14.12.2021 San Juan de la Cruz (1542-1591)
Teólogo y místico católico español, de la Orden del Carmen Descalzo. Nació, en Fontiveros. Ávila, y Salamanca y acompañó a Teresa de Jesús en la reforma del Carmelo, ocupando cargos de responsabilidad. Había estudiado humanidades en el Colegio de la Compañía de Jesús de Medina del Campo y Teología en la Universidad de Salamanca. Por su experiencia personal, expresada en una intensa obra poética y en comentarios de tipo teológico, es quizá el mayor poeta y testigo del amor cristiano en la tradición de occidente.
En su vida y obra confluyen diversas tendencias. Su pensamiento tiene un fondo bíblico judío, de manera que puede aparecer como un comentario al Cantar de los Cantares; algunos de sus elementos se inspiran en la tradición platónica, tal como ha sido recreada por los renacentistas italianos e hispanos de los siglos XV y XVI; pero, en un sentido estricto, es un contemplativo cristiano, alguien que ha traducido la experiencia de la encarnación y la pasión del Dios en Cristo en símbolos de amor. Muchos piensan que Juan de la Cruz (=SJC) es el mayor de todos los pensadores cristianos de la Edad Moderno. Por eso quiero dedicarle unas páginas generales tomadas de Diccionario pensadores cristianos (donde su figura aparece en Linea 4, 2º izda); he desarrollado extensamente su pensamiento en Amor de Hombre y en Ejercicio de amor
| X.Pikaza
Vida y obra.
Nace en 1542, Fontiveros (Avila) y queda pronto huérfano de padre. Su madre, tejedora de oficio, sin protección familiar ni dinero, busca trabajo en Arévalo (1548) y Medina del Campo (1551), rica ciudad de Castilla. Así conoce la estrechez y pobreza rigurosa de los pobres de su tiempo. Del 1559 al 1563 trabaja en el hospital de infecciosos (de enfermedades venéreas) de Medina, entrando así en contacto con la miseria y dureza de la vida. Al mismo tiempo cursa humanidades en el Colegio de la Compañía de Jesús, uno de los centros más prestigiosos de cultura humanista y literaria de su tiempo. Conoce a los clásicos latinos, se familiariza con la poesía renacentista.
El año 1963, ingresa en la Orden de los Carmelitas, en Medina (1963), con el nombre de Juan de San Matías. Estudia en la Universidad de Salamanca, donde es delegado de estudiantes, interesándose por la espiritualidad y teología bíblica más que por la escolástica. Abandona la Universidad sin acabar los estudios. Se ordena presbítero (1567) y encuentra a → Teresa de Jesús, aceptando su Reforma de la Orden del Carmen, para iniciar así la nueva rama de los Carmelitas Descalzo, el año1568, en Duruelo y Mancera, dos lugares apartados, junto a Peñaranda (Salamanca), siendo después maestro de novicios y rector en Alcalá de Henares.
De 1572 a 1577 es Confesor del Monasterio de la Encarnación de Ávila, donde Teresa de Jesús es superiora. Realiza una intensa función de maestro y director espiritual, especialmente de religiosas. El año 1577, acusado de falta de obediencia contra la Orden de los Carmelitas (Calzados) y contra la Iglesia, es recluido en una cárcel conventual de Toledo, de donde se evade a los ocho meses. Vive allí sus más hondas experiencias de amor en soledad y las recoge en sus poemas, especialmente en el Cántico Espiritual, que expresan su madurez personal y le permiten realizar su tarea de maestro de almas.Se escapa de la cárcel y del año 1578 al 1590 ejerce, como Prior o Rector de los conventos de Jaén, Baeza, Granada y Segovia y como Definidor de los Descalzos, viajando por las dos castillas, Andalucía y Portugal. Comenta sus poemas y escribe tres libros de iniciación y dirección espiritual, que después indicaré.
Culminada básicamente su producción literaria en 1586, tras haber realizado una obra muy intensa de dirección espiritual y de organización de la Reforma del Carmelo, SJC cae en desgracia ante las nuevas autoridades de la Orden, siendo relegado por los superiores, que quieren apartarle de los centros de influjo, destinándole para la fundación de México. Pero no logra embarcar, pues muere antes en Úbeda (Jaén), el 14 de diciembre de 1591, a los 49 años, pidiendo que le lean en su lecho de muerte Cantar de los Cantares.
