Así te necesito, Santa María de  carne y hueso (con Blanco Vega)

 Comenzó hace 3 días el año 2025 con la fiesta de la Encarnación (Carne) de Dios. En ese contexto quiero recordar a Santa María de carne y hueso, con José Luis Blanco Vega, autor de los más bellos versos del Cantoral Litúrgico moderno en lengua castellana .

Comienzo con el tema bíblico. Termino con el poema de Blanco Vega, con el deseo de que este año, jubileo 2025, sea Año de la Santa Carne de Dios en la humanidad entera

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 Se ha dicho que la mariología de la Iglesia es un canto al espíritu sin carne. En contra de eso, quiero contar el sentido de la Carne de Santa María, con palabras más teológicas, para evocar al fin su sentido se humanidad de carne y hueso, en una iglesia que sigue esperando la resurrección de la carne, con el más antiguo credo de los apóstoles.

1. Piedad popular: Santa María. La madre de Jesús formaba parte de la trama de la historia de Jesús y de la iglesia primitiva, con su complejidad y sus rupturas, con sus diferencias y tensiones, en un camino de búsqueda difícil de unidad. Pues bien, esa piedad popular, propia de un tiempo de crisis social y de caída de valores, con la ruptura del viejo orden tribal o nacional y la pérdida de autonomía de las ciudades, hace posible un tipo de búsqueda mariana caracterizado por la exigencia de seguridad y cercanía afectiva.

El imperio romano había alcanzado su cumbre política y unificaba, de algún modo, todo el mundo conocido; externamente se podía presentar invencible, como aparecía en la guerra contra los judíos (67-70 d. C.) y en la superación de las crisis posteriores. Sin embargo, las señales de crisis y ruptura podían observarse por doquier, tanto en el juicio durísimo del Apocalipsis (el imperio era una Bestia que sería muy pronto destruida), como en los gestos de rechazo y huida interior de los gnósticos.

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 Eran muchos los que en este contexto buscaban seguridades interiores y sociales, que podían estar vinculadas a la veneración de la Diosa (sobre todo en su forma de Isis-Cibeles) o al cultivo de los cultos orientales de salvación (vinculados sobre todo a Mitra).Es evidente que ese contexto no es suficiente para explicar el despliegue del signo de María, Madre de Jesús, pero ayuda a interpretarlo.

La Madre de Jesús, 'venció' en la gran batalla o, mejor dicho, en el gran super-mercado de cultos femeninos de los siglos de caída del Imperio Romano. Ella tenía un rasgo novedoso, relacionado con su historia concreta, como madre de Jesús y creyente de la iglesia. Pero sólo en el trasfondo de esos cultos femeninos del siglo II-III d. C. puede interpretarse el despliegue popular de su figura como gran icono cristiano.

Ella aparece en este contexto como santa, es decir, como separada (forma parte del misterio divino), siendo, al mismo tiempo, muy cercana, como una Madre cariñosa para el hombre huérfano, como una Amiga para el solitario, como garantía de Pureza y inocencia para los manchados en el mundo. Por eso, la Madre de Jesús nos sitúa ya desde el principio en un espacio de ecumenismo “carnal), de manera que ella puede presentarse como signo y garantía de evangelización ante el paganismo del entorno.

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2. Especulación helenista: una Madre espiritual. Los siglos de caída del imperio romano ofrecen paroxismo de contradicciones entre lo que podemos llamar la maldad y violencia de la carne y el ideal de bondad pacificadora del espíritu. La vida se hallaba sometida, por un lado, a las torturas de la carne: desigualdades sociales crecientes, empobrecimiento de las grandes masas, inseguridad ciudadana, amenaza externa (invasiones...);

todo ello unido a una pérdida de valores familiares, a una desintegración social muy fuerte, con exaltación desencarnada de los placeres de la carne (sexo)… con su opuesto (condena de toda carne; la carne con el demonio y el mundo como uno de los enemigos del hombre)..

Pues bien, en ese contexto, resultaba necesaria o más urgente, una figura que se opusiera a esos desastres y ofreciera su seguridad y confianza, desde abajo, desde la misma vida humana, oponiéndose a los grandes desvalores oficiales del Imperio que se iba desintegrando, entre un pan-sexualismo y un pan espiritualismo enfermizos. Aquí se introduce el mensaje y proyecto mariano del evangelio, de manera que, al lado de Jesús, se va elevando la figura de María, como signo de humanidad cercana, de maternidad fiel, de acogimiento y ternura, esto es de carne-carne-carne.

María es una Madre mujer carnal por ser espiritual, que se inscribe el ámbito de Dios, participando de su propia santidad, por encima de las complejidades y luchas del mundo. En este contexto puede aparecer, al mismo tiempo, como la Virgen, superando las contradicciones sexuales, teñidas al parecer de concupiscencia egoísta y violencia. Ella participa, según eso, de los grandes valores del helenismo espiritualista, de tipo platónico.

