El perfil de la cuaresma en el misal de Pablo VI
Me interesa subrayar aquí que el Concilio, al describir la fisonomía espiritual especifica de la cuaresma, no ha inventado nada nuevo. Se ha limitado a recoger el contenido más genuino de la tradición. Esta visión, depurada y genuina, de la cuaresma ha constituido el punto de referencia —el criterio inspirador— que ha permanecido subyacente en la labor de reforma. A esa reforma voy a referirme ahora precisamente.
La primera tarea consistió, sin duda, en devolver a la cuaresma su simplicidad original. Era necesario proceder a una labor de poda. Así se hizo. Por eso se suprimió el tiempo de la así llamada «pre-cuaresma», integrada por los domingos de septuagésima, sexagésima y quincuagésima. Este período de tiempo había ido anexionándose a la cuaresma progresivamente, aunque en épocas más tardías, de manera artificial y arbitraria. No había, pues, ninguna razón de peso que justificara el mantenimiento de esta especie te introducción a la cuaresma. Era un período de tiempo sin ninguna significación específica y, por otra parte, de difícil justificación pastoral.
A fin de garantizar al máximo la sencillez original de este periodo de tiempo se suprimió también lo que se habla dado en llamar «tiempo de pasión», que comenzaba el domingo V de cuaresma y terminaba el sábado santo. De esta forma el tiempo de preparación a la pascua quedaba constituido exactamente por un periodo de cuarenta días, con una estructura simple, clara y homogénea. Así, al situar la cuaresma entre el miércoles de ceniza y la celebración vespertina del jueves santo, se recuperaba la rica simbología del número cuarenta, de indiscutible peso específico en la configuración espiritual de este periodo dc tiempo.
Además de esta labor depuradora, de características un tanto negativas, la reforma ha prestado una atención especial a la creación de nuevos textos de plegaria y a la reestructuración del leccionario, tanto de la misa como del oficio. Algunos han sido reutilizados, tal como aparecían en el viejo misal o con pequeñas variantes. Otros han sido extraídos de los viejos sacramentarios romanos e incluso de los pertenecientes a otras tradiciones litúrgicas. Otros, finalmente, han sido redactados de nuevo. En todos ellos, de un modo u otro, se trasluce una visión más positiva de la cuaresma, como preparación a la pascua, como tiempo de purificación y de conversión interior y como toma de conciencia del compromiso bautismal.
El trabajo de mayor envergadura consistió, sin duda, en la reforma del libro de lecturas. El leccionario dominical, estructurado en tres ciclos ((A, B y C), ha sabido combinar las exigencias de la tradición con los postulados de una catequesis, articulada de manera clara y coherente. Las lecturas evangélicas de los dos primeros domingos, en los tres ciclos, han respetado la referencia, que la tradición romana había mantenido, al tema de las tentaciones de Jesús en el desierto (domingo I) y al episodio de la transfiguración (domingo II). Los domingos restantes del ciclo A han recogido tres temas clásicos de la catequesis bautismal: la samaritana (domingo III), el ciego de nacimiento (domingo IV) y la resurrección de Lázaro (domingo V). En el ciclo B los evangelios de estos tres domingos están tomados de Juan y ofrecen una referencia directa al tema de la pascua. Los textos evangélicos seleccionados para el ciclo C, en los tres últimos domingos de cuaresma, insisten en la temática penitencial.
La selección de textos para la primera lectura dominical, tomados siempre del Antiguo Testamento, sigue un enfoque distinto. En ellos se hace mención de las grandes etapas que constituyen la historia de la salvación. De esta forma, la cuaresma se revela como un tiempo que, a través de la lectura de la palabra de Dios, nos permite un acercamiento al Dios que ha ido revelándose progresivamente a través de la historia. No es un conocimiento teórico, sino un contacto experiencial con el Dios vivo que ha querido hacerse presente, de manera progresiva, en la historia de los hombres. Los textos seleccionados para la segunda lectura no constituyen un cuerpo compacto y coherente. Son fragmentos que sirven para complementar e ilustrar los temas contenidos sea en la primera lectura, sea en el fragmento evangé1ico.
De esta manera, la reforma conciliar ha restablecido la estructura de la cuaresma original y ofrece a la comunidad cristiana un marco adecuado para recorrer el camino que lleva a la Pascua. Las solemnidades pascuales quedan situadas en el eje medular del año litúrgico y constituyen el punto de referencia tanto de la cuaresma como de la cincuentena pascual. El misterio pascual penetra de esta manera la totalidad de la vida cristiana y se convierte en el elemento dinamizador de toda la acción pastoral.