Los libros de SJC nacieron de su experiencia personal y de su contacto con personas a quienes dirigía y, en general, aparecen como un comentario de sus versos. Había escrito y divulgado también otros poemas significativos, por su contenido teológico o espiritual (Romance de la Trinidad, El Pastorcico, La Fonte, Super Flumina Babylonis); pero sólo comentó por extenso tres de ellos, porque le parecían más significativos o porque así se lo pidieron las personas de su entorno: a. La Subida y La Noche empiezan siendo comentarios paralelos de las ocho estrofas del poema En una noche oscura, / con ansias, en amores inflamada... Pero en un caso y en otro, SJC olvida pronto los versos y escribe de hecho un tratado (en dos partes o dos libros) sobre el proceso de purificación de aquellos que quieren encontrar a Dios, esto es, ascender (ser elevados) hasta su presencia. b. El Cántico Espiritual comenta las 39 (CA) o las 40 (CB) estrofas del poema del mismo nombre, donde SJC ofrece una versión nueva del Cantar de los Cantares de la Biblia, en la que se expresa como poeta y analista, creador y hermeneuta del amor enamorado. Siguen influyendo en esta obra las negaciones de Subida y Noche, pero ellas son ahora un presupuesto o medio. Lo que importa es el encuentro de amor. c. La Llama de Amor Viva, que expone y comenta cuatro canciones que empiezan Oh llama de amor viva, / que tiernamente hieres..., es la obra teológicamente más honda de SJC y en ella muestra que al fin sólo importa y queda Dios, como fuego interior que consume y consuma la vida de los hombres. Desaparecen las restantes referencias: no hacen falta purificaciones ni caminos largos. El fuego de Dios lo llena todo.
Éstos son los libros. Parecen escritos al azar y, sin embargo, ofrecen una poderosa visión de conjunto de la experiencia de un hombre que ha descubierto y cultivado el amor de Dios en la experiencia del amor humano. SJC es poeta de ese amor. Pero, siendo poeta, es también hermeneuta: no sólo dice y despliega en amor su experiencia, sino que la interpreta, desde su visión del cristianismo (de la Biblia) y la cultura de su tiempo.SJC vive en una época de crisis humana y religiosa, al interior de la gran aventura imperial y colonial de la corona española. Pero esa aventura no le importa, ni tampoco las luchas de católicos contra protestantes en Europa, ni la gloria externa de la Iglesia católica. Sólo le importa una cosa: que hombres y mujeres aprendan a querer a Dios y que se quieran.
Ciencia de amor: Dios y los hombres.
Este SJC, cantor supremo del amor en occidente, fue un castellano del siglo XVI pero sus versos pueden comentarse desde la perspectiva más amplia de la cultura moderna, que más que amor ha buscado poder y dinero, poniendo de esa forma en riesgo la hondura y verdad de la existencia humana. SJC fue poeta y así expresó su amor en versos, como testigo de una experiencia intensa de iluminación y unidad afectiva que le vincula con una determinada tradición religiosa y antropológica (Cantar de los Cantares, neoplatonismo...). Pero, al mismo tiempo, fue un teórico (un teólogo) y escribió los comentaros a sus versos, situándolos también en el trasfondo de la filosofía y teología de su tiempo.
SJC ha evocado a Dios con experiencia y cantos de amor humano. No demuestra su existencia, ni define su esencia con argumentos. No razona ni arguye, hace algo previo y más hondo: avanza en el camino del amor, para cantarlo con palabra y melodía emocionada, ofreciendo a quienes quieran escucharle el más sincero y bello testimonio de su propio recorrido. Así proclama su amor a Dios con versos y razones de dos enamorados, que descubren y recrean el camino de la naturaleza y de la historia, como si en ellos y por ellos viniera a sustentarse (y se sustenta) el universo.
Mirados en una línea abstracta, en perspectiva de naturaleza, los dos amores (divino y humano) podrían separarse, de manera que lo atribuido a uno debería sustraerse al otro, conforme a una ley de oposiciones. Pero, en un plano concreto, de encuentro personal, los dos amores se identifican, de forma que no se puede hablar de dos realidades separadas, sino de un mismo y único despliegue afectivo, de un itinerario de búsqueda, entrega y comunión en Cristo, gran enamorado (Amado y Amante, según las perspectivas), que es el primer protagonista del Cántico.
Por eso, en su raíz, no existen dos amores sino un amor profundo donde se encuentran y vinculan (identifican) Dios y el hombre, sin dejar de ser distintos. 1. Siendo amor en sí, Dios integra y ama a los hombres en su mismo amor divino (paterno), por Jesús, el Cristo, a quien en esa perspectiva se suele llamar Hijo, siendo, al mismo tiempo, Amado. 2. Amando a Dios, su Realidad más honda, los hombres han de amarse unos a otros, de tal forma que compartan así la Realidad divina, en su misma comunicación y acogida personal (en el Espíritu divino). Jesús es “hombre y Dios al mismo tiempo”, una única persona, no por suma de elementos sino por unificación y encuentro enamorado.
Amor y vida humana.
SJC no ha sido un filósofo profesional, sino un testigo del amor humano, que se sitúa y nos sitúa en el comienzo de la modernidad, en el camino que va del Renacimiento a la Ilustración. Por eso podemos concederle un lugar entre los forjadores teóricos de esa modernidad (Descartes y Hegel, Kant y Nietzsche), que ha desembocado en el sistema de teoría y acción que hoy omina sobre el mundo.
