Religión, experiencia de gratuidad. Un decálogo cristiano
Los "aranceles" o tarifas que se están imponiendo entre países recuerdan algo que sabíamos: La humanidad se ha vuelto un "mercado" y en este mercado no hay más dios que Mammón, como decía hace algún tiempo Jesús.
No en vano algunos como Trump han sido vendedores de Biblias, símbolo de una religión convertida en mercado, es decir, en casa/emporio, como aquella a la que alude Jn 2 en la escena de la expulsión de los mercaderes del templo.
Divido esta reflexión en tres parte. (1) Religiones, experiencia de gratuidad. (2) Esencia del cristianismo. (3) Trece tesis.
Divido esta reflexión en tres parte. (1) Religiones, experiencia de gratuidad. (2) Esencia del cristianismo. (3) Trece tesis.
| Xabier Pikaza

1. RELIGIONES, EXPERIENCIA DE GRATUIDAD
Una religión que se impusiera sobre todo el mundo por imperio o mercado formaría parte del sistema. Pero el hombre es más que sistema, la vida más que mercado, la religión más que sometimiento.
Por eso es bueno que existan diversas religiones, que expresen desde varias perspectivas la verdad (regalo) de Dios, de manera que los hombres puedan y deban dialogar, en "parlamento de gracia". no en mercado de intereses.
La religión es gracia, religiones orientales.
Las religiones se vinculan por aquello que tienen de más hondo: como experiencia de gratuidad negativa (renuncia al juicio) y positiva (impulso de comunicación no retributiva. .
La gracia no es conquista racional,, pues la razón tiende a cerrarse en sí, creando sistemas de comprensión retributiva, conjuntos donde todo está determinado según ley. No es un producto de la razón práctica, que se logra tomando el poder y construyendo estados o imperios que imponen la "buena religión". Una religión así impuesta o regulada por ley no sería verdadera, no podría llamarse cristianismo.
La gracia proviene y se expresa por iluminación superior y comunicación personal, como saben los contemplativos y/o amantes. Este nivel de gratuidad (no-juicio) es propio del evangelio cristiano, pero está de algún modo presente en todas las religiones. Los hombres religiosos han visto y saben que ellos han recibido la vida por gracia y así, gratuitamente, quieren comunicarla y compartirla.
En su raíz y plenitud el hombre es gracia: realidad que se regala, recibe y comparte. Así se define su humanidad, más allá del impulso natural y la organización legal. La cultura ilustrada tiene miedo a ese nivel: supone que no tiene consistencia, es ilusión, huida. Pues bien, en contra de eso, pienso que sólo aquí se puede hablar del hombre y de sus tres momentos.
(a) Nacimiento. El hombre no nace del "deseo de la carne" ni de la "voluntad de ley", sino del Dios/Amor (cf. Jn 1, 12-13) y así puede afirmar que existe porque le han llamad/amado. (b) Acogida. Por Origen y Presencia somos regalo que podemos compartir con otros, de tal modo que nadie, ni siquiera Dios, puede controlarnos, pues un regalo controlado por ley no sería regalo[2].
(b) Comunicación. El hombre habita más allá del nivel de moralidad legalista, en perspectiva del bien-mal; así puede comunicar y compartir la vida[3].En esa perspectiva de gracia se comprenden algunos elementos de las religiones orientales, evocados en las reflexiones anteriores, como seguiré indicando.
El Taoísmo
Desde su primera sentencia, El Tao se eleva por encima de una razón judicial.
.." (Tao 1, 1). Más allá de la imposición racional o social, natural o artificial, habita el Tao como equilibrio originario, no impositivo, donde se concentran y confluyen, sin pre-tensión ni tensión opresora, todos los rasgos, momentos y valores de la realidad. En ese sentido, el Tao es supra-judicial, místico, y así puede compararse con el cristianismo, pues abre un campo de gratuidad misteriosa, sobre el orden cósmico y social dominado por la oposición y lucha de elementos. Por eso es tolerante: deja que todo sea, sin imponer nada, pero le falta quizá el amor activo y personal del cristianismo.
