Yahvé, Dios de Adviento. Puro verbo, no substancia (sustantivo)
La Biblia israelita nace en un contexto de idolatría o identificación de Dios con poderes cósmicos o sociales que dominan sobre el mundo, exigiendo además que les adoremos… Nace oponiéndose un supra-texto de sustantivos idolátricos, para sacarnos de allí y llevarnos a su tierra de libertad en el desierto y decirnos: Soy el que soy, el que os hago ser, el Dios que actúa (pura actividad).¿Os atrevéis a caminar conmigo?
Un Dios sustantivo (sustancia de poder) nos ha dominado por siglos, al servicio de los falsos poderosos. Ha llegado el tiempo de que cambie esa situación. Es Adviento.
| Xabier Pikaza
Yahvé: el que hace ser. Puro verbo
Desde tiempos antiguos los seres humanos han tendido a vender su libertad (su primogenitura) por un plato de lentejas (Gen 25), dictadura del vientre y de un poder que nos exima de la libertad, es decir, de la tarea de ser/hacernos por nosotros mismos. Nos parece que vivimos mejor estando sometidos, con alguien que nos resuelva los problemas, por encima de nosotros, alimentándonos de falsas migajas.
Pues bien, en contra de eso, los israelitas han descubierto que Dios es Aquel no puede ser nombrado, porque no es sustantivo (sustancia impositiva), sino ex-sistencia que nos impulsa a ser, estando presente, pero sin sustituirnos, que no resuelve nuestros problemas desde fuera, sino que está en nosotros, para que «vivamos, nos movamos y seamos» (Hch 17, 28), nosotros, Dios encarnado.
Revelación y promesa (Ex 3). En esa línea, la Biblia israelita ha descubierto y expresado el sentido del Nombre supra-substancial (=Yahvé), puro verbo, más allá de todo lo que puede nombrarse, como ha indicado el texto de Moisés, fugitivo en el desierto de su suegro sacerdote, cuando responde la Voz de Elohim, que le llama desde la zarza que arde sin consumirse, pidiéndole que libere a los israelitas del ídolo de Egipto que es el Faraón:
Moisés: ¿Quién soy yo para ir al Faraón y sacar a los israelitas de Egipto?
Elohim: ¡Estaré (=’ehyh) contigo! Y éste es el signo de que te he enviado: Cuando saques al pueblo de Egipto, adoraréis a Elohim sobre este monte.
Moisés: Cuando yo vaya a los hijos de Israel y les diga: el Dios (=Elohim) de vuestros padres me ha enviado a vosotros, si me preguntan ellos cuál es su nombre ¿qué he de decirles?
Elohim: Soy el que soy. Así dirás a los hijos de Israel:Yo soy (’ehyh) me ha enviado a vosotros. Yahvé, Dios de vuestros padres... me ha enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre y esta es mi invocación (Ex 3, 11-15).
Éste es el «nombre verbal» de Dios, como casi todos los nombres teóforos hebreos (Dios-crea, Dios-llama, Dios-escucha…). El nombre hebreo Yahvé, יהוה (YHVH o YHWH, no es sustantivo) sino verbo: Estaré, yo soy el que estoy (vivo, actúo), presencia activa, personal, el que nos hacer ser/actuar, encarnándose en nosotros (como fuego en zarza/caña débil, que arde, pero no se consume, sino que consuma). Está/es/actúa en nosotros, no nos sustituye (no ocupa nuestro puesto), sino que habita en nosotros en peri-jóresis continua, para que nosotros como indicaré al final de este texto.
Moisés siente dificultad. Dios le pide que abandone familia y vida antigua y se enfrente al Faraón, opresor de los hebreos, sucesor de aquel que antaño pretendió matarle (cf. Ex 2,15-23). Dios le envía a liberar a quienes antes rechazaron su arbitraje (Ex 2, 13-14; cf. Hech 7,24-34). Es normal que le cueste (cf. Jc 6,15; Lc 1,34 etc) y diga: ¿Quién soy yo...?
