El perfil de la cuaresma en el misal de Pablo VI

Al celebrar los cincuenta años del Concilio, bien vale la pena echar una ojeada a la herencia que nos ha dejado; en este caso referida a la liturgia de la cuaresma. De una manera clarividente y precisa, el Concilio señaló, ya en la constitución Sacrosanctum Concilium (n. 109), la doble dimensión que caracteriza al tiempo de cuaresma: la bautismal y la penitencial. Al mismo tiempo, subrayó que se trata de un tiempo de preparación a la pascua en un clima de escucha atenta de la palabra de Dios y de oración incesante. De esta forma, el Concilio dejó claramente delimitadas las líneas de fuerza que confieren a la cuaresma su propia identidad, al margen de aditamentos superfluos o anacrónicos. Estas son sus palabras: «Puesto que el tiempo cuaresmal prepara a los fieles, entregados más intensamente a oír la palabra de Dios y a la oración, para que celebren el misterio pascual, sobre todo mediante el recuerdo o la preparaci6n del bautismo y mediante la penitencia, dese particular relieve en la liturgia al doble carácter de dicho tiempo».

Me interesa subrayar aquí que el Concilio, al describir la fisonomía espiritual especifica de la cuaresma, no ha inventado nada nuevo. Se ha limitado a recoger el contenido más genuino de la tradición. Esta visión, depurada y genuina, de la cuaresma ha constituido el punto de referencia —el criterio inspirador— que ha permanecido subyacente en la labor de reforma. A esa reforma voy a referirme ahora precisamente.

La primera tarea consistió, sin duda, en devolver a la cuaresma su simplicidad original. Era necesario proceder a una labor de poda. Así se hizo. Por eso se suprimió el tiempo de la así llamada «pre-cuaresma», integrada por los domingos de septuagésima, sexagésima y quincuagésima. Este período de tiempo había ido anexionándose a la cuaresma progresivamente, aunque en épocas más tardías, de manera artificial y arbitraria. No había, pues, ninguna razón de peso que justificara el mantenimiento de esta especie te introducción a la cuaresma. Era un período de tiempo sin ninguna significación específica y, por otra parte, de difícil justificación pastoral.

La supresión de la pre-cuaresma no implicó, sin embargo, la supresión del miércoles de ceniza. Siempre fue ésta una fecha de amplia resonancia popular. Contaba, por otra parte, con una antigüedad venerable. Además, desde un punto de vista pastoral, la liturgia del miércoles de ceniza ofrecía aspectos importantes que podían contribuir a fijar, desde el principio, el enfoque espiritual de la cuaresma como tiempo de purificación y conversión de cara a la celebración de la pascua.

A fin de garantizar al máximo la sencillez original de este periodo de tiempo se suprimió también lo que se habla dado en llamar «tiempo de pasión», que comenzaba el domingo V de cuaresma y terminaba el sábado santo. De esta forma el tiempo de preparación a la pascua quedaba constituido exactamente por un periodo de cuarenta días, con una estructura simple, clara y homogénea. Así, al situar la cuaresma entre el miércoles de ceniza y la celebración vespertina del jueves santo, se recuperaba la rica simbología del número cuarenta, de indiscutible peso específico en la configuración espiritual de este periodo dc tiempo.

Además de esta labor depuradora, de características un tanto negativas, la reforma ha prestado una atención especial a la creación de nuevos textos de plegaria y a la reestructuración del leccionario, tanto de la misa como del oficio. Algunos han sido reutilizados, tal como aparecían en el viejo misal o con pequeñas variantes. Otros han sido extraídos de los viejos sacramentarios romanos e incluso de los pertenecientes a otras tradiciones litúrgicas. Otros, finalmente, han sido redactados de nuevo. En todos ellos, de un modo u otro, se trasluce una visión más positiva de la cuaresma, como preparación a la pascua, como tiempo de purificación y de conversión interior y como toma de conciencia del compromiso bautismal.

El trabajo de mayor envergadura consistió, sin duda, en la reforma del libro de lecturas. El leccionario dominical, estructurado en tres ciclos ((A, B y C), ha sabido combinar las exigencias de la tradición con los postulados de una catequesis, articulada de manera clara y coherente. Las lecturas evangélicas de los dos primeros domingos, en los tres ciclos, han respetado la referencia, que la tradición romana había mantenido, al tema de las tentaciones de Jesús en el desierto (domingo I) y al episodio de la transfiguración (domingo II). Los domingos restantes del ciclo A han recogido tres temas clásicos de la catequesis bautismal: la samaritana (domingo III), el ciego de nacimiento (domingo IV) y la resurrección de Lázaro (domingo V). En el ciclo B los evangelios de estos tres domingos están tomados de Juan y ofrecen una referencia directa al tema de la pascua. Los textos evangélicos seleccionados para el ciclo C, en los tres últimos domingos de cuaresma, insisten en la temática penitencial.

La selección de textos para la primera lectura dominical, tomados siempre del Antiguo Testamento, sigue un enfoque distinto. En ellos se hace mención de las grandes etapas que constituyen la historia de la salvación. De esta forma, la cuaresma se revela como un tiempo que, a través de la lectura de la palabra de Dios, nos permite un acercamiento al Dios que ha ido revelándose progresivamente a través de la historia. No es un conocimiento teórico, sino un contacto experiencial con el Dios vivo que ha querido hacerse presente, de manera progresiva, en la historia de los hombres. Los textos seleccionados para la segunda lectura no constituyen un cuerpo compacto y coherente. Son fragmentos que sirven para complementar e ilustrar los temas contenidos sea en la primera lectura, sea en el fragmento evangé1ico.

El leccionario ferial ofrece un solo ciclo de lecturas que se repite cada año. Gran parte de los fragmentos seleccionados se utilizaban ya en el viejo misal romano. En la actual reestructuración se ha procurado mantener una relación estrecha entre la primera lectura, tomada siempre del Antiguo Testamento, y el fragmento evangélico. La temática recogida en este leccionario corresponde, sin duda, a la catequesis cuaresmal: radicalidad de la conversión cristiana, prácticas penitenciales y obras de misericordia, arrepentimiento y necesidad de la reconciliación sacramental. Durante las dos últimas semanas se ha respetado con escrupulosidad la venerable costumbre de la tradición romana de leer fragmentos del Evangelio de Juan que recogen los grandes temas de la catequesis bautismal.

De esta manera, la reforma conciliar ha restablecido la estructura de la cuaresma original y ofrece a la comunidad cristiana un marco adecuado para recorrer el camino que lleva a la Pascua. Las solemnidades pascuales quedan situadas en el eje medular del año litúrgico y constituyen el punto de referencia tanto de la cuaresma como de la cincuentena pascual. El misterio pascual penetra de esta manera la totalidad de la vida cristiana y se convierte en el elemento dinamizador de toda la acción pastoral.

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