El cristianismo podría definirse como un Tao activo, personal y amoroso, compartido. Según el evangelio, todo está fundado en el amor del Padre y todo tiende en amor hacia el encuentro gratuito y creador donde los hombres nacen y crecen, como seres capaces de aceptarlo, compartirlo, regalarlo.
En esa perspectiva podríamos decir que el cristianismo es superior al Tao, pues asume la creatividad de las personas y reconoce el carácter activo del amor como principio de esperanza. Pero tan pronto como hemos dicho eso debemos negarlo, pues allí donde los cristianos se piensan o creen superiores, intentando imponerse por la fuerza se vuelven de hecho inferiores.
El Taoísmo puede y debe entenderse como un correctivo frente a los excesos de un sistema económico-político como el de occidente, que promueve la lucha y que desemboca en una dura batalla por la utilización de los recursos de la tierra, con riesgo de destrucción ecológica[4]. Europa ha inventado la ciencia y racionalidad capitalista, al servicio de un sistema que pretende dominar el mundo a través de una acción cada vez más agresiva. Pues bien, para superar ese riesgo (y el riesgo del eurocomunismo que ha seguido siendo dictatorial), seria necesario un Euro-Taoísmo, una forma de hacer sin hacer, de actuar sin imponerse, de vivir en equilibrio con los poderes de la naturaleza.
En esa línea podemos seguir hablando de un Tao-Cristianismo, un cristianismo que dialogue con el Tao, para descubrir el sentido de una no-acción (no-ciencia) que trasciende toda ciencia, en gratuidad de amor (como sabía San Juan de la Cruz). Pero, dicho eso, añadimos que en el fondo de la no-acción es necesaria una acción comunicativa de tipo gratuito y universal[5].
Budismo
Allende la ley (marcada por el deseo) ha descubierto el budismo un ancho camino de vida iluminada, un "recto medio" que debemos recorrer en perspectiva de la gratuidad. En ese nivel nada se puede hacer por fuerza. Por eso, el budismo es tolerante: más allá de todos los niveles de acción y reacción ha descubierto una Luz superior, una vida que es no-vida en plenitud (nirvana), en ámbito de gozo que vincula sin violencia a los hombres. De esa forma puede recorrer y recorre un largo trecho con el cristianismo. Pero hay una diferencia.
(1) El budista deja en silencio la figura de Dios, tampoco habla del amor activo, emocionado, creador, entre los hombres. (2) Por el contrario, el evangelio ofrece el testimonio de un Dios que ama a los humanos de forma apasionada, gozosa, ilusionada, mostrándose así en la muerte y pascua de Jesús.
Parece que el budismo destaca un tipo de tolerancia pasiva, poniendo de relieve el no-deseo, la no-ingerencia en los problemas del mundo, de manera que ha podido vincularse al taoísmo (especialmente en China). Por el contrario, el cristianismo acentúa más la tolerancia activa, centrada en la comunicación: cree que es posible superar el mal a fuerza de bien, aunque los hombres corran el riesgo de quedar en manos de los poderes de violencia de ese mundo. El budismo se define como experiencia individual, un camino de aprendizaje que debe recorrer a solas cada uno de los monjes (de los comprometidos). El cristianismo, en cambio, implica el amor activo hacia los otros: es acogida del misterio y respuesta en favor de los necesitados; por eso es amor concreto, sensible, gozoso, abierto a la resurrección de la vida (más allá de un nirvana pasivo).
El hinduismo
asume en plano místico, el ideal de gratuidad que estamos proponiendo. Pero, conforme a la división de niveles ya estudiada en la Bhagavad-Gita, el no-juicio puede limitarse al plano interno (mental), dejando que en lo externo (político y social) el hombre asuma los compromisos de su casta: los deberes militares del guerrero, los principios comerciales del mercado. Llevada al extremo, esa dualidad sancionaría, de hecho, el orden de violencia de este mundo, reservando la superación del juicio para el interior del hombre.
