24, 9, 23. Trabajadores de la viña. Todos un mismo denario, el pan nuestro de cada día (D 25 T0. Mt 20, 1-16)
Esta es una parábola extraña, irreductible a toda lógica, como indiqué en Comentario de Mateo, pasando en silencio sobre su tema de fondo. Más adelante, Economía y teología (Dios y Mamón), me animé y empecé a entrar en su mensaje, en sentido personal y eclesial, económico y sociopolítico.
En esa línea quiero seguir este domingo, sin atreverme a ofrecer una explicación de fondo de la parábola, que apenas ha sido acogida y desarrollada en la DSI, doctrina social de la iglesia.
Sólo cristianos como Francisco de Asís y Juan de la Cruz (con muchas mujeres creyentes de fondo) nos ayudan a interpretar este evangelio. En general, la doctrina general de los cristianos ha pasado de largo ante su mensaje, que algunos dicen que suena a comunista: A todos lo mismo. Pero, como verá quien siga, esta parábola ofrece grandes novedades.
Sólo cristianos como Francisco de Asís y Juan de la Cruz (con muchas mujeres creyentes de fondo) nos ayudan a interpretar este evangelio. En general, la doctrina general de los cristianos ha pasado de largo ante su mensaje, que algunos dicen que suena a comunista: A todos lo mismo. Pero, como verá quien siga, esta parábola ofrece grandes novedades.
| X.Pikaza
Tema de fondo y texto
Esta narración parabólica vincula un tema de trabajoc con una experiencia y tarea de gratuidad, desde la perspectiva de los últimos (los pobres y gentiles…) a quienes el “dueño de la casa” pagaa igual que a los primeros (que han trabajado intensamente), Hay un mismo salario de gracia para todos, un salario que no es paga (soldada o sueldo) por lo trabajado, sino descubrimiento y ofrenda gratuito de vida, en igualdad que puede ser escandalosa para muchos (un denario, promesa de vida para todos).
Mt 20 1 El Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que al amanecer (=hora de prima) salió a contratar jornaleros para su viña. 2 Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. 3 Salió otra vez a media mañana (=hora de tercia), vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, 4 y les dijo: Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido. 5 Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde (=hora de sexta, hora de nona) e hizo lo mismo. 6 Salió al caer la tarde (=hora undécima) y encontró a otros, parados, y les dijo: ¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar? 7 Le respondieron: Nadie nos ha contratado. Él les dijo: Id también vosotros a mi viña.
8 Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al administrador: Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros. 9 Vinieron los del atardecer (hora undécima) y recibieron un denario cada uno. 10 Cuando llegaron los primeros pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. 11 Y recibiendo (el denario) se pusieron a protestar contra el amo, diciendo: 12 Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el calor. 13 Él replicó a uno de ellos: Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? 14 Toma lo tuyo y vete. Yo quiero darle a este último igual que a ti. 15 ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? 16 Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos[1].
Sólo en forma de parábola se puede decir algo así
La parábola empieza hablando de unos arrendatarios a quienes el dueño de casa (oivkodespo,thj) ha contratado como trabajadores en su viña (un tema clave que volverá en 21,33-41), para terminar poniendo de relieve la protesta de aquellos que piensan que el dueño ha sido injusto, pues ha pagado a los últimos igual que a los primeros. En esa línea, el texto habla de cinco grupos de contratados: al amanecer, a la hora tercia, sexta, nona, y finalmente a la caída de la tarde.
Pero al final de la parábola, solo parecen importar dos grupos: Los que han comenzado a trabajar desde el amanecer (hora de prima), que pueden ser judíos observantes…, y los que han sido llamados al final de la tarde (=hora undécima, a eso de las nueve), cuando sólo quedaban breves momentos de faena. Pues bien, en contra de las normas laborales, todos reciben el mismo jornal: Un denario; no importa ya lo que hayan trabajado, sino lo que necesitan para vivir (¡un denario!). Lógicamente, al ver que los últimos cobraban igual que ellos, los primeros protestan, pues, conforme a las normas laborales, deberían haber recibido un jornal más grande.
