12ª. Más le valiera colgarse al cuello una piedra de asno de molino y echarse al mar (Mc 9, 42-48)

Marcos ha tratado ya de la importancia de los niños (sean o no creyentes: 9,33-37) y ha defendido a los que hacen el bien, apelando de algún modo a Jesús, aunque no formen parte de la iglesia oficial (9,38-40). Después ha tratado de la importancia de los “necesitados” en la iglesia y en la sociedad, es decir, de aquellos que para vivir necesitan un vaso de agua: el mismo Dios premiará a quienes ofrezcan un simple vaso de agua a los sedientos.

Pues bien, en este contexto ha introducido las frases más duras de todo el evangelio, dirigidas a los que “escandalizan” (a los que hacen caer, a los que pervierten) a los niños o pequeños: más les valiera que se colgaran una piedra de asno de molino al cuello y se mataran a sí mismos, antes que matar/destruir a los pequeños. Es aquí donde emplea el símbolo de la mano-pie-ojos que escandalizan, hablando del riesgo de la Gehenna o de la condena eterna.


Desde ese fondo de los crímenes contra los niños/pequeños quiero comentar este evangelio, que será la 12ª estación del Via-Crucis del 2010. Éste es un texto y un comentario algo técnico. Espero que algunos puedan disfrutarlo, para entender mejor el horror del pecado contra los niños, del que vengo tratando en días anteriores. Al Evangelio le importan, ante todo, los niños y pequeños. Antes de toda defensa eclesial y de todo sistema sagrado están ellos, las víctimas o los que se pueden convertir en víctimas.

El texto habla de aquellos "miembros" del ser humano que pueden servir de escándalo u ocasión de caida para otros: ojos, pies y manos... Lo hace sobriamente, velando lo que debe velarse, pero dejándolo bien claro: "si tus órganos sexuales sirven de caida para otros... córtatelos...". Eso dice el texto, sin decirlo expresamente, de manera que en lugar de órganos sexuales pone ojos, manos y pies (que son los miembros activos, que llevan a destruir a los otros...). No hará falta recordar que algunos Padres Antiguos de la Iglesia, como el gran Orígenes, se cortaron los miembros, para que no fueran causa de escáncalo para los pequeños... La Iglesia en su conjunto rechazó el gesto de Orígenes y dijo que no se trataba de cortar materialmente, sino de otro tipo de corte... De todas maneras, a veces, ante lo que se oye y pasa... a uno le entran ganas de decir: ¡que se los corten..., bueno, las manos, los ojos...!

Todos nosotros protestamos contra un tipo de derecho penal de algunos grupos islámicos que cortan manos o pies (no sé si lo otro...). Es claro que el evangelio no habla de cortárselos a otros, sino de que uno mismo tiene que estar dispuesto a cortarse (¡de un modo real, aunque simbólico...") las manos y los pies, los ojos y lo otro... para no convertirse en ocasión de caída para otros (¡no para uno mismo...!). Con temor y temblor pesento este evangelio, el único en que el Jesús de Marcos habla de infierno (Gehenna)... No sabemos si hay y como será el infierno, pero si lo hubiere ha de ser para los que de un modo voluntario y tenaz, con pleno consentimiento y malicia, utilizan sus miembros para destruir a los pequeños. Buen día a todos.

Texto Mc 9, 42-48

(a. Principio) 42 Y a quien escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que se colgara del cuello una piedra de asno (de molino) y se echara al mar.

(b. Concreciones) 43 Y si tu mano te hace escandalizar, córtatela. Más te vale entrar manco en la Vida, que ir con las dos manos a la gehena, al fuego que no se extingue. 45 Y si tu pie te hace escandalizar, córtatelo. Más te vale entrar cojo en la Vida que ser arrojado con los dos pies en la gehena. 47 Y si tu ojo te hace escandalizar, sácatelo. Más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que ser arrojado con los dos ojos en la gehena, 48 donde el gusano de ellos no muere y el fuego no se extingue.


