Dos pascuas: Navidad y Resurrección, la misión cristiana

Estrictamente hablando, en principio, sólo hay una pascua cristiana, que es la resurrección de Jesús. Pero, en sentido más extenso, el sentido de la pascua, como paso y presencia de Dios, se puede aplicar también al nacimiento de Jesús, y así lo ha comprendido la liturgia al poner de relieve las dos fiestas pascuales de la Iglesia, que son el Nacimiento y la Muerte/Resurrección de Jesús.

No ha sido mucho, a mi juicio, lo que se ha dicho entre nosotros sobre el entronque (unidad y distinción) de estas dos fiestas o ciclos litúrgicos, aunque el tema ha sido muy reoresebtado por los iconos orientales, con sus dos variantes.

1. Los iconos de la Navidad presentan a Jesús niño en una Cuna en forma de Sepulcro, indicando así que el verdadero nacimiento culmina allí donde el Hombre-Dios entrega su vida en amor, muriendo para que puedan renacer los hombres.

2. Hay muchos iconos de la Cruz que enmarcan el motivo de la crucifixión con escenas de Navidad, para recordar de esa manera que la muerte de Jesús implica su nuevo nacimiento pascual, como ha puesto siempre de relieve el Evangelio de Jua.

Por eso, acabando ya las celebraciones de la Navidad, me ha parecido conveniente vincular el nacimiento de Jesús con la ya próxima celebración de la Muerte y resurrección de Jesús. Éste es el motivo central de la postal que sigue


Así lo haré, de forma esquemática, desde una perspectiva bíblica y teológica, pastoral y litúrgica, retomando el motivo y argumento de las palabras de Jesús al maestro judío, Nicodemo (Jn 3, 3): “Si no nacéis de nuevo (de arriba) no podréis ver el Reino de Dios”.

Aprovecho esta ocasión para hablar de la primera y segunda “hominización”, es decir, es decir, del despliegue y nacimiento humano en línea de “naturaleza”, y del nacimiento en línea de gracia (esto es, de resurrección y de Reino de Dios).
Presento desde ese fondo cuatro imágenes-icono, dos del nacimiento de Jesús y dos de su muerte, vinculado así el motivos de las dos pascuas. Buen día a todos.



1. Primera y segunda humanización


La primera se dio cuando el proceso biológico, extraordinariamente rico, propio de la 'naturaleza', se abrió por dentro para que surgieran personas, es decir, sujetos humanos, dotados de libertad. Los códigos genéticos siguieron actuando, con su pequeño campo de variantes, pero se estabilizó el de un modo distinto genoma. Fue un proceso fuerte y selectivo. Quedaron marginadas en la rueda de la historia otras formas de humanidad, quizá destruidas (devoradas) por nuestros antepasados. Triunfó el sapiens sapiens que nosotros somos: un animal abierto al pensamiento, enfermizo y genial, violento y capaz de abrirse en formas de comunicación gratuita.

La misma constitución biológica nos impulsó a vivir en un nivel más alto de libertad y palabra personal, de manera que sin ella seríamos inviables como humanos. De aquella ruptura y más alto nacimiento provenimos, en ella nos mantenemos, como habitantes de dos mundos: somos cuerpo-genoma y persona-libertad, biología y pensamiento racional, un haz de deseos y violentos y un abismo de ternura gratuita y de vida compartida. De aquella ruptura provienen las diversas sociedades de la historia, que ahora (año 2019) están en crisis, de manera que el ser humano corre el riesgo de expirar, destruido por la violencia de conjunto del sistema y por sus injusticias.

La segunda humanización está fundada en la primera y debe conducirnos del plano biológico‒legal en que hemos vivido, asumiendo los valores y superando de los riesgos del sistema actual (con su riqueza de intercambios sociales), a un nivel más alto de comunicación y libertad (que se arraiga en la pascua y nacimiento de Jesús, Hijo de Dios). En este contexto recordamos que la tradición cristiana ha llamado a Jesús Hijo del Hombre, el Hombre nuevo.