Los de la primera hora parecen ser judíos, que han estado trabajando en la viña desde muy antiguo, y que tienen envidia (se sienten injustamente tratados) porque el dueño de casa les paga igual que a los que sólo han trabajado una hora (el jornal de un día, un denario). Pero esta parábola nos lleva más allá del plano salarial, haciéndonos ver que todo lo que viene de Dios es un regalo, un don gratuito, de manera que el trabajo de los hombres y mujeres al servicio de la casa, en la familia y campo, ha de hacerse gratuitamente (conforme al pasaje anterior: Mt 19, 29-30)[2].
Los últimos son los primeros (20, 16).En un sentido nadie tiene ventaja sobre nadie. Pero en otro sentido Mateo ha destacado la importancia de los niños y pequeños (18, 1-14; 19, 13-14) y de aquellos que lo dejan y dan todo a los pobres (19, 16-29). En esa línea se dice que los últimos (los que no se reservan nada) serán los primeros, sentencia con la que empezaba también esta parábola (19, 30), que es una crítica contra los que presumen de mérito ante Dios.
‒ Esta parábola va en contra de una iglesia establecida (de tipo quizá judeo-cristiano), que se opone a que las nuevas iglesias (de paganos o judeo-cristianos con paganos) tengan sus mismos derechos y su misma libertad mesiánica, como si siglos de buen judaísmo no les hubieran dado ninguna ventaja. En contra de eso, el Jesús de Mateo, que ha defendido la autoridad de los niños y pequeños, defiende aquí el derecho y rectitud cristiana de los “trabajadores de la última hora”, que serían, en general, los pagano-cristianos[3].
- Esta parábola va en contra de un sistema salarial impuesto en forma mercantil desde arriba… es decir, desde el amo/dueño de la viña… De todas formas, como seguiré diciendo, a medida que entramos en la parábola descubrimos que el amo no es dueño que paga un salario… sino que en el fondo el amo se identifica con la viña, abriendo en gratuidad un camino de vida (trabajo, futuro) para todos, y para todos en igual (un denario: el pan de cada día para la familia entera, no sólo para el trabajador)
Esta parábola es propia de Mateo y refleja los problemas de su Iglesia, entre trabajadores de primera (judíos, observantes) y de última hora (gentiles sin experiencia del Dios israelita), poniendo de relieve la igualdad mesiánica de todos. Los lectores de Mateo aprenden así que su denario, a la caída de la tarde, ante el tribunal de Dios no es un salario según ley, sino expresión de un amor gratuito, que deben compartir todos los creyentes.
Esta parábola se vincula así con los demás anteriores del evangelio de Mateo (venderlo todo y dárselo a los pobres, para crear así una comunidad donde nadie sea dueño o propietario por encima o en contra de los otros). De esa manera queda superada la distinción por origen de unos y otros (judíos, gentiles; de primera o de última hora). Según eso, no debe trabajarse para ganar más, sino para expresar el don de Dios y compartirlo, sabiendo al fin que cada uno ha de recibir lo que necesita, elevando así una crítica frontal contra este.
No es una ley, ni una teoría, sino una parábola abierta a la vida.
Esta parábola de los trabajadores de la viña nos hace salir de un sistema de retribución salarial, que se formula y establece por ley (según el mérito y la aportación de cada uno, dentro de un mercado de trabajo, controlado por los propietarios, dadores de trabajo), para entar en un modelo de gratuidad, donde no hay propietarios y no propietarios, dadores de trabajo y asalariados, sino espacios de vida compartida, esto es, comunidades de personas libres, donde cada uno aporta lo que puede y recibe lo que necesita para vivir él y su familia (es decir, un denario).
Debemos pasar, según eso, de un tipo de justicia (¡te pagaré lo justo: to dikaion, Mt 20, 5) a una experiencia de gracia y comunicación personal, donde el “amo” (señor de casa) paga (da) a los últimos lo mismo que a los primeros, gratuitamente, porque es bueno (agathos: Mt 20, 15), y porque los hombres y mujeres lo necesitan para vivir. Esta parábola empieza empleando un lenguaje salarial (pagar lo justo) para superarlo después,¡ (¡no negarlo!), superando de esa forma todos los deberes de unos, todas las ventajas e imposiciones de otros.
