Nuestra Señora, Madre del Buen Consejo
De Santa María Virgen nació el sol de justicia, Cristo, nuestro Dios, Ángel del gran Consejo.
La tradición asocia esta advocación a dos lugares geográficos: Scútari, en la frontera norte de Albania, y en Italia el ilustre Genazzano, «que es cumbre y relicario donde la dulce Madre del Consejo tiene su asiento».
Así lo narraba el agustino P. Ambrosio de Cori, provincial de la Provincia Romana: «Una imagen de la Santa Virgen apareció milagrosamente sobre la pared de la iglesia».
El don de Consejo -aclara la teología- es uno de los siete dones del Espíritu Santo, el Espíritu de Dios que anunció a María que sería Madre de Dios. Ella está llena de este singular don que nos permite conocer y escoger de manera eficaz lo más conveniente para glorificar a Dios.
Así lo narraba el agustino P. Ambrosio de Cori, provincial de la Provincia Romana: «Una imagen de la Santa Virgen apareció milagrosamente sobre la pared de la iglesia».
El don de Consejo -aclara la teología- es uno de los siete dones del Espíritu Santo, el Espíritu de Dios que anunció a María que sería Madre de Dios. Ella está llena de este singular don que nos permite conocer y escoger de manera eficaz lo más conveniente para glorificar a Dios.
El Calendario litúrgico de la Orden de San Agustín prescribe celebrar el 26 de abril la festividad de la Bienaventurada Virgen María, Madre del Buen Consejo, título mariano que tiene cabida en el Evangelio de san Lucas cuando éste afirma que «María guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19). De Ella, santa Virgen María, surge también, por otra parte, el eterno consejo, dado que de Ella nació el sol de justicia, Cristo, nuestro Dios, Ángel del gran Consejo. Durante los años de vida oculta de Jesús correspondió a la Virgen María, en efecto, la formación espiritual y humana de su Hijo, obrando en Él de manera singular el consejo de Madre.
La imagen de la que aquí se habla es pintura realizada sobre una delgada capa de estuco de 31 centímetros de ancho por 42.5 de largo. Nadie sabe cuándo ni por quién fue pintado. Cuenta con la devoción de algunos papas y está extendido por el orbe católico en iglesias, colegios, gimnasios, cofradías, familias religiosas, sobre todo de los Agustinos. Durante la Segunda Guerra Mundial una bomba explotó en la Basílica de Genazzano, destruyendo el altar principal, pero la preciosa imagen de la Virgen salió indemne.
Los restos del beato Esteban Bellesini, agustino cuya santidad tan ligada está a la Madre del Buen Consejo, se conservan en el mismo Santuario. Expiró en 1840, con la imagen de la Virgen en sus manos. Uno recuerda la tarde aquella en que fueron colocados de forma solemne dentro del Santuario: estaba entre los Agustinos de la Curia General, del Colegio Internacional y del Instituto Patrístico Augustinianum que acudieron al acto. Me llamó poderosamente la atención la energía del cardenal Carlos Confalonieri durante la misa, particularmente predicando la homilía.
La tradición asocia esta advocación a dos lugares geográficos: Scútari, en la frontera norte de Albania, y en Italia el ilustre Genazzano, «que es cumbre y relicario donde la dulce Madre del Consejo tiene su asiento». La Señora de Scútari, o Señora de los albaneses, es un fresco que, según los lugareños cuentan emocionados, abandonó espontáneamente el templo donde se encontraba cuando Albania fue invadida por los turcos y llegó hasta la villa medieval de Genazzano, donde vivían los Agustinos desde el siglo XIII en su convento a las afueras del pueblo. Un siglo después, recibieron la encomienda de regir la iglesia parroquial en el centro de la villa. Con ayuda del pueblo comenzaron a restaurar el templo y a construir un nuevo convento.
Fue el 25 de abril del 1467, fiesta de san Marcos, cuando, al caer la tarde, sucedió algo prodigioso en la iglesia entonces en obras. Así lo narraba el agustino P. Ambrosio de Cori, provincial de la Provincia Romana: «Una imagen de la Santa Virgen apareció milagrosamente sobre la pared de la iglesia». A partir de entonces, ni peregrinaciones desde las ciudades -de Italia mayormente- ni gracias y favores por intercesión de María se han dado tregua.
Los años de estudiante y profesor en Roma me permitieron conocer in situ la Capilla Paulina del Vaticano y el santuario de Genazzano que León XIII (terciario agustino) elevó a la categoría de Basílica Menor el 7 de marzo de 1903, y cuya invocación «Madre del Buen Consejo» introdujo el 22 de abril del mismo año -a petición de Fr. Giovanni Battista Orsenigo, ferviente devoto de la Madre- en la letanía del rosario.
