La Procesión de Ramos en la Jerusalén del siglo IV

Nos tenemos que remontar a finales del siglo IV `para encontrarnos con la peregrina gallega Egeria y toparnos con su precioso diario de notas, su Itinerario de viaje a los Santos Lugares, y leer la de interesante descripción que nos brinda de la liturgia de los días santos tal como se celebraban en Jerusalén.

A pesar de las importantes dificultades y de los numerosos tanteos que se han venido haciendo por parte de los investigadores, desde que en 1834 fue hallado en Arezzo el manuscrito, a fin de identificar al autor o autora del Itinerario, hoy parece definitivamente aceptado que se trata de una monja española, llamada Egeria, natural de Galicia. Se trata de una mujer culta, versada en las Sagradas Escrituras y de un rango social importante. El viaje fue realizado a finales del siglo IV.

El escrito, redactado en latín vulgar, es de difícil lectura. En él encontramos descripciones interesantes que denotan una peculiar curiosidad y una gran capacidad de percepción por parte de la autora. La descripción que a nosotros nos interesa en este caso es la que hace referencia a las celebraciones de la semana santa o «semana mayor», como ella la llama. Doy tanta importancia a este documento porque es la primera vez en que la fiesta pascual aparece desmembrada y fraccionada en varias celebraciones. Dicho con palabras llanas: tenemos aquí el primer testimonio de la semana santa, tal como se fue fraguando posteriormente. Con este dato descubrimos una nueva perspectiva, un nuevo modo de celebrar las solemnidades pascuales. En el texto utilizamos la reciente edición española, en la que encontramos la versión castellana junto al texto latino original.

El domingo de ramos aparece caracterizado por una impresionante procesión. Toda la comunidad, reunida en torno al obispo en el Monte Olivete, se desplaza procesionalmente hasta la ciudad de Jerusalén cantando el «Bendito el que viene en el nombre del Señor». Son especialmente los niños los que aclaman y cantan, llevando palmas y ramos de olivoen las manos, «incluso los que no pueden ir a pie, por ser tiernos, y los llevan sus padres al cuello». A mi entender, son muy significativas las palabras de Egeria cuando dice: «Así es llevado el obispo en la misma forma que entonces fue llevado el Señor». Esta constatación demuestra la tendencia dramatizante de la liturgia de Jerusalén.

Al mismo tiempo no se debería dejar pasar el interés de ciertas indicaciones en las que se precisa que las lecturas, o las oraciones, o los cantos son «apropiados al día y al lugar». Porque la liturgia de esta ciudad está agarrada al terreno, pendiente de los lugares y de las horas. Esa liturgia tiende a reproducir los hechos históricos, tal como tuvieron lugar. Hay que decir que la topografía de Jerusalén ha condicionado y propiciado el nacimiento de la semana santa. Habría que señalar bien, por otra parte, la ubicación de algunos lugares. El monte Olivete y el Imbomon al este de la ciudad, en la cima del monte de los Olivos, hay una iglesia llamada Imbomon, que significa «iglesia de la cumbre»; ese sería el lugar desde el cual Jesús ascendió a los cielos. Otro lugar indicado en el texto es la Anástasis: se trata de una iglesia redonda, coronada con una majestuosa cúpula, construida sobre el lugar en el que estuvo el sepulcro del Señor. Por eso es llamada Anástasis, es decir «resurrección».

Luego está el tema de las horas. En el texto la referencia a los diferentes tiempos u horas aparece varias veces: «Hora nona», las tres de la tarde; «hora undécima», las cinco de la tarde. Finalmente hay que tomar buena nota de la alusión al lucernario; se refiere a la oración del atardecer, la que se celebra en el momento de alumbrar las lámparas y que, con el tiempo, acabará convirtiéndose en la oración de vísperas.

Ésta es la descripción de la peregrina gallega: «A la hora séptima sube todo el pueblo al monte Olivete o Eleona a la Iglesia; se sienta el obispo, se dicen himnos y antífonas y lecciones apropiadas al día y al lugar. Y cuando empieza a ser la hora nona se sube cantando himnos al “Imbomon”, que es el lugar del cual subió el Señor a los cielos, y allí se sientan; pues el pueblo, siempre que está presente el obispo, es invitado a sentarse: sólo los diáconos están siempre de pie. También allí se dicen himnos y antífonas propios del lugar y del día, lo mismo que lecciones y oraciones intercaladas. Y cuando ya empieza la hora undécima, se lee el texto del evangelio donde los niños, con ramos y palmas, salieron al encuentro del Señor, diciendo: “Bendito el que viene en nombre del Señor”. Y al punto se levanta el obispo y todo el pueblo; y desde lo más alto del monte Olivete se va a pie todo el camino. Todo el pueblo va delante de él cantando himnos y antífonas, respondiendo siempre: “Bendito el que viene en nombre del Señor”. Y todos los niños de aquellos lugares, aun los que no pueden ir a pie, por ser tiernos, y los llevan sus padres al cuello; todos llevan ramos, unos de palmas, otros de olivos. Y así es llevado el obispo en la misma forma en que entonces fue llevado el Señor. Desde lo alto del monte hasta la ciudad, todos hacen todo el camino a pie; y, si hay algunas matronas o algunos señores, van acompañando al obispo y respondiendo. Se va poco a poco, para que no se canse el pueblo, y así se llega a la Anástasis ya tarde; donde después de llegar, aunque sea, se repite la tarde, se hace el lucernario, se repite la oración en la Cruz y se despide al pueblo».

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