Triduo de Pentecostés (1). El hombre, espíritu de Dios
Conforme a la primera frase de la Biblia, el Espíritu Santo, simbolizado como huracán de Dios, planeaba y planea sobre un caos confuso. Así aparece como presencia creadora extática y muy íntima de Dios, que al mismo tiempo se expresa como Palabra diciendo "hágase" y "hagamos". Dios es, según eso, Espíritu y Palabra, aliento creador y presencia de vida en todo lo que existe.
El Espíritu no es cosa ni ley, sino aliento creador y comunicación, presencia y libertad persona. Por eso, nosotros que vivimos, nos movemos y somos en Dios formamos parte de su Espíritu.
El Espíritu es Dios, todo regalo, que nos hace nacer y vivir gratuitamente en su Presencia (sin imponerla por fuerza), siendo, al mismo tiempo, la Humanidad regalada, que acoge el Aliento de Dios, y así vive desbordándose a sí misma, en gracia.
El Espíritu es Dios, todo regalo, que nos hace nacer y vivir gratuitamente en su Presencia (sin imponerla por fuerza), siendo, al mismo tiempo, la Humanidad regalada, que acoge el Aliento de Dios, y así vive desbordándose a sí misma, en gracia.
| X. Pikaza
Espíritu humano, Espíritu de Dios. Principio antropológico
El Espíritu no es algo que está ahí, junto a otras cosas, como un árbol o río, un animal o un hombre. No es tampoco un alma descarnada con la que entramos en contacto por invocaciones, conjuros o magias, como suponen muchos espiritistas, famosos antaño y activos hoy día, expertos en comunicarse con difuntos o habitantes angélicos del cosmos. Ciertamente, lo espiritual existe: un viejo filósofo decía que el mundo está lleno de Dioses (Tales de Mileto), un sociólogo moderno ha escuchado en el aire un rumor de ángeles (P. Berger).
La vida y realidad es misteriosa, más honda y esquiva cuanto más la penetramos, de manera que estamos tentados a decir que todo es espíritu, energía multiforme, comunicación, palabra.
No sabemos cómo situarnos ante el “remolino” del cosmos: galaxias, estrellas y mundos incontables, habitados por lo desconocido; no sabemos cómo interpretar el árbol añoso y sorprendente de la vida que recorre inexorable y majestuosa su camino. ¿Somos la punta espiritual de un iceberg de materia? ¿Somos materia base de un astro divino? Muchas viejas distinciones que nos han ayudado a pensar durante siglos y que aún se emplean en lenguaje coloquial (espíritu y materia, cuerpo y alma) han perdido su sentido, pues todo lo que existe parece vinculado.
El Espíritu no es una cosa, sustancia (o partícula cuántica) entre otras, que podemos colocar entre las realidades físicas, para quedar así tranquilos y pasar luego al estudio de otras nuevas. Tampoco es una realidad virtual, escondida en un archivo de la red (internet) que sólo viene a la pantalla de nuestra conciencia si ponemos por la recta clave. El Credo le presenta más bien como la realidad señorial y vivificadora (Credo: Dominum et Vivificantem), que actúa y se expresa en todo lo que existe y de un modo especial en la experiencia y vida de los hombres. Eso significa que el fondo cósmico supremo no es algo material (átomos o cosas), ni una ley física, que encierra lo que existe en un sistema (como quisieron y quieren algunos científicos, buscando una piedra filosofal o gran ley que explique lo que existe), sino “algo” que llamamos “espíritu”, hecho de comunicación e impulso vital. En ese sentido, y no en oposición a la materia, decimos que al principio era el Espíritu.
La misma etimología de la palabra, del latín spiritus (aliento, respiración), que corresponde al hebreo ruah y al griego pneuma, nos pone en buen camino: el Espíritu es la forma que los humanos tienen de vivir, no sólo porque respiran (como los animales), sino porque hablan (las palabras están hechas de aliento, respiración modulada con sentido) y se abren a todo lo que existe. Son cuerpo (minerales) y alma que respira (animales), pero son también Espíritu: su respiración más honda, hecha de amor y palabra consciente, les vincula de un modo especial al uni-verso o unidad relacional de todo.