En el comienzo de esta última modernidad, F. Nietzsche (1844‒1900) quiso anunciar la llegada de un hombre nuevo, que no fuera Jesús, producto de la gran Naturaleza, en una línea de Voluntad de Poder. El sistema económico y científico de la actualidad quiere fabricarlo con la ayuda de su propaganda, como productor y consumidor. La genética intenta suscitarlo con sus poderes técnicos... Pues bien, los cristianos afirman que el verdadero hombre nuevo ha comenzado a realizarse ya en la Pascua de Jesús, actualizada en el bautismo, que les hace hijos de Dios, presencia suya, portadores de su Gracia, capaces de poner los instrumentos y medios del sistema al servicio del amor personal.

Sólo así, desarrollando de un modo gratuito su libertad creadora, los hombres podrán superar el riesgo de encerrarse en una cárcel de hierro que les esclaviza (M. Weber), sin volverse 'animales de un parque genético' donde un club de nuevos sabios decida lo que han de ser y hacer los otros. Los hombres no somos esclavos de cárcel, ni animales de parque, sino vivientes libres, que en libertad, por don de Dios, debemos buscar los caminos que conducen al jardín del encuentro humano, en gratuidad y comunicación universal (cf. Gen 2-3; Ap 21-22).


Esta segunda humanización, que he venido situando a largo de esta Teología biblia en Cristo podrá tener momentos traumáticos, como los tuvo la primera. Ciertamente, la podemos anunciar y preparar, pero no planificarla técnicamente, pues ella sólo puede avanzar por caminos de libertad gratuita, que no están dispuestos de antemano, sino que los vamos trazando a medida que avanzamos con Cristo. Esa nueva humanidad no se puede planear de un modo científico (con los medios del sistema), ni imponer como se imponen las fuerzas de una vida inconsciente, sino que un regalo y sólo gratuitamente se puede ofrecer y expresar, pues en este más hondo nivel la vida humana es gracia, de manera que toda imposición e intolerancia van en contra de ella.

En esa línea podemos definir a los hombres como nómadas de tiempo, seres que son tiempo, navegando o caminando en libertad y comunión de gracia hacia el nuevo continente y ciudad de la vida verdadera, en la línea de los primeros nómadas hebreos, del tiempo de los patriarcas y del éxodo. Pues bien, esta segunda humanización, centrada en el «gen mesiánico» (que es Cristo), corre el riesgo de quedar aplastada por fuerzas de limitación biológica y por la opresión de un sistema de violencia económica, social y personal. Pero estamos convencidos de que ella avanzará rápidamente y vendrá a resultar más creadora que la anterior, bajo el impulso de unos hombres y mujeres que se descubren hijos de Dios, portadores de su vida, en Cristo.

La primera humanización se dio en forma de ruptura entre biología y pensamiento y de ella emergió lo que hemos sido y todavía somos. La segunda, que se apoya sin duda en la primera, pero que la desborda, nos ha de elevar sobre el nivel del pensamiento racional y del sistema económico‒social de violencia, que hemos ido creando a lo largo del tiempo. Ciertamente, el sistema actual se ha vuelto como una 'segunda naturaleza' a través de la cual podemos transmitir grandes corrientes de vida personal, que brota de la Presencia de Dios, vida gratuita, en libertad y amor. Pero si el hombre avanza sólo en la línea actual de sistema de poder económico‒social acabará destruyéndose a sí mismo.

El sistema actual ofrece al hombre grandes posibilidades, pero cerrado en sí mismo, en un plano de ley de poder económico‒social (en línea de Mammón), nos acabaría destruyendo. En sí mismo, el sistema se extiende por planificación objetiva, en una línea de poder que puede acabar destruyendo al ser humano. En contra de eso, la vida personal sólo se expande y logra mantenerse (resucita) en claves de gratuidad, de donación generosa y vida compartida, que se expresa, desde una perspectiva cristiana, en los misterios unidos de la Navidad (nacer de Dios) y de la Resurrección (renacer de nuestra propia vida, en los demás), como debe anunciar y preparar la misión cristiana.