Repito el tema, por si no queda claro: debenis pasar de un sistema salarial creador de grandes diferencias (que pueden pasar del cien o mil por uno a un sistema igualitario (a todos el mismo salario), de manera que no existan ya salarios, con dadores de trabajo y asalariados, sino experiencias de propiedad, trabajo y salario compartido, donde cada uno ofrezca al conjunto social y laboral lo que puede y recibe lo que necesita, para sí mismo y para su familia.
El modelo de trabajo y de remuneración en gratuidad, que formula esta parábola, va en contra de las leyes o costumbres actuales de propiedad y trabajo asalariado, donde lo que importa es la defensa de un tipo de “ dominio" particular de bienes, a unos bienes que son riqueza y fuente de una vida compartida en gratuidad.
Algo de esto han sabido y querido muchos grupos humanos antiguos, lo mismo que millones de familias y grupos religiosos en los que se comparte en amor la riqueza, el trabajo y el sueldo, en un contexto de comunión personal (cada uno hace lo que puede, a cada uno se le da lo que necesita), no de “talión” salarial (ojo por ojo…). Esto lo han sabido los socialistas utópicos del siglo XIX, mejor que un tipo miedoso de DSI (Doctrina Social de la Iglesia) centrada en “lo justo” de la primera propuesta del amo en Mt 20, 4 no en el amor del final, superando su propuesta salarial, porque es bueno” (20, 15).
Mateo empieza a contar esta parábola desde la perspectiva “religiosa” de las primera comunidades cristianas, y así distingue entre unos judeo-cristianos que vienen trabajando (en línea de evangelio y que, según eso, quieren un salario y mérito mayor, dentro de la iglesia) y unos pagano-cristianos que han empezado a trabajar más tarde en la viña de del evangelio, pero al final reciben la misma paga que los primeros, como si lo que importara fuera (¡y es así!) lo que cada uno necesita por humanidad, y no lo que merece según ley de mercado.
En este “trabajo de Reino” todos reciben lo mismo, un denario (lo que necesitan para vivir, ellos y su familia). Lo que importa, según eso, es la necesidad de cada trabajador y su familia, no lo que cada uno ha aportado para el amo como tal (es decir, para el aumento del capital o para el mantenimiento de la “empresa), pues aquí al final no hay amo/dueño, por encima de los trabajadores, sino comunión de trabajados en una viña compartida, de la mañana a la tarde. Al final no llega la paga convenida según justicia mercantil, sino la necesidad humana de los trabajadores y su familia. Eso significa que los hombres como tales (trabajen mucho o trabajen poco) están por encima de la ley de cuantía del trabajo, y por encima del capital
El texto empieza evocando cinco grupos de contratados: los del amanecer, los de la hora tercia, sexta, nona, y finalmente los de la hora undécima, a la caída de la tarde. Pero en el momento del desenlace (de la paga), sólo se detiene en dos grupos: Los que han trabajado desde el amanecer (hora de prima)…, y los del final (=hora undécima), cuando sólo quedaban breves momentos de faena. Pues bien, en contra de las normas laborales (de lo que en un sentido es justo), todos reciben el mismo salario, que es la vida (es decir, el denario que necesita para vivir el trabajador con su familia).
En un primer sentido (en el contexto de las disputas entre judeo-cristianos y pagano-cristianos, los de la hora prima parecen judíos, que han estado en la viña desde muy antiguo, y que se sienten injustamente tratados porque el dueño no les paga un sueldo más alto que a los otros. Los del final parecen pagano-cristianos, que acaban de entrar en el servicio de la iglesia. Pero todos reciben lo mismo, una “paga” que no es paga por lo trabajado, sin expresión de gratuidad y de igualdad en el servicio de la vida.
Mercado salarial, trabajo y salario de comunión interhumana
Leída así, esta parábola nos lleva más allá del plano salarial y del mercado al de las relaciones humanas, pues no es el hombre para el mercado, sino el mercado y el trabajo (con el capital) para el hombre. Esta parábola condena de raíz un sistema salarial establecido, que distingue y clasifica a los hombres según sus trabajos, haciéndoles dependientes del sistema y del dinero, para situarnos ante un nivel de gratuidad o, mejor dicho, de humanidad. Estamos tan acostumbrados a leerla en un contexto espiritualista que no advertimos su poder de transformación social. Ella no habla de “salarios del alma”, en un sentido intimista, sino de jornales o salarios reales por trabajos en la “viña”, bajo el sol duro de la vida.