En contra de eso, el evangelio busca la unificación de ambos niveles; no quiere dos morales, una externa, otra interna; no sanciona en plano social el orden establecido (de castas o divisiones sociales). Según el cristianismo, la violencia puede superarse por medio de una comunicación personal de vida, que suscita nueva vida y que capacita a los hombres para ir desplegando los signos del reino de Dios, según el ejemplo y camino de Jesús.

El judaísmo
coloca en el centro de su vida la Torah, que suele traducirse como Ley de Dios, pero es Ley que no es norma racional, retributiva (en plano de praxis política y juicio), sino regalo o presencia gratuita de Dios. Por cumplir esa Ley, el judaísmo ha renunciado, a partir del siglo II-III d. C., a la creación de un estado nacional (dotado de violencia judicial y militar), para presentarse como "federación de comunidades" o sinagogas de voluntarios[6].
Sólo quienes acojan la llamada gratuita de Dios y su alianza pueden aceptar el judaísmo. Es normal que los grandes místicos judíos (hasidim, piadosos) de diversos tiempos hayan situado las fuentes de Israel más allá de ley y juicio, como muestra de un modo ejemplar la Cábala judeo-castellana del Zoar (Moisés de León: siglos XII-XIII) y el movimiento de I. Luria en Safed, Galilea (siglo XVI-XVII). En esa línea se ha situado, por ejemplo, M. Buber afirmando que el hombre religioso ha desbordado el estadio de la moralidad en la que rige el deber y obligación, para situar su vida en un nivel gratuidad, abierta en amor a los necesitados[7].
El Islam
parece destacar más los rasgos de violencia, como hemos indicado en un capítulo anterior. Pero entendido de un modo radical acaba suponiendo que no hay otra realidad que Dios, que lo demás no existe, de manera que los hombres quedan integrados en la misma voluntad divina. Desde ese fondo ha de entenderse su visión del esfuerzo humano.
(1) El musulmán intenta someterse a Dios y quiere que todos se sometan, pues sólo de esa forma serán felices y justos.
(2) Pero una vez que se somete a Dios, el hombre se sitúa más allá de toda ley y todo esfuerzo. Cesan los razonamientos y las retribuciones históricas; sólo queda Dios y su misterio, como han puesto de relieve los sufíes, entre ellos Ibn Arabí de Murcia (siglo XII-XIII), destacando la "sumisión mística" o inmersión radical en lo divino.
Más allá del esfuerzo y juicio de los hombres se halla Dios y Dios trasciende los méritos y retribuciones. En esa línea, los sufíes han acentuado de tal forma la sublimidad de Dios que han superado toda acción violenta, todo juicio (de tipo racional, social o militar). De esa forma han sido tolerantes, pudiendo asumir a la vez las diversas religiones (se dicen cristianos y judíos, budistas y paganos...), haciéndose testigos de una religión que está más allá de toda ley, imposición y juicio.
2. LA ESENCIA DEL CRISTINISMO
Llevando hasta su fin la experiencia de gratuidad de las religiones, el cristianismo se define en sentido estricto como religión de gracia.
En un sentido, los cristianos aceptan en su plano la razón social, que se expresa en forma de "juicio". Ciertamente, aceptan en su plano la razón judicial del Estado (¡Dad al César lo que es del César!), pero sólo al exterior de la comunidad cristiana, pues el estado apela a la espada (Rom 13). En su plano propio, los cristianos renuncian, por gracia de Dios en Cristo, al juicio del estado y al orden de la espada. Por eso distinguen dos niveles.
(1) Estado y capital apelan a la retribución, con sus elementos judiciales y militares, de manera que deben acudir a la violencia legal, que eleva a los "buenos", corriendo el riesgo de marginar a los menos favorecidos.