SJC estuvo inmerso en una cultura y una época pasada, de la que nos sentimos, en parte, separados, pues vivió y murió antes de la gran revolución intelectual y social, que ha desembocado en nuestro sistema neo-liberal y capitalista. Pero, al mismo tiempo, él es nuestro contemporáneo, uno de esos hombres que han marcado y seguirán marcando nuestra historia por situarse en el cruce de los grandes caminos de la vida, allí donde empezaban a expresarse ya los rasgos de la modernidad racionalista, capaz de conquistar el mundo, pero huérfana de amor y comunión personal. En ese fondo emerge él, como testigo y portador de una experiencia universal, que se expresa en aquellos que, fundándose en Jesús, vinculan la mística de unión con Dios y el ejercicio del amor enamorado. Fue un hombre des-mesurado en el sentido radical de la palabra, tanto en sus negaciones (por su rechazo de una racionalidad discursiva que pretende conocerlo y dominarlo todo) como en sus afirmaciones (por su búsqueda de amor ilimitado). Pero superando las medidas ordinarias, él ha podido revelarnos la más honda medida del amor cristiano, llevándonos más allá de una racionalidad discursiva y dominadora, instrumental y egoísta, que nos acabaría destruyendo, para situarnos ante el Dios de ls Vida que es amor.
Ciertamente, el camino enamorado del Cántico de SJC no es el producto de ningún proceso político o moral, ni siquiera religioso (en el plano institucional), sino una revelación originaria de la Realidad más honda, esto es, del mismo ser divino. En ese sentido decimos que pertenece al Ser originario, que es Salud-salvación, no al nivel de los entes objetivos, que pueden organizarse de un modo instrumental. Desde ese fondo empezaremos hablando de los dos niveles de ese amor salvador, que es intimidad con Dios y es comunión interhumana.
Dos amores, un Amor de fondo. Enamoramiento interhumano.
El Cántico de amor se mueve básicamente en dos niveles o registros: a. el registro del amor humano entre dos enamorados; b. el nivel del amor enamorado del hombre (= alma) hacia Dios. Los dos planos se implican, como en la encarnación de Cristo, de tal manera que todo en ese amor es divino, siendo todo humano. El mismo proceso de enamoramiento de dos hombres presenta, según eso, un carácter mesiánico y escatológico, viniendo a presentarse como revelación de amor divino, principio fundador y meta de toda realidad. Así hablamos de enamoramiento humano y de intimidad divina. Este es el principio de toda alternativa cristiana: sin amor de Dios y/o enamoramiento personal, hombres y mujeres corren el riesgo de volverse máquinas de un sistema de producción y consumo, destruyéndose a sí mismos. El amor humano de dos enamorados constituye el registro de base en el que se mueve el Cántico en cuanto poema, que asume y recrea de algún modo los cantos de amor de la historia de la humanidad (desde la perspectiva de occidente), tal como culminan de algún modo en el Cantar de los Cantares de la Biblia. En ese mismo plano de erotismo radical, enamorado, se sigue moviendo el poema de la Noche. Éste es el registro de la palabra poética inmediata, en el nivel del simbolismo fundador. El amor entre un hombre y una mujer, como historia de búsqueda, encuentro y culminación dramática, constituye el símbolo básico del Ser, el Primer Pensamiento, no como algo separado, sino como una condensación del proceso cósmico, resumen y compendio de la historia humana en la que viene a revelarse el mismo Dios.
Los primeros griegos buscaron el ser en la physis, esto es, en el despliegue del proceso de la naturaleza, Descartes lo buscó en el pensamiento, Kant en el imperativo, Nietzsche en la voluntad de poder... Pues bien, SJC supone que Ser es amor, de manera que el Ser absoluto o divino se manifiesta y revela (o se encarna) de un modo privilegiado en el proceso de revelación y búsqueda, de encuentro y pacificación de dos enamorados, que recorren de manera apasionada, en libertad, el despliegue de su ser en lo divino, apareciendo así como señal de Dios cuando se aman, de manera que ese amor es su primer pensamiento. Formulada desde el punto de vista teológico, ésta es una revelación espiritual (pneumatológica), pues aquí el signo de Dios no es un hombre individual (como se suele decir de Jesús), sino el encuentro de dos personas, amante y amado (tal como se suele afirmar del Espíritu Santo en cuanto amor mutuo).
Éste es un amor que se expresa en todos los planos de la unión de pareja, desde la atracción física hasta la amistad personal, desde el erotismo más intenso hasta la ternura que pudiéramos llamar inmaterial, de manera que podemos y debemos vincularlo con el mismo proceso cósmico (primer mundo) y con las experiencias culturales (segundo mundo). Éste es el amor de la existencia compartida, del buscarse y gustarse en común (¡Gocémonos Amado!: CB 36), que define al hombre/mujer como aquel viviente peculiar que sólo que existe en sí existiendo en otro, de tal forma que "uno sólo no es ninguno" y que ser en forma aislada significaría "no ser" (en el nivel humano). Éste es un amor frágil, envuelto en las incertidumbres de un proceso que puede quebrarse, un amor amenazado por los desencuentros y los celos, por los egoísmos y las enfermedades, por la vejez y por el miedo de la muerte. Pero, al mismo tiempo, es un amor muy fuerte, la revelación más honda del ser como historia de dos personas (normalmente de distinto sexo, pero también de un mismo sexo) que "son" cada una al encontrarse, que se encuentran al perderse una en la otra, que se tienen cuando dejan de tenerse.