Así pregunta el ser humano que se mira pequeño y dependiente. Pero Dios le responde: ¡Yo estaré, (’ehyh) contigo! presencia activa su itinerario. El hombre es teofanía personal del Dios que seré-estaré contigo (’ehyh, yahvé), verbo de todos los verbos, añadiendo ¡Y cuando saques al pueblo de Egipto adoraréis a Elohim en este monte! (3,12), volveréis aquí para ser lo que yo soy, Verbo activo de vida. Moisés ha descubierto a Dios, le ha visto en el fuego de la zarza. Luego han de verle, haciendo el mismo itinerario, todos los oprimidos (cf. Ex 19-24), pues el ser-acción de Moisés ha de asumirla todo el pueblo israelita.
En este contexto se sitúa la pregunta de Moisés (3,13). Elohim le ha dicho: yo estaré, anticipando su nombre (Yahvé significa ¡yo estaré!). Moisés no ha comprendido todavía. Necesita más señales, una concreción de la Presencia, un Nombre que pueda presentar a los hijos de Israel y decirles ¡Éste es quién me envía! (3,13). Sólo ahora, Elohim (=Poder divino) se revela plenamente, diciéndole su nombre/verbo, nombre sin nombre (Ex 3, 14-15):
Ser-acción: «Soy el que Soy» (El que estaré o seré contigo, con todos). Dios su nombre acción para todo el pueblo: Soy el que estaré con ellos (cf. 3,12), como presencia. Ese ser-estar con los suyos constituye su esencia. Moisés ha pedido un nombre. Dios ha respondido asegurando su presencia (3, 14).
- Envío: «Yo soy-estoy» me ha enviado a vosotros (ehyeh ´selahani, 3, 14). Sólo puede enviar quien se encuentra presente (ehyeh= Yahvé). No es el envío el que justifica la presencia sino al revés: la presencia de Dios se hace envío: Dios se manifiesta en su verdad como El que es (pasando así de ehyeh-a Yahvé) haciendo que Moisés libere(haga ser) a los oprimidos, siendo así “dios” para ellos.
- Nombre-Verbo (=nombre acción): «Yahvé, Elohim de vuestros padres..., me haenviado a vosotros» (3, 15). El mismo verbo [’ehyeh, soy, estoy presente] actúa como Nombre personal [Yahvé], definiendo para siempre el sentido y novedad del Dios de la experiencia israelita, que se revela plenamente como aquel que sostiene y envía a Moisés, liberando a su pueblo. Sólo en cuanto llama y ayuda, asiste y libera, el Dios (Elohim) delos padres se vuelve Yahvé, Dios del pueblo (Dios encarnado en Moisés y en el pueblo,como fuego/vida en la zarza/caña humana
- Verbo definitivo: «Este es mi nombre para siempre, es mi recuerdo...» (3, 15). Esta experiencia hecha Nombre (¡Estoy presente!) define para siempre el «ser» (actuación) de Dios y como principio, centro y futuro de todos los recuerdos: Dios «recuerda su Alianza» (2, 25); por su parte, los israelitas deben recordar el signo y Nombre de Dios como presencia liberadora.
Sólo escucha de verdad a Dios y conoce su Nombre (Yahvé), quien se descubre enviado y, al ponerse en movimiento, le encuentra Presente en su camino. Este Nombre es por un lado misterioso: los filólogos no logran precisar del todo su sentido original, los judíos no lo pronuncian por respeto... Pero, al mismo tiempo, es el más sencillo, cordial, inmediato de todos los nombres posibles, el Verbo/Dabar de todos los verbos, la Vida/Hai de todas las vidas, el camino de todos los caminos.
