Santa Bonifacia Rodríguez (1837-1905), obrera y fundadora de monjas obreras

Fue una monja salmantina, obrera de mandil (en la foto está con hábito de fiesta); es hoy es ejemplo para tiempos de gran crisis social y laboral (¡millones de obreros sin trabajo!) y de fuerte explotación de muchachas a quienes ella quiso educar y liberar por el trabajo.

Hay en la Iglesia millares de fundadoras monjas, de todos los estilos y colores (de oración y caridad, de enseñanza y hospitales…), pero ninguna (que yo sepa) ha sido “simplemente” obrera manual (de fábrica o taller) y fundadora de monjas obreras, en conventos-talleres (no colegios, hospitales o cenobios de clausura).

Bonifacia fue monja obrera, inserta en la dura batalla laboral de las mujeres en la segunda mitad del siglo XIX, en Salamanca, ciudad clerical, militar y universitaria, donde las chicas pobres carecían de “salida” laboral, económica y humana, condenadas al servicio de hogar,la mendicidad u otras labores “menos dignas”. Hoy, siglo medio después, las condiciones laborales y sociales de la "chicas" de Salamanca y del mundo siguen siendo casi tan malas como entonces, a pesar de que muchas instituciones quieren "ayudarles" (y lo hacen con éxito muy desigual)...

Las condiciones laborales, sociales (y culturales/espirituales) de todos (y en especial, en este caso, de las mujeres jóvenes) siguen siendo muy duras, en el mismo corazón del primer mundo (como sería Salamanca), y en otros países del llamado segundo, tercero o cuarto mundo. Pues bien, en ese contexto, Bonifacia Rodríguez tiene algo que decirnos, en nombre de las mujeres, de la sociedad y de la iglesia, como mujer y "nueva santa", ejemplo de una nueva "raza" de santas mujeres obreras, en el nuevo sentido de ese término.

Bonifacia, esta mujer obrera de Salamanca/Zamora, sin estudios universitarios, sin jerarquía eclesial (expulsada del convento que fundó por los "grandes" de su tiempo) aparecerá el día 23 (canonizada en Roma) como nueva maestra y doctora de una Iglesia que se cree sabia, pero que debe aprender nuevas lecciones de humanidad y santidad femenina (y masculina) por la nueva educación y por el trabajo.

Santa Bonifacia era por origen, y quiso seguir siendo por vocación y fundación, obrera entre obreras “de base”, del pueblo llano, fundadora de conventos-talleres, para crear trabajo, para dar dignidad a las mujeres (en una ciudad llena de inmensas iglesias y conventos elitistas). Así inició, con el P. Butiñá SJ, una de las aventuras más emocionantes de la iglesia y sociedad humana de finales del siglo XIX. La dura realidad del entorno social, religioso y humano destruyó su obra (¡no queremos monjas obreras! ¡queremos ser maestras, licenciadas, con niñas inocentes, no con jóvenes problemáticas!), y tuvo que exilarse a Zamora, donde murió "olvidada".



Pasado más de un siglo, las monjas que ella fundó, Siervas de San José (¡que la echaron de su convento-taller!) quieren recuperar su figura, están retomando su movimiento.

Por su parte,la misma Iglesia que desconfió de su obra (y que contribuyó a “expulsarla” del convento-taller que había fundado) va a canonizarla el 23 X 2011, transformando (¡oh triste/bella imagen!) su mandil de obrera-monja criticada y negada en aureola de santidad vaticana, con la gloria de Bernini.

Felicidades a las Siervas de San José, sucesoras recuperadas de Santa Bonificia
Alegría para todos los que amamos a la Iglesia, y en la Iglesia a las figuras venerables como Santa Bonifacia de Salamanca y Zamora (donde murió "desterrada").

