Sobre la movida ecuménica en Bari
El reciente viaje papal a Bari se inscribe en La práctica del Ecumenismo contemplada por el Decreto Unitatis redintegratio en su capítulo II, números 5-12. Quiero con ello decir que no se trató de diálogo interreligioso alguno, ni tampoco de acordar cuestiones doctrinales. La mencionada cita, además, quedó lejos de comprender a la entera comunidad cristiana. El aldabonazo en la conciencia internacional lo dieron sólo una parte notable de las Iglesias orientales, bien católicas, bien ortodoxas. Y, una vez aquí, digamos que las de presencia real en Oriente Próximo: así se explica que también se dejaran ver por allí la Iglesia ortodoxa rusa –ésta por múltiples razones- y hasta el mismo Patriarcado Ecuménico.
Los medios han ofrecido la lista completa de concurrentes y no es cosa de repetir. Tampoco de abundar en lo que Bari supone para el Ecumenismo, pues ya lo hice con mi «Cita ecuménica en Bari» (Equipo Ecuménico Sabiñánigo: 8.01.2018). Digamos que hubo unos veinte líderes de Iglesias cristianas en Medio Oriente. Del mundo protestante, acompañaron también el pastor de la iglesia luterana del Redentor en Jerusalén, Sani Ibrahim "Charlie" Azar, y la profesora Souraya Bechealany, del Comité Ejecutivo del Consejo de las Iglesias de Oriente Medio.
Sirvió de eslogan ¡La paz contigo! Cristianos juntos por Medio Oriente, y fue un evento eclesial de oración y reflexión por la paz en dichas tierras celebrado en la «ventana al Oriente», que es Bari, donde se conservan las reliquias de san Nicolás, obispo de Mira, reconocido por diversas Iglesias como defensor de los más débiles y perseguidos, protector de los jóvenes, marineros y niños.
Dos grandes momentos registró la visita: el de la oración del Papa y de los Patriarcas junto a los fieles que quisieron unirse de forma virtual -uno siguió el acto desde la distancia sin perderse detalles gracias a la televisión de News.Va- y el de la reunión privada del Santo Padre con los Jefes de las Iglesias y comunidades eclesiales de Oriente Medio.
El coro de la archidiócesis de Bari-Bitonto interpretó cantos en árabe y arameo gracias a la presencia de algunos alumnos del Pontificio Instituto de Música Sacra pertenecientes a las Iglesias Caldea, Melquita y Maronita. Un diácono de Siria cantó el Evangelio en árabe. Los participantes siguieron la oración con folletos en francés, inglés, árabe, griego, siríaco occidental y oriental, armenio, además de italiano.
Abrió marcha el Papa denunciando la indiferencia en la martirizada región de la que muchos cristianos huyen: en Siria han bajado de 2,2 millones a 1,2 millones, mientras disminuyeron en Irak alrededor de 250 mil, frente al millón y medio que había a principios de los noventa. Francisco animó a vivir la jornada «con la mente y el corazón dirigidos a Oriente Medio, encrucijada de civilizaciones y cuna de las grandes religiones monoteístas. Allí nos visitó el Señor, “sol que nace de lo alto”. Desde allí, la luz de la fe se propagó por el mundo entero. Allí han surgido los frescos manantiales de la espiritualidad y del monacato».
«Espléndida región –continuó luego– sobre la que se ha ido concentrando, especialmente en los últimos años, una densa nube de tinieblas: guerra, violencia y destrucción, ocupaciones y diversas formas de fundamentalismo, migraciones forzosas y abandono, y todo esto en medio del silencio de tantos y la complicidad de muchos. Oriente Medio se ha vuelto una tierra de gente que deja la propia tierra. Y existe el riesgo de que se extinga la presencia de nuestros hermanos y hermanas en la fe, desfigurando el mismo rostro de la región, porque un Oriente Medio sin cristianos no sería Oriente Medio […] Queremos dar voz a quien no tiene voz, a quien solo puede tragarse las lágrimas, porque Oriente Medio hoy llora, sufre y calla, mientras otros lo pisotean en busca de poder y riquezas».
El encuentro continuó con las Lecturas y las oraciones de cada uno de los líderes participantes. Significativa la que leyó en griego el Patriarca Ecuménico de Constantinopla: «Señor Jesucristo… inspira cosas buenas en los corazones de los que quieren la guerra y pacifica también nuestros corazones, libéranos y libera a todos los hombres de deseos malvados y ávidos, y siembra en los nuestros y en sus corazones un espíritu de justicia, de reconciliación y de amor hacia todos nuestros hermanos». No menos emotiva, la que leyó en árabe Tawadros II, Papa de Alejandría de los coptos: «Señor, te agradecemos por cualquier condición, con cualquier condición y en cualquier condición. Porque Tú nos has protegido, nos has ayudado, nos has preservado, nos has acogido, nos has salvado, nos has sostenido». Tawadros, cuya catedral de San Marcos en El Cairo tiene las columnas todavía manchadas con la sangre de los mártires de los recientes atentados fundamentalistas, rezó por «todos los mártires que han muerto por Tu Santo Nombre».
