Planificar la semana santa
Ante todo, hay que asegurar un ritmo creciente y progresivo. Es el primer enfoque, la orientación que debe marcar la dinámica de la semana. Nos encontramos, como he apuntado al principio, al inicio de la semana más importante del año litúrgico. La más importante porque en ella se conmemoran los acontecimientos centrales del misterio cristiano. La más importante también porque las celebraciones que debemos organizar durante estos días son muchas y complejas. Por ello es preciso preparar y planificar este conjunto de actos litúrgicos de forma coordinada y coherente. Sin improvisaciones. Más aún, a todo el conjunto hay que conferirle un ritmo ascendente y progresivo, hasta culminar en la noche de pascua. A garantizar este ritmo contribuirán una razonable insistencia en homilías y moniciones y un uso adecuado e inteligente de los elementos simbólicos que marcan el nivel de solemnización. En todo caso, hay que ser conscientes de que, al menos en este punto, caminamos contra corriente ya que las costumbres y usos populares no favorecen en absoluto este ritmo creciente y progresivo. Habitualmente, al menos hasta estos últimos años, nuestra feligresía se vuelca el jueves santo en nuestras iglesias; esta afluencia disminuye ostensiblemente el viernes; y la vigilia pascual queda casi siempre reservada para unas minorías más cultivadas.
Finalmente hay que garantizar la identidad propia de cada celebración. Esto requiere un esfuerzo sereno y lúcido. La tarea no resulta fácil, sin embargo, si tenemos presentes los problemas que acabo de señalar. Pero es posible. Y, al mismo tiempo, necesario. Hay que conferir a cada celebración el colorido y la significación que le corresponde, si no queremos que nuestra Semana Santa resulte monótona y reiterativa.