Se ha dicho que el ser humano es dual, cuerpo (materia) y alma (pensamiento), pero quizá es mejor afirmar que el hombre es cuerpo, alma y “espíritu” (es relación viviente), un ser que está inserto en la “vida universal”. El problema está en precisar el sentido que tiene el Espíritu:
- Espíritu del cosmos: somos parte de la gran Vida del mundo. Así respondieron algunos filósofos griegos y muchos científicos modernos: somos parte de un gran mundo que está vivo y respira (viento y tormenta aparecen como respiración divina del cosmos). De la vida del mundo venimos, en la vida del mundo moramos, a ella tornaremos. Ciertamente, hay algo especial en los humanos, pero nada individual que permanezca para siempre.
Muuchos ecologistas actuales, en la línea de B. Espinosa, añaden que debemos ser fieles al "espíritu del cosmos": no tenemos más Dios que la Vida, ni más religión que el respeto al proceso viviente del cosmos[1].
2. Espíritu de Dios, Espíritu del hombre. Del Espíritu en sentido cristiano estrictamente dicho sólo puede hablarse allí donde se afirma que hay un Dios que existe en sí (no es puro mundo) y actúa de manera creadora y amorosa. Dios no es Espíritu en cuanto ser cerrado (esencia inmaterial aislada), sino como Relación de todas las relaciones, Amor fundante y Presencia animadora: se abre y entrega a sí mismo, como Vida radical y Fuente de comunicación para los humanos. El ser del Espíritu es darse: Apertura creadora, Aliento de amor generoso que sólo "se tiene a sí mismo" (en autopresencia) regalándose del todo. Por eso, siendo reales, las cosas se realizan en Dios; siendo autónomo, el hombre sólo puede hacerse humano en el Espíritu divino.
En esa última línea podemos definir al Espíritu como autopresencia extática y comunicativa.Es autopresencia o capacidad de ser en sí mismo: sólo es Espíritu aquel que de algún modo se tiene, está en sí mismo. Al mismo tiempo es extático: puede salir, desbordando sus límites, en gesto que podemos llamar de trascendencia. Finalmente, es comunicación, existencia compartida: no se posee y sale de sí para perderse, sino para expresar y realizar una existencia compartida. Su realidad más honda es comunicación. Lógicamente, el espíritu pertenece al nivel de lo personal.
El Espíritu de Dios sobre las aguas. Principio bíblico
En esa última línea quiero situarme, partiendo de la Biblia, no para identificar a los hombres con Dios y negar su independencia (como harían ciertos hegelianos), sino para destacar su independencia, partiendo de un Dios personal (es auto-posesión) que quiere comunicarse de manera libre, no imponerse, a los hombres, haciéndoles capaces de acoger su presencia y dialogar con él desde el mundo; estas son sus primeras palabras:
En el principio... la tierra era caos y confusión y oscuridad sobre el abismo.Pero el Espíritu de Dios aleteaba por encima de las aguas.Y dijo Dios: "hágase la luz..."; y dijo Dios "sepárense las aguas..." (cf. Gen 1, 1-6).
El Espíritu, simbolizado como huracán de Dios, planea sobre el abismo de un mundo que en sí mismo sería caos confuso. Así aparece como presencia creadora, extática, de Dios, que actúa después por la Palabra (y dijo Dios...) para así comunicarse. El mismo Aliento de Dios, respiración creadora, es Palabra que llama, organiza y relaciona todo lo que existe. Avanzando en esta línea, se dirá que Dios ha creado con su Aliento al ser humano:
Formó al humano con barro del suelo e insufló en su nariz Espíritu de vida y resultó el humano un ser viviente...Y le dijo Dios: "De cualquier árbol del jardín puedes comer,más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás,pues el día en comieres de él morirás sin remedio" (Gen 2, 7.16-17).