Puede presentarse como signo de virtud y trascendencia, superando el nivel de 'carne' (sexo, violencia) del mundo, apareciendo, al mismo tiempo, como Madre por excelencia. De esa forma, su maternidad se interpreta como signo de la fuerza creadora de Dios, en claves de ternura y cercanía personal.

Por otra parte, ella sigue siendo una mujer concreta, vinculada de manera muy estrecha con la historia de Jesús, Santa María de la Leche, del Vientre  fecundo, de la encarnación del Hijo de Dios. Desde ese fondo, María puede elevarse como figura de tipo 'helenista' (espiritualizado), apareciendo, al mismo tiempo, como superación de todos los ideales del helenismo, por su condición de mujer concreta de la historia.

3. Orden eclesial: Ruega por nosotros. Como acabos de indicar, María es una mujer concreta de la historia, de manera que, introduciéndose en un ámbito de simbología helenista, rompe el orden ideal (idealista) de una espiritualidad separada de la historia. Por encima de eso, ella forma parte de eso que pudiéramos llamar el "tesoro espiritual y carnal" de una comunidad muy concreta de creyentes, es decir, de una iglesia donde se guarda y expande la memoria de Jesús, que se ocupó ante todo de las cosas de la carne: de los cojos y ciegos, de los leprosos de carne enferma.

En ese contexto del Jesús encarnado, que ha venido a curar la carne enferma, que ha proclamado un mensaje y camino de “resurrección de la carne” se sitúa la figura y la intercesión de maría Por eso, aunque la veneración mariana esté muy vinculada a la piedad popular de los cristianos, ella ha sido poderosamente influida y modelada por la estructura social y dogmática de la misma iglesia, que ha superado la gran crisis de disidencia y exclusión apocalíptica y gnóstica, y las persecuciones (que se extienden a lo largo de todo el siglo III d. C.), para venir a presentarse como gran sociedad alternativa, como la única institución estable del imperio (desde el siglo IV d. C.).

Por eso ella aparece por primera vez exaltada en la teología de San Ireneo, cuyo dogma fundamental se expresaba así:

Caro Cardo Salutis… La carne es el quicio, el eje  cardinal/cardenal de la salvación. Jesús no ha venido a salvar almas…. Sino carnes… Más que terapeuta de almas enfermas  ha sido terapeuta de carnes hambrientas (multiplicación de panes); ha sido sanador de carnes de cojos, mancos, cegos, paralítico…. Todo eso lo ha recibido de Dios, del Dios de la carne, del cuerpo, de la vida entera.  Todo eso lo ha recibido de Santa María de  la Carne,

 Helenismo y anti-helenismo. 

El dogma de María, madre de Dios, se inscribe dentro de la lógica helenista de la cristiandad, en un camino que va de Nicea (año 325: Jesús tiene la misma esencia de Dios-Padre: homoousios) a Calcedonia (año 451), asumiendo la proclamación de Constantinopla (año 381), donde se ratifica el carácter estrictamente divino del Espíritu Santo, por el que María ha concebido a Jesús, conforme a la tradición ya estudiada de Mt 1 y Lc 1, ratificada por el credo: "creo en Jesucristo, Hijo de Dios, nuestro Señor, que fue concebido por obra del Espíritu Santo y nació de la Virgen María". María es Madre de Jesús, cuya naturaleza humana está inseparablemente unida a la naturaleza divina, de manera que es hijo de Dios.

Pero, al mismo tiempo, este dogma rompe la lógica helenista y todos los posibles discursos racionales de tipo cerrado, pues implica que Jesús es Dios trascendente, siendo un hombre concreto de la historia, pues para el helenismo el hombre concreto de la historia en cuanto "carne" frágil, que nace y que muere, sufriendo, no tiene importancia. Este es el dogma, el principio fundante de la fe cristiana, entendida como brillante paradoja que ilumina la historia de la carne, al afirmar que hay Dios y Dios se identifica con un hombre concreto, con su propia carne y sangre, es decir, con su humanidad histórica, doliente y gozosa, en camino de nacimiento y muerto.

Esta es la paradoja que supera todos los esquemas de un espiritualismo descarnado, que entiende a Dios como alguien separado de la historia (de la carne y de la sangre, de la muerte que da vida).

María es Madre del mismo Dios, siendo la mujer concreta que ha dado a luz a un hombre concreto, Jesús. Aquí terminan todas las comparaciones, aquí nace el cristianismo, en suelo helenista, pero superando todo el helenismo. Esta afirmación dogmática sirve para entender todo lo anterior (lo que hemos venido diciendo al comentar los pasajes del Nuevo Testamento) y lo que sigue. Por eso la dejamos así, llena de enigmas y promesas.

