Hoy, coro de "flashes vivos" -15-III-2018
Me alertan esta mañana, como casi todas las mañanas, y me llaman a reflexión tal rebaño de cosas –sucesos, noticias, comentarios, debates…-, que se me hace difícil elegir, y –en la perplejidad- opto por escoger y realzar alguna que hoy me pesa más en el ánimo o me subyuga con más vehemencia. El mundo es ancho e intenso y extenso y no se para. La vida fluye y se viste para todos los gustos. Por eso, también hoy, me voy al modo de los “flashes” vivs y breves.
Desde el año 1956, en que el editor Juan Flores, de Barcelona, publicara en su traducción castellana la obra Thinking lifre through – La vida hace pensar, del entonces obispo auxiliar de Nueva York, mons. Fulton J. Sheen, ese buen libro nunca se ha caído del todo de mis manos. Es, para mí, un manual de experiencias vividas y de vidas por vivir. Me enseñó siempre algo y aún me sigue enseñando bastante; a mirar la vida corriente -la que fluye tomando de cada terreno que roza el sabor o el color de sus entrañas- con la percepción y atención suficientes para ver y sacar de ella algo que enseñe a vivir y a seguir viviendo, a pesar de todo. Un gran libro, hecho todo él de “flashes vivs”.
Por eso, me ocupan hoy tres “flashes vivos” al aire del día.
* No es cosa de dormirse o de mirar a otro lado.
En el Congreso de los Diputados, se celebra el debate sobre las pensiones y su futuro. En el “mare-magnum” de tamaño tema, una realidad planeaba –de una u otra forma- sobre las cabezas de los sres. Diputados: la evidencia de la cada vez más fuerte crisis de la natalidad en España.
Hay cada vez menos niños; hay cada vez menos jóvenes; y hay cada vez –por pura lçogica- más personas mayores, incluso longevas, pensionistas. El sistema se ve morir a no muy largo plazo si al problema no se le pone remedio eficaz, pronto y bien.
Y como no es cosa, en reflexiones con “flanes vivos”, de analizar las causas y explorar los remedios a tan alarmante crisis –creo además que, con poco pensar en ello, cualquiera da en el clavo de las causas, me limito a reproducir la parte final del texto de un salmo de la Biblia, el 126, que se atribuye al rey Salomón y es un viejo canto del peregrino. En vano os afanáis -viene a decir- si no contáis con lo que se ha de contar; en su parte final lo precisa: “Son los hijos herencia que viene de Dios; son los descendientes una recompensa. Son como la flecha en la mano del guerrero los hijos que en la juventud se tienen. Feliz será quien llene con ellos su aljaba. No será humillado si se enfrenta al adversario en la puerta de la ciudad”. Vano es afanarse en mirar al suelo cuando los buenos caminos del hombre tiran hacia arriba. Y por arriba no circulan solamente las estrellas.
Y me digo yo ante la evidente crisis de natalidad que padece España: un pueblo, una ciudad o aldea, una nación, una cultura, una religión, etc., sin niños y jóvenes, son realidades –todas ellas- con fecha de caducidad a corto plazo. Por eso, andarse por las ramas en estos debates como irse por los sucedáneos, por la ética del “todo a cien” o por las estrategias de políticos de la vista baja o de vuelo corto, será como meter la cabeza debajo del ala como se dice que hacen los/los avestruces (no me atrevo, por impotencia, a decir el femenino de avestruz y “avestruza” me suena fuerte) ante el peligro.
** La eminencia en silla de ruedas y corta de vista.
El gran científico Stephen Hawking ha muerto este día 14 de marzo. Todo un prodigio de entereza, de resistencia a la adversidad y a las minusvalías del cuerpo, pero con alma y voluntad de gigante ha sido, por muchos años, un incansable buceador del alto cosmos –valga la paradoja o las paradojas porque son varias.
Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, hace años, su estela de gran científico no ha cesado de afirmarse y sus teorías del “big-bang” y los “agujeros negros” han sido pasos adelante en la conquista del espacio y el conocimiento de los misteriosos espacios siderales.