(2) Los cristianos, en cambio, han de moverse en un nivel de comunicación gratuita, superando los modelos actuales de estados, naciones y clases, no para negar la identidad y cultura de los pueblos, sino para impedir la opresión de unos sobre otros, con el riesgo de la destrucción de todos. Ellas deben promover medios de diálogo y cooperación, sin apoderarse de los mecanismos del estado ni tomar el poder del sistema.
En esa línea debe formularse la identidad del cristianismo, conforme al Sermón de la Montaña (Lc 6, 37-42; Mt 7, 1-5), donde Jesús supera el sistema judicial de la ley retributiva, que paga a cada uno "según sus méritos", distinguiendo a justos de pecadores y dejando a cada uno en manos de aquello que él mismo ha realizado (cf. Rom 13, 1-7).
El cristianismo es gracia y la palabra que delimita su sentido es no-juzguéis. Aquellos que no juzgan quedan liberados del poder del juicio, en manos del Dios de la gracia; por el contrario, los que juzgan invocan sobre sí mismos el juicio ("con el juicio que juzguéis seréis juzgados")[10].
Desde ese fondo debemos definir el cristianismo como religión de gracia radical (de no-juicio y no-violencia activa). Superando la pura tolerancia (dejar que los demás sean) emerge el amor comprometido a favor de los demás, como el de Jesús, en cuya vida y muerte (en toda su persona) se ha revelado el "poder" del no-juicio.
Más allá de la pura indiferencia y del alejamiento desdeñoso, Jesús despliega el poder creador, revolucionario de la gracia, que entendemos como tolerancia, pero no en sentido negativo de pasividad, sino en sentido activo, como potencia creadora de vida, en apertura a los demás
Jesús no se evade, no se retira al desierto a esperar, sino que, en nombre de Dios, se introduce en el conflicto de la vida de los hombres y ofrece allí su aportación de vida, abriendo un camino de humanidad (una terapia de vida) sobre la retribución y juicio del sistema.
El sistema busca y sanciona un equilibrio o juicio de poderes, que los poderosos utilizan al servicio de sí mismos. Pues bien, en contra de eso, Jesús ha trazado un camino de vida más allá del juicio, ofreciendo gratuitamente vida y desenmascarado la falsa seguridad (idolatría) de los intolerantes: les ha quitado su razón, les ha dejado sin defensa ante la gracia y luz de Dios. Esa actitud de Jesús es débil, no-violenta (no lucha con armas, no quiere imponerse a la fuerza), y de esa forma, por eso, deja en evidencia la opresión de fondo del sistema. Por eso, los representantes del sistema le mataron[11].
La iglesia debía haber mantenido la actitud de Jesús, pero ella se ha vuelto después (ya desde el siglo IV-V) una institución judicial muy eficaz, de manera que ha introducido en Europa el Derecho Romano (quizá más que el evangelio), distinguiendo con precisión el bien y el mal, como si debiera ser la conciencia judicial del mundo, empleando para ello medios coactivos.
Pues bien, en contra de eso, la iglesia no es una institución judicial, sino una es una comunión que expresa la gracia de Dios y está al servicio de la comunicación personal entre los hombres. No está para enseñar unos mandamientos, ni para tomar el poder (el "buen poder sacral"), sino para ofrecer gratuitamente la gracia y perdón de Dios a todos[12].
Frente a quienes la interpretan como institución ético-jurídica, al servicio de unos valores que podrían imponerse (porque formarían parte de la naturaleza racional de la vida),la iglesia es una comunidad de gracia,formada por personas que quieren regalarse mutuamente la vida.
La iglesia no es una institución racional, judicial, al servicio del sistema... Para eso no hace falta iglesia, bastaba en otro tiempo el imperio romano, basta en la actualidad el modelo americano o chino de vida, con sus propios aranceles, peajes o tarifas. La iglesia no impone peajes, aranceles o tarifas (palabras de comerciantes árabes). La iglesia de Jesús es gracia.