Éste es el ser de la pura gratuidad, que emerge allí donde se transciende no sólo el objetivismo de las cosas, sino el subjetivismo de un sujeto pensante como el cartesiano o del sujeto agente como el kantiano, que en el fondo sólo se ocupan de sí mismos, de un modo "egótico". En esta gratuidad de la experiencia enamorada, tal como se realiza en un tiempo y un espacio limitados, entre dos seres bien frágiles, cuya fragancia de amor parece marchitarse en unos días (unos breves años), se expresa todo el misterio de la realidad, se manifiesta el mismo ser divino. Así lo supone y cuenta SJC en todo el Cántico.Este amor vale por sí mismo, vinculando a los amantes del Cantar, que se encuentran y gozan porque ese es el destino que Dios, el Ser originario, les ha trazado, pero no para quedarse él fuera, sino para ser divino en ellos. Por eso, en principio, estos amantes no tienen que pedir ningún permiso externo, ninguna aprobación social o eclesiástica, no tienen que validar su amor ante ninguna institución externa. Ellos mismos son sacramento de Dios desde su entraña más honda, en su proceso de revelación, en su camino de encuentro, haciéndose pensamiento uno del otro al amarse. Ellos, en su dualidad, son el mismo Ser de Dios hecho proceso concreto de creatividad gratuita al entregarse uno al otro y hallarse así en la entrega.
Los “físicos” buscan la entraña y ley de la realidad en los grandes procesos del cosmos. Los hombres del sistema confían sólo en el despliegue de las instituciones que constituyen el todo (al servicio de sus privilegiados). Unos y otros, físicos y poderosos del sistema económico, social (o incluso religioso) desconfían del amor enamorado, tratándolo de hecho como un residuo marginal, privado. Pues bien, en contra de eso, SJC ha descubierto y cantado el encuentro de dos enamorados como esencia y sentido de la realidad humana. Ésta es su alternativa: si los hombres y mujeres siguen siendo capaces de enamorarse seguirá existiendo vida humana, pues cuando se aman de esa forma viene a revelarse el mismo Dios, nace en su verdad más radical el universo. Si los hombres dejaran de amarse el mundo acabaría destruido por su propio terror o por la imposición del sistema.
Intimidad divina: alma y Dios. El amor de dos seres humanos aparece desde antiguo como símbolo y presencia del amor de Dios. Este descubrimiento puede evocarse desde dos perspectivas, una descendente (Dios se revela en el amor humano) y otra ascendente (el amor humano se abre a lo divino). Para situar mejor el tema empleamos un esquema de encarnación (dualidad de naturalezas y unión personal). a. Revelación de Amor. Plano descendente. Dios nos ha hablado de muchas maneras, a través de los profetas, desde los tiempos más antiguos (cf. Heb 1, 1-3). Pues bien, ese mismo Dios a quien los cristianos descubrimos por Jesús, viene a revelarse en plenitud (por Cristo, en el Espíritu) allí donde, en cualquier lugar que fuere, un hombre y una mujer (dos seres humanos, en cuanto personas) se encuentran y aman, se reciben y entregan en gratuidad y gozo enamorado. Por eso, el amor enamorado constituye por sí mismo (no por una institución matrimonial añadida, de tipo jurídico) un sacramento de Dios, no sólo entre cristianos (que lo saben y dicen), sino en todos los hombres y mujeres que se aman, de cualquier religión que fueren. b. Apertura de amor. Ascenso divino. Permaneciendo firme lo anterior, en un momento determinado, un hombre o una mujer puede proyectar hacia Dios (o descubrir en Dios) el principio y camino del amor enamorado, invocándole como el "Tú" central, el gran Amado. De esa forma se silencia un poco (sin negarse nunca) el plano más horizontal (de encuentro interhumano) y se acentúa el vertical (amor de un hombre a Dios). Esta vinculación de amores ha sido ratificada, siguiendo una intensa tradición judía, por el evangelio de Jesús cuando vincula de manera inseparable amor a Dios y amor al prójimo (cf. Mc 12, 28-34). Desde esa perspectiva se puede y debe destacar el momento del amor divino (del alma y Dios), pero si con ello se negara o silenciara el amor humano (enamoramiento horizontal) se perdería y negaría también el amor divino.
Esta apertura-amor del ser humano (SJC dice alma) hacia Dios puede interpretarse como una condensación simbólica del excedente afectivo de la vida. Ningún afecto de enamoramiento interhumano logra responder a todas las preguntas de la vida, no hay encuentro de mundo que aquiete todo el pensamiento y pacifique todo el corazón y colme toda la sed de trascendencia de las personas. Por eso, desde tiempo antiguo, no sólo dentro de la tradición bíblica y musulmana (como en el sufismo), sino en diversas visiones orientales (en algunas formas de hinduismo), muchos hombres y mujeres han visto que en el fondo de todo gran amor humano viene a revelarse Dios como el Amado. Desde ese convencimiento, ellos han podido descubrir la realidad más honda de la vida humana como proceso de enamoramiento con Dios.