Ayer, cuando se anunciaba su muerte y todo eran comentarios, a vuela pluma, tomé nota de algunas de sus frases míticas: “La razón humana tiene que salir fuera para asegurarse la supervivencia” – “Mi objetivo en la vida ha sido muy sencillo: la comprensión del universo” - “Hay que mirar más a las estrellas y menos a la tierra” – “No tengo miedo a la muerte pero no tengo prisa en morir… Tengo tantas cosas que quiero hacer antes…” “Me he dado cuenta de que, incluso las personas que dicen que todo está predestinado y que no podemos hacer nada por cambiar nuestro destino, miran como todos al cruzar la calle” – o esta otra por no mencionar más: “Las personas que se jactan de su coeficiente intelectual son unos perdedores”. Todas valen para pensarlas en serio, ¿no creen?.
Hawking no era creyente y explica el universo desde la pura “nada”. Creo que dijo alguna vez que, por parajes siderales, nunca se encontró con Dios.
Lo respeto aunque en modo alguno lo comparto. Más bien, creo que no hace falta ir tan lejos para ver a Dios.
“Dios a la vista” dijo Ortega y tampoco era creyente cristiano.
El salmo 80, en uno de sus versos, poetiza al orante que llama a Dios en la aflicción: “Te respondí oculto entre los truenos”.
Se pudiera citar incluso ese otro salmo –el 28- en que se poetiza también que “Dios se sienta por encima del aguacero”.
Lo que pasa es, con todos los respetos para los científicos, que para muchos humanos la mente y la razón corren mientras el corazón se les queda tras, rezagado y acomplejado. Y eso –aunque pueda llamarse muy ilustrado- no es humano. Por eso, rememoro al sabio latino clásico cuando dice que hay dos clases de ceguera: la de quienes ven donde no hay y la de los que no ven donde hay.
De hecho, Otro torturado insigne por cosas de fe, el catedrático de Salamanca don Miguel de Unamuno, se sincera en su Diario íntimo, y suelta una idea genial y de un humanismo apabullante: Cuando rezo, reconozco con el corazón al Dios que mi inteligencia rechaza. Y por algo quien visita su nicho en el cementerio de Salamanca no dejará de presentir la fe que rezuma el epitafio que él mismo compuso en uno de sus poemas –el Salmo III- para su tumba: “Méteme, Padre eterno, en tu pecho,. misterioso hogar. Dormiré allí, pues vengo deshecho del duro bregar”.
Sea como fuere, la mayor lección de vida que me da este eminencia en silla de ruedas, con su esclerosis siempre a cuestas, se puede titular de este modo: De cómo puede superarse la adversidad más recia luchando contra ella y a pesar de ella. Un prodigio de machar siempre en positivo frente a ella.
*** No todo lo pasado fue peor.
Otra noticia del día, impactante para mi. Hoy Félix Rodríguez de la Fuente hubiera cumplido, de haber vivido, 90 años.
Otra eminencia, de las de fuera de serie, en cuanto a sentir, vivir e inculcar el amor a la naturaleza. Aquel gran hombre, desde la “tele” de entonces, nos enseñó el amor a los animales bastante mejor que los que no tienen otra ocurrencia a favor de ellos que la de una proposición para prohibir que se corte el rabo a los perros, o la de -también os hay- aspirar a que, en el programa de su partido, se incluya decretar por ley que los perros tienen alma humana. AmAr a los animales no está en decir bobadas sobre los animales, por bien que quede en tiempos vanos.
Aquellas emisiones de ”El hombre y la tierra” nos marcaron de por vida a los que tuvimos la suerte de seguirlas semana tras semana. Fueron más que ”La familia de Falcon Crest” o “Un millón para el mejor”. Eran lecciones de vida humana en positivo a la sombra de las alas de un águila real, el silbo de un mirlo o los enamorados nocturnos del ruiseñor animando en las noches de primevera a su hembra para seguir a pie de obra incubando a sus polluelos. ¿Quedan ruiseñores? ¿Muchos?
Ayer oí este comentario sobre aquellas emisiones de El hombre y la tierra de F. Rodríguez de la Fuente: entonces la “tele” nos enseñaba y ahora nos aborrega y embrutece. Es posible, aunque haya de todo en la “tele” y en todas partes.
Eran otros tiempos, claro…
Al final de la mañana, me digo a mí mismo: ¿no iremos, a lomos de tiempos de tanto progreso y tecnologías –progreso material sin cuento-, hacia atrás en humanidad, en justicia, en verdad o en libertad, como se dice que van los cangrejos? Aunque parezca imposible, pudiera ser.
