Zigmunt Bauman y el Cristianismo
“El progreso, en resumen, ha dejado de ser un discurso que habla de mejorar la vida de todos para convertirse en un discurso de supervivencia personal.”
Rindo tributo al hombre que captó mi atención, Zygmund Bauman, cuando afirmó a raíz del fenómeno 15-M que las emociones destruyen y son incapaces de crear nada, Predijo que el 15-M no sería un fenómeno sólido porque estaba falto de pensamiento.
En palabras de este sólido intelectual judío polaco, nacionalizado británico, fallecido recientemente y al que quiero homenajear en este artículo, nuestra sociedad es líquida, es decir, inconsistente por timorata, timorata por falta de certezas y destructiva por emocional.
Afirma igualmente que las emociones son pasajeras, y que tenemos que cultivar los sentimientos. No confunde emociones y sentimientos, que es lo que popularmente se hace, unos deben controlarse y los otros expresarse.
Bauman es un coloso del pensamiento secular profético. Su legado crecerá con el tiempo situándole al lado de Erich Fromm, también judío. El mérito de ambos es haber cogido al Hombre contemporáneo, haberle situado en el objetivo del microscopio o del liberador diván, y haberle analizado bajo el siempre genial punto de vista judeoccidental, posiblemente más imparcial y menos reduccionista que el cristiano.
El genial Bauman describe un presente en el que el Hombre contemporáneo se sitúa frente a una encrucijada (situación calificada por él de interregno). O vuelve a las certezas pasadas (creencias, familia y trabajo estables) hoy agónicas y difícilmente recuperables, o sigue hacia adelante confiado en el desarrollo tecnológico y en el sentido de progreso de los tiempos, pero consciente (crisis de la modernidad) de que este futuro está falto de certezas.
Para Bauman esta situación es transitoria y quebradiza. La capacidad de discernimiento en esta situación de encrucijada por el contante estímulo de emociones provenientes de la sociedad de consumo, queda mermada y se desprovee con ello al Hombre contemporáneo de su base racional.
Esto nos resulta consciente o subconsciente, y por ello aparece el miedo de vernos incapaces de afrontar los desafíos que nos plantea el presente.
Existe una sensación de descontrol y desorden que genera desconfianza en nuestro sistema de vida y valores. La globalización asociada al progreso no se ha apoyado en certezas sino en intereses, advertimos que existe un vacío de autoridad y reina el ajuste de cuentas y la revancha (populismos).
Bauman diagnostica un profundo desequilibrio entre política (local) y poder (global), en el que subyace además una modernidad líquida (inconsistente por emocional), que agudiza la sensación de inseguridad personal. La desconfianza y el miedo son un eficaz ejército de termitas que está erosionando el sistema.
Bauman se muestra escéptico ante el futuro, es certero en el diagnóstico pero no fija soluciones. Su análisis realizado con precisión quirúrgica es muy valioso porque señala las grandes debilidades de nuestra cultura, y es muy aprovechable para nuestra vida de Fe, porque hemos de entender el mundo en el que vivimos para construir eficazmente el Reino de Dios.
Podríamos describir como estados vitales actuales de la realidad presente, que no sabemos a dónde vamos, olvidamos de donde venimos, y resulta clave saber donde nos encontramos.
Estos son los desafíos del presente, y tenemos que dar contenido a estos estados vitales.
A los ajustes económicos (aversión popular al consumo financiado), han seguido los ajustes políticos (te hago responsable de mi situación porque a mi costa tú sólo te preocupas de la tuya).
Se producirán próximamente los ajustes informativos. Entre mal informado y desinformado, cuestiono mensaje y mensajero, me informo por mí mismo, y comunico mis conclusiones aunque contradigan lo inicialmente difundido y dado por correcto.
Si el consumidor empieza a actuar como ahorrador, el votante como fiscalizador, y el informado como informador, podemos afrontar estos desafíos de forma sólida. Si el juicio crítico se hace popular (y para ello sirven las redes sociales), convertimos lo correcto y hetero-dirigido en impopular. Empujaremos la Historia hacia una buena dirección, siempre que la base sea racional, es decir, constructiva.
La crisis de identidad y de sentido de la vida, reiteradamente diagnosticadas por la Iglesia en su confrontación secular con la Modernidad, debe hacernos valorar el trabajo intelectual de la Iglesia.
Nunca podemos olvidar que la Iglesia, como institución, además de velar por la Fe, es legataria de la herencia cultural de Occidente. Por ello hemos de recordar a nuestros sacerdotes, pues además de teología también han estudiado filosofía, que son tan responsables del cuidado de nuestras almas como del cultivo de nuestras mentes. El servicio de formación de la Iglesia a sus fieles ha de ser integral, pues es tan efectiva la transmisión del testimonio como del sólido y agudo juicio humano. La falta de Fe suele ir acompañada de la falta de juicio (incultura), fuera y dentro de la Iglesia.
Los cristianos debemos recibir formación espiritual (más que teológica) e intelectual para afrontar los desafíos que como miembros de la sociedad se nos presentan en este estado de encrucijada diagnosticado agudamente por Bauman.
Hoy el cristiano ha de realizar como Misión la transmisión integral de su experiencia espiritual (de contacto con Dios), que cure la falta de Esperanza y Creatividad y la angustia frente a la Soledad, y debe suscitar la necesidad de cultivar el juicio crítico, que es la base de nuestra cultura, para que lo espiritual complete lo material, lo racional y sentimental rijan en el ser humano, y no le ciegue lo emocional.
Es decir, tenemos una importante Misión, liberar al ser humano contemporáneo del servilismo a sus emociones. Ofrezcamos nuestras certezas, siempre sólidas si las discernimos de continuo y siempre dinámicas si nacen de la creativa experiencia personal con Dios.
Los cristianos inteligentes saben relacionar sabiamente el más allá y el más acá.
Todo cristiano debe contar con tanta experiencia de Dios como formación analítica de la realidad en la que vive.
Hoy paradójicamente, la Iglesia cristiana es una reserva para Occidente tan espiritual como ilustrada.
Tenemos que adquirir tanta cultura secular como teológica.
En el Cristianismo, al contrario de otras religiones, no hay separación entre lo humano y lo divino. El Reino de Dios es el cielo en la tierra, lo creamos con los pies en la tierra y la mirada puesta en el cielo.