9, 42
Principio. Escandalizar (hacer caer) a uno de estos pequeños

La sentencia anterior (9, 41: el que ofrezca un vaso de agua…) evocaba la suerte de un “cristiano” pobre, que está a merced de los otros (cristianos o no), de quienes dependía, incluso para recibir un vaso de agua. De esa forma, el mismo Cristo aparecía vinculado a la pobreza de sus seguidores pobres, en un contexto en que ser cristiano implicaba vivir en los límites de la sociedad, a merced de los otros. Jesús había estado a merced de judíos y gentiles, que le entregaron y mataron (9,31). Pues bien, de forma semejante parecen hallarse los suyos, los cristianos, en manos de otros hombres.

Grandes y pequeños. Una piedra de asno de molino

Pues bien, la nueva sentencia (con la que empieza esta sección) supone que en la casa de Jesús, donde seguimos estando (cf. 9, 33) hay no solamente niños (cf. 9, 37) y pobres que dependen de un vaso de agua que otros quieran darles (9, 41), sino “pequeños” (mikroi), que creen en Jesús, pro que pueden ser escandalizados por otros cristianos. Nos hallamos, por tanto, ante una división intra-eclesial.

(a) Hay cristianos grandes, quizá en la línea de los que quieren copar los primeros puestos e imponerse por la fuerza sobre otros exorcistas.

(b) Y hay cristianos pequeños, que pueden ser “escandalizados” por los grandes. En este se añade que sería mejor que los “grandes” que escandalizan a los pequeños deberían ser capaces de “matarse” a sí mismos antes de hacerlo, atándose para ello a la piedra superior grande de un molino giratorio, movido por un asno (eso es lo que significa mylos onikos, piedra de asno) y echándose al mar.

Este nuevo texto no habla ya por tanto de la forma en que se portan los de fuera en relación con los cristianos, sino de la forma en que unos cristianos (¡grandes!) pueden tratar a los pequeños, escandalizándoles (es decir, convirtiéndose en tropiezo para ellos y haciéndoles caer). El texto alude, por tanto, a divisiones que existen dentro de la Iglesia, dirigiéndose de un modo especial a los “grandes”, a quienes pide (exige) que no escandalicen a los pequeños, es decir, que no destruyan la fe de aquellos más sencillos que confían en Jesús y siguen su camino, aunque estén amenazados por la prepotencia espiritual, administrativa o religiosa de los grandes.

El tema reaparecerá de algún modo en 10,35-40: el evangelio de Marcos sabe que en la Iglesia hay personas que utilizan el mensaje de Jesús y seguimiento para buscar su propia grandeza, imponiéndose así sobre los otros, con el riesgo de escandalizarles. Pues bien, Marcos les dice que, obrando así, ellos se oponen al camino-vida de Jesus, a quien en todo nuestro texto hemos venido descubriendo como el entregado (9, 31).

Moviéndose en una línea de poder, la Iglesia puede convertirse en lugar donde los grandes se imponen y los pequeños corren el riesgo de quedar escandalizados (9,42). Éste es el mensaje básico de texto: ¡Quien escandaliza a los pequeños no sólo comete un “pecado” contra ellos, sino que se destruye a sí mismo, de manera que sería mejor que se matara (echándose al mar con una rueda de molino atada cuello) antes de hacerlo…

Pecado contra el Espíritu Santo, pecado contra los niños

Evidentemente, nos hallamos ante un lenguaje simbólico, lo mismo que en las tres aplicaciones que siguen (si tu mano, si tu pie, si tu ojo…). Estamos ante el caso más grave de pecado según Marcos, que indudablemente se sitúa en la línea de blasfemia contra el Espíritu Santo de 3, 28-30.

La blasfemia contra el Espíritu Santo consistía en declarar que las obras “mesiánicas” de Jesús provenían de un fondo diabólico, para impedir así que él liberara a los pequeños, posesos, enfermos impuros.

El escándalo contra los pequeños se produce allí donde unos “grandes” se apropian de la herencia de Jesús, destruyendo de esa forma a los pequeños o impidiendo que ellos puedan vivir y desplegarse en libertad.