Dios es Yahvé porque en el momento clave de su revelación, sacando a su pueblo de la esclavitud de Egipto ha dicho ’ehyeh (=estaré contigo, con vosotros, seré vuestra libertad, vuestro futuro, de manera que seáis vosotros mismos, en libertad, lo que yo soy (el que yo soy). Yahvé es Verbo de camino (Syn-hodos, camino compartido): garantía de presencia personal (¡yo estoy! cf. 3,12) y compromiso de acción liberadora. Tres son, a mi juicio (y conforme a lo que sigue: Ex 3, 16-4, 18), sus elementos conformantes:
Dios aparece como un «Yo», pero un yo en, con y para vosotros, aquel que habla presentándose a sí mismo y diciendo «Soy el que soy/seré». En ese sentido, él se define como la Primera Persona de todas las personas, el «Yo» fundante en vosotros, un yo que dice «tú» y dice «nosotros», en la línea que más tarde se podrá subjetivismo (activismo) liberador, comunitario: todo lo que hay brota del Yo de Dios que dice: ¡quiero acompañaros, haciéndome camino con vosotros, ser vosotros, ser todos nosotros, porque somos Uno en comunión de vida!
Mediación de Moisés, Dios de los padres, Dios de Moisés. El Dios Yo-soy se vuelve
Estoy-contigo para aquellos que le acogen y responden, haciéndose ellos también presencia/acción divina. Por eso, en nombre de todos los oprimidos, Moisés eleva sus preguntas: ¿Que haré si no me creen y si no me escuchan y si dicen: no se te ha aparecido Yahvé? (4, 1) Si Dios no le hubiera llamado, la liberación de Israel sería falsa; si los israelitas no pudieran creer a Moisés sería inútil su Dios. La persona y tarea de Moisés está al principio de la fe de los israelitas que no creen sólo en Dios en general(como Elohim de la montaña), sino en el Yahvé de Moisés, impulso de vida de aquellos que no confían sólo en el Dios cósmico, ni siquiera en el de los padres (Abraham, Isaac, Jacob), sino en el Dios de Moisés, y en el mismo Moisés, que así aparece como transmisor de la palabra de Dios, mediador de su experiencia nacional, universal.
- Dios universal. Dios se hace presencia salvadora en Moisés, a fin de revelarse de esa forma como Yahvé de todos los seres humanos: Un Yo-soy de liberación para el conjunto de los israelitas y de todos los oprimidos de la tierra. Por un lado, es Transcendente, de manera que su Yo-Soy desborda todas las posibles afirmaciones humanas: Está siempre más allá, es Señor universal, creador y salvador originario. Pero, al mismo tiempo, es Inmanencia plena o, mejor dicho, presencia salvadora, el «verbo» de la vida universal.
Dios de Moisés, Dios de los cristianos. Un Dios, un pueblo, un profeta: estos son los elementos principales de esta revelación del Verbo divino. Lógicamente, de ahora en adelante, Moisés vendrá a presentarse ante los judíos como profeta por excelencia, hombre/carne en el que Dios se ha revelado como acción liberadora. Desde ese fondo se entiende la fe de los judíos, musulmanes y cristianos
Los judíos han destacado este Nombre/Verbo, condensando en Yahvé su experiencia de misterio. Por un lado, han seguido vinculándolo al pueblo, como dice el Shema: Escucha, Israel, Yahvé, tu Dios es un Dios único.... (Dt 6, 4-9), un texto que se encuentra en la raíz y corazón de la fe cristiana, en forma de doble mandamiento, uniendo «amarás a Dios» con «amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mc 12, 28-34.Por otro, los judíos han sacralizado ese nombre «Yahvé», de tal forma que procuran no escribirlo ya ni pronunciarlo, pues la Acción de todas las acciones, el Verbo de todos los verbos, estando al fondo de todo, nos sobrepasa y no podemos ni mencionarlo.