Ella sabe que en un nivel son importantes las leyes sociales y morales, la ética y el juicio (con las instituciones del estado, que lleva en sí la espada del ejército y de los tribunales de justicia); pero esas leyes son incapaces de salvar a los hombres, pues ellas han condenado a Jesús y con toda razón, en un nivel de juicio.
La iglesia debe situarse sobre ese nivel de ley y juicio, para ofrecer a los hombres el testimonio de la mutación evangélica y pascual de Jesús, superando así su tentación de apelar a la ley, poder y juicio. Pues bien, pienso que estamos en un tiempo bueno (siglo XXI) para que la semilla de evangelio se libere de las estructuras de violencias (sacarles, judiciales e imperiales), y aparezca como principio de gracia y comunión universal, sobre sistema. Cayó el sistema sacral/judicial del templo de Jerusalén (cf. Mc 11); ahora debe caer un tipo de iglesia también sacral/judicial, vinculada al poder, para que se expanda en plenitud el evangelio en esta nueva era de comunicación universal[13].
CONCLUSIÓN. DIEZ TESIS CRISTIANAS

[1] El cristianismo en gracia. En el nivel de la racionalidad rigen las leyes del sistema, que se articulan de una forma discursiva; aquí se sitúan los parlamentos que pueden y deben estructurarse según la lógica política de estados e imperios, que emplean (tienen que emplear) la violencia para mantenerse. En un plano superior, el cristianismo es gracia: el cristiano vive porque le han dado la vida y porque puede darla, de manera que existe en la medida en que se entrega por los otros, más allá del puro deseo de la naturaleza y del orden de la ley (juicio, retribución) de la racionalidad
[2] Esto es lo que Jesús ha pedido a sus oyentes cuando les ha dicho: convertíos (meta-noeite, Mc 1, 15). La meta-noia o conversión no es un arrepentimiento moral (que tiene sentido en otro plano); sino un modo de vivir más allá (meta) de la razón (noein). Convertirse es ser personas en nivel de gracia.
[3] La gratuidad pertenece al plano social y místico del evangelio, en la raíz del cristianismo, como ha puesto de relieve San Juan de la Cruz. . Así lo he Hemos elaborado el argumento en Amor de hombre, Dios enamorado. San Juan de la Cruz: una alternativa, Desclée de Brouwer, Bilbao2004.
[4] Desde ese fondo cristiano se entienden plenamente los principios supra-racionales de la ley del judaísmo, que hemos venido señalando: su origen. La esencia del judaísmo no es el juicio retributivo (los méritos del pueblo) sino la gracia de Dios que llama y elige a los patriarcas, el recuerdo de la liberación del éxodo, el amor cercano y providente (alianza).
[5] La gratuidad es un elemento esencial de las relaciones personales, que son relaciones de fidelidad mutua y de amor mutuo, como puso de relieve, desde el judaísmo M. Buber, Cf. Yo y tú, Galatea, Buenos Aires, 1956, 98-99. La gratuidad religiosa no es una experiencia de interioridad solitaria, sino de comunión personal. Sólo con dos personas empieza la religión, comienza el cristianismo (con dos abiertos a un tercero, Trinidad).
[6] El judaísmo en cuanto religión profética debe renunciar a toda alianza con el poder (al Estado de Israel), a fin de que sus fieles puedan ser testigos de la promesa de Dios, sin acudir a los medios militares o estatales. Los musulmanes deben renunciar a "la conquista de la Meca", es decir, a la identificación de su experiencia religiosa con una política particular, abandonando todas las formas de coacción social o cultural en el campo religioso. Algunos piensan que, cuando hagan eso, ellos desaparecerán, pues su religión es sólo una vinculación social sagrada. En contra de eso, estoy convencido de que el Islam puede ofrecer y ofrecerá una experiencia intensa de sumisión mística a Dios, superando las formas actuales de imposición política. Los cristianos deben volver a la experiencia de comunicación personal de Jesús, no impositiva ni jerárquica, en gratuidad y apertura a todos los hombres.