2. Misión cristiana, nacimiento verdadero

En línea de Biblia, la nueva misión cristiana, centrada en el Nacimiento y Resurrección de Jesús, no quiere convertir a los no cristianos en cristianos en la línea actual, ni imponer su credo (pues si lo impusiera dejaría de ser credo), sino abrir caminos de comunicación gratuita y donación de vida para los hombres a quienes he presentado como nómadas en el tiempo, en la línea de los hebreos del Éxodo de los primeros cristianos, renacidos por la resurrección de Jesús.

Este modelo cristiano no se opone a las otras dos religiones bíblicas del libro (judaísmo e islam), ni las critica sin más, pero ofrece una propuesta propia de humanización pascual, fundada en el modelo de Jesús, que resucita y vive en los creyentes (formando con ellos el “cuerpo” de Cristo). Este modelo recoge la historia de la Iglesia, en línea de relectura bíblica del AT y del NT en Cristo, pero ella debe situarnos al comienzo de una nueva “era cristiana”, fundada en el Sermón de la Montaña, que Jesús ha inaugurado con su vida y su pascua, como religión de humanidad y futuro, Presencia gratuita de vida compartida.

Es evidente que muchos podrán objetar, como vienen haciendo en general los musulmanes, que la oportunidad histórica del cristianismo ha terminado: los cristianos han tenido muchos siglos para expresar su aportación gratuita, configurando la sociedad de un modo evangélico. ¿Por qué no lo han hecho? ¿Por qué han terminado siendo muchas veces defensores de un sistema sacral de violencia, llegando a tomarse como superiores e imponerse sobre el mundo? Esta es una buena objeción a la que nadie ha respondido por ahora de una forma concluyente. Por eso son muchos los que añaden, también en nuestro mundo occidental, que el ciclo del cristianismo ha terminado, de manera que nosotros somos ya pos-cristianos.

Pero en otra perspectiva podemos y debemos afirmar que el despliegue cristiano de los siglos precedentes ha sido fructuoso, aunque no ha logrado expresar plenamente el evangelio. E
l cristianismo histórico ha sido deficiente, pero ha preparado el terreno, ha creado condiciones para que ahora (al comienzo del tercer milenio) pueda expresarse la más honda humanización, de manera que seamos capaces de volver a la raíz cristiana, retomando el impulso y camino del cristianismo radical del evangelio. Este tiempo (año 2019), en plena crisis del sistema económico social, es apropiados para volver al evangelio, para que la iglesia asuma los valores del AT, dialogue con el Islam y ofrezca sobre el mundo el testimonio de una comunicación en gratuidad, abierta a todos los hombres, vinculando nuevamente la Navidad y la Pascua de resurrección de Jesús.

3. Encarnación y resurrección

En ese fondo quiero evocar los elementos básicos de la humanización cristiana, a la luz del evangelio, vinculando la Pascua de Jesús con el nacimiento pascual de los cristianos, no como simple esperanza de resurrección al fin de los tiempos, sino como nuevo nacimiento y resurrección en la misma historia.

1. Muerte pascual, entrega de la vida por los demás. La muerte es un momento esencial del proceso biológico, pues sólo a través del tanteo-error, vinculado a la destrucción de los individuos, ha podido avanzar la evolución de la humanidad. Ese aspecto de muerte a favor de la especie ha sido recogido en la experiencia sacrificial de muchas religiones antiguas: el grupo religioso sacrifica y ofrece a Dios la vida de algunos de sus miembros (o de unos animales sustitutivos) para expresar y fomentar de el bien del conjunto (un tipo de paz dentro del grupo). En esa perspectiva, pero en un nivel más alto, podemos entender la muerte de Jesús, que ha entregado su vida al servicio del Reino, pero no como sacrificio a la violencia de Dios, sino, al contrario, como expresión de la gratuidad de Dios.