Una breve historia

El próximo 23 XI 2011 será canonizada Bonifacia Rodríguez (Salamanca/España, 6 de junio de 1837 – Zamora/España, 8 de agosto de 1905), mujer ejemplar, obrera y fundadora de monjas obreras, expulsada de su congregación, fiel a su experiencia de Dios y a su experiencia de vida religiosa, que le llevó a crear talleres (pequeñas fábricas) para dar trabajo, educar y acompañar a las nuevas muchachas pobres de una perdida ciudad castellana.


1. Trabajó desde los quince años, como cordonera (fabricante de cuerdas) para sostener a sus hermanos, que murieron pronto. En 1865, acompañando a su madre, fundó una Asociación Josefina (bajo el patrocinio de San José, el Obrero), para enseñar un oficio (de cordoneras), dar trabajo y acompañar en el trabajo y en la vida muchachas sin recursos.

2. El año 1974, con la ayuda del P. Francisco Butiñá, Bonifacia fundó la Congregación de las Siervas de San José, monjas obreras al servicio de otras mujeres (sobre todo jóvenes) a las que ofrecían espacios de trabajo y oración, de libertad personal (reivindicación de la mujer) y dignidad, en una ciudad como Salamanca donde las mujeres no tenían espacios de vida propios, ni recursos personales..

3. El año 1982, se traslada a Gerona, donde el P. Butiñá había creado otros grupos de Siervas de San José; pero a su vuelta, los miembros dominantes de la Congregación (que quieren ser maestras y no obreras) la destituyen como superiora y guía de las Siervas. Expulsada de su Congregación, Bonifacia se traslada a Zamora con su madre (año 1883) y algunas hermanas que le siguen siendo fieles, fundando allí otra casa de trabajo para monjas y muchachas obreras.

4. Muere en Zamora el año 1905, fuera de la Congregación que ella había fundado, rodeada de un grupito de hermanas fieles, monjas obreras. La Iglesia del siglo XIX tuvo en ella un ejemplo de doctrina y práctica social, que aún no ha sido asumido por el conjunto de la Iglesia Católica que, sin embargo, la va a canonizar. Fue y sigue siendo una santa atípica, uno de los mayores ejemplos de encarnación de la Iglesia española (y universal). Las monjas (Siervas de San José) que un día la echaron de “su” congregación celebran hoy su santidad y quieren retomar el principio de su movimiento. Felicidades a todas.


(Presento a continuación un trabajo que escribí hace algún tiempo sobre su “carisma”. A continuación, para completar lo dicho, ofrezco unas reflexiones de Adela de Cáceres Sevilla, amiga y hermana, que es quizá la persona que mejor conoce la vida y carisma de Santa Bonifacia).


SANTA BONIFACIA, UNA FORMA DE CONOCER Y ENCARNARSE EN EL MUNDO

Presentación


Hombre y mujer sólo conocen de verdad cuando se encarnan en un contexto dado, mirándolo por dentro, sufriendo sus dolores y abriendo así caminos de esperanza. Así ha conocido Bonfacia el mundo de las mujeres obreras y pobres de su tiempo. Ella sabía por teoría otras cosas, había tenido diversas experiencias; pero quiso introducirse en la realidad del trabajo, como mujer y cristiana, con un grupo de hermanas, desde el centro de una historia nueva, que para ella estaba centrada en Salamanca y en su entorno. Sólo de esa forma pudo conocerlo.

Este fue un gesto de encarnación, como el de Cristo, que quiso introducirse en los problemas de la historia humana, para responder desde dentro. Bonifacia se encarnó entre las mujeres del trabajo duro de su tiempo, a las que ahora (año 2011) podemos llamar pobres, en el sentido evangélico del término. De esa forma conoció la realidad desde los últimos del mundo, como pide Mt 25, 31-46, cuando nos dice que veamos (descubramos) la presencia de Jesús en los hambrientos y sedientos, exilados y desnudos de la tierra.