Esta parábola nos sitúa cerca de un modelo “tribal” de trabajos y pagas comunes, antes de la división capitalista, y ella ha sido mejor entendida, en general, por algunos programas del socialismo utópico del siglo XIX que por muchas instituciones cristianas: Cada uno según sus posibilidades… y a cada uno según sus necesidades (y las de su familia, que eso significa el denario para cada). En esa línea se había situado un tipo “de caridad parroquial” que se ofrecía a ciertos pobres de Inglaterra en el siglo XVIII (o la pensión que algunas sociedades ofrecen a los inválidos). Evidentemente, en un plano puramente legal (capitalista) esta parábola es injusta, pero abre un camino de humanidad fraterna por encima del sistema salarial[4].
El mercado salarial (en línea de talión) mide la recompensa por las horas y calidad del trabajo (en línea de sistema, donde un tipo de trabajo y capital importan más que el hombre). En contra de eso, esta parábola destaca el valor del ser humano, de manera que todos los trabajos están al servicio de la humanidad en cuanto tal. De esa manera supera la distinción de unos trabajos y otros (de judíos y gentiles; de primera y última hora, de blancos y negros, nacionales y extranjeros). Eso significa que la división laboral (la diversidad de los trabajos) no es para ganar menos o más, sino para que cada uno exprese y realice lo que sabe y lo que puede, al servicio de los demás, de forma que todos reciban, un “denario”, el equivalente al pan nuestro de cada día (cf. Padrenuestro: Mt 6, 11). Los trabajadores de la primera hora han calculado el jornal en términos de mercado; pero, con gran escándalo, el amo paga a todos un jornal de “humanidad”, un denario.
Esta parábola nos sitúa así ante un universo de gratuidad, según el cual cada uno trabaja ante todo por expresar sus capacidades, por el gozo de ser y compartir, para enriquecer la vida de los otros, no por salario, sino por gracia, como la madre por el hijo, como el amigo por el amigo, superando de esa forma la lógica del trabajo mercantilizado y del salario. Lógicamente, al superar la lógica del salario, esta parábola supera también la diferencia de salarios según los trabajos, pues cada uno recibe lo que necesita para vivir, un denario. Se podrá decir, sin duda, que un “denario” de judeo-cristiano no es igual que uno de pagano-cristiano, que uno de ministro o banquero no es igual que uno de peón… Es claro, pero no se trata de más o menos en cantidad, sino en necesidad de vivir, en un contexto de gratuidad básica, donde lo que importa son las personas.
Jesús nos lleva de un sistema salarial (donde lo que importa es el dinero) a un espacio abierto de humanidad.En ese contexto se añade que los últimos son los primeros (Mt 20, 16).Ciertamente, en un sentido nadie tiene ventaja sobre nadie. Pero en otro sentido Mateo ha destacado la importancia de los niños y pequeños (Mt 18, 1-14; 19, 13-14) y de aquellos que lo dejan y dan todo por los pobres; en esa línea se dice que los últimos (los que no pueden imponerse sobre los demás) serán los primeros (cf. también 19, 30).
‒ En un primer plano, esta parábola va en contra de un tipo de iglesia mercantil (quizá judeo-cristiana), que se opone a que las nuevas iglesias (de paganos o judeo-cristianos con paganos) tengan sus mismos derechos y su misma libertad mesiánica, como si siglos de buen judaísmo no les hubieran dado ninguna ventaja. En contra de eso, el Jesús de Mateo, que ha defendido la autoridad de los niños y pequeños, defiende aquí el derecho y rectitud cristiana de los “trabajadores de última hora”, los pagano-cristianos, pero abriendo así, desde la iglesia, un amplio horizonte de comunicación donde importan las personas, no el lugar del (o en el) que vienen.
