Claves del viaje papal a Ginebra en 2018
Hace escasas fechas, George Weigel, biógrafo para mi gusto el más solvente de san Juan Pablo II, se refería al 2018 como a un annus horribilis católico. Y citaba la renuncia en pleno del episcopado chileno, el caso del cardenal Theodore McCarrick, la decisión del Papa de retirar el estado clerical del influyente cura chileno Fernando Karadima, el informe del gran jurado de Pensilvania, el terremoto originado por el arzobispo Carlo Maria Viganò, que también hace falta ser calamidad y estar tocado de idiocia. Pero tampoco escasean ortodoxos –como de aquí a poco diré en otra entrega-, dispuestos a no quedarse cortos en este capítulo.
De momento me voy a limitar al viaje del papa Francisco a Ginebra, efectuado el 21 de junio de 2018. Entiendo que debe considerarse como uno de los hitos ecuménicos más importantes del año, ya que su finalidad no era otra que sumarse a los actos conmemorativos programados para el 70º aniversario de la fundación del Consejo Mundial de Iglesias (=CMI).
Para medir bien su dimensión ecuménica cumple primero mandar por delante qué sea y qué suponga o represente en la actualidad el CMI. Sólo en un segundo momento vendrá saber qué pretendía, qué dijo y cuáles fueron las claves de aquella visita. Vayamos a lo primero.
El 23.08.1948, una asamblea de 147 Iglesias de 44 países que representaban de algún modo a todas las familias confesionales del mundo cristiano, excepto a la Iglesia católica –que entonces prefirió mirar hacia otra parte-, daba luz verde al CMI: «Cristo nos ha hecho suyos, y él no está dividido. Al buscarle, nos hemos encontrado unos a otros. Aquí en Ámsterdam nos hemos consagrado de nuevo a él, y hemos pactado unos con otros constituir este CMI. Estamos firmemente decididos a permanecer unidos». Pasados setenta años, ¿qué decir de aquellas siembras?
El CMI comprende hoy 348 Iglesias y más de 500 millones de cristianos, que se dice pronto. Es la expresión internacional de mayor relieve dentro del movimiento ecuménico, y cuenta con una tupida red mundial de instituciones comprometidas en compartir recursos teológicos, litúrgicos, espirituales, materiales y humanos. Mantiene vínculos de trabajo regular con la Iglesia católica, aunque ésta no pertenezca de modo oficial a dicho organismo.
Prueba de ello es que teólogos de diferentes tradiciones elaboraron en 1982 el Documento de Lima: «Declaración sobre bautismo, eucaristía y ministerio» (BEM), que ha promovido nuevas formas de culto en las Iglesias. Por otra parte, desde 1968, la Comisión Fe y Constitución (FC) y el Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos (PCPUC) preparan conjuntamente la Semana de oración por la unidad de los cristianos.
El CMI ha fomentado la lucha por la justicia, la paz y la creación con el «Programa de Lucha del CMI contra el Racismo»; así como la erradicación del ‘apartheid’ en Sudáfrica; los esfuerzos para poner fin a veinte años de conflicto civil en Sudán; la reunificación de ambas Coreas; y la defensa de los derechos humanos en América Latina. Asimismo, el diálogo interreligioso, las relaciones con otras religiones y la integridad de la creación. Hoy afronta nuevos compromisos, donde los jóvenes descubren sus propias expresiones ecuménicas y se apropian de ellas.
El principal órgano legislativo del CMI es la asamblea general. Su cometido es examinar los programas, determinar las políticas generales del Consejo, elegir a los presidentes y nombrar un Comité Central que actúa como principal órgano rector hasta la siguiente asamblea. Hasta la fecha van celebradas diez. Por ciudades, años y temas son:
1) Amsterdam (1948): El desorden del hombre y el designio de Dios
2) Evanston (1954): Cristo, la Esperanza del mundo
3) Nueva Delhi (1961): Jesucristo, la Luz del mundo
4) Uppsala (1968): He aquí, yo hago nuevas todas las cosas
5) Nairobi (1975): Jesucristo Libera y Une
6) Vancouver (1983): Jesucristo, Vida del mundo
7) Canberra (1991): Ven, Espíritu Santo, renueva toda la creación
8) Harare (1998): Buscad a Dios con la alegría de la esperanza
9) Porto Alegre (2006): Dios, en tu gracia, transforma el mundo
10) Busan (2013): Dios de vida, condúcenos a la justicia y la paz
La 11, prevista para el año 2021, tendrá lugar en Karlsruhe (Alemania).
Las funciones del CMI se centran en facilitar la comunicación de las Iglesias; continuar la obra de sus dos principales movimientos -Fe y Constitución (FC), y Vida y Acción (VA)-; establecer relaciones con las alianzas confesionales; convocar conferencias y sostener a las Iglesias en sus fines misioneros.
El CMI no es ‘superiglesia’, pues carece de las notas de la Iglesia. Sí es, en cambio, asociación fraterna de Iglesias, que reconocen a Nuestro Señor Jesucristo como Dios y Salvador según el testimonio de las Escrituras. Voz profética de la desunión reinante entre Iglesias, si la mayoría de las personalidades fundadoras eran europeas y norteamericanas, hoy, por el contrario, provienen la mayor parte de África, Asia, el Caribe, América Latina, Oriente Medio y el Pacífico.