Ella había "conocido" como mujer, hija y obrera. Pero "conoció" la dura realidad de nuevo, de manera más intensa, cuando quiso encarnarse de un modo más profundo entre los pobres de su pueblo (Salamanca), donde se hizo religiosa de taller, y fundadora de "religiosas obreras" para compartir la vida con las mujeres trabajadoras, sin un lugar social reconocido, en un momento de gran cambio social. De esa forma, encarnándose en ellas (para ellas) conoció desde el reverso de las instituciones oficiales que muchas veces terminan pasando de largo ante los nuevos cojos, mancos, cie¬gos que Jesús iba curando.

Situación, en Salamanca. No era posible una simple restauración

El mundo empezaba a cambiar, estaba transformándose su entorno. La mujer de Salamanca no era lo que había sido hacía setecientos años, cuando los colonizadores de siglo XI y XII (francos y toreses, gallegos, asturianos y vascos) construyeron su Catedral Vieja y las más bellas iglesias románicas de su casco antiguo. Ciertamente, existían las viejas iglesias. Más aún, Bonifacia conoció otras cosas: Nuevos edificios, edificaciones: la Universidad renacentista, la Nueva Catedral inmensa, y también la Clerecía de Salamanca, que ofrecía el testimonio de una fe antigua y robusta, de una fuerte experiencia misionera, cortada por la expulsión de los jesuitas, pero nuevamente recuperada.

Muchos, quizá los más sabios de las élites del pueblo, pensaban que la verdad se encontraba bien fijada y ya resuelta, como en esos edificios de otro tiempo; por eso, importaba recuperar lo que antaño había florecido; era tiempo de restauración, de vuelta al “buen” pasado. Pues bien, en contra de eso, Bonifacia pensó que había que crear algo distinto, pues eran diferentes los problemas de la mujer y de la iglesia de Salamanca, centrados en el cambio social, en la falta de seguridad y de trabajo, especialmente para las mujeres.

Como he dicho, eran muchos los que pensaban que la palabra clave del momento eclesial era la Restauración del pasado, en casi todos los órdenes y campos. Se conservaban, como he dicho también, las viejas iglesias y catedrales del Medievo, Renacimiento y Barroco, pero cayeron y habían sido suprimidas en España, tras la Desamortización de Mendizábal (tras el 1835/1836) casi todas las instituciones religiosas masculinas. Pero habían pasado los años y muchos quisieron restaurar de nuevo la vida religiosa antigua, para que volviera a ser lo que había sido: así se “refundaron” (volvieron a crearse) en los años centrales de la vida de Bonifacia (entre el 1870 y el 1880) casi todas las viejas órdenes religiosas masculinas, y se fundaron además nuevas congregaciones femeninas, pero con la espiritualidad antigua (franciscana y dominicana, agustiniana o carmelitana).

Ciertamente, la restauración y/o refundación tuvo elementos positivos, pero corrió el riesgo de mirar con exceso hacia el pasado, como si debiera repetirse. Bonifacia quiso actuar de un modo diferente, y fundó una congregación de Monjas Obreras.

Una Congregación de Religiosas trabajadoras

Bonifacia supo que las condiciones humanas habían cambiado mucho. Seguían las catedrales de la vieja ciudad, casi lo mismo que en los viejos siglos, pero las gentes eran habían cambiado mucho, eran y diversas las necesidades sociales, el lugar de la mujer en la vida laboral, las formas de trabajo. Así lo vio ella, una pobre obrera piadosa (que debía asistir a su madre viuda), con la ayuda del P. Butinyá SJ, un catalán atento a las nuevas urgencias sociales y humanas de la mujer, dentro de una sociedad que corría el riesgo de desintegrarse.

En ese contexto, Bonifacia, mujer trabajadora (cordelera) sintió la conveniencia de fundar una nueva Institución, inserta en la realidad de la mujer trabajadora, desde una perspectiva espiritual (¡mucha oración!) y laboral (inserta en el mundo del trabajo real, de las mujeres obreras). Hasta ahora, las mujeres pobres no tenían más trabajo que actuar como criadas, servidoras domésticas en casas de familias ricas. Pues bien, ella pensó que las mujeres podían asociarse y trabajar como obreras autónomas, para así ganar la vida y ser independientes (es decir, autónomas).

