El primer mapa cristiano

Quiero hablar de la Iglesia de Santiago, pero algunos comentaristas del Blog me han hecho preguntas sobre un tema previo: el origen y primeros caminos de la Iglesia. Por eso quiero volver hacia atrás y situar de alguna forma los primeros momentos del despliegue de la Iglesia. El surgimiento de la Iglesia sólo puede entenderse a modo de acontecimiento carismático que, mirado desde una perspectiva cristiana, ha de entenderse como experiencia del Espíritu o Poder de Dios, que se había manifestado ya en la vida de Jesús, actuando de un modo especial a través de sus exorcismos, pero que sólo se ha expandido de manera extensa tras su muerte. De esa manera, la muerte de Jesús, que en un nivel apareció como fracaso de su obra, puede interpretarse como un tipo de exorcismo universal, una explosión de la gracia y libertad de Dios que se expresa y actúa en aquellos que le aceptan. El mismo Jesús, que ha culminado su camino mesiánico en la muerte, en una especie de gran fracaso externo, ha resucitado y está presente como aquel que ha de venir a los suyos como fuente del Poder de Dios, manantial de Vida. Éstos son algunos momentos del principio de la Iglesia y de su división geográfica, en la línea del libro de los Hechos.

1. Un principio que es Cristo

Al situarse ante la muerte de su guía mesiánico, al rememorar lo que había sido la experiencia de su vida, algunos de sus discípulos anteriores descubrieron su verdadera identidad, antes escondida. Es como si hubieran llevado un velo ante sus ojos y ahora, sólo ahora, removido el velo por la muerte, pudieran descubrir su rostro (cf. 2 Cor 3). Superando muchos miedos y vacilaciones, ellos vieron que Jesús había tenido razón en lo que hacía y decía, incluso (¡precisamente!) en su muerte: tuvo que morir como murió para que se viera y fuera cierto lo que él era y lo que había dicho.

Desde ese fondo podemos afirmar que el cristianismo no es sólo una experiencia del pasado de Jesús, sino una forma gratuita y poderosa de actualizar ese pasado, entendido como revelación mesiánica de Dios y como esperanza mesiánica centrada en Jesús. Hasta ahora, sus seguidores y amigos parecían dominados por el conflicto de una sociedad violenta, por el combate de los deseos (de tener, de triunfar, de imponerse), por el miedo al fracaso y a la muerte. Ahora han descubierto de un modo sorprendido que existe y actúa algo más alto: ¡Jesús está vivo y aquello que él había proclamado e instaurado es verdadero!
Los seguidores de Jesús descubrieron que también ellos podían vivir como él había vivido, esperando la llegada del Reino de Dios (que él había instaurado) y amando gratuitamente, como él había amado.


Por eso, frente a otras instituciones que nacen de la fuerza de aquellos que quieren superar su miedo matando o excluyendo a los «culpables» (como hicieron los sacerdotes y el gobernador de Roma) o imponiéndose a la fuerza, los cristianos descubrieron en Jesús (como Jesús) que ellos podían abrir un camino de gracia y comunicación personal por gracia de Dios, que les hacía capaces de esperar y compartir la vida, mientras esperaban la llegada del Reino. Esta experiencia no solucionaba externamente sus problemas. Ellos siguieron dominados, en un plano, por las viejas fuerzas de la vida, en la misma ciudad de Jerusalén o en las aldeas de Galilea. Pero sabían que

Se juntaron para esperarle

Dios estaba y sigue estando con Jesús (en Jesús) para reconciliar el mundo consigo mismo, reconciliando a los hombres entre sí (2 Cor 5, 19), mientras llega el Reino.
Así lo sintieron, de formas diversas, y así lo dijeron, transmitiendo a los demás esta nueva experiencia de amor, que había penetrado y que actuaba ya en el mundo tras la muerte de Jesús, a quien ellos esperaban, diciendo que «vendrá» (que está viniendo), pues llega el Reino de Dios, aquí mismo, ya, inmediatamente.

Así se juntarán para esperarle, seguros de que llegaría muy pronto (¡tiene que venir!), pero descubriendo, al mismo tiempo, que él había ya venido y que estaba presente desde ahora, como resucitado, en medio de ellos. Fue una experiencia rápida y multiforme, como suelen ser las grandes novedades de la historia, una mutación en la misma trama de la vida. Cuando parecía que todo había terminado, ellos descubrieron que ahora comienza verdaderamente todo: ¡Él está, él vuelve! Fue un estallido que se encendió como un gran fuego, casi al mismo tiempo o en breves intervalos, en el entorno de Jerusalén y en Galilea, entre aquellos que le habían querido.