Los que escandalizan no son ya unos escribas de fuera, que vienen de Jerusalén (como en 3, 20-20), sino unos “cristianos” de dentro, que se juzgan grandes y que, de esa forma, se declaran intérpretes y, en algún sentido, portadores y representantes del evangelio, utilizando su autoridad de una forma indiscriminada, que conduce a la destrucción de los pequeños. No es un problema de poder externo (como el de los “hombres” que pueden matar físicamente a Jesús: 9, 31), sino de autoridad moral, que se vuelve in-moral, pues lleva a la destrucción personal de los más pobres.

No es fácil precisar lo que en este caso significa escandalizar a los pequeños, en concreto y quizá el mismo Marcos ha querido dejar el tema así, sólo esbozado, para que la comunidad (cada comunidad de oyentes/lectores de su evangelio) lo concreten.

(a) Puede tratarse de asuntos de comida, como sabemos por Pablo (Rom 14, 13; 1 Cor 8, 13), quien afirma que hay cristianos que pueden escandalizar (hacer caer a otros) por su forma de entender y romper las normas de alimentación judías.

(b) Puede tratarse de formas distintas de entender la libertad y las prácticas sexuales, en un contexto amenazado por un tipo de libertinismo gnóstico. La tradición ha destacado en ese campo el riesgo del escándalo y utilización sexual de pequeños y niños.

Sea como fuere, en la comunidad (o comunidades) de Marcos, en la que no debía haber regentes superiores, pues los más importantes en ella son los niños y pequeños (cf. 9, 33-37), ha surgido el peligro de que algunos (los que se consideran grandes, superiores o más puros) hagan caer a los otros (más pequeños). Lo que importa aquí no es el tipo de escándalo concreto al que aquí se alude, sino el hecho de que en la misma iglesia (en la línea de los Doce, que quieren los primeros puestos, y de Juan, que quiere callar el exorcista no comunitario…) puedan surgir y surjan personas que, juzgándose “grandes”, pueden “escandalizar”, hacer caer, a los pequeños.

10, 43-48
Concreciones. Pecado y Gehena. El infierno de los escandalizadores

En el principio general (10, 42), Jesús habla de escandalizar a “uno de estos pequeños que creen en mí”, es decir, de poner tropiezos en el camino de los otros (los m más débiles) para así hacerles caer. Se hablaba así del riesgo de convertir la Iglesia en comunidad de fuertes/grandes, donde no hay lugar para los pequeños. Pues bien, en las tres concreciones que siguen se pasa del escándalo externo (hecho a los pequeños) al principio interior del escándalo, es decir, del escandalizador.

De esa forma, para defender a los pequeños, Jesús debe acusar a los escandalizadores, haciendo que reflexionen y que estén dispuestos a cambiar, es decir, a “cortarse” aquello que conduce al escándalo. No se trata, por tanto, de que cambien los pequeños, sino de que los “grandes” renuncien a su deseo destructor, cortándose aquello que les lleva a escandalizar: si tu mano, tu pié, tu ojo te escandaliza (skandalidsê se), es decir, es para ti “causa de escándalo”, pues con ella “escandalizas” (haces caer a los demás) córtatela tú mismo (9, 43-47).

Partes del hombre que matan o escandalizan

Así pasamos de la imagen anterior de muerte (¡sería mejor que se colgara una piedra de asno de molino al cuello y se echara al mar…!) a la imagen o signo de ascesis radical. Un cristiano que se juzgue grande (¡que piense que tiene razón!) debe estar dispuesto a renunciar a su razón, es decir, a su grandeza para no escandalizar (destruir) a los pequeños, en las tres áreas fundamentales de la vida, como ser humano que es: mano que actúa, pie que camina, ojo que conoce y desea.

- El hombre (varón o mujer) es mano que actúa, pero que puede escandalizar (si tu mano te escandaliza, siendo para ti causa de escándalo y destrucción de los pequeños, córtatela…: 9, 43). Recordemos que Jesús ha curado la mano seca de un hombre en la sinagoga (3, 1-6), en día de sábado, causando la oposición de los fariseos y de los herodianos, que quieren condenarle a muerte. La mano (kheir) es según eso más importante que el mismo sábado: mano para actuar con libertad, para ser uno mismo. Pues bien, completando el sentido de aquella curación, ahora se pone de relieve el hecho de que la mano de los grandes (su actividad, sus proyectos y negocios: ¡todo lo que se hace y simboliza con la mano!) pueda ser causa de escándalo (caída) para los pequeños. Si las cosas son así, los grandes han de estar dispuestos a renunciar a su propia manos (a sus proyectos y a su obras) para no destruir a los pequeños, con quienes el mismo Cristo se ha identificado.

