiana.
2.- Los niños abandonados a su suerte en Ceuta, en una ciudad que se dice “cristiana”, con catedral y todo, en una ciudad con gran presencia musulmana, son un pecado mortal contra Dios…, contra el Dios de Jesús, contra el Dios de Muhammad. Evidentemente, no es pecado de ellos, sino de aquellos que les manipulan o no les abran caminos de vida en libertad, en esperanza universal, para todos los hombres y mujeres que forman la Umma o Perijóresis de Dios.
3.- Es necesario un pacto entre musulmanes y cristianos a favor de los niños de Marruecos y de España, de África y de Europa…. Los estados (incluidos el de Marruecos y el de España, con la UE y USA) buscan en principio sus intereses, por encima (y en contra) del Dios de los niños, de la Umma musulmana, de la Perijóresis cristiana. Una comunicación más honda, un trabajo en colaboración de cristianos y musulmanes resulta esencial para superar este pecado de Ceuta.
NOTAS
[1] Juan Damasceno fue monje y teólogo de la Iglesia de Oriente. Se le considera el último de los Padres de la Iglesia Griega y recoge la gran tradición patrística anterior, tras la conquista musulmana de Damasco y de Jerusalén. Obras en PG 80. En castellano: Homilías cristológicas y marianas, Madrid, 1996; Exposición de la fe, Madrid 2003. Cf. también K.-H. Uthemann, «Johannes von Damaskos», BBK III (1992) 331-336; J. P. Torrebiarte, El Concepto de Perijoresis en la Expositio fidei de San Juan Damasceno, en Excerpta ex dissertationibus in Sacra Teología, Universidad de Navarra XLIV (2003) 9-72.
[2] La palabra perijóresis, de origen griego, está construida con dos términos: peri (alrededor) y chôreô (danzar), y significa “intercambiar lugares”, “bailar en torno”. Según eso, Dios no es sólo diá-logo (comunicación verbal, palabra compartida), sino comunión-comunicación integral: cada persona existe solamente en la medida en que camina (avanza) hacia la otra, ocupando su lugar y habitando en ella.
[3] Cf. G. O’Collins, The Tripersonal God: Understanding and Interpreting the Trinity, New York 1999, 132).
[4] Cf. S. del Cura, Perijóresis, en X. Pikaza y N. Silanes, El Dios Cristiano. Diccionario teológico, Salamanca 1992, 1086-1094; A. Deneffe, “Perichoresis, circumincessio, circuminssesio”: ZKT 47 (1923)497-532; L. Prestige, Dios en el pensamiento de los Padre, Salamanca 1977, 281-297.