Ciertamente, Bonifacia ella no había negado otros posibles modos de presencia y de acción de la mujer en la iglesia, en la línea de Santa Teresa de Jesús (contemplación), de Santa Luisa de Marillac (servicio social) o de las numerosas congregaciones de enseñanza que en ese momento se estaban fundando en la Iglesia (como las Jesuitinas de su amiga, Santa Cándida, en la misma Salamanca). Pero quiso crear una institución (Congregación) de religiosas obreras, para trabajar con otras mujeres obreras, creando así talleres, pequeñas fábricas con una inspiración social cristiana.

Nuevo conocimiento, práctica nueva

Bonifacia supo que había otros caminos de contemplación masculina o femenina, de educación o de asistencia. Pero ella había descubierto la necesidad de ofrecer unos espacios de vida y experiencia a la mujer trabajadora (¡a las mujeres sin trabajo y con riesgo de explotación!). En ese contexto se inscribe su nueva fundación (Siervas de San José, en la Casa Taller de Santa Teresa), dentro del nuevo contexto social y laboral de Salamanca. En este contexto se inscriben los rasgos principales de su conocimiento de la realidad:

1.Ella conoció la realidad social de la mujer de una forma práctica. No adquirió el conocimiento por teoría, sino por contacto con la realidad social y económica. En ese momento, en Salamanca, el problema principal de muchas mujeres era la falta de un trabajo digno. Antes que el problema puramente espiritual (o devocional), le impactó el problema del desarraigo humano de las nuevas mujeres, que quedaban sin trabajos, expulsadas de la sociedad, en un mundo nuevo que surgía. Por eso, su respuesta quiso ser también práctica y se expresa en un gesto de ayuda y servicio a la mujer trabajadora.


2.Tuvo un conocimiento dialogal, en el amplio sentido de la palabra. Bonifacia era una mujer de honda experiencia, como trabajadora, hija y hermana. Conocía bien la realidad social de la “baja Salamanca”, fuera de los grandes palacios y conventos, fuera de la Universidad y de la Iglesia, al exterior de los cuarteles de soldados. En ese momento, el mayor problema de la sociedad y de la Iglesia era la falta de trabajo digno de las mujeres. Así lo descubrió, en dialogó con la iglesia (a través del P. Butinyá, experto en cuestiones sociales), en colaboración con otras hermanas que le acompañaron. Pero, de un modo especial, ella dialogó con la mujer necesitada de su tiempo. La misma vida le enseñó y por eso su conocimiento fue compartido, fue capaz de ir cambiando con las circunstancias.

3. Tuvo un conocimiento humanizador (liberador) en el amplio sentido de la palabra. Bonifacia fue descubriendo los problemas de las mujeres de su entorno en la medida en que dialogaba con ellas y las iba acompañando. Ella supo así que conocer es encarnarse, acompañar y ayudar… Ciertamente, eran necesarias escuelas de niñas (como supo en su tiempo su amiga, Santa Cándida). Pero eran también necesarios los talleres de trabajo, donde las mujeres jóvenes, que en aquel momento no podían acceder a los estudios superiores, pudieran realizarse humanamente como “obreras” (operarios), dentro de las nuevas condiciones de (falta de) trabajo de una ciudad anclada en el trabajo como salamanca. No quiso crear conventos en el viejo sentido de la palabra (pues ya había muchos en Salamanca, y luego en Zamora), sino talleres, pequeñas “fábricas” para mujeres, lugares de presencia cristiana y de maduración laboral, para producir objetos necesarios (cordeles, telas…) y para ganar el sustento.

4. Fue un conocimiento providencial, en el sentido más hondo de la palabra. Ella era una mujer de mucha fe, es decir, de profunda oración. Sabía que el problema le desbordaba, que la necesidad era más grande que todas las posibles soluciones que ella y sus hermanas pudieran aportar. Por eso puso su tarea en manos del misterio, en oración intense. Quiso que sus talleres fueran, al mismo tiempo, hogares de oración, donde las mujeres-obreras (religiosas y no religiosas) pudieran compartir la experiencia de Dios, compartiendo el trabajo.

