"Ese es el nombre que él eligió para presentarse ante Dios. No necesitará ningún apodo o complemento" Francisco

Franciscus. El deseo expresado en su testamento es la forma en que él desea ser recordado: “La tumba debe estar en el suelo; simple, sin decoración especial y con una única inscripción: Francisco.” Esta elección contrasta fuertemente con nuestra cultura, que para hacer memoria y marcar el espacio-tiempo
Francisco eligió una única inscripción. Y tiene razón. Todo lo demás es accesorio. Quizás esta elección radical nos cuestione sobre la propia naturaleza de la memoria. Ser recordado por un nombre, ¿no sería la forma más pura de perpetuar una esencia, libre de las capas de interpretación y de los adornos de la historia?
| Marcus Tullius*
Franciscus. El deseo expresado en su testamento es la forma en que él desea ser recordado: “La tumba debe estar en el suelo; simple, sin decoración especial y con una única inscripción: Francisco.” Esta elección contrasta fuertemente con nuestra cultura, que para hacer memoria y marcar el espacio-tiempo, recurre a monumentos, símbolos, placas y que, en las lápidas, encontramos el nombre completo, con fecha de nacimiento y muerte, alguna cita impactante, muchas veces de origen dudoso.

Francisco eligió una única inscripción. Y tiene razón. Todo lo demás es accesorio. Quizás esta elección radical nos cuestione sobre la propia naturaleza de la memoria. Ser recordado por un nombre, ¿no sería la forma más pura de perpetuar una esencia, libre de las capas de interpretación y de los adornos de la historia?
Ese es el nombre que él eligió para presentarse ante Dios. No necesitará ningún apodo o complemento, ni ninguna carta de recomendación o currículum. No tendrá que comprobar experiencia laboral. Será conocido y reconocido por ser Francisco. Y nada más. Despojarse para permanecer la identidad. Ser reconocido por la pura resonancia del nombre, sin los títulos que el mundo le otorgó.

El lugar de su descanso terrenal quedará en el suelo, pues tuvo sus pies plantados en lo concreto de la vida y nos enseñó que, para ser pastor de verdad, no se te puedes apartar de la realidad. Es el “pastor con olor a ovejas”. Será simple y sin decoración especial, como él, que continuó usando el mismo zapato, su anillo de obispo y la sotana blanca, a veces con las mangas rotas. No buscar erguirse, ni siquiera en la muerte, para combatir la lógica de ascensión y el deseo de poder.
No necesitaremos más distinguir a Francisco de Asís y de Roma, como muchas veces hicimos en alusión al santo que lo inspiró en la elección del nombre
Leí, especialmente en los últimos días, muchos títulos dados a Francisco: el misericordioso, el de todos, el de la paz, el de la esperanza y tantos otros. Estoy de acuerdo con todos ellos. Estas son solo facetas de un hombre poliédrico; por eso, bastará Francisco. No necesitaremos más distinguir a Francisco de Asís y de Roma, como muchas veces hicimos en alusión al santo que lo inspiró en la elección del nombre. No necesitaremos hacer distinción, tampoco justificar, pues él mostró en el cuerpo y en el corazón, en los gestos y en las palabras, que él es Francisco.

Su semblante el domingo de Pascua era el de un pastor mártir, tal como los antiguos pastores, que sellaban con su propia vida el cuidado del rebaño. Las palabras de agradecimiento a su enfermero personal fueron sinceras y llenas de sentido. La gratitud por la última ida a la Plaza y su último paseo en medio del pueblo eran lo que faltaba para vivir su Pascua. En ese gesto de encuentro con el pueblo la esencia de su misión: un amor concreto y palpable por la humanidad que él pastoreó. Su Pascua personal se completa en el abrazo final a su comunidad. De los brazos del pueblo a los brazos del Creador.
No obstante, esa misma brújula evangélica que guiaba sus pasos y sus palabras lo colocó, a veces, en la mira de miradas desconfiadas y condenatorias. Su obstinación en dar voz y lugar a los que la sociedad silenciada –los pobres, los últimos de la fila, los descartados por la lógica del mundo, aquellos a quienes faltaba incluso un abrazo– fue interpretada por algunos como desviación o como herejía. Incomodó. La Iglesia de puertas abiertas, en salida, acogiendo a quien estaba en los márgenes, incomodaba a quien prefería muros y distinciones. Acoger a quien estaba en los márgenes mostrando que el margen es el centro.

Estoy seguro de que, para muchos, el recuerdo más vívido no resida en sus discursos, sino en detalles sencillos: el desgaste de sus zapatos negros al recorrer los caminos del mundo, la cruz simple que portaba como único ornamento y que mostraba la centralidad del Cristo Buen Pastor, un gesto de acogida hacia un necesitado, un saludo de esperanza en medio de la multitud, una sonrisa que irradiaba una paz profunda. Si así fuera, si fueran esos fragmentos de su humanidad y de su fe los que permanecieran en la memoria colectiva, habrá sido suficiente. En esas pequeñas señales, en ese lenguaje silencioso del amor y de la humildad, muchos habrán vislumbrado, de forma inequívoca, el seguimiento radical y apasionado de Francisco a Jesús.
Quizás aún llevemos un tiempo para asimilar todo lo que pasó en estos 12 años de un hombre llamado Francisco, que buscó vivir con coherencia el Evangelio
Quizás no haya otro Francisco. Nuestra lógica mundana, que muchas veces busca comparaciones o continuadores de la tarea, puede ser quebrada con esto. Quizás aún llevemos un tiempo para asimilar todo lo que pasó en estos 12 años de un hombre llamado Francisco, que buscó vivir con coherencia el Evangelio. Yo no tengo dudas de que Francisco no descansará ni en la eternidad. Continuará el mismo Francisco, sin su cuerpo mortal, pero incansable, intercediendo por la Iglesia a la cual tanto amó.

* Magíster en Comunicación y coordinador de comunicación de Cáritas América Latina y Caribe. Se desempeñó como coordinador de Pascom Brasil entre 2018 y 2024 e integra el Grupo de Reflexión sobre Comunicación (Grecom) de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil (CNBB). Presenta el programa Iglesia Sinodal en emisoras de inspiración católica.
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