En principio, este amor del hombre y Dios puede y debe vincularse al anterior, pues sólo la experiencia de enamoramiento inter-humano ha podido despertar la sed de amor divino (y viceversa). Si no hubiera amor humano, si no existiera la emoción temblorosa y creadora del encuentro de dos personas (hombre, mujer), no podríamos hablar del Dios-amor, ni presentar el enamoramiento como revelación de lo divino.
De todas formas, una vez que han recorrido el camino, después de haber vislumbrado en la base del amor humano el brillo emocionado del amor divino, muchos hombres (y mujeres) han llegado a pensar que ambos amores son opuestos y excluyentes. Lógicamente, pensando que así potenciaban mejor el amor de Dios, algunos "amantes" religiosos han sido célibes, tanto en el budismo como en una tradición cristiana que, a veces, se ha fundado más en un tipo de neoplatonismo contrario a la "carne" que en la Biblia (en el Cantar de los Cantares y en el evangelio).
En contra de ese riesgo, pensamos que el significante básico (enamoramiento interhumano) debe vincularse siempre al significado teológico (amor divino) y viceversa; un amor divino desligado de su principio y base (amor humano) corre el riego de diluirse en una fantasía gnóstica; y un amor humano sin exceso de trascendencia corre el riesgo de secarse en la lucha y muerte de la historia. Por eso hemos dicho que el amor divino puede presentarse como expresión de la excedencia significativa del amor humano, recibiendo un nivel de autonomía y operando con cierra independencia, pero sin separarse nunca del amor humano. Por otra parte, el amor humano se encuentra siempre potencialmente abierto a un nivel de trascendencia.
Éste es el nivel privilegiado donde, a partir de una larga tradición cristiana que concuerda con aquella que habían elaborado ya muchos judíos (especialmente en la Cábala), se sitúa el comentario en prosa que el mismo SJC ha realizado de los poemas de su Cántico. La amante es alma, el Amado es Dios. Pero ahora el despliegue de este amor entre el hombre y Dios se interpreta como experiencia interior e intimista, que parece más propia de ermitaños divinos o eremitas que de hombres casados. En esa línea, los lectores privilegiados del comentario del Cántico (no del Cántico en sí) serían sobre todo monjas de clausura y personas separadas de todos los afanes y tareas del mundo. La realidad social, las instituciones de la iglesia podrían tomarse como secundarias. Cada persona enamorada de Dios formaría una isla de interioridad esponsal, como si el mundo no existiera para ella. Pero nosotros hemos querido poner de relieve que esa alternativa del amor enamorado (divino y humano) se abre y expresa en el campo de otros amores, trasformando de esa forma la existencia humana. Pero con eso entramos ya en los temas siguientes.
Trinidad y Encarnación, todo es amor. Los elementos anteriores, que se pueden expresar de un modo universal (abierto al diálogo de aquellas culturas y religiones que han puesto de relieve la importancia del amor), tienden a concretarse y se concretan para SJC en la experiencia cristiana, que se concreta en los dos signos básicos de la Trinidad y de la Encarnación. a. En su punto de partida está el misterio de la Trinidad, entendida como encuentro de amor del Padre y del Hijo (Amado y Amante) en el Espíritu (que es el mismo Amor). Así lo ha puesto de relieve SJC en su Romance de la Trinidad, que es el poema del Dios amor. «Como Amado en el Amante / uno en otro residía. / Y aquese Amor que los une / en lo mismo convenía / con el uno y con el otro / en igualdad y valía. /Tres personas y un Amado / entre todos tres había. / Y un Amor en todas ellas / un Amante las hacía. /Y el Amado es el Amante / en que cada cual vivía, / Que el ser que los tres poseen /cada cual le poseía» (Romance 21-34). b. La encarnación es una experiencia y despliegue de amor. El ser de Dios es amor, unión de Amado y Amante, en reciprocidad completa, que brota del Padre y se expresa en el Hijo, para tornar nuevamente al Padre. En ese contexto, las dos experiencias más significativas (de padres/hijos y amantes) se acaban identificando: Dios es comunión engendradora (Amor de Padre-Hijo), siendo encuentro dual (Amor de Esposo-Esposa). Desde ese fondo se entiende la encarnación del Hijo de Dios, expresada de de un modo esponsal. Dios no se encarna para reparar algún mal, en línea de expiación, sino para ser plenamente aquello que él es, fuente de amor. «Una esposa que te ame / mi Hijo darte quería, /que por tu valor merezca / tener nuestra compañía. /Y comer pan a una mesa / de el mismo que yo comía» (Romance 77-81). Para desposarse con su esposa humana, el Hijo de Dios tiene que encarnarse y nacer entre los hombres: “Así como desposado / de su tálamo salía, / abrazado con su esposa, / que en sus brazos la traía” (Romance 289-291).