Esta experiencia nos sitúa ante Sermón de la Montaña, que es sermón de y para resucitados mesiánico. Ciertamente, hay otros aspectos dogmáticos o institucionales del cristianismo (y de otras religiones como el Islam), pero ellos han de quedar en un segundo plano. En el principio del diálogo cristiano ha de poderse la experiencia del amor gratuito que ofrecemos y compartimos con los otros, antes de preguntar por su religión. Las iglesias y confesiones concretas vienen en un segundo momento, lo mismo que las estructuras sagradas, pues, entendida en su verdad más honda, la Biblia no es sólo un libro de diálogo para los cristianos, sino para todos los hombres.

El tema fundamental del renacimiento cristiana se sitúa, según eso, sobre el fundamento del Sermón de la Montaña.
Si empezamos por los grandes dogmas o las estructuras eclesiales posteriores no podremos jamás entendernos. Por eso debemos volver al lugar central de las tres religiones bíblicas: el Éxodo judío, la Hégira musulmana y la Pascua de Jesús, desde una perspectiva de Sermón de la Montaña.

Alguien me podrá acusar diciendo que utilizo el Sermón de la Montaña (un elemento de la tradición cristiana) como clave para interpretar y valorar las otras religiones, situándome por tanto en una posición privilegiada. Puede ser. Pero debo añadir que ese Sermón implica la superación de todo privilegio particular, buscando el bien de los demás más que el nuestro. Eso significa que el cristiano ha de querer antes que el bien propio el bien de los musulmanes y de los judíos, y el católico el bien de los ortodoxos o protestantes más que el triunfo de la propia iglesia. Ciertamente, podemos hablar de una “ventaja” cristiana; pero, si es que existe, esa ventaja significa una renuncia ventaja, sin pensar ni siquiera en ella, buscando el bien de los demás antes que el propio.

2. Encarnación: nacimiento humano, vida compartida. Sólo allí donde la vida se regala (incluso muriendo por los otros) puede surgir una experiencia superior de resurrección, esto es, de nuevo y más alto nacimiento. Dentro del proceso biológico, las plantas y animales que mueren por la evolución desaparecen y no existen más: sólo perduran en la vida de sus descendientes, dentro del gran proceso de la vida. De un modo más profundo, en la línea del mensaje y pascua de Jesús, los hombres que entregan o regalan la vida por los otros no se acaban sin fin, en su radicalidad personal, sino que viven precisamente en aquellos a quienes dan la vida, viviendo en el Dios que les acoge, porque él es, por Jesús, Presencia plena, resurrección de los muertos.

Entendida así, la resurrección no es algo del fin de los tiempos, cuando se ratifique la justicia escatológica (como pretendían muchos apocalípticos), sino que empieza en el mismo tiempo de la historia, como la Iglesia ha descubierto en la experiencia pascual. Desde este contexto se ilumina un elemento clave del mensaje de Jesús, donde ofrecer la vida a los demás (morir por ellos) significa renacer en un nivel más alto, es resucitar en Dios para una forma de vida compartida, resucitando al mismo tiempo en ellos, en aquellos por quienes y para quienes se ha vivido (cf. Mt 16, 25; Jn 12, 25). En este contexto hemos hablado de una nueva humanización, en la que culmina la primera, para añadir que, invirtiendo el modelo de imposición del sistema (que destruye y mata a los excluidos), el evangelio de Jesús ofrece un modelo de nacimiento pascual que se expresa como don de Vida y de esa forma renace en la vida de los otros.

Teniendo esto en cuenta, los cristianos han podido celebrar el Nacimiento de Jesús (Navidad) como fiesta de la Encarnación de Dios, que se introduce en la misma trama de la historia humana, pero no para quedar fuera, simplemente por arriba, como han supuesto algunas religiones orientales, sino para formar parte del mismo despliegue humano, de manera que todo nacimiento personal es Nacimiento-Presencia de Dios (Navidad, encarnación) y toda muerte en unión con los demás es Pascua de Dios (Resurrección, en Cristo y como Cristo).