- El hombre es pie que camina, pero que al hacerlo puede escandalizar (si tu pie te escandaliza córtatelo…: 9, 45). Recordemos que Jesús ha curado al paralítico (2, 1-12), precisamente para que pueda caminar en libertad, con gran escándalo de los escribas que le acusan de “perdonar/curar” al lisiado. El pie es, por tanto, un miembro básico del ser humano que puede y debe decidir la marcha de su vida. Pues bien, ahora se añade que el pie puede volverse causa de escándalo allí donde mi deseo y forma de caminar destruye o sirve de caída para los pequeños. Por eso, debo estar dispuesto a renunciar a mi pie (a cortarlo) para que no sea motivo ruptura y destrucción para los otros. Ciertamente, puedo hacer lo que deseo, pues soy libre, pero si mi libertad se vuelve motivo de ruina para otros debo limitarla, como dicho Pablo en un contexto semejante (cf. Gal 5, 13; 1 Cor 10, 39).

- El hombre es ojo que mira y desea, pero al hacerlo puede escandalizar a otros (si tu ojo te escandaliza…: 9, 47). Muy bueno es el ojo para Jesús, que ha venido para que los hombres y mujeres vean (cf. 4, 13) y para curar a los ciegos de diverso como ha mostrado la gran catequesis de 8, 22-26. Pero hay una forma de mirar que causa escándalo, es decir, un ojo malo (ophthlmos ponêros: 7, 22) que destruye a los pequeños, porque es mirada posesiva y no liberadora, en amor. Pues bien, en ese caso, aquel que cree en Jesús tiene que estar dispuesto a arrancarse el ojo malo, para no hacer daño a los demás45.

El hombre es, según eso, pies, manos y ojos, en visión ternaria que resulta muy significativa. El evidente que el texto podría haber aducido otros ejemplos, que aparecen en el mismo Marcos (cf. lengua y oídos: 7, 31-37), pero esos tres miembros condensan la totalidad humana en el plano del hacer, decidir, desear y son un ejemplo del “poder bueno” que puede convertirse en deseo destructor de los otros. El Jesús de Marcos es un testigo y promotor de libertad, como pedía 7, 14-23 en un contexto de superación del legalismo de comidas y utensilios. Pues bien, esa libertad y pureza interior que allí se destacaba se traduce aquí como exigencia de superación de todo escándalo que sirva para destruir (o menospreciar) a los pequeños en la iglesia.

b. Gehena, fuego que destruye.

En ese contexto se sitúa la apelación escatológica (que está igualmente en el fondo de 3, 28-29 y, de un modo especial, en 8, 35-38), que aquí se expresa con imágenes muy fuertes, tomadas de la simbología moral y apocalíptica judía de aquel tiempo. (a) Por un lado está la imagen de entrar uno mismo (eiselthein) en la Vida (dsôê: 9, 43.45) o en el Reino de Dios (basileia: 9, 49). (b) Por otro lado está el ir (apelthein: 9, 44) o, más precisamente, el ser arrojado (blêthênai: 9. 45.47) en la Gehena , que es la oquedad adonde se arroja y se quema la basura.

Parece claro que el término original de Jesús es Reino (cf. 1, 15; 4, 26 etc.), mientras que Vida, que aparece sólo aquí (o Vida eterna que aparece en 10, 17. 30) proviene de la tradición posterior o del mismo Marcos. Sea como fuere, la identificación del Reino de Dios con la Vida aparece ya en la tradición judía (como muestra la literatura de Qumrán); el mismo Pablo (cf. Gal 6, 8; 2 Cor 2, 26; Rom 2, 7; 5, 21) ha dejado en un segundo plano la terminología del Reino, para destacar más bien la de la Vida, como expresión de plenitud y culminación humana en Dios. Así lo ha puesto de relieve, sobre todo, el evangelio de Juan (cf. 3, 15-16; 4, 14 etc).