En un contexto de oración, desde una experiencia de fracaso

A veces resulta más fácil orar en el silencio de una celda separada del mundo, como si el mundo no existiera, como si sus problemas en el fondo no importaran. Más difícil resulta orar cuando se vive en medio de una problemática laboral que crece, que se vuelve injusta y que parece insoluble. Insoluble parecía (y sigue siendo) la problemática de la mujer trabajadora en su tiempo; por eso, una empresa como la suya implicaba un fuerte espíritu de oración.

Difícil era reunir a unas mujeres y centrarlas en esa tarea de servicio encarnado y cercano, de trabajo solidario, en unos talleres, como obreras… Algunas de sus mismas colaboradoras pensaron pronto que había otras tareas más urgentes (¡y más dignas, más propias de mujeres santas!) dentro de la iglesia de la sociedad. El P. Butiñá, su inspirador, fue expulsado y las mujeres obreras religiosas de la M. Bonifacia quedaron sometidas a la presión de un ambiente clerical adverso, que no quería religiosas obreras, sino a lo sumo contemplativas o maestras de colegio, con niñas piadosas en las aulas.

La M. Bonifacia tuvo que viajar a Cataluña para dialogar con el P. Butiñá (expulsado y luego vuelto a vivir a España, en años de grandes crisis) y con otras religiosas (Hijas de San José) que allí habían surgido con la misma inspiración… Pues bien, durante el viaje, gran parte de sus compañeras de Salamanca, fundadas por ella, pero dirigidas y apoyadas por “clérigos devotos” (amigos de una piedad espiritualista, no de obreras) abandonaron la tarea de la fundación, dejando de ser obreras con otras mujeres obreras (¡con los riesgos que implica el mundo del trabajo!) para convertirse en “maestras”, transformando así el taller de muchachas mayores en escuela de niñas (cosa buena, pero muy distinta de lo que quería la M. Bonifacia y de lo que necesitaba la nueva sociedad salmantina).

Así, cuando la M. Bonifacia volvió de Cataluña se encontró con que sus “monjas-obreras” se habían vuelto “monjas-maestros”, rechazando su inspiración, negando su tarea. Así quedó, expulsada de su misma obra. Humildemente, sin protestar ante las jerarquías masculinas que habían impulsado el cambio, sin criticar a las “hermanas” que habían traicionado su obra (que la habían traicionado a ella), buscó otro lugar y se fue a Zamora, con unas pocas fieles, para seguir allí su primer impulso, creando una nueva y pequeña casa-taller para monjas y mujeres obreras.

De esa forma terminó su vida en el más duro de todos los exilios. Sus religiosas obreras le rechazaron, y quedó abandonado, como si fuera una ilusa, una loca, ante muchos ojos y mentes de la iglesia, que no creía en el carisma de una vida de trabajo (de obrera) al servicio de las mujeres, en el centro de la nueva sociedad que seguía oprimiendo a las mujeres. Por eso, según la lógica del mundo (¡y de una Iglesia espiritualizante!) parece normal que algunas personas de la jerarquía masculina y del mismo círculo de su fraternidad religiosa se empeñaran en cambiar su obra, en hacerla más gloriosa, conforme a lo que suponían que eran los signos de los tiempos. Ella se mantuvo fiel, en la oración y en el silencio, en el retiro y el perdón más hondo. Humanamente hablando se había adelantado a su tiempo, había conocido cosas que otros aún no conocemos.

Un retiro orante, una ocasión perdida

La M. Bonifacia podía haberse rebelado, para retomar el timón del barco que era suyo, para dirigir otra vez a las monjas-obreras de Salamanca. Hubiera sido una buena solución, un camino bueno para el conjunto de la sociedad y de la Iglesia, que no había conocido hasta entonces congregaciones religiosas de obreras. Pero la M. Bonifacia prefirió callar, creando en silencio, una pequeña casa-taller en Zamora, para orar, para vivir en una especie de “retiro permanente”.