La primera chispa

Resulta imposible precisar dónde saltó la primera chispa, quién la encendió (María Magdalena, Pedro, otros discípulos…). Pero lo cierto es que, cuando lo advirtieron y reflexionaron sobre ello (y cuando algunos de fuera, de aquellos que habían matado a Jesús, quisieron apagarla), la chispa se había ya hecho fuego, un conjunto de fuegos, en Jerusalén, en Galilea. Era el fuego de Jesús muerto, el carisma, la gracia de Dios, que iba ardiendo en las diversas comunidades cristianas que formarán después la Iglesia de Jesús.

De esa forma, en el principio de la Iglesia podemos recordar varios grupos (tendencia o momentos básicos): galileos y mujeres de Jerusalén, Pedro y los Doce, los parientes de Jesús y los helenistas etc. Así lo han recogido, desde perspectivas distintas, algunos textos del Nuevo Testamento, como 1 Cor 15, 5-8 (donde Pablo evoca varias experiencias pascuales) y Hch 1, 13-14 (donde Lucas alude a varios grupos eclesiales). De ellos quiero tratar en lo que sigue, partiendo de los dos primeros espacios de iglesia: Galilea (donde Jesús proclamó su mensaje) y Jerusalén (lugar donde le mataron).

2. Dos centros: Jerusalén y Galilea

El libro de los Hechos ofrece una visión «canónica» de la expansión del mensaje de Jesús, que se abre con los helenistas hacia las ciudades de la costa de Palestina y hacia Samaría (Hch 6-8), para llegar hasta las grandes ciudades de Siria, en especial hacia Damasco (donde se «convierte» Pablo: Hch 9) y hacia Antioquía (donde se funda la primera comunidad abierta a los gentiles: Hch 11, 19-30).

En Jerusalén queda Santiago, mientas Pedro sigue misionando en un lugar desconocido (Hch 12, 17). La expansión más conocida de la Iglesia se relaciona con Pablo y sus compañeros, que fundaron comunidades por Asia Menor y por Grecia, para dirigirse finalmente a Roma, como dice el libre de los Hechos (cf. cap. 21). Pero hubo, sin duda, otros agentes misioneros y otros caminos que nosotros conocemos menos, pero que han sido muy significativos.

En este contexto se puede citar el «mapa cristiano» de Hch 2, que Lucas (autor de Hechos) parece haber recogido de una tradición anterior donde se habla de la procedencia de los judíos de la diáspora que han escuchado a los apóstoles y a Pedro, hablando «en sus propias lenguas». Éste es, según Lucas, el principio del principio de la iglesia, que se abre desde Jerusalén, por el mensaje de los primeros discípulos de Jesús (todos galileos), a través los judíos piadosos y prosélitos de todas las lenguas y naciones (signo de la humanidad), a los diversos países del mundo conocido.

Cuando se produjo este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confundidos, porque cada uno les oía hablar en su propio idioma. Estaban atónitos y asombrados, y decían: Mirad, ¿no son galileos todos éstos que hablan? ¿Cómo, pues, les oímos nosotros cada uno en nuestro idioma en que nacimos? Partos, medos, elamitas; habitantes de
Mesopotamia, de Judea y de Capadocia, del Ponto y de Asia, de Frigia y de Panfilia, de Egipto y de las regiones de Libia más allá de Cirene; forasteros romanos, tanto judíos como prosélitos; cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestros propios idiomas los grandes hechos de Dios (Hch 2, 6-11)

Los lugares de los que provienen los cristianos

Nos hallamos ante una primera descripción de los lugares de donde provenían (y donde se ubicaban) los judeocristianos del comienzo de la Iglesia, divididos en seis unidades. En un nivel, Lucas supone que todos los que escuchan son judíos de la diáspora, que vienen a Jerusalén, para celebrar la fiesta de la Ley de Dios. Pero, en otro plano, les presenta como signo de las diversas naciones de donde provienen, ofreciendo así una primera geografía cristiana:

1. Partos, medos, elamitas; habitantes de Mesopotamia. Todos éstos tienen en común el hecho de que vienen de fuera del imperio romano, de la diáspora persa, de Oriente. Éste es el único lugar del Nuevo Testamento que habla de ellos, a no ser que se aluda también a esas regiones en el relato de los magos de Mt 2, que abre el abanico misionero de la Iglesia hacia el Oriente, en una dirección que será central para el judaísmo posterior del Talmud, entre los siglos IV-VIII (que se ha desarrollado básicamente en el contexto de «Babilonia», es decir, del imperio persa). Parece claro que en tiempos de Lucas (hacia el 100 d.C.) había cristianos de esa procedencia.

2. (Habitantes) de Judea. No se sabe si la palabra «Judea» se toma aquí en sentido estricto, aplicándose a Jerusalén y a su entorno, o si incluye también Galilea y lo que llamaríamos hoy «las tierras de Israel». Es claro que en esos lugares había cristianos no sólo en tiempos de Lucas, sino en tiempos anteriores, como veremos en todo lo que sigue (en esa línea, cf. 1 Tes 2, 14; Gal 1, 22; Hch 9, 31).