Pensemos, en fin, que hay caminos y que, como dice mi poeta predilecto “se ha de hacer camino al andar”. Pero siempre mirando al frente y sin doblarse…
SANTIAGO PANIZO ORALLO
Desde el año 1956, en que el editor Juan Flores, de Barcelona, publicara en su traducción castellana la obra Thinking lifre through – La vida hace pensar, del entonces obispo auxiliar de Nueva York, mons. Fulton J. Sheen, ese buen libro nunca se ha caído del todo de mis manos. Es, para mí, un manual de experiencias vividas y de vidas por vivir. Me enseñó siempre algo y aún me sigue enseñando bastante; a mirar la vida corriente -la que fluye tomando de cada terreno que roza el sabor o el color de sus entrañas- con la percepción y atención suficientes para ver y sacar de ella algo que enseñe a vivir y a seguir viviendo, a pesar de todo. Un gran libro, hecho todo él de “flashes vivs”.
Por eso, me ocupan hoy tres “flashes vivos” al aire del día.
* No es cosa de dormirse o de mirar a otro lado.
En el Congreso de los Diputados, se celebra el debate sobre las pensiones y su futuro. En el “mare-magnum” de tamaño tema, una realidad planeaba –de una u otra forma- sobre las cabezas de los sres. Diputados: la evidencia de la cada vez más fuerte crisis de la natalidad en España.
Hay cada vez menos niños; hay cada vez menos jóvenes; y hay cada vez –por pura lçogica- más personas mayores, incluso longevas, pensionistas. El sistema se ve morir a no muy largo plazo si al problema no se le pone remedio eficaz, pronto y bien.
Y como no es cosa, en reflexiones con “flanes vivos”, de analizar las causas y explorar los remedios a tan alarmante crisis –creo además que, con poco pensar en ello, cualquiera da en el clavo de las causas, me limito a reproducir la parte final del texto de un salmo de la Biblia, el 126, que se atribuye al rey Salomón y es un viejo canto del peregrino. En vano os afanáis -viene a decir- si no contáis con lo que se ha de contar; en su parte final lo precisa: “Son los hijos herencia que viene de Dios; son los descendientes una recompensa. Son como la flecha en la mano del guerrero los hijos que en la juventud se tienen. Feliz será quien llene con ellos su aljaba. No será humillado si se enfrenta al adversario en la puerta de la ciudad”. Vano es afanarse en mirar al suelo cuando los buenos caminos del hombre tiran hacia arriba. Y por arriba no circulan solamente las estrellas.
Y me digo yo ante la evidente crisis de natalidad que padece España: un pueblo, una ciudad o aldea, una nación, una cultura, una religión, etc., sin niños y jóvenes, son realidades –todas ellas- con fecha de caducidad a corto plazo. Por eso, andarse por las ramas en estos debates como irse por los sucedáneos, por la ética del “todo a cien” o por las estrategias de políticos de la vista baja o de vuelo corto, será como meter la cabeza debajo del ala como se dice que hacen los/los avestruces (no me atrevo, por impotencia, a decir el femenino de avestruz y “avestruza” me suena fuerte) ante el peligro.
** La eminencia en silla de ruedas y corta de vista.
El gran científico Stephen Hawking ha muerto este día 14 de marzo. Todo un prodigio de entereza, de resistencia a la adversidad y a las minusvalías del cuerpo, pero con alma y voluntad de gigante ha sido, por muchos años, un incansable buceador del alto cosmos –valga la paradoja o las paradojas porque son varias.
Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, hace años, su estela de gran científico no ha cesado de afirmarse y sus teorías del “big-bang” y los “agujeros negros” han sido pasos adelante en la conquista del espacio y el conocimiento de los misteriosos espacios siderales.
Ayer, cuando se anunciaba su muerte y todo eran comentarios, a vuela pluma, tomé nota de algunas de sus frases míticas: “La razón humana tiene que salir fuera para asegurarse la supervivencia” – “Mi objetivo en la vida ha sido muy sencillo: la comprensión del universo” - “Hay que mirar más a las estrellas y menos a la tierra” – “No tengo miedo a la muerte pero no tengo prisa en morir… Tengo tantas cosas que quiero hacer antes…” “Me he dado cuenta de que, incluso las personas que dicen que todo está predestinado y que no podemos hacer nada por cambiar nuestro destino, miran como todos al cruzar la calle” – o esta otra por no mencionar más: “Las personas que se jactan de su coeficiente intelectual son unos perdedores”. Todas valen para pensarlas en serio, ¿no creen?.