[7] La palabrano Juzguéis) no se formula como un imperativo (algo que ha de cumplirse por ley, bajo sanción violenta), sino como "donación" de amor, más allá de toda ley y sanción. La gracia del amor (no juzguéis) es un don, no una ley... La ley sigue al fondo, en el talión de fondo, en las tarifas y aranceles del juicio... Un buen juicio es importante, es un principio. Pero no es todavía religión, no es cristianismo.
Si los hombres pueden renunciar al juicio (a la violencia) no es porque Dios lo mande de un modo violento y se imponga así sobre nosotros, sino al contrario: porque él no juzga (en contra de lo que a veces se ha supuesto) y porque nosotros estamos llamados a imitarle. Pero, si Dios no juzga ¿qué hace entonces? ¡Vive, ama, nos ofrece su vida!. Si Dios juzgara y a nosotros nos vetara hacerlo emplearía dos pesos y medidas, siendo de esa forma injusto
[8] A Jesús le mató la ley, la buena ley, no la mala. Los miembros del sanedrín y del gobierno imperial que condenaron a Jesús eran legales y justos y, en su línea, se mostraban tolerantes. Hicieron lo que tenían que hacer (no en vano llevaban la espada, como dice Pablo en Rom 13, 1-7). Pero, como defensores del sistema establecido, no podían aceptar la insumisión (superación de la ley) de Jesús, que optaba de forma especial por los pobres (enfermos, hambrientos y expulsados del sistema).
Jesús muestra así una tolerancia crítica: sabe oponerse y se opone a los defensores de sus propios privilegios, que ponen a los otros al servicio de sí mismos. Nietzsche solía presentarle como "tolerante ingenuo", un idiota que no supo oponerse al mal ni decir que no. Pues bien, en contra de eso, Jesús fue un tolerante comprometido, capaz de arriesgar la vida al servicio de los últimos de la sociedad, siendo ajusticiado, a diferencia de Nietzsche, que sufrió por sus contradicciones, sin ser condenado a muerte por la sociedad a la que él combatía de un modo teórico.
[9] La iglesia de Jesús forma parte de dos mundos, de dos tiempos. Por un lado, ella pertenece al mundo viejo, mundo del juicio, donde todo se encuentra dominado por la racionalidad legal. Pero en su verdad ella pertenece al mundo nuevo y más alto de gracia: su poder consiste en no emplear poder del mundo, su autoridad reside en no apelar jamás al juicio.
[10] La aportación de la iglesia no consiste en ofrecer una buena racionalidad religiosa, sino en superarla, en dimensión de gracia. Max Weber, quizá el sociólogo más agudo de principios del siglo XX (cf. Economía y sociedad, FCE, México 1944), elevó un gran canto a la iglesia cristiana, pero no por su evangelio, sino porque introdujo en Europa el derecho y la ley del juicio racional, que hicieron posible la racionalización posterior de la vida y el triunfo del sistema; así lo he señalado en Sistema, libertad, iglesia. Las instituciones del Nuevo Testamento, Trotta, Madrid 2001.
Pues bien, como vengo destacando, por fidelidad al evangelio, la iglesia está llamada a superar el plano de juicio del sistema. Jesús fue un "perdedor", un hombre condenado a Cruz por juicio del sistema. Ciertamente, la iglesia ha mantenido el mensaje de la Cruz, pero como institución y jerarquía ha buscado muchas veces su propio triunfo y poder sobre el mundo, acudiendo a diversas formas de juicio y de guerra. Sólo cuando ella renuncie al sistema del juicio (de la retribución legal), cuando muestre de verdad que su verdad consiste en darse y su triunfo en dejarse ganar, de manera que sus instituciones mengüen, para que se instaure el Reino, podrá presentarse como presencia de Dios. La ruina y fracaso de un tipo de iglesia judicial e imperial (vinculada a unos poderes y estructuras que se imponen o defienden por la fuerza) es una buena noticia para el evangelio.