Vengamos así a las claves del viaje papal a Ginebra. Se programó y discurrió en la línea de los efectuados por los papas anteriores, pues Francisco es el tercer Papa en viajar a Ginebra: después de san Pablo VI en 1969 y de san Juan Pablo II en 1984. Fue un viaje hacia la unidad, así definido ante los periodistas durante el vuelo de ida. Y con sus claves ecuménicas, claro, similares en cierto modo al que Francisco realizó a Lund (Suecia: 31 de octubre-1 de noviembre de 2016), previo a la conmemoración del V Centenario de la Reforma.
Francisco fue recibido en el Centro Ecuménico del CMI por el secretario general, reverendo Olav Fykse Tveit, la moderadora sra. Agnes Abuom, el metropolita y vice moderador, prof. Gennadios de Sásima, la obispa Mary Ann Swenson, vice moderadora que acompañó al Papa a la capilla del Centro. El primer momento ecuménico fue de oración todos juntos: oración de arrepentimiento, de reconciliación y por la unidad de la Iglesia.
Propuso Francisco en sus discursos caminar según el Espíritu, es decir, rechazar la mundanidad, elegir la lógica del servicio y avanzar en el perdón. Lo cual exige «sumergirse en la historia con el paso de Dios: no con el rimbombante de la prevaricación, sino con cadencia de una sola frase: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”». Esta es la vía a elegir para el camino ecuménico.
Seguidamente precisó que durante la historia, «las divisiones entre cristianos se han producido con frecuencia porque fundamentalmente se introducía una mentalidad mundana en la vida de las comunidades: primero se buscaban los propios intereses, después los de Jesucristo», y así no hay manera de que algo salga bien. No es extraño, por ende, que «incluso algunos intentos del pasado para poner fin a estas divisiones hayan fracasado estrepitosamente, por estar inspirados principalmente en una lógica mundana».
«Elegir ser de Jesús antes que de Apolo o de Cefas, de Cristo antes que de “Judíos o Griegos”, del Señor antes que de derecha o de izquierda, elegir en nombre del Evangelio al hermano en lugar de a sí mismos significa con frecuencia, a ojos del mundo por supuesto, trabajar sin provecho. El ecumenismo es “una gran empresa con pérdidas”. Pero se trata de "pérdida evangélica”».
No hay por qué tener miedo a trabajar con pérdidas. Antes bien, es preciso superar las animosidades y cultivar la comunión. Y es que nuestro caminar se detiene a menudo ante las diferencias y con frecuencia se bloquea al empezar, desgastado por el pesimismo. Las distancias no son excusas. Desde ahora mismo es posible caminar según el Espíritu: rezar, evangelizar, servir juntos, esto es posible y agradable a Dios.
Caminar juntos, orar juntos, trabajar juntos: he aquí nuestro camino fundamental. Este camino tiene una meta precisa: la unidad. La vía contraria, la de la división, conduce a guerras y destrucciones, además de dañar «la más santa de las causas: la predicación del Evangelio a toda criatura». Por eso mismo, caminar juntos, lejos de ser estrategia para hacer valer más nuestro peso, constituye un acto de obediencia hacia el Señor y de amor hacia el mundo.
Caminar es una disciplina que requiere paciencia y un entrenamiento constante, la humildad de volver sobre los propios pasos y la preocupación por los compañeros de viaje, porque «únicamente juntos se camina bien». Caminar, exige la continua conversión de uno mismo. El paulino caminar según el Espíritu conlleva rechazar la mundanidad, elegir la lógica del servicio y avanzar en el perdón. La vía del Espíritu está marcada por las piedras miliares que Pablo enumera: «Amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí».
Caminar según el Espíritu supone, por eso, purificar el corazón, elegir con santa obstinación la vía del Evangelio y rechazar los atajos del mundo. Después de tantos años de compromiso ecuménico, en este 70º del Consejo, Francisco pidió al Espíritu que fortalezca nuestro caminar.
«El Señor nos pide unidad. He querido venir aquí, peregrino en busca de unidad y paz. Caminar juntos para nosotros, cristianos, no es una estrategia para hacer valer más nuestro peso, sino un acto de obediencia al Señor y de amor al mundo».
Las claves antedichas parecen, a simple vista, obviedades. Habrá que andarse, pues, con cuidado, leyéndolas con especial atención y certero acento. Francisco tuvo el coraje de proclamar en la tierra de Calvino cuanto el ecumenismo pide y exige. Algo sobre lo que avisó más de medio siglo atrás el Vaticano II. Lástima que no pocos católicos, párrocos incluso, caminen todavía a trancas y barrancas, sin entender su melodía.
Ayer no más (18/1/19), durante las Vísperas de apertura de la 52ª Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos en San Pablo Extramuros, Francisco invitó a «reconocer el valor de la gracia otorgada a las otras comunidades cristianas: la solidaridad y la responsabilidad compartida –dijo- deben ser las leyes que rigen a la familia cristiana».