Ciertamente, en un nivel, la cruz de Jesús puede entenderse como resultado de un conflicto social (o como sacrificio expiatorio del Hijo de Dios, que aplacaría la justicia de su Padre, como ha destacado cierta teología → Anselmo); pero desde la perspectiva de SJC la misma muerte de Jesús forma parte de su despliegue de amor, de su entrega total en manos del don de la vida. La muerte de Jesús no es una consecuencia de la ira de Dios, ni un castigo impuesto para expiación sobre su Hijo, sino experiencia radical de amor. Jesús no ha venido al mundo para imponer su ley a la fuerza, sino para vivir en forma humana el mismo amor divino, que es generosidad originaria, donación gozosa, entrega plena. Jesús no ha muerto simplemente porque unos hombres le han matado, sino por entrega de amor, como destaca el poema del Pastorcito crucificado. Así llora y sufre en la cruz porque los hombres le han rechazado: « Que sólo de pensar que está olvidado / de su bella pastora, con gran pena / se deja maltratar en tierra ajena, / el pecho de amor muy lastimado» (Un pastorcico 3). Dios es amor y así, por amor, muere Jesús, porque los hombres (que son su verdadera esposa) no responden a la llamada de su amor divino.
La trama del Cántico Espiritual. Una nueva ontología personalista. Desde los rasgos anteriores, retomando de una forma genial los motivos del Cantar de los Cantares, ha escrito y comentado Juan de la Cruz uno de los poemas de amor más importantes de la historia de occidente, vinculando de modo inseparable a Dios y al hombre. Éste es el tema del Cántico Espiritual, obra cumbre del pensamiento cristiana. Éstos son sus elementos y componentes fundamentales. a.Dios es amor enamorado, que existe en sí viviendo fuera de sí, en un «fuera» que no es exterioridad sino interioridad compartida. La Cábala judía había supuesto que Dios se retiraba, suscitando en su interior un tipo de vacío, para que pudiera surgir de esa manera el mundo, la historia de los hombres. En contra de eso, con la tradición cristiana, San Juan de la Cruz supone que Dios es amor enamorado y que de esa forma se abre hacia el Amado, no para perderse allí, sino para desplegar en el tiempo de los hombres su historia de amor eterno, es decir, la Trinidad. b.Existiendo en Dios, el ser humano es también un despliegue personal de amor. No nace por ley, ni por capricho de Dios o de los dioses, ni por fatalidad, sino como esposa o dialogante de amor del mismo Hijo Divino (hijo del Dios enamorado), a quien su Padre dice: "una esposa que te ame, mi Hijo darte quería, que por tu valor merezca tener nuestra compañía..." (Romance 77-78). Así brota el ser humano, inmerso en la misma relación de amor de Dios. Brota en un espacio de finitud, dentro del tiempo que pasa y que tiende a perderse. Pero, en otra perspectiva, brota al interior del ser divino, como alguien que puede ser "Dios en el tiempo" (alguien diría "un dios pequeño"), por encima de todos los posibles esquemas de una ley que le dice y le marca su realidad desde fuera.
Al situarse en esta perspectiva, San Juan de la Cruz ha superado una ontología de la sustancia (plano griego), lo mismo que una filosofía moderna del pensamiento y de la voluntad, para presentar al hombre, desde una perspectiva metafísica, como relación de amor, un viviente que sólo existe y se mantiene en la medida que se entrega y relaciona, desde y con los otros, vinculando de esa forma esencia y existencia, ser y hacerse, intimidad y encuentro interhumano. Sólo al interior del Dios enamorado podemos hablar de un amor de hombre pues el hombre no existe encerrándose en sí mismo (como sujeto de posibles accidentes), sino sólo recibiendo el ser de otros y abriéndose a ellos, viviendo así en la entraña del mismo ser divino (que es relación de amor, encuentro de personas). Más que animal racional o constructor de utensilios, pastor del ser o soledad originaria, el hombre es auto-presencia relacional, ser que se descubre en manos de sí mismo al entregarse a los demás, en gesto enamorado de creatividad y vida compartida.
El ser humano sólo existe de verdad (sobre la naturaleza cósmica, desbordando el sistema social) en la medida en que entrega y/o regala su vida, compartiendo su misma realidad con otros hombres. Así podemos decir que es lo más frágil: no es una "cosa" objetiva, independiente de lo que ella sabe y hace, sino presencia amorosa. Pero, siendo lo más frágil, el hombre es lo más fuerte: es presencia en relación, pensamiento dialogado. Así pasamos de la «ontología de la sustancia», propia de un mundo en el que Dios se identifica en el fondo con el Todo, a una metafísica del amor, es decir, de la relación y la presencia mutua. No hay primero persona y después relación de amor, pues el hombre sólo es presencia (auto-presencia, ser en sí) en la medida en que es relaciona, de tal manera que se conoce conociendo a otros (desde otros), desde el Ser que es Dios, a quien descubre como trascendencia amorosa.