3. (Habitantes) de Capadocia, del Ponto y de Asia, de Frigia y de Panfilia. Esas regiones pertenecen a lo que suele llamarse «Asia Menor» (la actual Turquía), donde se sitúa no sólo gran parte de la misión de Pablo, sino también el espacio eclesial al que se dirige la carta primera de Pedro (1Ped 1, 1). En este espacio se ubican diversos episodios de la historia de Los primeros cristianos.

4. (Habitantes) de Egipto y de las regiones de Libia más allá de Cirene. Forman parte de la diáspora africana del judaísmo. De los cristianos de Egipto y de Libia nos dice poco el Nuevo Testamento, aunque por otros datos sabemos que los hubo desde muy pronto (cf. Hch 18, 24). La cristiandad egipcia será después muy importante, como veremos en La Gran iglesia.

5. Forasteros romanos, tanto judíos como prosélitos. No se sabe si aquí se alude a los habitantes del imperio romano en general o sólo a los de la ciudad Roma (lo que parece más probable). Las comunidades cristianas de Roma son también muy antiguas, como sabemos no sólo por el Nuevo Testamento (carta de Pablo a los Romanos; Hech 28), sino también por testimonios paganos (como los de Tácito y Suetonio).

6. Cretenses y árabes. De la misión entre los árabes habla el mismo Pablo en Gal 1, 17 De los cristianos de Creta tenemos noticia por la carta a Tito (Tit 1, 5, 12). No es claro por qué se han unido aquí estos grupos. Los cretenses son de una isla griega del imperio; los árabes pueden formar parte del Imperio romano (como los del reino nabateo) o quedar fuera del imperio (como los partos, medos, elamitas y mesopotamios del primer grupo).

Conforme a este esquema geográfico, el cristianismo aparece vinculado a la «diáspora judía», que acude a Jerusalén para volver a sus raíces y para descubrir allí la novedad del evangelio de de Jesús, es decir, el nuevo judaísmo que el Espíritu de Dios fundamenta y promueve, de manera carismática, traduciéndola a las varias lenguas y formas de vida del mundo, en el contexto de la diáspora judía. La misión cristiana queda así vinculada al despliegue del judaísmo.

Un primer mapa cristiano

Este mapa es bastante complejo (y completo), pero no incluye algunas regiones que han sido muy significativas en el cristianismo primitivo: en primer lugar, falta Siria (con Fenicia) y Cilicia, donde se ha formado la primera gran metrópolis cristiana fuera de Israel (en Antioquía); en segundo lugar, falta la zona de Macedonia y Grecia propiamente dicha (Tesalónica, Filipos, Corinto), donde Pablo ha realizado gran parte de su misión. Tampoco se citan aquí otras zonas de interés de Pablo, como son quizá Iliria y España.
En otra línea se puede y debe hablar de una expansión cristiana desde Galilea, que es la tierra de Jesús. En ese contexto se sitúan las referencias de Marcos y Mateo que citan los lugares donde ha ido Jesús o de donde han venido a escucharle.

Así Mc 3, 7-8 habla de «gentes procedente de Galilea y de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán, y de los alrededores de Tiro y Sidón». Aquí se citan todas las regiones del gran Israel (a excepción de Samaría), incluyendo las zonas limítrofes de Fenicia (Tiro y Sidón). En ese contexto, Marcos afirma que Jesús llegó a la región de Cesarea, de la tetrarquía de Felipe, bajo el monte Hermón, en los límites de la tierra de Israel (Mc 8, 27) y añade que realizó milagros en las regiones paganas de la Decápolis (Gerasa o Gadara) y en los territorios de Tiro y Sidón (cf. 5, 1-20 y 7, 34). Es muy posible que esté evocando así la zona en la que está surgiendo su evangelio.

Mateo asegura que la fama de Jesús se extendió por toda Siria, añadiendo que la gente venía a verle «de Galilea, de Decápolis, de Jerusalén, de Judea y del otro lado del Jordán» (Mt 4, 24-25). Es muy posible que Mateo (lo mismo que Marcos) esté ofreciendo aquí una geografía de los lugares donde se ha extendido el cristianismo a partir de Galilea, destacando de un modo especial las regiones limítrofes (Decápolis, Siria Fenicia). Todo nos permite suponer, que Mateo está escribiendo precisamente desde Galilea, donde el Jesús pascual ha llamado a sus discípulos (cf. Mt 28, 7), para que se extiendan desde allí a todos los lugares de la tierra, es decir, a todos los pueblos, en un camino abierto hasta los confines del mundo (cf. Mt 28, 16-20). Según eso, la geografía de los primeros cristianos se abre potencialmente a todo el universo (cf. cap. 20).
Los seguidores de Jesús pueden ser, como se ha dicho, unos provincianos galileos; pero son «provincianos con vocación de universalidad», capaces de llegar, desde la montaña de Galilea a todos los lugares de la tierra, desbordando así el imperio romano, que ellos consideran como limitado (cf. en esa línea el final canónico de Mc 16, 16).
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