Hawking no era creyente y explica el universo desde la pura “nada”. Creo que dijo alguna vez que, por parajes siderales, nunca se encontró con Dios.
Lo respeto aunque en modo alguno lo comparto. Más bien, creo que no hace falta ir tan lejos para ver a Dios.
“Dios a la vista” dijo Ortega y tampoco era creyente cristiano.
El salmo 80, en uno de sus versos, poetiza al orante que llama a Dios en la aflicción: “Te respondí oculto entre los truenos”.
Se pudiera citar incluso ese otro salmo –el 28- en que se poetiza también que “Dios se sienta por encima del aguacero”.
Lo que pasa es, con todos los respetos para los científicos, que para muchos humanos la mente y la razón corren mientras el corazón se les queda tras, rezagado y acomplejado. Y eso –aunque pueda llamarse muy ilustrado- no es humano. Por eso, rememoro al sabio latino clásico cuando dice que hay dos clases de ceguera: la de quienes ven donde no hay y la de los que no ven donde hay.
De hecho, Otro torturado insigne por cosas de fe, el catedrático de Salamanca don Miguel de Unamuno, se sincera en su Diario íntimo, y suelta una idea genial y de un humanismo apabullante: Cuando rezo, reconozco con el corazón al Dios que mi inteligencia rechaza. Y por algo quien visita su nicho en el cementerio de Salamanca no dejará de presentir la fe que rezuma el epitafio que él mismo compuso en uno de sus poemas –el Salmo III- para su tumba: “Méteme, Padre eterno, en tu pecho,. misterioso hogar. Dormiré allí, pues vengo deshecho del duro bregar”.
Sea como fuere, la mayor lección de vida que me da este eminencia en silla de ruedas, con su esclerosis siempre a cuestas, se puede titular de este modo: De cómo puede superarse la adversidad más recia luchando contra ella y a pesar de ella. Un prodigio de machar siempre en positivo frente a ella.
*** No todo lo pasado fue peor.
Otra noticia del día, impactante para mi. Hoy Félix Rodríguez de la Fuente hubiera cumplido, de haber vivido, 90 años.
Otra eminencia, de las de fuera de serie, en cuanto a sentir, vivir e inculcar el amor a la naturaleza. Aquel gran hombre, desde la “tele” de entonces, nos enseñó el amor a los animales bastante mejor que los que no tienen otra ocurrencia a favor de ellos que la de una proposición para prohibir que se corte el rabo a los perros, o la de -también os hay- aspirar a que, en el programa de su partido, se incluya decretar por ley que los perros tienen alma humana. AmAr a los animales no está en decir bobadas sobre los animales, por bien que quede en tiempos vanos.
Aquellas emisiones de ”El hombre y la tierra” nos marcaron de por vida a los que tuvimos la suerte de seguirlas semana tras semana. Fueron más que ”La familia de Falcon Crest” o “Un millón para el mejor”. Eran lecciones de vida humana en positivo a la sombra de las alas de un águila real, el silbo de un mirlo o los enamorados nocturnos del ruiseñor animando en las noches de primevera a su hembra para seguir a pie de obra incubando a sus polluelos. ¿Quedan ruiseñores? ¿Muchos?
Ayer oí este comentario sobre aquellas emisiones de El hombre y la tierra de F. Rodríguez de la Fuente: entonces la “tele” nos enseñaba y ahora nos aborrega y embrutece. Es posible, aunque haya de todo en la “tele” y en todas partes.
Eran otros tiempos, claro…
Al final de la mañana, me digo a mí mismo: ¿no iremos, a lomos de tiempos de tanto progreso y tecnologías –progreso material sin cuento-, hacia atrás en humanidad, en justicia, en verdad o en libertad, como se dice que van los cangrejos? Aunque parezca imposible, pudiera ser.
Pensemos, en fin, que hay caminos y que, como dice mi poeta predilecto “se ha de hacer camino al andar”. Pero siempre mirando al frente y sin doblarse…
SANTIAGO PANIZO ORALLO