2. Madre de Dios, el nacimiento humano.

Tomada en sí misma, esta afirmación del Theotokos (María es Madre de Dios, siendo madre de Jesús) nos sitúa en el centro de la humanidad cristiana, por encima de todas las posibles sacralidades anteriores. Según ella, Dios no es una idea espiritual, ni un ideal de santidad extramundana, ni un tipo de eternidad separada de la historia, sino el poder de realidad que se encarna por medio María, a través de una mujer concreta, en la carne de la historia. Por eso, descubrir a Dios no salir de la historia, especular sobre la esencia originaria, dominar poderosamente el mundo (como los emperadores de aquel tiempo), sino algo mucho más sencillo, vinculado a la misma realidad humana en su nacimiento a la vida, como sabe Mt 1, 23 (citando a Is 7, 14): que una mujer conciba y alumbre a un ser humano, haciéndole persona.

Realizarse plenamente como humano, esto es ser presencia de Dios; engendrar a una persona, en dignidad, por encima de todas las guerras y disputas de la historia, pero dentro de ella (como sabe Is 7, 14), esto es engendrar a Dios. No hacen falta doctrinas superiores o exteriores, grandezas sacrales o templos; no hacen falta poderes o imperios, sacerdotes o cultos que impongan su sacralidad a los humanos, pues lo sagrado o divino es ser humano sin más, su carnalidad histórica, desde el nacimiento hasta la muerte. Por eso ha dicho el Concilio que ella, María, es la Madre de Dios. Así aparece como expresión suprema de la carne humana, en su materialidad/paternidad carnal y espiritual, en su concreción personal, en su dolor creador.

Este es el sentido radical de la palabra Theotokos que los obispos de Éfeso aplicaron a María, la madre de Jesús. Pienso que ella, aunque haya sido formulada en un contexto helenista y en medio de fuertes disputas eclesiales (a veces muy poco piadosas) refleja y expresa una experiencia cristiana que es nueva y necesaria para el conjunto de la iglesia. Este es el dogma del engendramiento canal de Jesús por medio de María. Es un dogma que no cierra unos caminos, ni impone por la fuerza unos motivos teológicos, ni quiere sustituir la variedad y riqueza de experiencias de la Biblia, sino que se limita a situarlas en el contexto más hondo y novedoso: allí donde lo divino se identifica con el mismo despliegue de la carne humana, expresada y concretada en el engendramiento, a través de la mujer y de una mujer concreta, que en su misma concreción desborda la pura fijación conceptual o social de los sistemas del mundo.

Este concilio y este dogma no añaden una mariología más a las mariologías anteriores del Nuevo Testamento, ni quiere resolver problemas discutidos y concretos (sobre familia de Jesús, concepción biológicamente virginal o presencia de María en la iglesia), sino que afirma y resalta algo que estaba ya en la raíz del evangelio y que constituye el presupuesto de todas las cristologías y mariologías anteriores y posteriores: el mismo Jesús-hombre es Dios. En cuanto engendradora y madre de Jesús, María viene a presentarse como Madre de Dios. Ella no es, por tanto, una expresión de la "idea materna", ni puro signo de santidad supra-histórica, sino que es madre de Dios en su función concreta (histórica, carnal, personal, frágil y arriesgada) de engendrar y acompañar (educar) en la carne al hombre Jesús a lo largo de la vida.

Así lo ha proclamado el dogma de la iglesia, el único dogma mariano verdadero, que pertenece a la novedad paradójica y gozosa del cristianismo, que se centra y concreta en la encarnación histórica de Dios en Jesús. Estrictamente hablando, el dogma mariano ha pertenecido y sigue perteneciendo al pueblo cristiano en su conjunto, de manera que muchos de los mayores devotos de María han sido, ya desde el concilio de Éfeso, cristianos muy normales, que no han tenido autoridad en la iglesia, es decir, los laicos.

Ellos, especialmente los últimos de la sociedad, pastores de ganado y niños sin protección, mujeres sufrientes y monjes sin poder, han 'visto' a la Madre de Dios (desde Lc 2, 1-21) y le han edificado lugares de culto y santuarios en casi todos los países de la vieja cristiandad. A pesar de ello, debemos rendir aquí nuestro homenaje de gratitud y reconocimiento a los grandes obispos de Éfeso que, en medio de duras disputas eclesiales, han sabido decir su palabra cristiana, situando a María en el lugar clave donde lo humano y lo divino se vinculan . Suele decirse que María ha quedado muchas veces "secuestrada" en manos poderes políticos y eclesiástica, que se ha servido de ella para mantener espiritualmente sumisos   a los fieles, materialmente sometidos, pero ilusionados en un nivel interno por la figura y consuelo de un cielo sin carne….