Siguieron las lecturas de la carta de San Pablo a los Efesios, y de las Bienaventuranzas del Evangelio según San Mateo, cantado en árabe. Todos juntos, cada cual en su lengua, rezaron el Padrenuestro. Tras un momento de silencio, los jóvenes entregaron a los líderes religiosos lámparas encendidas, como símbolo de la paz en Oriente Medio y en el mundo, lámparas que luego, Papa y Patriarcas, fueron colocando juntas sobre una plataforma. El saludo de la paz intercambiada y la bendición de cada jefe religioso cerraron el acto. Y el himno a san Nicolás, patrón de Rusia y de Grecia, icono del ecumenismo, sumamente venerado en Oriente y en Occidente. Por la paz y la unidad, simbolizadas en la lámpara uniflamma (con uno sola llama), que el Papa había encendido al principio del acto, como convirtiendo la estancia en vestíbulo de luz.
Francisco cerró el encuentro desde la explanada de la Basílica: « El Evangelio –dijo- nos obliga a una conversión diaria a los planes de Dios, a que encontremos solo en él seguridad y consuelo, para anunciarlo a todos y a pesar de todo. La fe de las personas sencillas, de tan profundo arraigo en Oriente Medio, es la fuente en la que debemos saciarnos y purificarnos, como sucede cuando volvemos a los orígenes, yendo como peregrinos a Jerusalén, a Tierra Santa o a los santuarios de Egipto, Jordania, Líbano, Siria, Turquía y de otros lugares sagrados de esa región. Hemos dialogado fraternalmente –prosiguió-, lo cual ha sido un signo de que el encuentro y la unidad hay que buscarlos siempre, sin temer las diferencias. Así también la paz: hay que cultivarla también en las áridas tierras de las contraposiciones, porque hoy, a pesar de todo, no hay alternativa posible a la paz».
«La paz –sentenció rotundo- no vendrá gracias a las treguas sostenidas por muros y pruebas de fuerza, sino por la voluntad real de escuchar y dialogar. Nosotros nos comprometemos a caminar, orar y trabajar, e imploramos que el arte del encuentro prevalezca sobre las estrategias de confrontación, que la ostentación de los amenazantes signos de poder deje paso al poder de los signos de esperanza […] ¡Basta del beneficio de unos pocos a costa de la piel de muchos! ¡Basta de las ocupaciones de las tierras que desgarran a los pueblos! ¡Basta con el prevalecer de las verdades parciales a costa de las esperanzas de la gente! ¡Basta de usar a Oriente Medio para obtener beneficios ajenos a Oriente Medio! ».
«Son demasiados los niños que han pasado la mayor parte de sus vidas viendo con sus ojos escombros en lugar de escuelas, oyendo el sordo estruendo de las bombas en lugar del bullicio festivo de los juegos. Que la humanidad – os ruego – escuche el grito de los niños, cuya boca proclama la gloria de Dios (cf. Sal 8,3). Solo secando sus lágrimas el mundo encontrará la dignidad».
Improvisaciones, pocas. Todo siguió su curso a un ritmo estudiado de protocolo vaticano y de ensayado seguimiento en los acompañantes, que echaron por delante su vistosa indumentaria del rason en los Patriarcas y del epanókamelaukion blanco en el metropolita Hilarión, amén de un centón de crucifijos y engolpion sobre el pecho.
Dos gestos había tenido Francisco antes del viaje relacionados ambos con la movida de Bari. La Misa por los emigrantes el 6 de julio por la tarde en el Altar de la Cátedra de la basílica de San Pedro, coincidiendo con el 5º aniversario de su visita a Lampedusa (8.07.2013), y la audiencia concedida el 3 de julio en el Vaticano al arzobispo mayor Sviatoslav Shevchuk, de la Iglesia greco-católica en Ucrania, con motivo del 1030º aniversario del bautismo de la Rus de Kiev (988). En Ucrania las cosas tienen mala pinta no tanto por los greco-católicos como por las tres Iglesias ortodoxas que allí rivalizan entre sí para ver quién se lleva el gato al agua. Durante el encuentro se habló de la situación política y eclesial ucraniana, sobre el uniatismo y sobre la reconciliación polaco-ucraniana.