De esa manera, al separar el Nombre de Dios y dejarlo fuera de la «circulación» social y religiosa, los judíos posteriores han tenido que buscarle «sustitutos». Por eso han dicho y siguen diciendo en su lugar palabras más o menos equivalentes (pero nunca iguales) como Adonai, Kyrios, Dominus o Señor (the Lord), que expresan de algún modo la grandeza de Dios, pero sin expresarla en verdad y agotarla. Estas palabras yano actúan como «sustantivos» (no expresan lo que es Dios), sino como adjetivos que evocan de algún modo su grandeza (Jaun-Goikoa, Zeus/Zeos, Allah, El-elohim, God, Got, Gran Espíritu, Brahman, Tien…). Esas palabras no son nombres de Dios, sino adjetivos aproximados, que si los convertimos en sustantivos nos hacen caer en el riesgo de desembocar en la idolatría.
Los judíos saben que no podemos convertir a Yahvé en nuevo sustantivo de Dios (unDios más, un nuevo nombre), olvidando que es el Verbo sin nombre. Por eso, esa palabra Yahvé ha dejado de pronunciarse o nombrarse e incluso de escribirse, poniéndose en su lugar expresiones como G*d o Di*s.
Muchos gnósticos (quizá de origen judío y cristiano) de los siglos II y III d.C. han invertido esa visión del judaísmo, interpretando el nombre de Yahvé no como señal del más alto misterio de la acción silenciosa del misterio originario, sino como expresión de un «dios opresor», que mantiene a los humanos sometidos. Ellos tienden a interpretar ese Verbo cono sustantivo diabólico, principio divino del error y el egoísmo, es decir, como Dios falso. Según eso, Yahvé, Dios del Antiguo Testamento, sería en el fondo el proto-diablo (=Satanás); sólo el Padre de Jesús o un Dios puramente espirituales para ellos verdadero.
Por eso, allí donde en la Escritura israelita (Ex 3, 14) el Dios Yahvé proclama Yo soy (o sus equivalentes), algunos videntes gnósticos hacen que se escuche la voz del «Verdadero Dios» (contrario al anti-Dios israelita) que le responde ¡Te equivocas, Dios ciego! Así interpretan a Yahvé con nombres despectivos, como Señor de la vergüenza (Samaél), Dios ciego de lucha y egoísmo, Yavaot, Yaldabaot o salvador material que sólo se ocupa de las cosas externas, incapaz de iluminar a los humanos, ofreciéndoles una experiencia espiritual radical de libertad.
Conforme a la visión gnóstica carece de sentido la encarnación cristiana: Dios no podría introducirse de verdad en este mundo. En contra de eso, precisamente para defender la encarnación han aceptado los cristianos la revelación del Antiguo Testamento, entendiendo el ¡Yo soy! de Dios no en forma egoísta, sino liberadora.
Según eso, la palabra «yo soy» del Dios/fuego de la zarza ardiente no significa «yo soy, vosotros no», sino «soy para que seáis», «vivo para que viváis», como verbo activo de vuestra existencia creadora.
Los musulmanes han evitado en general la hondura de ese «Yo soy» dialogal y creador, poniendo de relieve la absoluta auto-realidad de Dios, que se ha expresado para siempre por Mahoma, de manera sencilla y segura, para todos los humanos, sin distinción de razas o culturas
La piedad no estriba en que volváis vuestro rostro hacia el Oriente o hacia el Occidente (=rezar mirando a Jerusalén o la Meca), sino en creer en Dios y en el último día, en los ángeles, en la Escritura y en los profetas, en dar de la hacienda, por mucho amor que se le tenga, a los parientes, huérfanos, necesitados, viajeros, mendigos y esclavos, en hacer la azalá (oración) y el azaque (=la limosna)... (Corán 2, 177).