Es posible que algunos estén en desacuerdo con su solución de retiro orante de la M. Bonifacia. Ella podía haber tomado otro camino, elevando la voz, creando nuevas y mayores casas-talleres de religiosas, quizá con un nombre nuevo... Pero prefirió el silencio, quedando en oración, en la pequeña comunidad de “retiro” de Zamora, sin protestar, sin condenar a nadie. Fue una santa, puede ser ejemplo de nuevas mujeres obreras, al servicio de las muchachas que hoy siguen viviendo en situación de gran riesgo.

En ese contexto pensamos que fue ejemplar la actitud de providencia de la hermana Bonifacia, dejando en manos de Dios su tarea, su conocimiento de la realidad, y retirándose a Zamora. Es como si ella “renunciara” al triunfo externo, como si dejara que en manos de Dios la obra que había comenzado.

Pues bien, dejar ese conocimiento en manos de Dios significaba dejarlo en nuestras manos, es decir, en las manos de aquellos que hemos conocido su carisma y su tarea, en Salamanca y en otros lugares. Somos nosotros, los amigos de la M. Bonifacia (y especialmente las Siervas de San José) los que podemos y debemos recoger su testimonio y expresarlo en nuestro tiempo, de maneras nuevas, pues los tiempos han cambiado también, pero en fidelidad al espíritu de la hermana Bonifacia.

Siguen subiendo hacia el cielos las torres de las catedrales de Salamanca que había visto Bonifacia; pero sus gentes, especialmente, sus mujeres tienen ya necesidades distintas. Para responder a ellas, desde el hondo misterio del evangelio, nos sirve su ejemplo venerable. Ciertamente, ella pertenece a las Siervas de San José, pero, al mismo tiempo, pertenece al camino de conocimiento y creatividad de la iglesia, que la ha declarado Santa.

No basta con renovar y restaurar: hay que instaurar el evangelio en la vida y esperanza de la mujer trabajadora, que aún sigue llena de problemas, en Salamanca y en otros lugares del mundo, retomando el releve de la M. Bonifacia, para que la mujer pueda integrarse de un modo humano (no esclavizador, ni consumista…) en el mundo del trabajo.


ADELA DE CÁCERES:

Aniversario de la fundación de las Siervas de San José
Oración y trabajo hermanados

(http://www.alfayomega.es/Revista/2011/720/14_reportaje1.php)

Cada mujer trabajaba según sus fuerzas, y se repartían los beneficios según las necesidades individuales; y el trabajo se entrelazaba con la oración y la meditación de la vida oculta de Jesús. Así se dedicaban a la promoción de la mujer los Talleres de Nazaret, de la congregación de Siervas de San José, fundada a golpe de sufrimiento y confianza por la Beata Bonifacia Rodríguez.





En agosto de 1905 moría en Zamora Bonifacia Rodríguez de Castro. Llegaba la hora de colmar sus deseos: estar con Jesús. Nació, el 6 de junio de 1837, en Salamanca, ciudad castellana, prestigiada por su famosa Universidad, en un momento en que la agitación revolucionaria era frecuente. Bonifacia procedía de una familia de artesanos laboriosos y profundamente cristianos. Fue una mujer privilegiada en su tiempo, «sabía leer y escribir» y tenía una profesión cualificada, la de cordonera.

Su vida se desarrollaba en el centro artístico y monumental de la ciudad, pues su taller estaba «enfrente de la Universidad». En él se reunían jóvenes amigas para la oración, el trabajo y el esparcimiento. De este grupo de jóvenes surgió la Asociación de la Inmaculada y San José, con fines de promoción y formación femenina, germen de la Congregación que apareció el 7 de enero de 1874: las Siervas de San José.