Del feo asunto en Oriente Medio hablaron el 12 de febrero de 2016 en el aeropuerto internacional José Martí de La Habana (Cuba) el papa Francisco y el patriarca ruso Kirill, el cual lleva un tiempo que tiene desconcertados a no pocos seguidores del ecumenismo. Porque ni el 16 de abril de 2016 en la isla de Lesbos (Grecia), ni a finales de junio de 2016 en el Concilio panortodoxo de Creta, ni ahora en Bari, se le ha visto el pelo tras los orejones del Kukol, pese a estar bordados de serafines de seis alas, y en lo alto una cruz, y ser de color blanco, símbolo de la luz divina inmaterial y la pureza del alma. Y eso que la reliquia de san Nicolás visitó Rusia del 21 de mayo al 28 de julio de 2017.
Lo malo es que si no se le ha visto el pelo recogido debajo del Kukol, sí se le está viendo ya el plumero. Está bien su amistad con Putin, pero el ecumenismo impone servidumbres que están por encima de Putin. Y desde el encuentro en La Habana hasta hoy se extiende un paréntesis lo bastante grande como para haber girado ya una visita a Roma, precisamente él, que, de metropolita, se dejaba caer por allí un día sí y otro también.
Que mande de vez en cuando a Hilarión, no deja de ser un riesgo, sobre todo desde que le tienen tomada la matrícula unos cuantos patriarcas ortodoxos a raíz de su espantada en Rávena, cuando la Comisión Mixta Internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa (P. Langa, «El Primado del Papa y el revés de Ravena»: Crítica 57/949 [Noviembre 2007] 38-41). En cuanto al papa Francisco, ya que no una visita a Rusia, sí, al menos, una a Ucrania, donde tiene a la Iglesia greco-católica, por la que bien estaría el detalle.
En Bari, por cierto, durante las preces, no se hizo ni una en español, idioma que hablan 525 millones en todo el planeta, el más extendido con mucha diferencia en el orbe católico. Si los organizadores vaticanos creyeron que no merecía la pena por tratarse de Oriente Medio, uno, por el contrario, entiende que no sólo merecía la pena, sino que era necesario, habida cuenta de que la mitad de los católicos que escuchan al Papa en todo el mundo a través de las pantallas de televisión hablan el idioma de Santa Teresa y San Juan, de Fray Luis y Sor Juana Inés de la Cruz. El gran idioma de Cervantes.
Durante la conversación entre el Papa y Shevchuk, a la que me acabo de referir, «también se afrontó el tema del llamado uniatismo. Recordó Shevchuk al Papa que la Iglesia greco-católica ucraniana vivió en 1993 el proceso de recepción de la declaración de Balamand y, como consecuencia, rechaza el uniatismo como método para alcanzar la unidad en la Iglesia».
«En particular –subrayó el líder de la Iglesia greco-católica ucraniana– es evidente que el mayor acto del uniatismo del siglo XX fue el pseudo sínodo de Lviv (Leópolis) de 1946 (cf. mis tres artículos al respecto en Equipo Ecuménico Sabiñánigo, 10.III/ 15.III/ y 30.III.2016). Las acusaciones de uniatismo que se han hecho en contra de nuestra Iglesia (debido a su activa posición ecuménica) no son más que una manipulación de la verdad objetiva. Las Iglesias orientales católicas en sí mismas no son “un método”, sino miembros vivos de la Iglesia (cuerpo místico de Cristo), y no solo tienen el derecho de existir, sino que están llamadas a la actividad misionera y evangelizadora». Esto lo contempla con incuestionable claridad el decreto Orientalium Ecclesiarum (sobre las Iglesias orientales), del Concilio Vaticano II.
Quisiera cerrar con la intervención del patriarca Bartolomé I de Constantinopla sobre lo de Ucrania, el pasado domingo 1 de julio, es decir, una semana antes de lo de Bari, en la catedral de San Jorge, sede del Patriarcado Ecuménico:
«No olvidemos que Constantinopla nunca cedió el territorio de Ucrania a nadie por medio de ningún acto eclesiástico, sino que solo otorgó al Patriarca de Moscú el derecho de ordenación o transferencia del Metropolita de Kiev con la condición de que el Metropolita de Kiev debería ser elegido por un sínodo local de clérigos y seglares, y reconocer expresamente al Patriarca Ecuménico. La separación original de nuestro Trono de la Metrópoli de Kiev y de las dos Iglesias ortodoxas de Lituania y Polonia, que dependen de él, y su anexión a la Santa Iglesia de Moscú, de ninguna manera se produjo de acuerdo con las normas canónicas vinculantes, ni se respetó el acuerdo sobre la plena independencia eclesial del Metropolita de Kiev, que lleva el título de Exarca del Trono Ecuménico» (Nota del Patriarcado).
Ya veremos en qué para todo esto. De momento no tiene buena pinta.