El Dios musulmán es puro silencio sin nombre, pura acción dominante, que se expresa en el cumplimiento del Corán. No hay en el Islam ninguna teología intradivina, ninguna afirmación sobre la vida o movimiento de Dios en cuanto tal. Para el Islam la esencia de Dios sigue siendo misteriosa, incognoscible, de manera que no puede decirse nada de ella. Lógicamente, judíos y musulmanes se sienten vinculados en su teología más profunda, tanto en la visión del Dios transcendente (no trinitario), como en la visión de su revelación (por la ley de Moisés, por la profecía de Mahoma). Esta vinculación es tan honda que algunos llegan a sostener que judaísmo e islam son variantes de una misma religión de fondo. Algunos afirman que el islam es herejía (simplificadora, universalizadora) del judaísmo. Otros; añaden otros que el judaísmo es una herejía (concretización nacional) del islam eterno. Según eso, judíos y musulmanes rechazan la encarnación de Dios en Jesús, viendo en ella una especie de recaída en el politeísmo pagano. Lógicamente, ellos rechazan también la Trinidad: piensan que Dios se ha revelado en la historia de los hombres, pero sin encarnarse, ni expresar en ella su misterio más profundo. En ese sentido, judíos y musulmanes parecen más humildes: piensan que Dios está arriba y que nunca podemos conocerle del todo. Por el contrario, los cristianos se atreven a definir a Dios como Padre de Jesús (Trinidad), arriesgándose a penetrar en su misterio, afirmando que en el origen y base de todo está el amor del Padre al Hijo en el Espíritu.
Los cristianos interpretamos a Yahvé como presencia salvadora (liberadora) que se compromete en favor de los hebreos oprimidos, pero damos un paso más y añadimos que el mismo Yahvé, Verbo supremo del Dios liberador, se identifica con el Padre de Nuestro Señor. Jesucristo (es haciendo que sea Jesús. Por eso, en un sentido, los cristianos seguimos vinculados a la revelación del Sinaí: nos situamos con Moisés ante la Zarza Ardiente, escuchamos su palabra de liberación, nos comprometemos a seguir su camino.
Pero sintiendo que eso resulta al fin insuficiente damos un paso más. No es que la experiencia israelita de Yahvé sea falsa, sino todo lo contrario: es verdadera. Más aún, es de tal modo verdadera que debe profundizarse, llegando hasta sus últimas consecuencias. Eso es lo que ha hecho Jesús, nuevo Moisés, verdadero intérprete y hermeneuta del Yahvé israelita. Allí donde Moisés ha escucha el Yo soy de Dios, que se dice a sí mismo salvando a los oprimidos, Jesús ha seguido escuchando la voz más profunda que dice ¡Tú eres mi Hijo! porque yo mismo estoy contigo.
En el paso y despliegue del ¡Yo soy! de Ex 3, 14 al ¡Tú eres, vosotros soís! de la experiencia bautismal (cf. Mc 1, 9-11 par) y pascual (cf. Rom 1, 3-4; Hebr 1,5) de Jesús culmina la teología israelita, nace el cristianismo. Siendo el auténtico ¡Yo soy!, Dios viene a definirse para los cristianos como el Padre de Nuestro Señor Jesucristo. De esta forma se amplía el Yo de Dios, asumiendo en su interior el Tú de Jesús (y de los humanos oprimidos) en el Nosotros del misterio trinitario (del Espíritu Santo), es decir, en el despliegue total de la Comunicación de amor.
La experiencia de base sigue siendo la misma: tanto el Yahvé de Moisés como el Padre de Jesús se introducen en la historia humana, asumen el dolor de los pobres, abren un camino de liberación. Pero los cristianos creemos que esa presencia salvadora de Dios en el mundo ha culminado en forma de encarnación: en el fondo de la experiencia básica de Jesús (de su misterio de liberación y de su comunión trinitaria) sigue estando el más profundo y verdadero Yahvé del judaísmo; pero este es un Yahvé que ha venido a desplegarse como Padre, abriéndose en amor, por medio de Jesús a todos los humanos.