Ser supremo. Los elementos del amor.No existe primero el ser propio y después la alteridad, porque en el principio de mi ser (del ser de cada uno) se expresa el ser de Dios que es alteridad y presencia radical de amor (que se nos revela a través de los demás). De esa manera, existiendo en Dios, siendo presencia suya, también nosotros somos presencia relacional. Eso significa que no podemos crearnos de un modo individualista, para ser dueños de nuestra vida por aislado, en gesto posesivo, como sujetos absolutos. Existiendo en el amor que es Dos, los hombres no somos ni sujetos ni objetos separados, sino presencia relacional. Eso significa que somos por amor, porque nos han mirado y llamado a la vida. Así puedo decir «soy» porque alguien me ha dicho que sea. En el punto de partida de la vida humana no está el «yo pienso» (Descartes), ni el «yo actúo» (Kant), sino la palabra más honda de aquel que me dice ¡Vive, tú eres mi hijo, eres mi amigo, siento tú mismo! Sólo tengo acceso a mi propia identidad como un 'yo' en la medida en que existo (alcanzo mi propia identidad) al interior del Dios enamorado, es decir, al interior de Aquél que me llama y me ama. No existo como sustancia independiente, sino como destinatario de una relación de amor. Soy porque me han llamado.
En ese fondo, San Juan de la Cruz ha elaborado implícitamente una "fenomenología del enamoramiento creador", destacando el gozo y tarea de la vida compartida, como algo que desborda el nivel de la ley donde nos sitúan los sistemas legales del mundo. Para el sistema no existe un verdadero tú, ni un yo en sentido estricto. Tampoco existimos nosotros en cuanto personas, portadoras de un amor compartido. El sistema sólo conoce estructuras y leyes intercambiables, al servicio de los intereses del conjunto. Por el contrario, la vida humana es siempre encuentro concreto de personas.
Cada ser humano se deja liberar de la nada (nace a la vida humana) por el don del otro, de tal forma que podemos afirmar que el hombre no es ya naturaleza, sino gracia (un ser sobrenatural); tampoco es cultura, simple momento de un sistema económico-social, sino acontecimiento de amor, encuentro personal. Desde ese fondo se puede presentar la gran alternativa: o el hombre vive en diálogo de amor con los demás, en un nivel donde la vida es gracia (regalo) o se destruye a sí misma. Este proceso de liberación o surgimiento hace que la vida humana deba interpretarse como regalo.
Desde las observaciones anteriores se entiende y puede interpretarse el Cántico Espiritual de san Juan de la Cruz, que ofrece una de las fenomenologías de amor más perfectas de occidente, una obra que habría que comentar estrofa por estrofa, verso a verso. A modo de ejemplo citamos las palabras que dicen: “Mira que la dolencia de amor, que no se cura sino con la presencia y la figura» (Cántico Espiritual 11). A partir de esa estrofa ha desarrollado san Juan de la Cruz una preciosa reflexión sobre el amor y la salud.
«La causa por que la enfermedad de amor no tiene otra cura, sino la presencia y figura del Amado, como aquí dice, es porque la dolencia de amor, así como es diferente de las demás enfermedades, su medicina es también diferente. Porque en las demás enfermedades – para seguir buena filosofía – cúranse los contrarios con contrarios; mas el amor no se cura sino con cosas conformes al amor. La razón es porque la salud del alma es el amor de Dios, y así, cuando no tiene cumplido amor, (el alma) no tiene cumplida salud, y por eso está enferma. Porque la enfermedad no es otra cosa, sino falta de salud, de manera que cuando ningún grado de amor tiene el alma, está muerta; más cuando tiene algún grado de amor de Dios, por mínimo que sea, ya está viva, pero está muy debilitada y enferma por el poco amor que tiene; pero cuanto más amor se le fuere aumentando, más salud tendrá, y cuando tuviere perfecto amor, será su salud cumplida» (Comentario al Cántico B, 11).
Dios, la realidad suprema. El hombre divinizado.
SJC puede y debe situarse en la línea de los grandes místicos de la unión del hombre con Dios, como han sido → Dionisio Areopagita y Eckhart, aunque ha precisado mejor el aspecto dual de la relación de amor. En esa línea, a modo de conclusión, quiero citar unas reflexiones en las que pone de relieve de la vida humana como un ser y hacerse en lo divino.
Y vámonos a ver en tu hermosura. El hombre se “ve” en Dios, Dios en el hombre. Cada uno es (se ve y se encuentra) en el otro, en una especia de encarnación ampliada. «Que quiere decir: hagamos de manera que, por medio de este ejercicio de amor ya dicho, lleguemos hasta vernos en tu hermosura en la vida eterna. Que de tal manera esté yo transformada en tu hermosura… que, siendo semejante en hermosura, nos veamos entrambos en tu hermosura, teniendo ya tu misma hermosura; de manera que, mirando el uno al otro, vea cada uno en el otro su hermosura, siendo la una y la del otro tu hermosura sola, absorta yo en tu hermosura: y así, te veré yo a ti en tu hermosura, y tú a mí en tu hermosura y así seré yo tú en tu hermosura, y serás tú yo en tu hermosura, porque tu misma hermosura será mi hermosura; y así, nos veremos el uno al otro en tu hermosura» (Cántico B, 36, 5).
