Horizonte pascual del Domingo V de Cuaresma

Frecuentemente, al elaborar sus homilías, los predicadores se ciñen, de modo preferencial, a proponer una serie de consideraciones piadosas, extraídas arbitrariamente del conjunto de las lecturas. Es verdad que las lecturas seleccionadas para ser proclamadas en la eucaristía son con frecuencia de una gran riqueza y ofrecen un abanico de aspectos o de temas que casi siempre nos desborda. Se diría que no sabemos por dónde empezar. Tenemos que elegir. Al final arrancamos con los temas que nos parecen más sugerentes o que pueden ser de mayor interés para la gente. Tengo la impresión de que éste es el criterio que utilizamos habitualmente.

En este quinto domingo de cuaresma, en el que proclamamos lecturas bíblicas pertenecientes al ciclo C, aparece una importante pluralidad de sugerencias para hilvanar una hermosa homilía. El episodio de la mujer acusada de adulterio puede brindar consideraciones de gran interés para los fieles. Hasta podremos hacer un guiño a las justas e insistentes reivindicaciones de la mujer. No faltará quien, haciendo un alarde de entendido, dedicará unos minutos a la dudosa pertenencia de este fragmento al texto original de Juan. Otros, al comentar el texto de Isaías en la primera lectura, preferirán ofrecer un brillante discurso comentando esas hermosas palabras: “mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando. Abriré un camino por el desierto”. Quienes son más sensibles al tratamiento espiritual de los temas, se volcarán en el estupendo texto de Pablo tomado de la carta a los filipenses, donde el Apóstol habla de su vida en comunión con Cristo y de su entrega incondicional al Señor: “Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo”.

Sin embargo, para montar una homilía acorde con los textos y con el tiempo litúrgico de la cuaresma, debemos tomar en consideración el contexto de todo el conjunto cuaresmal. Mientras la selección de lecturas en el ciclo A se inspira en la gran tradición catequética prebautismal, los ciclos B y C están más atentos a los aspectos centrales del misterio pascual, de la gran misericordia de Dios, del arrepentimiento y del perdón.

Los textos de este quinto domingo hay que leerlos en el marco de la pascua, hacia la cual peregrinamos y que ya contemplamos en el horizonte. Los escribas y los fariseos, los representantes de la ley y de la ortodoxia, ponen trampas a Jesús y buscan poder cazarlo. Quieren ponerlo a prueba y quitárselo de encima. En el horizonte se vislumbra la gran traición y la entrega. Se acerca la “hora” de Jesús, su pascua.

La primera lectura evoca la gran liberación del éxodo. Es el acontecimiento central en la vida de Israel. Una y otra vez, a lo largo de su historia, los judíos recuerdan y evocan ese acontecimiento. La liberación pascual está en el centro de la fe de Israel. Así debemos entender las palabras de Isaías: El Señor “abrió un camino en el mar y senda en las aguas impetuosas… caían para no levantarse, se apagaron como mecha que se extingue”. Así, de forma tan patética, describe el profeta la humillación y la derrota de los egipcios, los verdugos del pueblo esclavo. Pero a continuación el texto nos previene para que no estemos mirando hacia atrás, lamentándonos; más bien abre nuestro corazón al optimismo y a la esperanza mesiánica: “Mirad que realizo algo nuevo. Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo. Me glorificarán las bestias del campo… ofreceré agua en el desierto, ríos en el yermo, para apagar la sed de mi pueblo, de mi escogido, el pueblo que yo formé, para que proclamara mi alabanza”. La palabra de Dios anuncia hoy un nuevo éxodo, una nueva travesía por el desierto; él aliviará el sudor de los caminantes, de los peregrinos, de los que buscan un horizonte nuevo, una pascua nueva. En esta celebración el predicador debe animar a la asamblea; debe inyectar la esperanza en el corazón de los fieles.

El texto de Pablo nos brinda un resumen perfecto de la fe pascual de la Iglesia. Pero no es una proposición dogmática, expuesta en términos abstractos, convencionales. Él habla de su experiencia personal, la que él ha vivido; y eso es lo importante. La fe le ha permitido a Pablo acercarse a Cristo y conocerlo; le ha hecho, sobre todo, tomar conciencia de “la fuerza de la resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos”.

Estas serían, a mi juicio, las líneas de fuerza de una predicación o de una reflexión para este domingo. Como puede apreciarse, la clave que inspira estas reflexiones está motivada, por supuesto, en la experiencia pascual. Porque la pascua debe ser el eje. A partir de ahí, el predicador deberá sugerir derivaciones prácticas, concretas, orientadas al comportamiento y al compromiso. En todo caso, en el marco de la celebración, el predicador, el liturgo, deberá estimular a la asamblea y motivarla, para que todo culmine en una alabanza vibrante y comunitaria al Cristo que nos ama y nos salva.

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