¿Rehará ISIS su califato en el Sahel? Burkina Faso intenta hacer frente a la amenaza yihadista
Cada vez son mas los burkineses desilusionados con un cambio democratico que prometia llevar al pais por buen camino. Los ataques terroristas, que empezaron hace cinco anos, no cesan en este pais, uno de los mas pobres del mundo
| Jose Carlos Rodriguez Soto
“Le pays va mal, le pays va mal”... La pegadiza canción, a ritmo de reagge del marfileño Tiken Jah Fakoly, suena a todo volumen en el destartalado taxi que me lleva a uno de los barrios de Uagadugú. Durante los cuatro días que pase recientemente en la capital de Burkina Faso la oí en los chiringuitos donde comí, los mercados por donde pase y, según me confesaron varios jóvenes, se ha convertido en un himno de protesta que se canta en reuniones y manifestaciones, como la que tuvo lugar el pasado 16 de septiembre contra la inseguridad y que fue disuelta con gases lacrimógenos.
Me detengo en la Plaza de la Nación, y un joven universitario que me acompaña me explica que fue allí donde, a finales de octubre de 2014, decenas de miles de personas, en su mayoría jóvenes, se concentraron durante tres días en una protesta masiva que culminó con la salida del entonces presidente Blaise Compaore, quien tras pasar 27 años en el poder acabo con la paciencia de su pueblo -uno de los más pobres del mundo- al intentar cambiar la Constitución para suprimir el límite de mandatos presidenciales. “Yo mismo me sentí orgulloso de luchar por la democracia en mi país, pero ahora estamos desilusionados e incluso muchos de mis compañeros dicen que cuando estaba Compaore por lo menos había seguridad, no como ahora”, me explica mi acompañante.
La razón de esta desilusión que envuelve a los burkineses se llama terrorismo islamista. Perpetrado por varios grupos: Al Qaeda en el Magreb, el Estado Islámico y Ansarour Islámico, golpea sin avisar. Desde hace algo más de cuatro años, el país realmente va mal. Solo en lo que va de año las cifras oficiales hablan de unos 500 muertos en varios atentados sangrientos, sobre todo en el norte del país, aunque otras fuentes dan otras cifras más altas. La capital conoce una cierta calma, aunque en 2016 y en 2018 los terroristas realizaron tres ataques por sorpresa que dejaron un reguero de muertos. El conflicto se concentra principalmente en dos zonas: en la frontera con Mali en el norte, y en el Este y Sureste en su frontera con Níger. Muchos de estos atentados se quedan sin investigar, y lo peor es que muchos de sus ciudadanos no-musulmanes en zonas rurales empiezan a desconfiar de sus vecinos musulmanes, sobre todo de los Peulh, a los que acusan de encubrir, incluso de colaborar, con los terroristas.
Burkina Faso tiene frontera con seis países, y los expertos en seguridad temen que la inestabilidad puede crear un pasillo por donde los yihadistas se extiendan por el Sahel y pasen de una frontera a otra con facilidad. En amplias zonas de estas zonas de conflicto del Este y del Norte, muchos funcionarios han desertado sus puestos, numerosas escuelas han cerrado y los comerciantes -sobre todo de ganado- no venden nada. Y, en un país que ha sido siempre un modelo de buena convivencia entre musulmanes (el 60% de su población) y cristianos (en torno al 20%), la gente quedo conmocionada después de que en abril y mayo de este ano los islamistas realizaran cuatro ataques mortales a iglesias cristianas en plena celebración.
Burkina Faso siempre ha estado entre los países mas pobres del mundo (según datos de la ONU es el sexto país con menos índice de desarrollo humano), pero la disciplina y determinación de sus habitantes han hecho milagros. En la capital, la popular Uaga para los burkineses, el visitante se sorprende porque hay orden, limpieza y los servicios básicos como la electricidad y el agua corriente -a pesar de no estar edificada a orillas de un rio o de un lago, no son un lujo. Todo el mundo circula por sus calles en moto alineándose con cuidado, sin caos. Las cosas funcionan. En un país marcado desde siempre por las sequias, el suelo árido del Sahel y la falta de recursos naturales, florecen prestigiosas Universidades donde estudian numerosos estudiantes becados procedentes de otros países africanos. Y hasta hace poco empezaba a despegar un prometedor sector turístico que atraía sobre todo a personas interesadas por la vibrante cultura tradicional del país.
Todos lamentan que estas prometedoras experiencias han sido truncadas por la amenaza terrorista. Y todos los Estados de África Occidental están preocupados. Durante los días de mi visita, se celebró en la capital una cumbre de 15 países de la zona (los de la CEDEAO mas Chad y Mauritania) en la que se comprometieron a emprender un ambicioso plan de cooperación de seguridad de cinco años. Burkina ocupa este ano la presidencia rotatoria del G5 Sahel, una fuerza multinacional anti-terrorista de 5.000 soldados formada por Mali, Mauritania, Chad, Níger y la propia Burkina Faso.
Pero este ejército no consigue todavía funcionar de forma adecuada por falta de coordinación. Francia, que tiene en el Sahel 4.000 soldados que forman parte de la Operación Barkhane (que comenzó en 2014), concentrada sobre todo en Mali, no llega a estar presente en todas partes en esta enorme zona. Muchos temen que, tras la derrota del Estado Islámico en Irak y Siria, los combatientes -bien armados y con experiencia de guerra- procedentes de estos países intenten reconstruir su califato en el Sahel. Si realmente intentan poner en marcha este plan, Burkina Faso parece ser el eslabón de seguridad más débil y el punto de entrada más vulnerable de esta extensa zona.