El hombre queda integrado en el encuentro trinitario. La vida de Dios se despliega y expresa en la misma vida humana.Según eso, el hombre no está fuera de Dios, pues el mismo Dios vive y alienta en plenitud, como divino, en el ser del hombre, el amante en el amado y viceversa. «Porque aunque allí no está perdida la voluntad del alma, está tan fuertemente unida con la fortaleza de la voluntad de Dios con que de Él es amada, que le ama tan fuerte y perfectamente como de Él esa amada, estando las dos voluntades unidas en una sola voluntad y en un solo amor de Dios; y así ama el alma a Dios con voluntad y fuerza del mismo Dios, unida con la misma fuerza de amor con que es amada de Dios; la cual fuerza es en el Espíritu Santo, en el cual está el alma allí transformada» (Cántico B, 38, 3).
El hombre se introduce en el proceso de espiración del Espíritu Santo. Siguiendo una tradición que aparece en algunos místicos medievales (→ Eckhart, Guillermo de Saint Thierry), San Juan de la Cruz afirma que, al unirse con Dios, el hombre es capaz de “aspirar” al mismo Dios, siendo así fuente y origen del Espíritu Santo. «El aspirar del aire es una habilidad que el alma dice que le dará allí Dios, en la comunicación del Espíritu Santo, el cual, a manera de aspirar, con aquella su aspiración divina, muy subidamente levanta el alma y la informa y habilita para que ella aspire en Dios la misma aspiración de amor que el Padre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo, que a ella (al alma) la aspira en el Padre y en el Hijo en la dicha transformación, para unirla consigo… Porque el alma, unida y transformada en Dios, aspira en Dios a Dios la misma aspiración divina que Dios – estando ella en Él transformada – aspira en sí mismo a ella» (Cántico B, 39, 3).
El alma, siendo humana, puede dar a Dios lo que Dios le da a ella. Es como si se rompiera la distancia entre Dios y el ser humano. Ya no es uno Señor y otro vasallo, como pudo haber supuesto → San Anselmo al formular su argumento sobre la razón de la encarnación (en Cur Deus homo), porque el amor les ha unido de forma inseparable. «El alma) está dando en su Querido esa misma luz y calor que está recibiendo de su Querido. Porque, estando ella aquí hecha una misma cosa en él, en cierta manera es ella Dios por participación... Y a este talle, siendo ella por medio de esta sustancial transformación sombra de Dios, hace ella en Dios por Dios lo que Él hace en ella por sí mismo, al modo que lo hace, porque la voluntad de los dos es una, y así la operación de Dios y de ella es una. De donde, como Dios se le está dando con libre y graciosa voluntad, así también ella, teniendo la voluntad tanto más libre y generosa cuanto más unida en Dios, está dando a Dios al mismo Dios en Dios y es verdadera y entera dávida del alma a Dios. Porque allí ve el alma que verdaderamente Dios es suyo Y que ella le posee con posesión hereditaria...» (Llama 78).
El alma se integra en la Trinidad. Es como si se hubiera roto la distancia, de manera que el hombre ya no piensa a Dios como alguien que esta fuera, sino que se piensa y vive en Dios. «Y así entre Dios y el alma está actualmente formado un amor recíproco en conformidad de la unión y entrega matrimonial, en que los bienes de entrambos, que son la divina esencia, poniéndolos cada uno libremente por razón de la entrega voluntaria del uno al otro, los poseen entrambos juntos, diciendo el uno al otro lo que el Hijo de Dios dijo al Padre por san Juan: todos mis bienes son tuyos, y tus bienes míos...» (Llama 79; cita de. Jn 17, 10).
Todo esto se expresa y vive en la gran noche del amor, más allá de todo puro pensamiento discursivo. «Que bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche. Aquella Eterna fonte está escondida, que bien sé yo do tiene su manida, aunque es de noche. Su origen no lo sé que pues no le tiene, mas sé que todo origen della viene, aunque es de noche. Sé que no puede ser cosa tan bella y que cielos y tierra beben della, aunque es de noche…» (Poema La fonte).
Bibliografía. Hay varias ediciones de las Obras completas de San Juan de la Cruz (Madrid 1993; Burgos, 1998; Salamanca 1993 etc.). Las reflexiones anteriores están tomadas de mi libro: Amor de Dios, Dios enamorado. San Juan de la Cruz, una alternativa (Bilbao 2004). Bibliografía básica en M. D. Sánchez, M., Bibliografía sistemática de San Juan de la Cruz (Madrid, 2000). Entre los trabajos sobre SJC, cf. Efrén de la Madre de Dios y O. Steggink, Tiempo y vida de San Juan de la Cruz (Madrid 1992); F. Ruiz Salvador, Dios habla en la noche. Vida, palabra, ambiente de San Juan de la Cruz (Madrid 1990); J. Baruzi, San Juan de la Cruz y la experiencia mística (Valladolid 1993); G. Morel, Le sens de l'existence selon Saint Jean de la Croix I-III (Paris 1960-1961); M. Ofilada, San Juan de la Cruz. El sentido experiencial del conocimiento de Dios (Burgos 2003); E. Pacho, San Juan de la Cruz. Temas fundamentales I-II (Burgos 1984); C. P. Thompson, San Juan de la Cruz. El poeta y el místico (El Escorial 1985); J. Vives, Examen de amor. Lectura de San Juan de la Cruz (Santander 1978).