De esa forma se traza el aspecto positivo de la plenitud, en su doble dimensión de Reino, que puede establecerse en (al final de) este mundo, o de Vida, que puede entenderse como algo que sobreviene después (o por encima) de este mundo (lo mismo que en 10, 30). En ese sentido, el entrar en la Vida/Reino con una sola mano/ojo/pie puede entenderse de forma física o “espiritual” (pero siempre simbólica). Pues bien, frente al Reino/Vida se introduce aquí el símbolo poderoso de la Gehenna (9, 43-47), vinculada al fuego que no se consume (pyr asbestos: 9, 45.48) y al gusano que no muere (9, 48).

En el judaísmo primitivo (y en la teología de los saduceos del tiempo de Jesús) no se puede hablar de un “castigo final” de los pecadores, pues todos los muertos “descienden” por igual a un sheol o submundo de muerte. Pero dentro de la lógica del último judaísmo (en los dos siglos anteriores a Jesús), resulta normal que el casti¬go de los pecadores deje de tomarse como aniquilación (puro sheol) y se interprete en forma de condena duradera (con algún tipo de castigo). Junto a la Vida de los justos, en el nuevo eón que ya se acerca, se evoca así el castigo o sufri¬miento de los condenados. El fuego, que antes se tomaba como destructor (mata y aniquila a los perversos, por ejemplo en Sodoma y Gomorra: cf. Gen 18-19), se vuelve ahora principio de tortura.

Así lo supone ya Is 66, 22-24: frente a los salvados, que ascienden y llegan al templo, se amon¬tonan en la parte más honda de un valle que está junto al templo los cadáveres de los rebeldes, pudriéndose y quemándose por siempre (cf. también Jdt 16, 17; Eclo 21, 9-10). Esta doble imagen, de la montaña de Dios (templo, cielo) y del valle de los muertos (corrupción, fuego), pervive a lo largo de la tradición posterior. Frente al lugar de la vida o salvación se extiende así el campo de la muerte, identificado con la gehenna, valle de mala memoria, al borde de Jerusalén (cf. 2 Rey 16, 3; 21, 6), basurero donde arden sin fin los desperdicios de la ciudad, lugar que se convierte en signo de castigo para los injustos (cf. 1 Hen 90, 26; Jer 7, 32; 19, 6; ApBar 59, 10).

Del sheol, donde todos los muertos llevaban sin distinción vida de sombras, pasamos de esa forma al simbolismo de la doble suerte de los hombres: nuevo eón para los justos, gehenna o castigo para los impíos. Sólo ahora puede hablarse de una doble re-surrección: unos para la vida y otros para la ignominia eterna (Dan 12, 1-2). En este contexto ha de entenderse el mensaje de Jesús, que ha rechazado el uso del fuego como expresión de un castigo dentro de la historia: no ha querido ser Elías que destruye con la llama de Dios a las personas enemigas (cf. Lc 9, 54-55); tampoco parece que aluda al fuego como fuerza del juicio que aniquila, en la línea de aquello que se pone en boca del Bau¬tista (Mt 3, 1-12 y par; cf. ApJn 20, 9).

Fuego que consume a uno mismo

Todo nos permite suponer que Jesús anuncia el juicio y lo hace seriamente; pero, en principio, él no interpreta a Dios como principio o portador de un fuego que destruye a los malvados, pues Dios viene a salvar, no a destruir; viene para amar a los pecadores y no para aniquilarlos con su llama. Pues bien, rechazando el fuego del castigo histórico, Jesús parece haber acentuado el fuego en la condena escatológica, siempre de forma parabólica, en forma de llamada a conversión. El mismo Jesús que no quiere actuar como juez que destruye a los hombres del mundo ha anunciado de un modo radical la posibilidad de un rechazo, es decir, de un pecado humano, por el que aquellos que destruyen a los otros (en especial a los pequeños) corren el riesgo de destruirse a sí mismo, cayendo de esa forma Gehena o valle/basurero de fuego perdurable al que alude nuestro pasaje (cf. Mc 9, 43-48; cf. Mt 10, 28; 13, 40-42; 25, 31-46).