Muerte y encarnación o nuevo nacimiento se vinculan, de tal forma que el proceso violento de evolución de las especies (que podía interpretarse como voluntad de poder) se traduce para los hombres en forma de despliegue gratuito y creador de vida, como resurrección en medio de la misma historia. Frente al sistema que se impone por presión, marginando de manera intolerante a los menos afortunados, el camino de encuentro o comunión en gratuidad se abre a todos los hombres y, de un modo especial, a los pequeños y expulsados.

La correlación entre vivientes, dentro de la evolución de las especies, está marcada por la ley de la selección y la victoria de los más fuertes o adaptados, en una línea de azar y de necesidad. Por el contrario, en el contexto de la religión cristiana, la relación entre los hombres y mujeres se define en términos de comunicación gratuita y creadora. Cada uno existe en la medida en que recibe la vida y la entrega a los demás, siendo en, para y con ellos. El cristianismo celebra ciertamente esta vida en común y lo hace en sus sacramentos (bautismo, eucaristía). Pero no está la vida al servicio de los sacramentos, en cuanto separados, sino al contrario: están los sacramentos al servicio de la vida, que aparece así como experiencia de comunicación que supera las fronteras de la muerte, de manera tolerante y creadora, como seguiremos viendo en lo que sigue.

Esos tres momentos (muerte a favor de los demás, encarnación y comunión) definen nuestra forma de entender el proyecto bíblico cristiano,
en clave de amor personal y no de mposición, en línea de sistema. El evangelio no es una verdad superior que podamos imponer sobre otras que serían al fin subordinadas, sino un camino de humanización en gratuidad, desde una perspectiva de «mutación» no impositiva, que resulta esencial dentro de la vida humana.

4. Bases y sentido de la antropología bíblica

Hemos tenido un primer nacimiento, que se expresa en forma genética, pues somos animales, con un código vital (genoma humano), que nos hace saltar sobre el plano puramente biológico y nos impulsa a realizar nuestra existencia en un contexto de palabra. En ese nivel vivimos y en ese seguimos naciendo y muriendo, como vivientes especiales de esta tierra que es nuestro planeta, al interior de un gran cosmos que hemos llamado naturaleza o principio de nacimiento, vinculado a lo divino. Por más que queramos salir de nuestro cuerpo-carne no podemos, pues como individuos nos hallamos inmersos dentro de un breve proceso vital, que empieza con el nacimiento y termina con la muerte.

Todos los proyectos de organización eu-genética de ese nacimiento, que quieren definir al hombre solamente con métodos científicos o técnicos, acaban siendo destructores, pues borran la Presencia del misterio y van en contra de la libertad dialogal y creadora de los hombres. Sin duda, las ciencias genéticas pueden y deben ayudar en un plano exterior, de condicionamientos biológicos, pero ellas resultan incapaces de «crear», pues el hombre no es un artefacto que se pueda construir y programar técnicamente (como un PC o computadora), sino un viviente que surge en un proceso de engendramiento personal, por la palabra de otras personas que le llaman a la vida, en gesto de comunicación y afecto en el que viene a desvelarse la Palabra‒Presencia suprema. En ese contexto podemos afirmar que los hombres nacemos en último término por la Palabra de Dios o, quizá mejor, como Palabra de Dios.

Hemos nacido así por la Palabra, como seres racionales, capaces de comunicarnos en un plano simbólico, creando así redes objetivas de relación familiar y social, económica y administrativa, que pueden precisarse y culminar en forma de sistema. Significativamente, la organización técnica del hombre (con sus planificaciones económicas y administrativas) se ha olvidado o ha dejado muchas veces en un segundo lugar este «mundo de la vida», es decir, de la Palabra personal, por la llamada a la existencia (nacimiento) y por la entrega de la vida (muerte), en la enfermedad y debilidad de las personas (que acaban siendo tratadas como si fueran piezas intercambiables de un gran sistema, que sólo existiría para desplegarse y perfeccionarse a sí mismo). De esa forma, la misma racionalidad que debería hallarse al servicio de la vida personal humana, ha tendido a convertirse en un sistema cerrado que destruye a las personas.