Bonifacia, junto con el padre jesuita Francisco Butiñá, dan vida a una nueva congregación, «distinta a las antiguas», de religiosas trabajadoras. Sus casas se llaman «Talleres de Nazaret, porque tienen como modelo aquella pobre morada donde Jesús, María y José ganaban el pan con el sudor de su frente». En los Talleres de Nazaret se vive la experiencia de la «oración y el trabajo hermanados», se acoge a las mujeres sin trabajo para su promoción laboral y religiosa. Las Siervas de San José no tendrían hábito, su traje será «el de las artesanas del país», como signo de pertenecer a la clase trabajadora.

Imitando a Jesús, María y José

La fundación de los Talleres de Nazaret estaba cerca del socialismo utópico: se trabajaba según las fuerzas de cada una y se repartían los beneficios según las necesidades; había un fondo común para todas, religiosas y seglares; se trabaja orando y meditando la vida oculta de Jesús, a imitación de María, que «guardaba todas estas cosas en el corazón». Este camino fue continuamente cuestionado, incomprendido y combatido por el pragmatismo y tradicionalismo de los hombres de Iglesia de su tiempo. Pero Bonifacia siguió su camino, venciendo barricadas en silencio y fidelidad a Jesús. Bonifacia también testificó la importancia de lo irrelevante y lo pequeño frente a la prepotencia y la eficacia de su siglo, como Jesús, que tomó «la condición de siervo pasando por uno de tantos».
Situada desde siempre en la clase trabajadora, fue levadura en la masa en el mundo trabajador femenino, a cuya promoción y evangelización entregó su vida. «El Taller es el coro», lugar del trabajo, la oración y la solidaridad. Bonifacia abrió una brecha en lo secular, considerando sagrado todo espacio profano. El trabajo es un lugar de encuentro con Dios, un lugar de fraternidad de una comunidad imitadora de la Familia Sagrada de Nazaret, Jesús, María y José.

Los Talleres de Nazaret, juntamente con Bonifacia, se hicieron más vulnerables con la expulsión del fundador y la ausencia del obispo que aprobó la congregación, monseñor Joaquín Lluch i Garriga. La fundación queda a la intemperie. Comienza para Bonifacia una situación de rechazo y desprestigio, también desde su propia comunidad. Bonifacia sufría todo en silencio, fiada de Dios y «corrigiendo con bondad y misericordia». Nada cambió en la orientación de la obra y de su comportamiento; su fidelidad era un muro en el que se estrellaba cualquier intento de modificación. Creía en la misión que el Espíritu le había encomendado.

Durante un viaje para la unión con otros talleres fundados por Butiñá en Cataluña, Bonifacia fue destituida como superiora, y comenzó para ella un tiempo de humillaciones, burlas y calumnias permanentes. En 1883, sale de Salamanca a fundar otro Taller de Nazaret en Zamora, con gran pobreza y abandono. «No tenía ni clavo en pared». Pasa necesidad, pero Dios le concede la perfecta alegría «como si nada le faltase». Después de marcharse Bonifacia de Salamanca, «la comunidad rehúsa dedicarse a ese objetivo», la acogida a las pobres en la congregación, «que fue para lo que se fundó el Instituto».

Se crea una leyenda negra sobre Bonifacia, donde la calumnia tiene el protagonismo. Después llegará el olvido. El proceso de marginación culmina con la aprobación pontificia del Instituto, en 1901, de la que queda excluida la comunidad de Zamora, donde se encontraba la Fundadora. Bonifacia sufre y espera, como grano de trigo caído en tierra. Sus intentos de unir su comunidad al resto de la congregación fueron inútiles, pero ella tenía fe y decía a su comunidad: «Cuando yo muera, os uniréis».

Sobre este horizonte de marginación y dolor, pero confiada en Dios, Bonifacia moría en Zamora. Aparentemente había fracasado. En 1936, se descubrió una caja escondida con documentos que la reivindicaban desde todos los ángulos: fundadora, laboriosa, caritativa y santa, «piedra angular que desecharon los arquitectos». Juan Pablo II la beatificó en 2003, y estamos a la espera de que Benedicto XVI la canonice.

Adela de Cáceres Sevilla, ssj
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