Esta condena, simbolizada por la Gehena, puede entenderse de un modo de un modo “espiritual” (en perspectiva de muerte eterna, más allá de este mundo), pero en su origen y quizá en el mismo fondo de este pasaje puede y debe interpretarse, al menos simbólicamente, en forma histórica. Recordemos que Jesús está evocando e iniciando su ascenso a Jerusalén, donde debe culminar y realizarse en juicio de la historia israelita. Los que culminen con él su camino obtendrán allí el Reino y la Vida. Los otros, que en este contexto son los que escandalizan/destruyen a los pequeños, fracasarán precisamente allí, consumiéndose en el fuego de la Gehena.

La Gehena es un fuego a-sbestos, es decir, inextinguible. Recordemos que Dios aparecía en Ex 3, 13 como fuego que arde en la “zarza” del Sinaí sin consumirse. Dios aparece igualmente como fuego positivo (calor, luz…) en las grandes teofanías, desde Is 6 hasta Ez 1-3 y 1 Hen 14. Pues bien, por una inversión que es común en la historia de las religiones, el mismo fuego de Dios viene a convertirse en fuego de destrucción, que arde siempre, sin apagarse nunca. Significativamente, Marcos le llama aquí a-sbestos (que no se consume), mientras que Mateo (18, 8 y 25,41) le llamará ya fuego aiônion, eterno, término que Marcos sólo aplicará a la Vida, que el hombre rico quiere alcanzar (10, 17), pero que alcanzarán, en el eón futuro, aquellos que lo dejan y comparten todo por seguir a Jesús (cf. 10, 30).

Ese fuego de la Gehena, que no se consume, está vinculado al skôlêx o gusano que devora sin fin los cadáveres de los condenados (9, 49), según el texto clásico, citado ya, con el que termina el libro de Isaías: al final de los tiempos, los triunfadores/salvados subirán al templo de Jerusalén y, al descender verán los cadáveres de los rebeldes, cuyo gusano no muere y cuyo fuego no se extingue (Is 16, 24; cf. Jd 16, 17). Fuego y gusano son signos de muerte, pero no se aplican ya a los que se rebelan con el poder de Dios, de un modo político y sacral (como en Isaías y en Judit), sino a los “escandalizan” a los pequeños, destruyéndose de esa forma a sí mismos.

Se trata, según todo lo anterior, de un texto simbólico y parenético. Frente al nesgo de escandalizar, destruyendo a los demás, no hay más remedio que una ascesis fuerte: uno tiene que vencerse a sí mismo, dejándose morir si hiciera falta, para bien del otro (9,43-47). Sólo de esa forma se evita el nesgo de la propia destrucción, de la gehena, que es la destrucción de aquellos que destruyen a los otros.

Pecado contra los niños/pequeños, el gran pecado

Formulado así este pasaje, acaba Igual que Mc 3,28-30. Allí se destacaba el riesgo de los escribas que condenaban a Jesus y le llamaban Beelzebul porque ayudaba a los pobres endemoniados, corriendo así el riesgo de pecar en contra del Espíritu. Pues bien, ante un riesgo semejante se sitúan ahora los cristianos que escandalizan a los más pequeños dentro de la Iglesia.

Según eso, los que piensan que son grandes y por serlo destruyen a los otros, corren el peligro de perder su propia vida, de perderse para siempre. Todas estas imágenes de destrucción sirven para decir que los más grandes en la Iglesia son los más pequeños, aquellos que se encuentran entregados (en manos) de los otros, como estuvo Jesús y como están los niños. Desde el reverso del poder, desde el lugar de los antes perdedores, puede edificarse y se edifica un tipo nuevo de unión comunitaria que se expresa y triunfa en dimensión de gracia. Del costado abierto del fracaso y pequeñez del Hijo del hombre está surgiendo la Iglesia de Marcos.

Ellos, los pequeños y niños, que pueden ser escandalizados (pervertidos) son el centro de la Iglesia, el auténtico Vaticano o Sagrario de la comunidad de Cristo.
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