Pues bien, allí donde nos cerramos (o nos cierran) en ese nivel de sistema, como piezas de un gran todo, organizado desde fuera, destruimos nuestro ser más hondo, poniendo nuestra esencia (libertad personal) en manos de algo que nosotros mismos hemos fabricado. Aquí no es posible la neutralidad: o nos abrimos a un nivel de gracia superior (de comunicación personal, en libertad) o nos destruimos a nosotros mismos. Quizá pudiéramos formularlo de otra manera: o nos dejamos transformar por la Palabra de Dios que es Cristo, es revelación de su Presencia, o acabamos en manos de la Bestia o Diablo que nosotros mismos vamos segregando, como parásito que al fin nos devora.

Se trata, pues, de nacer en gracia, por amor de los demás. Por eso, si queremos vivir en plenitud debemos retornar en gratuidad al lugar del nacimiento, esto es decir, al tiempo y lugar en que surgimos como seres personales. Ésta es nuestra tarea, éste el reto de la antropología bíblica cristiana en este tiempo fuerte de 2019: retornar humildemente con nuestro inmenso saber técnico, con las potencialidades del sistema, al lugar más humilde del origen humano, a eso que venimos llamando el mundo de la vida de Dios, que se expresa en cada uno de los seres personales que nacen y crecen en el mundo. Si el sistema triunfara del todo, logrando imponerse desde arriba y fabricar a los hombres como artefactos, el hombres se destruiría, en la línea de condena a muerte anunciada en Gen 2‒3: “El día en que comáis del fruto del árbol de conocimiento del bien y del mal moriréis…”. No es que nos mate o destruya un Dios, sino que nos destruimos nosotros mismos, a pesar y en contra de Dios.

En ese aspecto venimos suponiendo que cada nacimiento humano es una Creación y, aún más, un momento de la Generación divina. Llegados aquí, debemos reformular la declaración básica del Credo de Constantinopla (año 381 d.C.), diciendo que somos “engendrados, no creados desde fuera, ni fabricados como una cosa más”, pues nacemos de Dios como don o regalo de vida de otros hombres, igual que Jesucristo, es decir, por él. Este engendramiento en debilidad de amor constituye la señal suprema de la presencia poderosa de Dios en nuestra vida. Sólo aquí donde afirmamos nuestro nacimiento divino podemos hablar de resurrección, es decir, de culminación pascual de nuestra vida.

Muerte y nacimiento aparecen de esta forma en relación, como dos momentos esenciales del mismo proceso humano, desbordando el nivel del puro engendramiento biológico, superando el plano del sistema. En sentido estricto, los restantes vivientes y animales no nacen ni mueren, pues carecen de autonomía personal, de forma que son más que partes o momentos de un único proceso genético. Sólo los hombres nacen de verdad, como Presencia personal, brotando de la Vida de Dios a través de la vida y amor de unos padres (de un entorno social, de una iglesia). Por eso, sólo ellos, los hombres pueden morir realmente, pues de verdad han nacido, y en esa línea podemos añadir que la muerte de aquellos que van dando la vida por los otros es muerte pascual, principio de nuevo nacimiento (es decir, morimos dando vida a otros y resucitando en ellos, como Jesús, culminando así como personas en la “memoria” de Dios).

De esa forma se vinculan nacimiento y muerte, pero de tal manera que la muerte no es un simple retorno al nacimiento, es decir, al principio de nuestra realidad, sino culminación de un proceso de generación creadora por la cual nos hemos introducido, de un modo personal, en la Vida que es Dios. No volvemos pues al nacimiento, como si nada hubiera sucedido en medio; no podemos olvidar lo que hemos hecho, ni abandonar las experiencias del camino, ni perder nuestra identidad bíblica, es decir, cristiana. La muerte del creyente no es un simple retorno, sino ratificación del camino realizado en Dios, de forma que por ella llegamos a ser lo que somos: Personas que han nacido de Dios y en Dios pueden culminar, alcanzando de esa forma su existencia verdadera, en relación con los demás.


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