Hoy son ya conocidos los detalles del cónclave de 1903: aquel encuentro de monseñor Rafael Merry del Val con el cardenal Sarto justamente en la Capilla Paulina. El cardenal de Venecia, llorando a lágrima viva ante el Sagrario, y el joven Merry del Val, secretario del cónclave, conteniendo el aliento y de rodillas a su lado. Horas de angustia, sin duda, ante un altar con dos velas encendidas y el cuadro de la Bienaventurada Virgen María, Madre del Buen Consejo…
Varios papas han rendido visita al Santuario. Primero, Urbano VII. En 1864, el beato Pío IX. San Juan XXIII, en una visita discreta, el 25 de agosto de 1959. Lo haría también al de Nuestra Señora de Loreto y al de san Francisco de Asís. Finalmente, el 11 de octubre de 1962, fiesta de la Maternidad Divina de María, inauguraba el Concilio Vaticano II tras este intenso prólogo mariológico.
También se llegó hasta Genazzano san Juan Pablo II el 22 de abril de 1993 como preparación de la visita apostólica en Albania unos días después. El Cardenal Ratzinger -hoy Papa emérito Benedicto XVI- celebró la Misa en el Santuario el 26 de septiembre del 2000.
Santa Teresa de Calcuta -que no era india, dicho sea de paso, sino albanesa- visitó varias veces el Santuario, que goza de un cariño muy peculiar del pueblo albanés (por las razones históricas -y legendarias- de Scútari). Son ciertamente numerosas las peregrinaciones de Albania que acuden a rezar a «su Madonna», a suplicarle que regrese. También la Madre Teresa lo hacía. La última vez fue el 10 de junio de 1993. En aquella circunstancia dejó escrita esta invocación: «María, Madre de Jesús; regresa a casa, en Albania. Nosotros te amamos, nosotros te necesitamos. Tú eres nuestra Madre. Regresa a casa, en Albania. Te lo pedimos».
Durante mis años en Roma corrió la voz de la audiencia concedida por san Juan Pablo II a Santa Teresa de Calcuta días antes de visitar Albania. La Madre Teresa habría pedido al Papa que se llevase consigo a Nuestra Señora, Madre del Buen Consejo: se supone que para dejarla ya en Albania. Se ve que esto del cambio de domicilio era para Santa Teresa de Calcuta lo más natural del mundo. El Papa, en un momento de silencio, pura elocuencia, habría respondido: ‘¿Pero no dicen que fue Ella la que vino espontáneamente por los aires hasta Genazzano? ¿No sería, Madre Teresa, más prudente dejar que sea Ella quien tome la iniciativa de regresar a Albania?’ Sea cierto o no, el tópico italiano viene aquí al pelo: Se non è vero, è ben trovato.
Quien esto escribe le ha dado durante muchos años a la teología. El buen consejo de María lo encontramos en la escena evangélica de las bodas de Caná: «Haced lo que él os diga»(Jn 2, 5). María, primera seguidora de Jesucristo, nos ofrece a Jesús en su regazo como maestro, camino, verdad y vida.
El Calendario litúrgico de la Orden de San Agustín, antepone al Oficio de la fiesta este breve y enjundioso texto: «Justamente honramos a María con el título de Madre del Buen Consejo: es madre de Cristo, “Consejero admirable” (Is 9,5), vivió bajo la guía del Espíritu del Consejo, y acogió totalmente el eterno Consejo de recapitular todas las cosas en Cristo (cfr. Ef 1,10). Al honrar a la Virgen del Buen Consejo queremos implorar de Dios el don del consejo, “para que nos haga conocer lo que agrada a Dios, y nos guíe en las peripecias de la vida”».
Bien traídas también se me antojan las palabras del papa Francisco en la Exhortación Apostólica Gaudete et exsultate (19 de marzo de 2018) sobre la llamada a la santidad:
«María -dice- es la que se estremecía de gozo en la presencia de Dios, la que conservaba todo en su corazón y se dejó atravesar por la espada. Es la santa entre los santos, la más bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña. Ella no acepta que nos quedemos caídos y a veces nos lleva en sus brazos sin juzgarnos. Conversar con ella nos consuela, nos libera y nos santifica. La Madre no necesita de muchas palabras, no le hace falta que nos esforcemos demasiado para explicarle lo que nos pasa. Basta musitar una y otra vez: «Dios te salve, María…» (n. 176).
El don de Consejo -aclara la teología- es uno de los siete dones del Espíritu Santo, el Espíritu de Dios que anunció a María que sería Madre de Dios. Ella está llena de este singular don que nos permite conocer y escoger de manera eficaz lo más conveniente para glorificar a Dios.
Como Madre intercesora podemos recurrir a ella con fidelidad y confianza para pedirle el don de consejo que nos permita apartarnos de la tentación y acertar en todas las decisiones a tomar. Un título, en fin, simple, sencillo, armonioso, que invita suavemente a suplicar a la Virgen, Madre del Buen Consejo, que sea siempre nuestra más dulce y eficaz consejera.
Encuentro por eso muy oportuna, sobre todo en esta interminable pandemia del coronavirus, plagada de vacunación heteróclita y de enfrentados egoísmos, la monición del Oficio divino de la fiesta. Cierro con los versos del himno de Lectura:
«¡Oh santa Madre del Consejo, y Madre
de los que sufren y consejo esperan
de tu mirada!, ¡ míranos, Señora,
con maternales ojos!».