Pero el cielo es carne, como culmina diciendo el credo: Creo en la resurrección de la carne (=de los muertos, de la carne muerta)

José Luis Blanco Vega, Málaga, 1930–2005 | Letraheridos

Así te quiero, así te necesito, Dios de carne y hueso, hombre, mujer  de carne y hueso… Así te quiero, Santa María de la carne:  

  • Así: te necesito de carne y hueso.
  • Te atisba el alma en el ciclón de estrellas,
  • tumulto y sinfonía de los cielos;
  • y, a zaga del arcano de la vida,
  • perfora el caos y sojuzga el tiempo, y da contigo, padre de las causas, motor primero.
  • Mas el frío conturba en los abismos,
  • y en los días de Dios amaga el vértigo.
  • ¡Y un fuego vivo necesita el alma, y un asidero!
  • Hombre quisiste hacerme,
  • no desnuda inmaterialidad de pensamiento. Soy una encarnación diminutiva; el arte,
  • el resplandor que toma cuerpo:
  • la palabra es la carne de la idea:
  • ¡encarnación es todo el universo!
  • ¡Y el que puso esta ley en nuestra nada hizo carne su verbo! Así: tangible, humano, fraterno.
  • Ungir tus pies, que buscan mi camino,
  • sentir tus manos en mis ojos ciegos,
  • hundirme, como Juan, en tu regazo, y —Judas sin traición— darte mi beso.
  • Carne soy y de carne te quiero.
  • ¡Caridad que viniste a mi indigencia, qué bien sabes hablar en mi dialecto!
  • Así: sufriente, corporal, amigo, ¡cómo te entiendo! ¡Dulce locura de misericordia: los dos de carne y hueso!

 El año 2000 viví unos días en A. Coruña, en la casa de los Jesuitas donde residía el poeta asturiano José Luis Blanco Vega  SJ (1930-2005), autor de los más hondos y bellos versos litúrgicos… del cantoral moderno, en lengua castellana, sobre todo en el Oficio de las Horas.

 Creo que era autor de este poema, pero ya no estoy seguro. De lo que estoy seguro es que lo comentamos con pasión yo con mi verbo desnortado, él con son hondura rítmica, su aliento tranquilo y al mismo tiempo cansado de enfermo minero de bronquios

Le dije que sus versos me encantaban,  me transponían en otra dimensión, que no tenía sentido que yo hubiera ido a hablarle hablarles en prosa de la Biblia, en la iglesia de la Comunidad SJ de A Coruña, cuando él tenía los mejores versos… , que forman parte del breviario en castellano de España..

Le dije que estos versos me parecían excelentes,  que quizá eran todavía  demasiado espirituales. Que la Biblia es más carnal hablando de María, la Madre de Jesús, madre del “vientre de Dios”, que es el horno del Dios alfarero de la vida, que nos cuece y recuece a cauda uno en el calor de sus entrañas.

En mi comentario a los salmos he comentado los cantos del Dios de la Carne,  del Dios que ex vientre de mujer, rehem, manadero y entraña carnal de la vida. Algún día presentaré en RD un comentario de esos salmos del Dios carne, vientre de madre, amigo/amiga, horno de vida.

            Necesito para ello algo de calma, algo de vida. Necesitaría ser como has sido tú, José Luis Blanco Vega,  cantor de la belleza de la carne de Dios en Cristo, de la Carne de María.

José Luis Blanco Vega(Mieres, Asturias, 1930 - La Coruña, 2005). 

Jesuita profesor de literatura y cine, apenas suena su nombre como poeta, aunque muchos de sus versos se leen, se rezan, se reproducen masivamente por internet. Nacido en la comarca minera de Mieres, toda su vida, con cierta severidad, padecería de los bronquios. Falleció un 25 de enero de 2005 como había vivido, escapándose de puntillas. Pero nos ha legado una millonaria herencia de buena poesía como esta, de contemplativo de la carne de Dios y minero de Mieres

TU PODER MULTIPLICA...
Tu poder multiplica
la eficacia del hombre,
y crece cada día, entre sus manos,
la obra de tus manos.
Nos señalaste un trozo de la viña
y nos dijiste: “Venid y trabajad”.
Nos mostraste una mesa vacía
y nos dijiste: “Llenadla de pan”.

Nos presentaste un campo de batalla

y nos dijiste: “Construid la paz”.
Nos sacaste al desierto con el alba
y nos dijiste: “Levantad la ciudad”.
Pusiste una herramienta en nuestras manos
y nos dijiste: “Es tiempo de crear”.
Escucha a mediodía el rumor del trabajo
con que el hombre se afana en tu heredad.

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