̶ En otro plano, esta parábola eleva también su crítica en contra de una sociedad mercantilizada (que pone los salarios por encima de las personas), en contra de lo que diría Jesús: No son las personas para los salarios, sino los salarios para las personas. Ciertamente, la aplicación económica y social de esta parábola no es fácil,no sólo por la complejidad de las redes económicas, sino porque un sistema de “igualdad salarial” para todo puede destruir el estímulo y creatividad de las personas. Pero ella debe elevar su mensaje como protesta social contra un sistema salarial que acaba siendo opresor, poniendo de relieve el valor creador del trabajo de cada uno y de la vida de todos.
En ese fondo, desde la raíz del evangelio, esta parábola nos hace pasar del mero salario justo (por horas o por tipos de trabajo, en un lugar o en otro, según la preparación de cada uno) a un orden “supra-salarial” donde lo que importa es el valor de cada persona, con su “denario”, es decir, con lo que necesita para vivir, él y su familia, en clave personal y comunitaria. Esta superación del sistema salarial constituye uno de los principios y metas de la economía evangélica. En esa línea, leyendo hasta el final esta parábola, tenemos que trazar tres grandes cambios:
Tenemos que pasar del dios salarial del principio (que parece dar a cada uno según su trabajo) a un Dios supra-salarial, que no aparece como amo/dueño, como propietario de la viña, sino como amigo-compañero de todos, ofreciéndole un campo de vida, una posibilidad de colaborar en la viña, al servicio de todos. No se puede ya hablar de un Dios dueño (por encima, un Dios que “paga” según trabajos realizados) a un Dios que es la misma vida en comunión entre los hombres, de forma que son ellos, los hombres (los que debemos compartir la propiedad, trabajos y salarios de la viña, en gratuidad).
Este Dios supra-salarial se ha revelado por medio de Jesús, como aquel que ama a todos, amando de un modo especial a los últimos (cojos-mancos-ciegos, expulsados del buen orden social, viudas, huérfanos y emigrantes/extranjeros…).Éste es el Dios que se encarna por Jesús en nuestra historia, abriendo en nosotros (por nosotros) un camino de comunicación de vida (de propiedad, trabajo y salario compartido), pues en la línea que ahora vamos, de capital-superior, de trabajo mercantil y de producción al servicio del capital terminaremos destruyendo la vida (es decir, la fuente de la vida) en unas pocas generaciones.
NOTAS.
[1] Cf. D. Aleixandre, Mujeres de la hora undécima, Sal Terrae, Santander 1991; J. D. Derrett, Workers in the Vineyard: A Parable of Jesus: JJS 25 (1974) 64-91; A. Orbe, Parábolas evangélicas en San Ireneo I, BAC, Madrid 1972, 411-460; G. de Ru, Conception of Reward in the Teaching of Jesus: NT 8 (1966) 202-222; M. Theobald, Die Arbeiter im Weinberg (Mt 20,1- 16), en D. Mieth (ed.), Christliche Sozialethik im Anspruch der Zukunft: SThE 41 (1992) 107-127.
[2] Mateo asume, pues, el sistema salarial, pero a fin superarlo, en una línea que había destacado poderosamente Pablo, cuando interpretaba la experiencia mesiánica como puro don de Dios. Ciertamente, en un plano se puede hablar de ventaja de los judíos, como supone el mismo Pablo (cf. Rom 3, 1-3; 9, 1-5), pero, en sentido radical, no hay ventaja de unos sobre otros. Ante Dios no hay mérito, nadie puede tomar algo como merecido por su trabajo.
[3] Leída desde la actualidad, esta parábola puede entenderse como crítica contra creyentes o comunidades que se piensan superiores, con más méritos que otros. Ella eleva también su crítica contra una Iglesia que parece haberse convertido en una sociedad muy jerarquizada, con trabajos y méritos particulares.
[4] Mateo empieza asumiendo el sistema salarial, pero a fin superarlo, en una línea que había destacado poderosamente Pablo, cuando interpretaba la experiencia mesiánica como puro don de Dios, que se recibe y cultiva en fe, superando el plano de la división entre judíos y gentiles (cf. Rom 3, 1-3; 9, 1-5). Pues bien, aquí no estamos ante una pura salvación interior por fe, sino ante el don de la vida (salario), que ha de ofrecerse por igual (por gracia) a todos los trabajadores. Sobre el trasfondo económico del tema, cf. É. Durckheim, La división del trabajo social, 1893; L. Polanyi, La Gran Transformación, 1944.