Los humanos aparecen vinculados Dios, inmersos en su respiración: han recibido su aliento, en amor que les hace capaces de comunicarse de un modo personal, abriéndoles a Dios. Pueden dialogar con él en libertad, pero sin "comer del árbol del conocimiento del bien-mal", pues hacerlo sería encerrarse, alejarse de Dios, optar sólo por sí mismos, en un mundo de leyes y disputas sociales, en la complejidad de la historia. Eso significa que el Espíritu de Dios no es poder de imposición, sino que deja en libertad a los humanos, haciéndoles capaces de ser o perderse (=morir), si es que prefieren crear un mundo de juicio (bien-mal), opuesto al deseo de Dios.
Dios hace a los hombres capaces de dialogar con él, pero no les impone su diálogo; les abre al amor, pero no les obliga a quererle. Este es el don y riesgo de paraíso y del “primer” pecado (Gen 2-3), que son inseparables. El Espíritu de Dios es Vida que no impone, Amor que no cautiva, sino eleva en libertad a los humanos, para que ellos mismos puedan ser personas y así optar, aceptando el don de gracia de Dios o rechazándolo, encerrados en su propia ley (adueñándose del conocimiento del bien mal).
Ciertamente, reciben Ruah, aliento de Dios, pero sólo cuando dejan que su gracia les anime y capacite para vivir en comunión interhumana. Entre la gracia, que viene de Dios, y la muerte que ellos crean habitan los hombres (cf. Sab 1, 15-16; 2, 23-24), seres paradójicos, llenos de riqueza, en el borde de mayor pobreza. Así decimos que el Espíritu es Dios, pero no como sustancia cerrada, sino como gracia creadora que se ofrece de manera gratuita a los humanos, para que puedan vivir en éxtasis de comunicación amorosa y gratuita. Y añadimos que los humanos son Espíritu en cuanto moran y viven dentro de la Vida divina. La Ruah (Espíritu) de Dios se identifica con su gracia (Cf. G. Auzou, Jueces, FAX, Madrid 1968, 85, 87, 94).
El Espíritu no es cosa ni ley, sino éxtasis creador y comunicación, en libertad personal. Es Dios Regalo (Autodonación), que nos hace nacer y vivir gratuitamente en su Presencia (sin imponerla por fuerza). Es la Humanidad regalada, que acoge el Aliento de Dios, y así vive desbordándose a sí misma, en gracia. Siendo gracia que no puede imponerse, el Espíritu va unido a la posibilidad del pecado, que se expresa donde los humanos quieren volverse "dueños del bien-mal", sólo por sí mismos, abandonando la raíz del Espíritu divino. Pero, aunque ellos le abandonen, Dios sigue ofreciéndoles su aliento, para que puedan comunicarse y buscar el paraíso.
Se inicia así la historia del Espíritu, el despliegue de la humanidad que busca tanteante las fuentes de la gracia, permitiendo que Dios se comunique gratuitamente a ella, como Espíritu. La historia externa de la humanidad se encuentra dominada por el árbol del bien-mal, que se expresa como lucha mutua, dominio de unos sobre otros, violencia. Pero hay una historia más profunda de gracia, que se muestra donde Dios escoge en gratuidad a unos humanos, para hacerles bendición o principio de unidad sobre la tierra (Gen 12, 1-3). Ésta es la historia del Éxodo de Egipto y del mensaje de los grandes profetas, que señalan el camino que conduce, sobre la ley y violencia del mundo, al futuro de gracia y reconciliación de los humanos.Por eso, el Credo sigue confesando que el Espíritu habló por los profetas (no sólo en Israel: cf. Hebr 1,1-3), que abrieron sus vidas a Dios y transmitieron su Palabra de gracia y esperanza, sobre la ley de violencia del mundo, como saben los textos mesiánicos de Israel (cf. Is 2, 2-6;11, 1-2; 41, 1-4; Ez 37).