El triunfo de lo políticamente incorrecto
Todo lo popular es incorrecto (Oscar Wilde).
La cita de este genio tan incorrecto esconde una realidad subyacente, que los esfuerzos de políticos, medios de comunicación y demás oráculos de la conducta y pensamiento correctos traducen un despotismo que siempre se transforma a lo largo de la Historia, pero que siempre subyace en la cultura.
El pueblo no es artífice de la cultura si ésta no es plural. La pluralidad es y será siempre incorrecta.
Los déspotas y oráculos de lo correcto, y a diferencia de Jesucristo, no permiten que te equivoques, es decir, te niegan eso que se llama libre albedrío, que es esa facultad humana que te permite ser un digno santo o un digno canalla, pero digno al fin y al cabo. Ninguno de ellos, es obviamente católico porque no te permiten ni ser hijo, ni ser pródigo. Sólo te permiten ser borrego, que es ese animal entregado a sus emociones.
Existe en la naturaleza del ser humano una instintiva rebeldía frente a aquello que desde fuera nos viene fijado de antemano, la autoridad en sus múltiples y perennes expresiones (padres, maestros, cónyuges, superiores, y un interminable etcétera).
No podemos confundir la rebeldía (la vertiente emocional de libertad) con el libre albedrío (su fundamento racional y espiritual). La modernidad ha instituido la rebeldía como distintivo de modernidad, pero ha confundido maliciosamente al asimilar el libre albedrío con la rebeldía. El dominio de las emociones en las personas perpetúa el monopolio cultural de las élites, las cuales se imponen en sendas dictaduras de emociones y eufemismos.
No se puede estar permanentemente en conflicto con la autoridad, es de neuróticos. Tampoco se puede estar negando la capacidad de equivocarse al otro, es de autoritarios y de necios.
Qué ha pasado en EEUU con la elección de Trump, qué pasa en Europa con el debate de la inmigración, qué pasa en la Iglesia católica con nuestro pontífice, qué pasa en Occidente, donde lo popular, hoy como siempre, acaba definiéndose como incorrecto.
Que somos capaces de votar a un cretino, de criminalizar a un inmigrante, de injuriar a este Papa por el mero hecho de que nos damos cuenta que lo queremos, lo podemos hacer y además, fastidiamos a los oráculos del pensamiento correcto. Porque la discrepancia se ha hecho popular, e impopulares tanto la mala información como la desinformación. Cuando se enciende la sospecha, las élites pronto huelen a quemado.
Se está dando un gran cambio creo que para bien, porque el ser humano vuelve a tener conciencia de su libre albedrío, es decir, es sabedor de que es digno porque puede elegir libremente. No admite ni que le mientan ni que piensen por él, y se inclina de forma natural a la AUTENTICIDAD, que siempre ha sido generadora de filias y fobias, pero jamás de indiferencia.
Y creo que es positivo este fenómeno creciente. Negativo y circunstancial es todo lo demás. Ni Trump podrá hacer todo lo que quiera porque un Estado moderno no es una empresa particular, ni todo inmigrante es un terrorista en potencia, ni el que injuria a este Papa incorrecto pero popular es más católico que otros, más bien es un hereje, un luteranista, aunque no lo sepa.
El hecho es que estamos perdiendo el miedo a decir lo que pensamos de forma contra-despótica. La cultura por cierto da buena muestra de lo despóticamente que es dirigida. Cuando abiertamente te atreves a decir lo que piensas y encima, lo haces razonando y no desde las emociones, te pueden llover chuzos de punta, amenazas ostracistas e incluso físicas. Sin embargo en pleno siglo XXI y en Occidente con democracias imperfectas pero maduras, no pasa nada más. No hay que temer. Estamos asumiendo que la pluralidad en la opinión es sinónimo de democracia. No se toleran las imposiciones ilegítimas.
La cultura nunca tiene más éxito que cuando se hace popular por incorrecta, perdurable por auténtica y revolucionaria por espiritual.
Así que de qué extrañarse o preocuparse. Podemos libremente equivocarnos, podemos pensar y expresarnos, debemos discrepar dialécticamente, porque este es modo de hacer madurar nuestra democracia, y en general cualquier forma de convivencia. Podemos y debemos hacerlo con energía, con vehemencia si cabe, pero no yéndonos por las ramas y mucho menos evitando el conflicto, porque los silencios anteceden a las imposiciones. Aprender a discrepar sin ofender al otro es un arte que se aprende con la experiencia.
No pasa nada cuando decimos que Hillary no era tan buena ni progresista como la vendían. Cuando creemos y lo decimos, que la inmigración musulmana es inquietante no tanto por la infiltración de terroristas como por las dificultades insalvables de integración que plantean si no asumen que deben adaptarse a nuestros valores o deberán retornar porque su crecimiento demográfico es una amenaza a nuestra identidad, que es en su núcleo judeocristiana y en su expresión humanista y no teocrática.
Tampoco pasa nada cuando cuestionamos la capacidad de un animal de equipararse a un ser humano (los animales ni votan ni se presentan a las elecciones), y cuando denunciamos que tanta sublimación de la condición de especie no humana, se hace a costa de denigrar la humana, porque el animalismo es un anti-humanismo.
Tampoco pasa nada si señalamos como grave error educativo en familias y escuelas el salvar a los infantes de la necesidad de esforzarse. No se les puede esconder que la realidad es dura y que hay que prepararse bien por ello, porque los padres (y el Estado) no siempre estarán ahí para hacer por ti lo que tú debes hacer por ti mismo.
En suma, no pasa nada cuando cuestionamos públicamente que cualquier cosa por el sólo hecho de ser nueva o moderna tiene que suponer necesariamente un avance o un progreso. Cuando defendemos que las tradiciones por incorrectas que sean, existen por su mera legitimidad popular. A nadie se le obliga a seguirlas, pero nadie es nadie para obligarte a lo contrario. Si han de desaparecer o transformarse será porque lo quiera la gente, no porque se presione al legislador.
Recordamos que como cristianos (patriarcistas, papistas y anti-jerarquistas), seguimos los pasos de Jesucristo, Hombre y Dios, Profeta popular, incorrecto Salvador, y digno Cordero del Supremo Buen Pastor, que siendo uno más no era como uno más.
Finalmente les deseo una Feliz Navidad viviendo la Paz del Niño-Rey, en sus familias y con sus adversarios. No hay mayor mérito ni mayor gracia del cielo.