El soneto de las dos caras -18-III-2018

Este otro remonte cuaresmal, el quinto, cuando ya la Pasión se perfila en el horizonte y el camino se va elevando por momentos hacia la cumbre definitiva, exige del cristiano mayores dotes de es calador audaz. Aquello, todo el curso de la Pasión de Cristo, el mediato y el inmediato, sí que fue acoso…, en el que pueden verse representados muchos o casi todos los modos de acoso que en estos tiempos se prodigan como tal vez nunca antes.
Para la ocasión, me parece pintiparado el soneto de Lope de Vega titulado “¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?.

Cuando aún era estudiante, en clases prácticas de Preceptiva literaria, nos enseñaron toda una serie de poemas –sonetos especialmente-, de autores clásicos, comenzando por ese, también de Lope, que trata de liberar de dificultades este arte mayor de meter en catorce versos bien rimados toda una historia real o imaginada: “Un soneto me manda hacer Violante…”.
Entre ellos, nos enseñaron este tan principal y representativo del Lope de Vega real. Y desde entonces lo llevo conmigo –sin caerse de la memoria, como si de un amuleto saludable y recordatorio siempre oportuno se tratara.
Yo le llamo el soneto de la historia real de las dos caras del hombre: la del hombre infiel y en casi constante fuga de Dios, y la del redentor del mismo, Cristo, lleno de amor, de paciente y en espera permanente de que el infiel se convierta y responda.
De las vivencias particulares de un personaje como Lope de Vega, voluble y nada firme en sus relaciones con Dios, el plástico y vivaz soneto del gran poeta, sensible sin embargo a “lo divino”, el argumento del poema levanta el vuelo de lo particular a lo universal, hasta convertirse en lección indiscutible para tiempos como los cuaresmales.
El poema escenifica una realidad que, no por imaginada por un genio de la poesía de todos los tiempos, resulta menos cotidiana: el contraste entre el que llama a la puerta en la noche fría, lleno de amor, a la intemperie y en espera de que se le abra aunque no sea más que por piedad, y la fría o pasota indiferencia del que, dentro de sí mismo, una y otra vez, se excusa amparándose en la paciencia del amoroso visitante.
La letra y el alma del soneto –clásico en la lírica religiosa española y, por clásico, atemporal- dan para pensar y reflexionar, y no tanto a los que se consuelan soñando con la “muerte de Dios”, como especialmente por los que –como una buena parte de los seguidores de Jesús -yo mismo por ejemplo- se apegan a la farsa de llevar por dentro o de nombre la fe cristiana y por fuera se amostrencan inhibiéndose de atestiguar con palabras y obras sus creencias religiosas.
Para estos sobre todo escribió Lope de Vega tan magistral y realista soneto.

“Qué tengo yo que mi amistad procuras! ¡Qué interés se te sigue, Jesús mío, que a mi puerta –cubierto de rocío- pasas las noches del invierno oscuras!
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras, pues no te abrí! ¡Qué triste desvarío, si de mi ingratitud el hielo frío secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía: Alma, asómate agora a la ventana, verás con cuánto amor llamar porfía.
Y cuantas, hermosura soberana, “mañana le abriremos”, respondía, para lo mismo responder mañana”

Pienso yo que una creación o poema así, en tiempos llamados a pensar si lo que pasa o nos pasa tiene alguna explicación racional sin Dios; en un personaje como Lope, a salto de mata –como muchos de nosotros, los católicos de a pie- “entre Pinto y Valdemoro”, como reza el dicho popular español para mostrar la tremenda veleidad del corazón y hasta de la razón humanos; no es válido, este poema, –en cualquier época del año y más en este remote casi final de la Cuaresma cristiana- para sincerarse con la conciencia de uno, tantas veces traidora a sí misma y farsante, por tanto, cuado rehúsa ser hombre o mujer de palabra, pero estarse, en tantas cosas y en religión también, unas veces en Pinto y otras en Valdemoro.

En este remonte de los inmediatos atisbos de la Pasión, resuena –junto o por encima del hermoso poema de Lope, la palabra de Cristo en el evangelio de San Juan, de hoy mismo: “No he venido por mí, sino por vosotros… Cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré las miradas hacia mí”. Claro que hay miradas y miradas, desde laa asesinas o las de burla, indiferencia o menosprecio hasta las de amor y la fe que es fruto del amor y de la necesidad sentida de Dios.
Estas dos caras siguen siendo tan reales como lo son en el provocador –para bien- soneto del Príncipe de los Ingenios.

SANTIAGO PANIZO ORALLO
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